Inked Knockout

By SandyDayDreamer

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Una noche con amigas, un desvío, un callejón solitario. Un plan genial, ¿no? Por si fuera poco con la desastr... More

1.- Cavernícolas y Soju.
2.- Reina de corazones
3.- Adivinanzas
4.- Un pasito atrás
5.- X
6.- Abierto hasta... ¿el amanecer?
7.- Switch Stance
9.- De boca en boca y tiro porque me toca
10.- Proposiciones (in)decentes.
11.- Sparring
12.- Juicio y Sentencia
13.- El poder de Rosita
14.- Promesas de tinta roja.
15.- Side Control.
16.- Ley de Gravitación Universal.
17.- Creciente menguante.
18.- Ensoñaciones.
19.- Jab
20.- Encuentros en la tercera clase.
21.- De treinta a cuatro mil ochenta.
22.- Rendición.
23.- Takedown.
24.- Dos a dos.
25.- Muros, paredes y grietas.
26.- Déjame entrar.
27.- Half guard.
28.- ¿Pasado o presente?

8.- Tíos malos; encuentros peores

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By SandyDayDreamer

Yoongi no me llama... es que no me llama, el pedazo de cabrón.

Debería estar aliviada porque haya dejado de hacerlo, ya que eso me evita volver a sus brazos como una damisela en apuros. Debería... pero... no... puedo.

Desde que le pedí que viniera a recogerme, en vez de cumplir con su palabra y ayudarme, desapareció; esto es otra muestra más de que estoy mucho mejor sin él, de que es un egoísta al que, en realidad, no le intereso una mierda... Pero es que ese planteamiento hace que me entren ganas de llorar, porque a mí sí que me importa él... Yo sí que le echo de menos.

Podría estar con la cabeza más ocupada (sin que Yoongi ocupe el noventa y nueve por ciento de mis pensamientos) si hubiera podido entretenerme un poco con la movida de la denuncia, el coloso y todo eso, pero hace una semana que no sé nada de él. Me llevó a mi apartamento... hablamos (creo) y se fue. De lo único que me acuerdo de forma más que nítida es de que me puso de los putos nervios cuando le enganché del brazo; eso no era carne ni músculo, eso era adamantium.

Como hoy no llevo los cascos puestos le estoy dando mucha más carga de la normal a todo lo que va mal en mi vida; normalmente voy muy entretenidita escuchando música durante todo el camino al estudio, pero hoy toca rayarse. Y como ya he gastado los cartuchos del tema de mi "ex" y del coloso, ahora se viene el nuevo, el que lleva los últimos siete días teniéndome alerta todo el rato: juro por mi vida que me están siguiendo. Al principio pensaba que era una locura, que estaba exagerando, que quién me iba querer seguir a mí... Pues bien, a medida que han ido pasando los días, me queda claro que no estoy alucinando. Puede ser una casualidad enorme que los mismos tres tíos vayan en el mismo vagón de metro que yo... a la misma hora que yo... Se bajen en la misma parada que yo y... cojan el mismo bus que yo —sería extraño, pero posible, sí—. Pero que hagan EXACTAMENTE lo mismo cuando vuelvo a mi casa... ahí ya sí que no.

Me he acojonado mucho con este tema; me he vuelto paranoica al nivel de un espía yanquee en los años sesenta, e incluso he ido cambiando mis horarios de forma aleatoria para comprobar si esos gorilas me siguen realmente... Sorprendentemente, cuando altero la hora nadie me sigue, lo que quiero pensar que significa que solo estoy lo loca de siempre.

Con lo tranquilita que estaba yo solo rayada solo por Yoongi y los cuernos que no sé si lo fueron.

Me he pasado el día en automático; he tatuado por costumbre, he bebido café por lo mismo, y creo que he hablado con Picasso así por encima de que acabó rechazando a la clienta que se le acercó en el club por la regla de Nam de "nada de acostarse con clientes". Para mi desgracia, la noche ha llegado ya, lo que me deja mal... muy mal. Ya da bastante miedo volver sola de noche a casa siendo mujer como para unirle el tema de esos tres pirados que creo que me siguen.

Este mundo es una puta mierda si tienes coño.

Nam parece de lo más amargado mientras mira en el ordenador en el que apunta las citas que tenemos; no tiene alma de recepcionista, y debe estar hasta los huevos de hacer este tipo de cosas, porque cada vez se lo encasqueta más a los demás; aunque como tenemos que tatuar, al final se tiene que hacer cargo él... A mí no me lo pide nunca, porque dice que no tengo habilidades sociales, y doy gracias todos los días de ser una auténtica borde antisocial (comúnmente conocida como capulla a secas).

Rebusco en mi bolso justo en la entrada, o hago como que rebusco, porque lo que hago en realidad es mirar hacia fuera del terreno para ver si esos tíos aparecen de entre alguna sombra.

—Sonie, ¿me explicas ya qué te pasa? —pregunta la voz masculina y sosegada de Nam, justo a mi espalda, lo que me hace saltar del susto—. Dios... estás tensísima últimamente, me tienes preocupado —murmura, efectivamente, con una expresión de absoluta intranquilidad—. Sonie, sea lo que sea que te está pasando: cuéntamelo. No va a ser la primera vez que te ayudo, ni será la última, ¿vale?

Ese es justamente el problema, Nam... que ya me has ayudado demasiadas veces...

—N-no es nada... De verdad —añado cuando el chico suspira—. Estoy muy rayada por lo de Yoongi, porque hace mil que no me llama, supongo que es por eso...

