SACRIFICE โ”โ” divergente.

By queenvics

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SACRIFICE
00 | INTRODUCCIร“N
01 | โ› No hay vuelta atrรกs โœ
03 | โ› Advertencia โœ
04 | โ› Nueva regla โœ
05 | โ› Nada bueno โœ
06 | โ› Desastre โœ
07 | โ› Digna โœ
08 | โ› Algo no anda bien โœ
09 | โ› Debilitante โœ
10 | โ› Diferente โœ
11 | โ› Martirio โœ

02 | โ› Vianna โœ

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By queenvics

02
❛  VIANNA ❜


          CUANDO SALIÓ DEL LUGAR, mezclada en todo ese gentío Osado como si siempre hubiera pertenecido allí, la mirada de Jeanine fue lo último que visualizó.
La condenaba con sus coléricos ojos, manteniéndose en esa firme y derecha posición que tanto la caracterizaba, pero hundiéndose en una ira llameante.

Vanessa, al contrario de sentirse temerosa o intimidada, le sonrió cínicamente. Después de tanto tiempo, aquello se sentía como un escape. Un aire de libertad que por mucho había anhelado.

Jeanine ya no tenía nada que ver con ella, y eso la hacía sentir muy bien.

Con respecto a sus padres, se había llevado la expresión que proyectó en su mente. Lo esperado. Su madre, con lágrimas rodando por sus mejillas, sosteniéndose el pecho, actuando como si le doliera. Y su padre, en cambio, con un semblante severo, mirándola incrédulo y casi enervante. La castaña había sentido un deje de tristeza en su pecho, pero ya nada podía hacer. Ella ya no pertenecía a esa familia.

De igual manera, no tuvo tiempo de pensar demasiado. Porque cuando quise darse cuenta, ya se encontraba corriendo libremente por las calles, siendo animada por los demás.

Una genuina sonrisa se extendía por todo su rostro, dejando que el aire desarme su cabello atado, y deshaciéndose de su chaqueta azul.

Se sentía demasiado bien.

Habían comenzado a trepar para llegar al tren. Vanessa los había visto en numerosas ocasiones anteriormente, por lo que no le resultó muy difícil. Pronto llegó el momento de subirse, que fue cuando las cosas se complicaron un poco más.

Junto con otros iniciados, compartió una mirada desconcertada. Otros osados le gritaron que suban, de la manera en que se les haga posible.

La castaña comenzó a correr, aún sin saber cómo hacerlo exactamente. El tren iba a una velocidad alucinante, y frente a ella unos cuantos lograron sostenerse de las manijas para impulsarse.

Bien, solo debía copiar lo que ellos habían hecho.

Respiró con fuerza, sus brazos comenzaban a doler, y las piernas empezaban a quemarle. Se dificultaba. Claramente,  en Erudición no priorizaban para nada el entrenamiento físico, por lo que, no era novedad que luego de unos minutos de correteos ya sienta su cuerpo cediendo ante el cansancio.

Eso debería cambiar.

Una mano se extendió frente a la chica, y ni siquiera miró de quien se trataba, solo se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Lo siguiente que supo fue que su cuerpo fue impulsado hacia adentro, y acabó sobre el suelo del tren, intentando recuperar el aire a grandes bocanadas, sintiendo sus pulmones arder.

Alzó la vista, luchando contra los cabellos rebeldes que se le atravesaban.

Una chica de piel morena, cabello azabache corto, y pómulos marcados, la observaba con cansancio. Sus respiraciones también eran agitadas, y se la notaba igual o más exhausta que ella.

—Gracias. —soltó Vanessa, asintiendo.

La oji-marrón le sonrió por lo bajo, mientras negaba, restandole importancia. Se dejó caer contra la pared del vagón, y pronto se sentó. —Soy Christina. —a su lado, una joven de cabellos rubios trastabillaba con los pasos, hasta caer al suelo, sentándose también. Sus prendas grises y su aura de timidez la delataron. —¿Y tú cómo te llamas?

La ex erudita la reconoció al instante. Se trataba de nada más ni nada menos que la hija de los Prior.

—Beatrice. —respondió casi inaudible, con una mínima sonrisa nerviosa.

La castaña la observó con más detalle. Le llamaba la atención el hecho de que una abnegada pueda elegir a Osadía como su próxima facción. Y no pudo evitar preguntarse qué le había llevado a tomar esa decisión.

