𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐝𝐞 𝐧𝐢ñ𝐨𝐬 || Me...

By misscorvina

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En donde; Megumi tiene una relación amorosa con una chica de su secundaria. En su momento, esta relación fue... More

Amor de niños
Sin tiempo
Llegada
Coincidencia
Disgusto
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Dolor
Amor
Unión
Cambios
De nuevo
Tacto
Disfrute

Extraños

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By misscorvina

Deslizaste tus manos sobre el vestido que usabas, eliminando las pequeñas arrugas que se formaron por estar sentada. Giraste tu cuerpo hacia el carro de tu abuelo, pues acababas de bajar de ahí. Inclinaste tu cuerpo dentro de la parte trasera del auto, la parte superior de ti siendo lo que entró. Estiraste tu brazo para alcanzar tu bolso. Una vez lo tenías en mano, lo trajiste hacía tu abdomen. Lo sostuviste firmemente. En un movimiento rápido sacaste tu cuerpo del carro y cerraste la puerta al salir por completo.

—¿Preparada para tu graduación?— preguntó tu abuelo, observándote con amor. Te ofreció su mano, buscando que entrelazaras la tuya con la de él. Te encogiste de hombros. Pusiste tu mano con lentitud sobre la de tu abuelo con delicadeza. Las yemas de tus dedos haciendo contacto con su palma. —Oh vamos, alégrate un poco. —alentó.

—Intentaré. —sonreíste débilmente. Comenzaron a caminar; su mano sosteniendo la tuya.

—Esa es mi nieta. —se alegró. Declinó su cabeza hacia el costado, haciendo un choque cariñoso de cabezas entre tú y él. Como él lo llamaría: "Colisión de cocos".

Habían pasado dos semanas desde tu ruptura con Megumi. Tal y como él prometió, no lo volviste a ver desde ese día.

No creíste que fuese a ser tan doloroso, pero simplemente lo subestimaste. El martirio apareció especialmente en los primeros días, ya que su ausencia te afectó bastante. De acariciarlo casi cada día, a ni siquiera verlo; estaba claro que te afectaría.

Megumi y tú se convirtieron en extraños.

Extraños que conocen los secretos del otro. Extraños con recuerdos del otro. Extraños que disfrutaron del sabor del otro.

Que extraños extraños son ustedes, ¿eh?

Y lo digo con todo el valor de la redundancia.

—Si quieres pásame tu bolsa, cariño. —tu abuelo sugirió. Ya habían llegado al salón del evento. Él estaba sentado en la parte que le tocó a tu familia, tu asiento a su lado. Era una mesa grande, así que otra familia compartiría ese lugar junto a ustedes. Originalmente, este estaba destinado para la familia Fushiguro, ya que ustedes lo pidieron así. Sin embargo, ahora estarían solos.

Él continuó. —¿Por qué no vas y nos consigues algo de beber? —dudó. Le entregaste tu bolso. Puso tu bolso sobre su regazo.

—Está bien. —asentiste. Te alejaste de la mesa con el objetivo de llegar a la zona de aperitivos.

Pasaste a las demás familias. La pista de baile también en el proceso. Llegaste a un sitio lleno de estudiantes como tú. Aunque, estos devoraban todo lo que tenían enfrente. Pues, la mesa de aperitivos estaba repleta de deliciosos manjares, y todos tenían el objetivo de probarlos.

Inconscientemente los juzgaste con la mirada. Para tus ojos, se veían como animales salvajes que acababan de cazar a una presa después de no haber comido por días. Al meterse los aperitivos a la boca, los chicos lo hacían con una desesperación alarmante. No les importaba manchar su ropa y cara con tal de disfrutar de esa manera.

Pero ya cada quién.

Alejaste tu vista de menuda escena y te dirigiste a las bebidas. Tomaste un vaso y vertiste ponche de frutas en este. Después agarraste un agua embotellada.

—¡Oh, Akiyama-san! ¡Hola, hola!— te saludó un compañero de tu salón.