Sabía que ese tema iba a colar, y como es verdad (en parte) me sale muy natural decirlo. Namjoon, para mi grandísima sorpresa, reacciona a mi alegato hundiéndome entre sus brazos y dejando mi cara pegada a sus tetas; porque esto no son pectorales, no: son tetas con todas las letras. Este tío está enorme de tanto ejercicio (para el que saca tiempo no sé de dónde), y mi cara ocupa solo uno de sus pectorales de culturista.

E...toy b-bien, Nam —murmuro con dificultad, intentando despegarme de aquí para coger algo de aire.

—No vale la pena, Sonie; el día que entiendas que de verdad mereces recibir el mismo interés y el mismo amor que entregas, será cuando te olvides completamente de él. Hasta entonces, sé fuerte y no le llames, ¿vale? Si necesitas desahogarte, para eso estoy yo.

Nam es... ay... Es mi Nam; sin más.

Es como el padre que siempre he querido tener; supongo que sería más correcto considerarlo algo así como un hermano mayor, porque la diferencia de edad no es tan grande entre nosotros, pero le veo tan maduro, tan formal, tan... paternal conmigo, que no puedo evitarlo. Espero no llamarle papi nunca, que eso puede llevar a una confusión muy vergonzosa.

—Gracias, jefe —declaro sonriendo con sinceridad.

No quiero volver a decepcionarle, y creo que lo menos indicado que puedo hacer ahora es volverme más paranoica con ese tema, porque seguro que solo está en mi cabeza; veo teorías conspiratorias por todas partes desde que el coloso apareció en mi vida...

Nam me suelta por fin, dándome una palmadita en el hombro de paso, y me voy mucho más contenta de lo que he llegado hoy. Todo parece tener menos importancia; a lo mejor lo que necesitaba era solo un abrazo... ¿Y por qué mis amigas no me han dado ninguno? Vaya mierda de amigas tengo, ¿no?

La calle presenta un aspecto mucho menos aterrador ahora mismo, y camino resuelta hacia la parada del bus sintiéndome invencible. No hay nada ni nadie que pueda hacerme daño porque el poder de la amistad está conmigo. Que frase más buena para una canción de misa... lástima que no vaya a ninguna por temor a salir ardiendo de repente.

La parada está cerca ya, y creo que esos puntitos que veo a la derecha, lejos, en la carretera, son los de mi bus, por lo que aprieto el paso muchísimo. Afortunadamente, el coche que venía a toda hostia hacia mí se para educadamente en el paso de peatones por el que tengo que ir, así que le doy las gracias con la mano y empiezo a cruzar... Bueno... lo hago hasta que tres tíos, incluido el conductor, salen de repente de él y se me empiezan a acercar.

Son los mismos. Son los del metro, los del bus, los de estos últimos siete días.

—Estate tranquilita y todo irá bien... —asegura uno de ellos, que se acerca por delante.

Miro a mi alrededor para pedir ayuda, pero la calle está desierta, y el bus se ha debido parar en un semáforo, porque no avanza.

—No se te ocurra escapar, en serio: no vamos a hacerte nada malo... solo queremos llevarte a un sitio —murmura otro, que se acerca por detrás.

Cojo mi móvil y miro en la agenda a toda velocidad, con el pulso disparado y al borde de hiperventilar. Pero con el número de Nam y el de Yoongi en marcación rápida, me tomo mucho más de lo que debería en pulsar uno de los dos... y me doy cuenta de que he tardado demasiado en tomar una decisión cuando el tercero de esos gorilas se me planta en la espalda.

—Esta noche te vas a enterar por fin de dónde no tienes que meterte... así que guarda ese teléfono y síguenos sin formar un escándalo...




La música electrónica chunga se escucha en la sala de al lado, recordándome inevitablemente ese día que pasé (maldita sea la hora) por el callejón de Itaewon que tantos problemas me ha traído; creo que este es el mayor papelón que he tenido que pasar desde entonces, porque el coloso no me da tanto miedo como estos tres... Es más: ojalá apareciera para echarme una manita...

Estoy en una especie de recepción, alejada de la puerta principal. ¿No debería estar la recepción precisamente en la entrada? Pues en principio sí, pero esto no parece una sala de bienvenida corriente, sino más bien una especie de sala de espera, como la de los dentistas. Los sillones individuales de cuero se reparten en grupos de a dos, y en medio de todos hay pequeñas mesas de cristal con revistas. Lo más gracioso es que en vez de haber un escritorio y un recepcionista tras él, lo que está en su lugar es una barra con grifos para el alcohol y los tres gorilas esos vigilándome junto a ella para ver si me da por meterme el dedo en la napia o algo... porque otra cosa tampoco es que pueda hacer.

Hemos tenido que pasar por dos salas y unas escaleras para llegar aquí, y ahora puedo decir completamente segura que este es un club como otro cualquiera, bastante animado además. Al ser sábado, la sala que se veía desde la segunda planta (la principal, supongo) estaba a reventar de gente bailando y bebiendo. Además, el coloso no mintió al decir que el local de Itaewon es solo uno de muchos, porque en el que estoy ahora está en todo el centro de Gangnam. Un local aquí debe costar tres ojos de la cara, lo que me deja saber que tampoco mintió al decir que la gente con la que se mezcla mueve mucha pasta. Muchísima.

—¿Te apetece algo de beber? —me pregunta de repente uno de los gorilas; ya ni hace falta que mencione que pego un salto en el sitio. Albergo tanta tensión como un cable de telefonía.

—Kang, calladito —le reprocha otro, mucho más estirado que el que me ha ofrecido una bebida.

Me vendría bien un vaso de agua, porque tengo la boca seca como el Sáhara, pero ya me da cague decirlo y que el otro me mande a la mierda a mí en vez de al tal Kang.