Muchas veces escuchó a sus padres decir que lo mismo había sucedido con Tobias Eaton, el supuesto hijo de Marcus. Según los rumores, el joven sufría severos maltratos de su padre, por lo que, cuando tuvo oportunidad de marcharse, eligió volverse un osado.
Nunca supo si era verdad, jamás había visto a ese tal Tobías.

Y a pesar de que lo más probable era que solo sean especulaciones de Erudición con el fin de perjudicar a Abnegación y su candidatura, se preguntaba si algo así había ocurrido en la familia de Beatrice para que ella decida irse. Nunca se había interesado realmente en la basura que hablaban sus padres, si debía ser sincera.

Las dos chicas frente a ella la observaban, expectantes.

—Vanessa. —soltó ella, con una recta sonrisa en su rostro. Retrocedió para recostarse contra una esquina del vagón.

—¿A dónde nos dirigimos?

La rubia miró a Christina. —Seguramente a la sede de Osadía.

La castaña asintió, coincidiendo. Cerró los ojos, dejando que el ruido del viento nuble los pensamientos que atiborraban de forma molesta su consciencia.

Quería un momento de tranquilidad.















[...]



















—¡Están saltando!

La voz de Christina sobre el rugido del viento la sacó de su quietud. Se levantó disparada hacia una de las puertas del vagón, y observó.

Su corazón comenzó a latir frenéticamente. Metros más adelante, todos saltaban del tren a una de las terrazas que había frente a ellos. La distancia desde los vagones hasta el destino era una bastante pronunciada, cosa que le estaba colocando los pelos de punta. Muchos de ellos caían sobre el borde, para luego empujar hacia arriba, y otros impactaban de lleno contra las piedras de la azotea.

—¡No saltaré!

Christina, Vanessa y Beatrice observaron a un joven de Cordialidad quejarse sonoramente, mientras sus orbes despavoridos se humedecían con lágrimas.

—¿Qué pasa si no saltamos? —un alto castaño inquirió hacia su compañero. Ambos venían de Verdad.

Éste le observó burlón. —¿Y tu que crees? Te quedas sin facción. —sonrió divertido, antes de posicionarse sobre otra de las puertas. —Buena suerte, Al.

—Hagámoslo al mismo tiempo. —pidió la de cabello corto, observando a las otras dos jóvenes suplicantes. —¿Bien?

Vanessa asintió, aún no muy convencida. —Está bien, a la cuenta de tres.

Caminaron hacia atrás, para tener más impulso. La castaña arrugó la tela de sus pantalones entre sus dedos, liberando la tensión.

Uno. Si le colocaba fuerzas, probablemente llegaría al borde de la terraza.

Dos. Debía hacerlo, no tenía otra opción.

Tres. Ahora o nunca.

Corrió, sus brazos moviéndose velozmente a la par de su cuerpo. El viento pegando abiertamente en su rostro. Y los nervios trepando hasta la bilis.

Saltó. Por un momento, permaneció en la nada. Fue inútil cuando intentó sostenerse de algo, porque solo se trataba de ella y la vista de aquella azotea que ahora mismo se hacía lejana. En esa fracción de segundos, su cabeza maquinó un sinfín de situaciones donde se proyectaba fallando y muriendo en el intento.

Pero fueron pensamientos insípidos.
Puesto que pronto sintió impactar contra las puntiagudas piedras del suelo. Y jamás imaginó que aquella sensación de dolor la haría sentir tan bien, tan aliviada. Porque eso significaba que lo había logrado.

Jadeó cuando rodó sobre el suelo. Sus brazos desnudos seguramente estaban llenos de cortes y raspones. Ni hablar de sus rodillas, que ahora mismo ardían como el mismísimo infierno.

Cuando se recompuso, lo primero que hizo fue divisar a Chris y Beatriz a su lado, también intentando recuperarse de aquella caída tan trágica.

Las tres se encontraban arrodilladas, asimilando todo el dolor que sucumbía sus cuerpos. Segundos después, las dos últimas explotaron en sonoras carcajadas, mientras se observaban con incredulidad. Vanessa se les unió.

Jamás se había imaginado haciendo esto. Sin embargo, aquí estaba, con el labio cortado y el cuerpo magullado a raspones, pero satisfecha.















[...]
















—Si no tienen las agallas para saltar, no deberían estar en Osadía.