—Hola, Yuko-kun. —respondiste sin mirarlo. Acomodaste la botella de agua entre tus brazos. En una de tus manos sostenías el vaso con ponche.

—Te ves muy linda, Akiyama-san. —deleitó. Sus mejillas estaban coloradas. Finalmente llevaste tus ojos a él.

—Gracias. Tú también te ves bien. —regresaste el cumplido. Retomaste el paso, de vuelta a tu mesa.

—Fushiguro es un idiota. —habló a tu espalda. Giraste en tu propio eje.

—¿Qué?

Se sorprendió al notar que lo escuchaste. —Oh. Umh.

—¿Por qué dices que Fushiguro es un idiota?— cuestionaste con el ceño fruncido. Él se removió en su lugar.

—Es un idiota porque te dejó, Akiyama-san. Lo que muchos darían por estar contigo... y él simplemente lo desperdició.

—No. Las cosas entre él y yo no fueron así. No hables si no sabes bien lo que ocurre, Yuko-kun. —regañaste. El ponche se sacudía en el vaso mientras hablabas.

—Pero, Akiyama-san, perdiste todo tu brillo estas últimas semanas. ¿Crees que nadie lo notó? Todos asumimos que fue porque te dejó.

Te dejó, pero no a la vez.

Te dejó en la escuela, sola. Sin embargo, ambos dejaron la relación. La palabra 'dejar' puede ser utilizada de diferentes maneras en sus circunstancias.

—Las cosas no ocurrieron como tú u otros creen. El final de mi relación con Fushiguro es un tema entre él y yo. Así que por favor, no lo llames cosas que no es. —finalizaste. Te sentiste tranquila al dejar eso claro.

Escuchaste que el plástico del vaso que cargabas rechinó. Puesto que, al enfrentarte a Yuko sobre Megumi, comenzaste a apretar el recipiente por el enojo. El sonido salió cuando relajaste tu agarre.

—Lo- Lo lamento, Katsuki-san. —bajó su cabeza en modo de reverencia.

No sabías que él y tú ya estaban en las bases de primer nombre.

Aún así, te desagradó.

—Akiyama-san. —corregiste.

No es que el chico sea malo, ni nada. No obstante, el que no sea Megumi quien lo pronuncia lo hace lastimoso.

Asintió débilmente, aún en la reverencia. —Akiyama-san. —repitió.

—Mhm.

Te limitaste a tararear como respuesta. Reacomodaste lo que sostenías, y fuiste de vuelta a tu mesa. Suspiraste. Lo último que querías era pensar en tu ex-novio, pero las cosas simplemente no dieron como querías.

Tampoco es como que siempre pasen como quieres.

Ya comenzabas a acostumbrarte a ello.

—¿Y cómo está la abuela, abuelito?— alguien preguntó, era la primera vez que escuchabas esa voz.

—Oh, está muy bien. Hoy no pudo asistir por unos pendientes que tenía, pero con mucha salud, ya sabes. —rió tu abuelo.

¿Tu abuelo?

¿Qué hace tu abuelo respondiendo preguntas de alguien más que lo llama abuelo?

Eres su única nieta.

Te acercaste a tu mesa. Había un hombre alto y delgado teniendo una charla con tu familiar. Llevaba un gorro fedora en la cabeza, además de unos lentes de sol. Vestía una camiseta de vestir azul bajo un saco negro, abierto. Su pantalón haciendo juego con el saco.

El desconocido no tardó en notar tu presencia.

—¡Eaaa, mira a qué belleza tenemos por aquí!— exclamó felizmente. Extendió sus brazos hacia ti, señalándote. Tu abuelo sonrió.

—Mira, cariño, este chico fue uno de mis estudiantes hace uuuuuf. —su pupila viajó al lado contrario de su ojo al hacer la onomatopeya.

Si que fue hace mucho tiempo, entonces.

—Ah, hola, ¿señor...? —dejaste inconcluso.