Como no sé exactamente qué es lo que hacemos aquí, empiezo a ponerme todavía más nerviosa; no tanto como cuando tres tíos enormes me secuestraron, pero bastante más de lo que es sano para mi corazón. Las palmas de las manos me sudan y empiezo a notar palpitaciones en el párpado derecho, esto no va a acabar bien.

La puerta que daba al pasillo de la barandilla que deja ver la sala del club se abre; es la primera vez que lo hace en todo este rato que llevo aquí, y miro esperanzada hacia ella. Con suerte será la policía, que viene a rescatarme de las garras de estos gigantescos cabrones, pero el tío que entra no lleva ningún uniforme... aunque eso no quita que me alegre (algo) de verle, porque conozco a ese rubio, y es un cambio agradable cruzarme con una cara conocida, aunque sea la suya.

Me levanto del sillón en cuanto entra, y por la cara que pone creo que no tenía ni idea de que yo estaba aquí. Mis esperanzas se ven mermadas considerablemente al comprender que no es él a quien estoy esperando para ver, aunque intento no perderlas del todo... por difícil que parezca.

—¿Sonje? ¿Qué coño haces aquí? —pregunta extrañado, clavado en la puerta.

—Esos tres me han secuestrado y me han traído aquí —masco resentida, señalando a mis captores con un dedo. El rubio les mira por un segundo y vuelve los ojos a mí otra vez.

—Madre mía —exhala, llevándose ambas manos a la cara.

—Eso mismo digo yo... No sé si me van a hacer algo, estoy cagada; sácame de aquí, porfa.

—Chica, ¿sabes que te estamos escuchando? —masca el secuestrador más grande.

En cuanto abro la boca para pedir piedad por mi vida (incluso para soltar alguna lagrimita y todo si el papel me sale bien), el rubio se me acerca a paso rápido y posa ambas manos sobre mis hombros para que le mire; parece de lo más calmado, pero claro, a él no le han raptado.

—No pasa nada, ¿vale? No te van a hacer daño; venga, hyungs: decidle que no le vais a hacer daño, estáis asustando a la pobre chica.

El tal Kang es el único que nos mira, y creo que querría hacerle caso y decir algo para hacerme sentir menos preocupada, pero por el corte que se ha llevado antes, no se atreve ni a separar los labios.

—Ayúdame... no quiero que me peguen una paliza —pido, mirándole directamente a los ojos. Intento apelar al lado compasivo del chico, y espero estar consiguiéndolo.

—No te van a pegar ninguna paliza, eso te lo aseguro. Solo... relájate y espera un poco, todo va a ir bien.

—¡Y dale con lo mismo! ¡Que no quiero estar tranquila! ¡Que no quiero esperar! ¡Que no quiero estar aquí! ¡Me estáis reteniendo en contra de mi voluntad, cabronazos! —exclamo de los nervios, luchando por separarme del rubio, que se ha puesto a mi espalda a velocidad sobrehumana para parar mi estallido de furia; por más que intento zafarme de su abrazo, no lo consigo.

—¡Joder, hyungs! ¿Por qué coño la habéis traído? Ella es cosa de Jungkook.

—A ti no te tenemos que explicar nada, rookie. Suéltala y vete ya —le recrimina con hostilidad el más grande; será el jefecillo de los demás.

El rubio gruñe a mi espalda, y me voy quedando sin fuerzas para luchar, así que me relajo sin querer hacerlo realmente. Una vez se da cuenta de que ya no voy a intentar escapar (o eso cree él) me deja ir y vuelve a ponerse en frente mía; me mira con una expresión mucho más seria que antes, y no es que ayude a calmar mis nervios.

—Quédate aquí un momento, no tardo nada en volver; tranquila que no te vamos a dejar tirada —explica rápidamente antes de salir corriendo fuera de la sala.

Dice que no va a hacerlo... pero si me ha dejado tirada ya...

Intento creer lo que me ha dicho el chaval y guardar un poco mis ganas de tirarme de los pelos para más tarde; sin embargo, las puertas que habían permanecido cerradas hasta ahora (dos grandes, de marrón oscuro con vetas; muy comunes en los tanatorios) se abren a la vez, dando paso a dos viejos gordos y trajeados que carcajean felizmente junto a otro con el que se dan la mano con muchas ganas. Yo me quedo mirando la escena un poco asqueada, sin ni siquiera saber por qué, y cuando salen sin querer darse cuenta de que estoy aquí, con la guardia a mi espalda, el tío al que le daban la mano me mira y... sonríe, de forma muy perturbadora.

—Song Sonje, ¿cierto? —Asiento y el hombre abre los brazos, como si se alegrara mucho de verme; debe rondar la cincuentena, pero es alto, va impecablemente vestido y peinado y parece más jovial incluso que mis secuestradores—. Un placer conocerla por fin, señorita Song, no sabe las ganas que tenía de encontrarme con usted.

—Ya... bueno... podría haberme llamado o algo y habría venido yo —murmuro cohibida. El hombre se ríe antes de invitarme a pasar al que creo que es su despacho... Este tío no es un simple dueño de discoteca, hasta un ciego lo vería.

—Siéntese, por favor —me pide amablemente, ofreciéndome una de las elegantes sillas que descansan frente a un escritorio imponente, con muchos relieves y un tapete rojo encima; una vez sentadita, el hombre rodea la mesa y hace lo propio en su silla, sacando un puro de uno de los cajones—. Verá, señorita Song, la he hecho venir porque soy el encargado de los negocios en Itaewon y Gangnam, y me ha sorprendido de una forma muy desagradable ver que ese molesto asunto de la denuncia sigue en marcha, ¿sabe?

—Ehhh... S-sí, pero...