Eric es uno de los líderes, según su presentación. Su contextura física era fornida, demasiado típica de un osado. Él llevaba piercings y tatuajes por toda la piel que mostraba, y su mirada era aversiva para con los iniciados.
Se encontraba de pie al borde de la terraza, donde detrás de él se abría un extenso abismo. Había explicado que para ingresar a esta facción, debían saltar al vacío.

—¿Hay agua o algo en el fondo? —sondeó Will, mostrándose preocupado.

Vanessa recién lo notaba. Recordó que Will, quien también era un erudito anteriormente, había elegido Osadía. Nunca había tenido una conversación con él realmente, sólo lo conocía de vista y pocas veces se habían saludado por amabilidad.

—Cuando saltes, lo averiguarás. —sonrió Eric socarronamente. —¿Quién será el primer valiente?

La castaña suspiró, limpiando la sangre que seguía saliendo del corte en su labio. Un silencio sepulcral había inundado el ambiente, y todos compartían asustadizas miradas entre sí. No sé ofrecería para ser la primera, no tenía ganas de lidiar con lo que eso le pueda traer en un futuro.

—Yo lo haré. —soltó Beatrice.

Varias burlas por parte del chico que estaba con ellas en el tren resonaron entre los jóvenes, cosa que le indicó a Vanessa el grado de idiotez que éste último cargaba. Por unos segundos deseó que él no pase las pruebas, pues sería un martirio tener que lidiar con sus bromas y burlas pesadas.

Luego de un rato, la chica saltó. La castaña prestó atención a que no se oyó ningún sonido de impacto ni quebradura, por lo que -al parecer- Beatrice estaba bien.

No quería pensar mucho. Simplemente no. Estaba en Osadía y punto, debía obligarse a ser valiente y enfrentar las cosas de la forma en la que aquí lo hacían.

—Yo sigo. —habló, intentando sonar segura.

Eric la observó, enarcando una ceja. Su mirada era burlona. Más se corrió hacia un lado, dándole espacio.

Ella subió al borde, notando que allí abajo había una especie de hueco negro, que hacía invisible lo que sea que estuviese en el fondo. La altura era abismal, y apretó los dientes para evitar echarse hacia atrás.

Cerró los ojos, con sus manos frotando sobre sus pantalones. Y ni siquiera contó hasta tres, cuando se volvió una misma con el vacío.

Todo se volvía rápido, pequeño. Su larga melena nuevamente sucumbía ante el control del viento, el cual aullaba en sus oídos de una forma placentera. En esos instantes, su cuerpo se asemejaba a una fina pluma cayendo hacia la nada.

Y aquella sensación que se abría en su pecho, una mezcla de adrenalina y temor, acabó. Algo bajo ella la sostuvo, haciéndola rebotar varias veces. Sus manos tantearon aceleradamente la superficie, para distinguir una red.

Sonrió, lo había hecho una vez más. Los latidos retumbaban con fiereza en su interior, amenazando con salir de éste en cualquier momento. Vanessa jadeaba, el aire se le había ido por esos segundos.

Pronto algo la movió de su lugar. Un peso más en aquella red, lo que la hizo voltear, intentando enderezarse. Entre las hebras de sus cabellos, divisó un par de manos extendidas en su dirección, y no dudó en tomarlas. La tiraron hacia abajo, y entonces fue capaz de verlo.

Él, ahora, había tomado su cintura, para alzarla y posicionarla sobre el suelo. Las rodillas de la joven flaquearon, y tuvo que volver a sostenerla para que se estabilice.

Era de piel trigueña, cabello castaño, y duras facciones. Sus ojos hazel la miraban interrogantes, recorriendo cada rincón de su rostro. Fijó la vista en su labio cortado, y Vanessa se sintió intimidada.

Él era muy apuesto.

—¿Cual es tu nombre? —preguntó, con un tono grave.

Ella respiró, las palabras habían desaparecido mágicamente.

No quería llamarse Vanessa, ya no más. Todo era tan nuevo, y el hecho de seguir implicando su nombre de siempre la remitía al pasado por alguna razón.

Ya no era una erudita. Ahora pertenecía a Osadía.

Él enarcó ambas cejas, esperando una respuesta.

Oh, en verdad es lindo, pensó fugazmente.

—Vianna, soy Vianna. —contestó, asintiendo con el atisbo de una sonrisa.

Él la observó, una vez más escaneó sus rasgos. A la castaña le agradó la forma en que sus orbes se movieron sobre su semblante.

—Muy bien. —él también le brindó una sonrisa. Se volteó entonces. —¡Segunda saltadora: Vianna!



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