—G. S. —completó.

—¿G.S.?

—G.S. —asintió. —Ese soy yo.

—Mucho gusto, G.S.-san. —hablaste con dificultad.

De verdad era raro llamar a alguien por lo que parecen iniciales.

—También es un gusto, Akiyama-san. ¿O es que puedo llamarte Katsuki?— dudó con amabilidad.

—Oh- umh. Como usted guste, G.S.-san.

—Oh, bien. Entonces Katsuki-san será. Así es como te llama Megumi, ¿no es cierto?

—¿Disculpe?

—Ah, perdóname, perdóname. No lo mencioné antes. Soy familiar de Megumi-kun. Vine a acompañarlo a su graduación. —informó con los pulgares arriba.

¿Megumi está aquí?

—¿Akiyama-san?— una voz cuestionó detrás de ti. Giraste hacia esa dirección, dudosa.

—Fushiguro-san. —tu mirada descendió al piso al terminar de hablar.

Él de verdad estaba aquí.

Megumi estaba aquí.

—¡Megumi-chan, me alegra ver que no te atoraste en el escusado!— G.S. bromeó entre risas. Tu abuelo siendo su acompañante de carcajadas.

Ni Fushiguro ni tu pronunciaron palabra.

¿Qué podrían decirse?

—Creo que el gato les comió la lengua... —tu abuelo analizó. G.S. asintió.

—Tal parece que sí. —suspiró dramáticamente. —¡PERO BUENO! Tomemos asiento que la cena se aproxima y mi panza no deja de rugir. —enunció el ya-no-tan desconocido.

—Está bien. —Megumi habló. Se alejó de ti y se sentó.

Tú imitaste su acción.

Te quedaste cabizbaja, pensando en toda la situación. Rebotabas tu pie en el piso con ansias.

Sí, habías dicho que querías verlo de nuevo.

Pero no tan pronto.

—¿Todo bien, pequeña?— tu abuelo se acercó. Puso su mano sobre tu hombro.

—Quiero irme a casa.

—Pero no llevamos ni quince minutos aquí, querida. Además, acabo de reencontrarme con mi estudiante. —él insistió.

—No me siento bien, abuelo. Por favor. —murmuraste, insegura.

La cantidad de ganas de llorar que sentías eran increíbles.

Él parpadeó con lentitud. —Okay. Vámonos.

Te levantaste de tu lugar de un salto al escuchar su aprobación. No querías pasar más tiempo ahí. La presencia de Megumi te hacía sentir de tantas maneras... el gran por ciento de ellas siendo negativas.

—¿Ya se van?— cuestionó G.S. con un mohín.

—Por desgracia mi nieta no se siente de lo mejor. Nos iremos a casa a descansar. —tu abuelo se tomó el trabajo de comentar la situación.

Megumi te observó con tristeza. Él bien sabía que te encontrabas así por él.

"Lo complicado es comprometerte con mantenerte lejos." Las palabras de tu profesor hicieron otra aparición en tu cabeza. Pues, tenías tantas ganas de correr hacia Megumi, abrazarlo y quizás hasta besarlo. Pero debías retener y comprimir tus deseos.

Ustedes ya no son nada.

Además de extraños.

—¿Ya tienes todo tu equipaje, cariño?

—Sí, abuela. Ya todo está listo.

—Oh, okay, okay. —tu abuela acomodó su cabello. —Estoy tan orgullosa de ti, mi amor. Ya te vas a la prepa. ¡Y no sólo eso! También entrarás a la escuela de hechiceros en la que tu abuelo y yo nos conocimos. —se emocionó. El sentimiento de nostalgia la recorrió.

—Lo sé. Suena a ser una buena escuela, si tanto la halagas. — sonreíste de lado al hablar. Deslizaste tu mano por tu frente, quitando el sudor que se formó ahí.

—¡De verdad que lo es! Ademásss, quizás ahí conozcas a tu futuro amorcito. —tu abuela levantó y bajó las cejas, juguetona. Tu sonrisa se esfumó.