—Espero no tener que tomar medidas desesperadas para hacer desaparecer esa tontería que hace que un detective esté empezando a pedir órdenes de registro en todos los clubes de Itaewon —explica de forma reveladora. A mí se me corta hasta el pulso cuando el tío saca una especie de guillotina pequeñita con la que corta un extremo del puro, el cual se lleva a la boca muuuuy leeeentamente.

—N-no, no... No va a hacer falta ninguna medida desesperada —aseguro con la voz temblorosa.

—¿No? —Niego con la cabeza más rápido que en toda mi vida, y el hombre sonríe mientras da la primera calada al puro... El olor que suelta me marea todavía más de lo que ya de por sí estoy—. Entonces, ¿podría explicarme por qué tengo a un investigador y a una periodista haciendo preguntitas por cada rincón de Itaewon?

Misu... me cago en todo.

¡¿Por qué coño tengo que pagar yo por esa puta denuncia?! ¡Si fui la única que no quería ni ponerla en un principio!

Si me matan aquí pienso atormentar a mis amigas en forma de fantasma para el resto de sus vidas... Lo juro por lo más sagrado.

—Yo... estoy intentando convencerlas de quitarla —murmuro, sintiéndome muy pequeñita.

—Lo sé... Permítame decirle que usted es la más inteligente de sus amigas, por eso mismo la he hecho venir: para recordarle que debería acelerar un poco más las cosas con ese tema, ¿entiende?

—Completamente.

—Bien... Muy bien, señorita Song —murmura con satisfacción, ofreciéndome un puro; qué asco. Lo rechazo con un gesto nervioso de mi mano derecha y el hombre lo vuelve a guardar sin insistir—. Siento mucho haberla involucrado activamente en esto de una forma tan intrusiva, pero como comprenderá, estoy obligado a velar por el negocio.

—Claro... no pasa nada —susurro casi sin voz.

Creo entender que no voy a morir esta noche, y jamás había sentido un alivio tan grande como el de ahora, pero como sigue sin gustarme un pelo estar aquí, todavía estoy nerviosa y con los hombros exageradamente encogidos.

—¿Qué le parece si, para calmar un poco los ánimos, le ofrezco a quedarse como mi invitada personal al espectáculo de esta noche?

—Pueees... s-se lo agradezco mucho, pero... —Las puertas que dan a esta sala se abren sin un solo aviso, y al hombre que tengo en frente parece hacerle tan poca gracia como a mí este repentino sobresalto.

Sin embargo, aunque sigo asustada, suelto un suspiro que dura por lo menos tres segundos enteros al ver al coloso junto al rubio de antes. Parece de lo más agitado, y entiendo que no han llamado a la puerta porque no les habrían dejado pasar de haberlo hecho, ya que los tres gorilas que me han secuestrado se acercan a ellos con muy mala cara.

—Ya, ya, amigos —les calma el hombre trajeado, con voz conciliadora—, dejad que los chicos entren, no pasa nada...

—Señor Kim, le aseguro que la tenía completamente controlada, no hacía falta que la trajera aquí —explica el coloso, más nervioso de lo que le haya visto hasta la fecha.

—Jeon, ¿verdad? —El coloso asiente, jadeando en busca de aire; debe haber corrido una barbaridad para estar así de reventado—. No te preocupes por la chica, campeón, todo está aclarado —asegura, posando un brazo en los hombros de cada chico para apretarlos mientras sonríe.

Este tío da mal rollo, parece el diablo.

—¿E-está... controlado? —pregunta el coloso, lanzándome una mirada de soslayo.

—Dime, chico: ¿tienes fecha hoy? —cuestiona el hombre, pasando de su pregunta. El coloso niega con la cabeza. Estoy a punto de preguntar qué es eso de tener fecha, pero el rubio alza la voz diciendo que él sí que la tiene... Signifique lo que signifique eso—. Ahhhh, genial, genial —carcajea contento—. Pues entonces, vamos a hacer una cosa: dejo a la señorita Song a tu cuidado, Jeon, ¿qué te parece? —El moreno gira la cabeza hacia mí como un relámpago; creo que le apetece decir que ni de coña, pero no tiene huevos para negarse—. ¿Responde usted por la señorita Song, o no, Señor Jeon?

La voz del hombre ha sonado un poco más ronca que hasta el momento, perdiendo ese tono jovial y amable de golpe. Me ha dado hasta escalofríos. No me extraña ni un poco que el coloso asienta a toda prisa, dándole cualquier cosa que pida... Tras unas sonrisas tensas, el hombre nos despide, diciendo que tiene asuntos que atender y que espera que el espectáculo me guste. En cuanto acabamos fuera de esa horrible recepción de dentista psicópata, miro al rubio y al coloso con renovado respeto... No habrán conseguido una mierda, pero es verdad que no me han dejado tirada.

Casi me dan ganas de abrazar al coloso y todo de lo feliz que estoy de estar con él en lugar de con esos tres gorilas.

—Uffff, joder, qué mal rato —exhala el rubio, apoyando la espalda contra la barandilla que da al piso de abajo—. Los tengo de corbata todavía... Creo que no se me van a bajar hasta mañana.

Me río un poco al escucharle, porque me siento muchísimo mejor (dónde va a parar) que al principio de esa noche, pero el coloso no se ríe... ni hace ningún comentario gracioso... Ni hace nada que no sea mirarme con esa cara demoníaca que hace mucho que no usaba conmigo; reconozco cómo aprieta la mandíbula y frunce las cejas... A pesar de la música, creo que hasta le escucho rechinar los dientes.

—¿Qué? —suelto sin querer.

—¿Que qué? ¿Encima?

—¿Qué quieres que te diga? ¡No ha sido culpa mía! —me excuso, con toda la razón del mundo.

—¡No me has hecho caso en nada! —repone, gesticulando mucho—. Solo tenías que convencer a tus amiguitas y ni eso, ¡¿qué hago yo ahora contigo?! ¡¿Eh?!

—¡No me grites que lo he pasado muy mal! Hasta hace un rato creía que la palmaba.

—Tiene razón, Jungookie —interviene el rubio, apartando al chico de mí al apoyar una mano contra su pecho—, las ha tenido que pasar putas. Se la han llevado a la fuerza y la han traído aquí sin que supiera qué iban a hacerle...

El razonamiento de ese chico parece llegarle hondo; ya no rechina los dientes, ni siquiera me mira mal; al contrario, ahora ha chasqueado la lengua y mantiene una pose mucho más relajada... e incluso arrepentida.

—Vale, vale... S-supongo que ha sido toda esta situación y... que tú no me has hecho caso —señala otra vez. Seguirá molesto, pero ya no está tan cabreado—. Hyung, ¿tú...?

—Yo tengo que ir a prepararme —ataja el rubio—, nos vemos ahora; y pórtate bien con ella, Jungookie, que no deja de ser tu protegida.

—Me parto —masculla el aludido, con sarcasmo, al tiempo que su amigo desaparece en la inclinación de las escaleras.

—Y bueno... ¿ahora qué hacemos tú y yo? —pregunto más animada. Es fácil estarlo cuando has escapado por los pelos de una muerte segura. Además, al lado del coloso (extrañamente) me siento protegida, y ahora valoro eso mucho más.

—¿No querías ver de qué iba todo esto? —Me encojo de hombros sin saber muy bien qué decir, y él suspira—. Lo has conseguido, quieras o no, así que sígueme...

La sala de abajo, la primera por la que pasamos, sigue exactamente igual que hace unos minutos cuando la dejé atrás; está hasta los topes de gente bailando sin ninguna preocupación, música estridente y repetitiva, humo, luces parpadeantes que te pueden provocar un ataque epiléptico; lo normal. La siguiente sala por la que me lleva el coloso... es bien distinta. La puerta que daba a ella estaba tan escondida en la pista de baile que no he podido ni verla hasta que la ha abierto; da a un pasillito estrecho e iluminado por fluorescentes con forma cilíndrica. Este pasillo parece que va a durar para siempre, porque no veo el final ni veo tampoco ninguna puerta cerca.

—¿Dónde vamos, Jungookie? —pregunto, pegándome mucho a su espalda.

—A otro sitio.

—¿Qué otro sitio?

—Al octágono —responde pesadamente.

—¿Ein?

—Tú... espera un poquito... Voy a tardar más en explicártelo que en que lo veas por ti misma.

Y tal y como me dice el coloso que haga, espero. Espero un montón... y ese pasillo (después de dar vueltas como si estuviéramos en medio de un laberinto) desemboca en unas escaleras que descienden en semicírculo. Abajo hay otra sala bastante parecida a la que hemos dejado atrás, pero mucho más íntima... en un sentido que no me inspira mucha confianza. Veo a los viejos gordos y trajeados de antes bebiendo, fumando y charlando con unas chicas que deben tener más o menos mi edad, y lo peor es que la escena se repite sin descanso por toda la sala. La música y las luces son prácticamente idénticas que en la planta de arriba, pero este sitio me da mucho más mal rollo que el otro. Debo seguir sintiéndome un poco insegura metida entre estas paredes, porque sin querer me engancho a la mano del coloso disimuladamente...

Por muy sutil que haya sido la manera en que mis dedos se han agarrado a su palma, no ha podido pasarle desapercibido, porque debe tener sentido del tacto, claro; aun así, no hace nada a parte de girar levemente el cuello para lanzarme una mirada de soslayo y seguir andando; esta vez, un poquito más lento que antes y un poquito más pegado.

—Coloso...

—Ya queda poco —me dice sin necesidad de volver a preguntárselo—; estás conmigo, así que relájate, que yo te cuido.

Me sale sonreír un poco ante su frase... Básicamente porque habla de sí mismo como si fuera Superman, el muy creído, pero me da un poco de ternura que lo diga tan seguro.

La sala de los horrores queda atrás, una vez pasamos una cortina de terciopelo rojo vino más hortera de lo que he visto en mi vida, y nada más cruzar el pequeño umbral oscuro, aparece una puerta metálica. El coloso la abre sin dudar y una luz brillante y muy muy molesta choca contra mis ojos. Llevaba tanto tiempo entre la penumbra y las luces parpadeantes de colores de las otras salas, que está me hace sentir como si el sol de agosto acabara de alzarse en mis narices.

Cuando me acostumbro un poco a la luz (cosa que me ha llevado un minuto a más tardar), el coloso aprieta un poco mi mano entre sus dedos y hace un gesto con la cabeza para que mire al centro de la sala. Esa cosa... Eso debe ser el octágono que ha dicho antes. No me pongo a contar los lados que tiene esa especie de jaula formada por rombos metálicos, pero tienen que ser ocho seguro.

A parte de esa construcción rara, que se eleva del nivel de mis pies por una especie de plataforma de hormigón —el mismo material del suelo de la sala—, alrededor de esta hay más y más bancos circulares, también de hormigón. El techo es increíblemente alto aquí, y está cruzado por raíles metálicos de los que reposan focos muy grandes, como los de los platós de películas; ahora entiendo por qué había tanta luz aquí dentro. Un poco más abajo de los raíles, bastante por encima del banco más alto, hay un par de palcos hechos de acero o algún material similar, que sobresalen de los huecos rectangulares de la pared, tapados por cortinas como las que hemos dejado atrás. Le chifla el terciopelo a esta gente.