—No lo sé, puede ser.

—Suenas indecisa.

—No lo estoy, abuela.

—Claro que lo estás. Mejor ve a tomar aire fresco para refrescar un poco esa mente tuya. Sé que es difícil dejar de pensar en ese jovencito que era tu novio, pero debes continuar. —destacó. Colocó sus manos en su cintura. Te miraba, expectante a tu respuesta.

—Sí, tienes razón.

Saliste del salón de la casa de tus abuelos. Metiste las manos en los bolsillos.

Días atrás ocurrió tu catástrofe de graduación.

Aún no logras superarla.

Abriste la puerta de la entrada. Te sentaste en el escalón que da la bienvenida a tu hogar, justo antes de la puerta. Cerraste la entrada a tu espalda, y te recargaste en ella. Trajiste tus rodillas a tu pecho, y las abrazaste.

Jamás te habías sentido así.

Todas tus sonrisas eran forzadas. Muchas de tus palabras sonaban planas, sin emoción. Un constante vacío en tu pecho te aniquilaba. Había puntos en donde ni la aflicción de vivir te acechaba. Sólo sabías que existías por el simple hecho de seguir respirando.

Tenías ojeras en los ojos. Los finales de cada lado de tu esclerótica, lo que rodea tu pupila, está manchado de rojo. Tu piel ahí ha sido tallada tan frecuentemente —por secar tus lágrimas— que ya es parte de ti. Esas pequeñas marcas en los costados de tu mirada son la garantía de tu sufrimiento.

El sonido de una respiración te sacó de tus pensamientos.

Alzaste tu rostro, curiosa ante lo oído. Pelaje negro, grueso, y despeinado. Ojos amarillos, con un poco de rojo en ellos. Un triángulo, del mismo tono rojizo que sus ojos, estaba plasmado en su frente. Dientes filosos, pero no mostraban amenaza. Era un perro, con una apariencia similar a la de un lobo.

Tal animal irradiaba energía maldita. Como nieta de hechiceros jubilados, heredaste el agudo sentido de ellos. Poder ver, sentir, y luchar maldiciones.

Sin embargo, este perro no muestra signos de maldad.

—¿Hola?— pronunciaste. No lograbas identificar si sentías temor o curiosidad.

El pelinegro solo te observó. Bajó la parte inferior de su cuerpo en su lugar. Se sentó frente a ti.

—Eres muy lindo. —sonreíste con ternura. Elevaste tu brazo. Lo llevaste al perro con lentitud. Pusiste tus dedos frente a su nariz, pidiendo su aprobación para acariciarlo.

El animal olfateó tu mano. Sentiste la humedad de su nariz en tus yemas. El perro bajó la cabeza. Te dio acceso. Con una mueca alegre, pusiste tu mano sobre su pelo.

"Es un shikigami..."

Pensaste, comprendiendo un poco más sobre tu nuevo amigo. El perro se movía para tener más contacto contigo; le agradaba tu calidez.

Shikigamis, seres creados a través de la energía maldita de su usuario.

Habías escuchado sobre ellos, pero jamás habías tratado con uno.

El perro se levantó repentinamente. Alejaste tu mano como reflejo. El pelinegro se sacudió. Te miró una última vez, y emprendió su camino.

De regreso a donde sea que esté su dueño.

La cola del animal se movía de lado a lado con felicidad. Sus patas avanzaban a un ritmo creado por sí mismo. En un par de segundos, el perro había desaparecido.

Suspiraste, el singular animal mejoró tu día.

¿Pero cómo no lo haría?

Megumi lo envió para revisarte. Pues, quería asegurar tu protección. No obstante, él no notó que lograste ver su creación. Su objetivo era vigilarte con su animal, ya que tú no podrías verlo. De igual manera, él no logró saber que su plan falló.

Puesto que, ninguno de los dos conoce su más grande similitud.

Que ambos pertenecen al mundo de la hechicería.

2

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