Aunque no esté pasando nada en la jaula del centro, hay bastantes personas sentadas en los bancos, y el coloso me lleva a uno de la primera fila, justo junto a un pasillo. La gente a mi alrededor parece emocionadísima, y todos se enseñan las pantallas de sus móviles unos a otros. No entiendo qué está pasando... o lo que es peor: qué va a pasar ahora.

—¿Qué te parece el sitio? —pregunta el coloso; no sé cuándo ha sido, pero su mano y la mía ya no están juntas. Ahora no me siento tan insegura como antes, pero me fastidia igualmente no estar agarrada a él.

—Una mierda —respondo con sinceridad, a lo que él alza la comisura derecha de su boca, formando una sonrisilla ladina—. ¿Qué es esto?

—El octágono; mira, cuenta los laditos, verás que te dan ocho.

—Anda, pero si puedes ser gracioso —exclamo con sorpresa fingida—. Lo digo en serio: ¿qué es todo esto?

—Aquí es donde pasa la magia —contesta misterioso.

—¿La magia?

Como salga un tío y se saque una paloma del sombrero, juro por Dios que me voy de aquí. Aunque creo entender que el coloso habla en un sentido más sentimental... al menos, sentimental para él, porque es el único que mira hacia esa grotesca jaula gigante con tanta ilusión. La gente ni siquiera le presta atención —sigue vacía, así que tampoco me extraña—, pero al chico a mi lado le brillan los ojos cuando la ve... El coloso es grande, está fuerte que te cagas y parece todo un machote, pero tiene mirada de niño pequeño.

—Qué mono —murmuro, haciendo que reconecte conmigo y me mire con la nariz arrugada—. ¿Cuántos añitos tienes? ¿Te ha dado permiso tu mami para estar aquí siendo tan tarde?

—Tengo veintiuno, lista, ¿y tú cuántos tienes? ¿Treinta?

—Ahí te has pasado, que lo sepas... —Mi mirada de ojos entornados y asesinos le hace reír a carcajadas; me alegro de que se divierta a mi costa, aunque sea con una broma tan cruel como la que acaba de hacerme.

—¡SEÑORAS, SEÑORES, NIÑOS Y ANCIANOS, BIENVENIDOS AL MEJOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO!

El grito que inunda la sala me coge por sorpresa, y miro al centro del octágono, donde un chico enfundado en un esmoquin gira sobre sus talones sosteniendo un micro en alto. Esto es como en las pelis de boxeo, así que imagino que a lo que el coloso se refería con "la magia" no es más que un combate normal y corriente... Casi prefiero las palomas llegados a este punto.

El coloso forma mucho jaleo, aplaudiendo al tío ese del micro que ha aparecido de repente; toda la sala lo hace, y me llevo un codazo del moreno cuando miro embobada a mi alrededor, encontrándome los bancos, e incluso los palcos, hasta arriba de gente.

—¡Aplaude tú también! —me pide sonriente y eufórico. Y yo cumplo con su petición solamente por lo aturdida que estoy.

El presentador agradece los aplausos con una reverencia de lo más exagerada, que hace sonreír todavía más al coloso; no mentí antes: es mono, muy muy mono. No es un rasgo que valore normalmente en nadie, pero me da ternura verle así de emocionado. Es incluso difícil creer que sea el mismo chico de los ojos endemoniados.

De repente, la sala entera rompe a reír, creo que por un chiste o algo así que ha hecho el presentador, pero como estaba embobada estudiando al chico sentado a mi lado, pues parece que me lo he perdido... El del micrófono empieza a decir pesos, estaturas y cosas que se me olvidan al segundo que las suelta; ni siquiera ha terminado de decir datos cuando un tío aparece en el octágono con unos pantaloncitos minúsculos y ridículos, alzando las manos enfundadas en guantes más pequeños que los del boxeo. Jungkook parece aplaudirle sin muchas ganas... y no me quedaba muy claro el porqué de esto hasta que el rubio aparece también: sin camiseta, con los guantes y los pantaloncitos enanos... y se mete en el octágono.

—¡¿Tu amigo va a pelear?! —exclamo en voz muy alta. El coloso asiente, sin mirarme, y se inclina mucho hacia delante, muy concentrado y con las manos cruzadas bajo su barbilla—. ¿Qué va a pasar ahora?

—¿Tú qué crees? —suelta de forma retórica.

Entiendo que se van a pegar, pero no sé con qué motivo... Vale, que competirán y eso, ¿pero qué ganan pegándose de hostias ahí? No lo pillo. El rubio hace un montón de florituras saludando al público e incluso da un mortal hacia atrás, lo que hace que toda la sala rompa en griterío y vítores de lo más escandalosos; hasta el coloso se ha reído.

—Típico de Jimin... —murmura sonriente.

El ya nombrado Jimin (que para mí sigue siendo simplemente "el rubio"), se ajusta un poco los guantes, los cuales dejan sus dedos al descubierto, y se da un par de palmadas en los abdominales mientras da saltitos; creo que está calentando un poco o algo. En uno de sus costados puedo ver una palabra bastante grande tatuada; en su espalda y en la parte trasera de sus brazos hay más... pero no le puedo ver bien si se mueve tanto. De todas formas, no estoy aquí para evaluar sus tatuajes... En realidad no sé bien para qué estoy aquí...

El presentador parece dar ánimos a los dos chicos antes de bajarse del octágono y una campanita suena; tanto Jimin como el otro se van acercando, resguardando su cara tras los guantes y sin dejar de mover las piernas mientras dan vueltas en círculo alrededor del contrario. Creía que todo este rollo iba de boxeo, sin más, pero que yo sepa... en el boxeo no se dan patadas, y el rival de Jimin le acaba de mandar una directamente al costado del tatuaje que el rubio esquiva por los pelos.

—¿Qué coño está pasando? —murmuro impactada, pero el coloso no me hace ni caso, parece de lo más atento a todo lo que pasa dentro de la jaula.

Los chicos dan más y más vueltas, y la gente parece empezar a impacientarse; gritan, insultan y forman demasiado ruido en este espacio tan cerrado, lo que comienza a generarme bastante ansiedad. Aunque lo peor de todo llega cuando, en lo que supongo que es un descuido, el rubio se lleva un derechazo en toda la mandíbula que le hace perder un poco el equilibrio. De la impresión por ver el golpetazo, acompañado de un ruido de choque que me pone la piel de gallina y el rugido del público, me engancho otra vez al brazo del coloso sin darme ni cuenta.

—No pasa nada —asegura el chico, hablándome más de cerca para que pueda pillarle aún en medio de este escándalo—, en cuanto Jimin se centre, le hace pedacitos...

—Pero yo no quiero que nadie haga pedazos a nadie —me quejo casi sin voz. Creo que el coloso no me oye, porque ha vuelto a prestar todas sus atenciones al combate.

Estoy tan cerca de la jaula que incluso veo cómo las pequeñas gotas de sangre caen al suelo; el estómago se me empieza a revolver ante esa visión grotesca, y los chicos de dentro siguen intercambiando golpes sin descanso. Tras unos minutos llega una pausa, y sé que van a volver a hostiarse de un momento a otro porque no dejan de mirarse aún estando separados cada uno en una esquina. Como pensaba, una vez pasados unos segundos, vuelven a la carga.

—¿Cuánto dura esto? —cuestiono mareada.

—Cinco minutos cada ronda; cinco rondas —contesta de forma automática. Como estoy agarrada a él, siento la tensión de los músculos de su brazo cada vez que el rubio recibe un golpe; parece como si su cuerpo quisiera reaccionar a la pelea que está viendo.

¡¿Solo han pasado cinco minutos?! ¡¿Me quedan veinte todavía?!

No voy a soportarlo... es que no, que no, que no puedo. Me estoy mareando cada vez más, y los chicos no paran de golpearse; en un momento dado, el rubio tira al otro al suelo, y ya pensaba que eso significaba que ya había ganado y todo esto se acababa, pero para nada: siguen luchando aún tirados, siguen pegándose, se agarran, se intentan ahogar el uno al otro.

—No puedo con esto —exhalo, sin poder dejar de mirar todo cuanto pasa delante de mis ojos.

Creo que lo del suelo ha quedado en un punto muerto, porque un tío (en el que no había reparado hasta ahora, pero que da vueltas por el octágono) les separa. No tardan nada en volver a acercarse y, por tanto, en volver a reventarse el uno al otro; esto es lo más violento que he visto en mi vida. Pero si creía que la cosa no podía ir a peor, es porque no tenía ni idea de que el rubio pensaba aprovechar que su contrincante ha bajado ligeramente los guantes para dar una vuelta sobre sí mismo e impactar una patada directamente contra su cara.

El otro chico cae redondo al suelo, y tanto el coloso como yo nos levantamos al mismo tiempo; él lo hace para gritar contentísimo porque el rubio haya ganado, pero yo lo he hecho porque ese tío tirado en la lona parece haberla palmado.

Todo el mundo ruge en pos del campeón (según dice el presentador, que ha vuelto al octágono): "Park Jimin, el rookie de la noche". La gente aplaude entusiasmada cuando el del esmoquin levanta el brazo del rubio mientras que el otro chico es atendido en una esquina por un grupo de paramédicos o algo así. Una vez parece recuperar la consciencia, toda mi tensión se desvanece al entender que no está muerto... aunque lo pareciera.

Ahora entiendo de qué va esto; alguna vez lo he escuchado de pasada, pero nunca le he prestado mucha atención. Lo que estos chicos hacen es una cosa llamada MMA, por sus siglas en inglés; o lo que es lo mismo: artes marciales mixtas... Una disciplina que se basa en reventarse unos a otros usando distintas disciplinas de artes marciales... Muy bonito de ver, desde luego...

—¿Has visto? —carcajea el chico a mi lado, dándome un amistoso toque en las costillas para que le mire a él en vez de al suelo ensangrentado—. ¿Te dije que en cuanto Jimin se concentrase ganaba o no? ¿Qué te ha parecido? Ha sido un combate genial, ¿a qué sí?

—Voy a.... Voy a vomitar.

El pasillo al que me ha traído el coloso da vueltas, el coloso da vueltas, el techo da vueltas; todo da vueltas.

—Relaja ya el cuello y deja de intentar mirarte los pies, que así la sangre no te vuelve al cerebro —murmura preocupado.

—N-no nombres.... No digas la palabra sangre —le pido, luchando contra la sensación que me dice que voy a desmayarme.

—Respira, respira y deja la mente en blanco; ya verás que se te pasa.

—Esto es horrible —musito de forma lastimera, dejando que me manipule como a una muñeca de trapo, manteniendo mis piernas en alto mientras me abanica con un panfleto—. ¿Cómo se puede divertir nadie con esa carnicería? ¡Se estaban matando!

—No se estaban matando, Sonje —niega ofendido—; esto es un arte.

—¡Coño, claro! ¡Lo mismito que el David de Miguel Ángel acaban de hacer ahí fuera! —masco cabreada, mirando la luz blanquecina del techo que cae sobre este pasillo vacío.

—No lo pillas; esta disciplina es la más completa, pero también la más dura, de ahí que sea un arte. No es solo... pegarse sin más, es comprender cada matiz de ti mismo y del rival y luchar en consecuencia.

—No me vas a convencer, coloso —niego agobiada. Todavía puedo ver cómo la sangre caía al suelo mientras se seguían pegando; eso no es arte ni es nada.

—¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? —se dice a sí mismo, sentándose al lado de mi cuerpo derrotado; parece como si la paliza me la hubieran dado a mí—. Por ejemplo, si un artista domina la pintura, la escultura y la arquitectura, ¿no le hace eso mejor que uno que solo pinta?

—¡Yo qué sé! Habría qué ver qué coño pinta y esculpe.

—Sonje... —suspira, ocultando una sonrisa bajo la palma de su mano.

Creo que empiezo a estar un pelín mejor, por lo que me incorporo poco a poco hasta quedarme sentada a su lado y apoyar la cabeza contra el frío cemento de la pared.

—Oye... ¿tú vas a tener que hacer eso? —cuestiono un poco preocupada. Ahora sé por qué tenía el cuerpo lleno de heridas y marcas de golpes el día que vino a mi estudio para que le tatuase, y es estúpido preguntarlo, pero me gustaría oír un no rotundo.

—¡Claro! —responde resuelto, bajando la mano para mirarme—. Llevo muy poco haciéndolo, pero... aunque perdí, conseguí muchas apuestas, y eso es bueno. —Cada vez que creo entender un poco lo que pasa, el coloso dice algo y vuelve a ponerlo todo en duda—. ¿Cómo te encuentras? ¿Mejor?

Giro la cabeza para volver a mirarle y me encuentro con su expresión aliviada; creo que le he dado un susto antes al ponerme blanca como un folio y decirle que iba a potar, por eso mismo me ha traído al pasillo de los vestuarios. Pero ahora que la sangre ha vuelto a circular por mi cabeza y no me noto a punto de desmayarme... puedo fijarme un poco más en todo lo que me rodea; aunque lo único que me rodea ahora mismo es él. Su flequillo largo esconde parte de sus ojos y mandíbula, y el contraste del negro profundo de su pelo y lo blanco de su piel se me antoja muy atrayente; tanto o más que esas pequeñas manchas rojizas de sus mejillas o de sus...

—Mucho mejor —exhalo a destiempo, observando sin querer la curvatura redondeada de su nariz y el pequeño arco marcado de su labio superior—, muchísimo mejor...

—¡Ya está aquí el líder indiscutible de la noche, chavales! —La voz del rubio suena con demasiada fuerza gracias al eco que crean las paredes del pasillo, y Jungkook se levanta de inmediato para recibirle con un abrazo.

—¡Buen trabajo, hyung! —le hace saber con una sonrisa de orgullo enorme.

—Estoy a nada de conseguir un patrocinador; a nada, Jungookie, puedo sentirlo —carcajea felizmente, a pesar de tener la cara hecha un mosaico de colores verdes y rojos—. Eh, ricura, ¿qué haces ahí tirada?

—Se ha mareado un poco —explica Jungkook por mí, ofreciéndome una mano para ayudarme a levantarme, que acepto al segundo.

Tira tan fuerte de mí que en nada me encuentro de pie en medio de los dos chicos; un poco descolocada, le miro pensando para mis adentros si pondrá tanta fuerza e ímpetu en todo lo que hace...

—¡Hay que celebrar que he ganado y que tendré patrocinador en nada! Esta noche no se duerme, chicos —anuncia el rubio, extendiendo sus brazos por los hombros del coloso y los míos.

No entiendo mucho de qué va ese rollo del patrocinador, pero lo que si pillo es que yo sobro aquí si van a irse a celebrar la victoria del tal Jimin.

—Yo mejor voy tirando; es muy tarde y tengo que pedir un taxi o algo.

—¿Taxi? ¿Qué dices? —bufa el rubio, apretando más su agarre sobre mi hombro—. Tú te vienes con nosotros. Déjame que te compense la mierda que te han hecho pasar mis compañeros; no quiero que te vayas con mal sabor de boca de aquí. Además, también es mi manera de disculparme por el día que tuvimos que seguiros a tus amigas y a ti, ¿te parece?

—B-bueno, pues no sé si... —sin acabar mi frase, mis ojos suben a los del coloso, que se me queda mirando tan impactado por la invitación del rubio como yo misma estoy.

—Claro, quédate —murmura—. Solo si te apetece, quiero decir... No es ninguna amenaza ni obligación ni nada de eso, pero si quieres...

—No tengo nada mejor que hacer, supongo —musito como una verdadera gilipollas; lo he dicho como si tuviera quince añitos, con la boca pequeña y evidente temblor en la voz. De verdad que me desespero a mí misma a veces...—. Vaya, que sí, que me quedo y eso... Que acepto.

Muy bien, ahora lo he reiterado como si les estuviera haciendo un favor. Los dos chicos no parecen mirarme como si creyeran que soy una imbécil, así que supongo que no les habrá sonado tan mal como a mí.

El tal Jimin da una palmada en el culo del coloso antes de ponerse en marcha (qué suerte tienen algunos) y mientras que Jungkook me anima a seguirles, saco el móvil y mando mi ubicación al grupo que tengo con mis amigas...

Solo por si acaso...




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Hello, amores!

¿Qué tal habéis pasado la semanita de espera? Espero que este capitulillo os haya pillado con ganas, porque, como habréis podido comprobar, la cosa se ha venido calentita.

Hoy no quiero dejaros mil cuestiones ni párrafos interminables, así que solo os preguntaré si os ha gustado lo mucho que espero que lo haya hecho <3 En el capítulo de la semana que viene, eso sí, tendré preguntar para aburrir, porque claro, la noche sigue, amigas...

Hasta dentro de unos días!

Py <3<3

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