Entre Joy y Nueva York (AQS #...

Door BeastDramaQueen

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Joy Finlay es descuidada, desprolija, despistada y una pésima cocinera. Vive su vida un día a la vez, odia la... Meer

Advertencia
Prólogo.
Capítulo 01
Capítulo 02.
Capítulo 03.
Capítulo 04.
Capítulo 05.
Capítulo 06.
Capítulo 07.
Capítulo 08.
Capítulo 09.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Epílogo.
Agradecimientos.
Extra N°1.

Capítulo 14.

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Door BeastDramaQueen

Las náuseas me levantan a las cuatro de la mañana. Corro hacia el cuarto de baño y vacío mi estómago revuelto en el retrete olvidándome por completo de no despertar a Liam.

Me siento asqueada, sin fuerzas y cada arcada se lleva un poco de mi vitalidad demostrándome una y otra vez que mi cuerpo poco a poco se está dejando vencer.

—¿Joy?—me limpio la boca cuando escucho a Liam despierto. Trago grueso y regreso a la habitación donde encuentro las luces encendidas y a mi hombre medio desnudo buscándome con el rostro cargado de sueño. —¿Otra vez estás vomitando?

—No es nada, seguro me calló mal la cena—me encojo de hombros. —Regresa a dormir.

Niega con su cabeza.

—Ven a la cama, hace frío—observo por el gran ventanal de nuestra habitación y aunque afuera los copos de nieve son cada vez más, no siento frío en absoluto.

—Se me quitó el sueño, amor. Tú duerme, yo iré a la cocina a prepararme algo.

No sé si es mi sonrisa lo que lo convence pero termina cediendo y dejándose llevar por el sueño otra vez recostando la cabeza en la almohada. No tarda mucho en comenzar a roncar en voz baja así que aprovecho para apagar las luces y salir de la habitación.

Todavía tengo náuseas pero no quiero que vuelva a despertar. No tengo más opción que regresar a mi antigua habitación encerrándome en ese baño a terminar lo que había comenzado hace poco.

Cada día que pasa es un día de martirio más. Los dolores de cabeza, las náuseas, los vómitos e incluso los sangrados nasales han comenzado a ser cada vez más y en mayor cantidad hasta el punto en que llegué a pensar lo mejor es visitar a un médico cuanto antes.

Respiro profundo levantándome del suelo, sacando la cabeza del retrete. Como el cabello me da en el rostro trato de levantarlo en una coleta cuando una tos seca me toma la garganta. Toso cuanto puedo y cubro mi boca con mi mano, luego tomo un pedazo de papel y termino de piedra cuando veo que hay sangre en él.

—¿Qué demonios?—susurro asustada. Me observo al espejo, la sangre en mi mano me lleva a tener temblores espantosos mientras soy consciente de que la enfermedad avanzó hasta este punto tan atroz. En mi reflejo veo las ojeras que se han formado y no puedo creerlo, no puedo siquiera pensar en que esto esté pasando porque para mí es demasiado pronto.

Las lágrimas comienzan a formarse en cuestión de nada, no soy consciente de que termino arrodillada en el suelo hasta que siento el frío calando por mis huesos.

Sé que hace tiempo dije que lo aceptaría, que estaría de acuerdo en morir siendo joven y que no iba a intervenir de ninguna manera pero ahora con Liam todo es diferente y yo... yo necesito más tiempo a su lado.

Termino abrazándome a mí misma, reconfortándome pues sé que nadie más podría hacerlo. Nadie más conoce mi dolor ni las penurias que estoy pasando, nadie jamás comprendió mis decisiones porque no sabían los motivos que me llevaron a tomarlas y justo ahora me arrepiento porque en verdad necesito... necesito un abrazo.

Respiro profundo varias veces, trato de calmarme y termino lanzando el papel con sangre hacia el retrete para luego presionar el botón que se lo lleva lejos de mi vida. Me miro al espejo, yo tomé esta decisión hace tiempo atrás y aunque las cosas hayan cambiado ahora sé que mi destino no cambiará porque mi tumor resultó inoperable desde el día uno en que lo descubrieron.

No tenía sentido hacer ninguna quimio o radiación, perder mi cabello, mis fuerzas y mi vida yendo de un tratamiento a otro cuando nada habría resultado y terminaría teniendo siempre el mismo diagnóstico. Esto fue lo que me llevó a irme lejos, a tomar las riendas de mi vida y visitar todo que siempre quise.

Y puedo darme el lujo de decir que al menos moriré con mis sueños cumplidos. Es más de lo que podría decir la mayoría de las personas que trabajan toda su vida y terminan en el mismo lugar sin haber disfrutado del dinero que tenían. Yo cumplí mis sueños, yo viví lo que más pude y cuando me llegue el momento de partir estaré tranquila con mi decisión así me duela en el alma tener que dejar a Liam.

Creo que esta es la peor parte de todo esto porque nada se habría complicado de no haberme enamorado de él. Yo estaría trabajando y seguramente disfrutando del tiempo que me queda pero en lugar de eso estoy aquí pensando todos los días en cuándo será el último día que mire el amanecer.

Aquello me recuerda a que de niña solía ver el amanecer con mis padres, los tres sentados en el gran campo verde que teníamos en casa. Nos quedábamos ahí por horas, incluso a veces mamá preparaba un desayuno y lo ponía en una canasta.

Suspiro, quiero llorar cuando pienso en mis padres. Los extraño demasiado y es ese sentimiento de vacío lo que me lleva a tomar un abrigo de mi maleta junto a mi cuaderno especial. Me coloco las botas para lluvia y salgo del apartamento sin hacer ruido al notar que no falta mucho para que sean las cinco de la mañana.

El pasillo luce vacío, no se escucha ni un solo sonido y trato de no hacerlos yo para no llamar la atención mientras abro la puerta de la escalera para poder subir a la terraza. En este edificio la terraza tiene una piscina que ahora se encuentra cubierta pero al llegar ahí supe que mi presentimiento no se había equivocado y que en verdad tenía una vista maravillosa.

Todo está a oscuras todavía pero las luces de los edificios al frente y los que rodean el nuestro le dan una vista espectacular. Es como si fuera mágico ese momento cuando sabes que todos están durmiendo a tu alrededor y solo eres tú, el único con los ojos abiertos.

Me pongo a cubierto bajo el poco techo que queda y termino sentada en el suelo abrazando mi cuaderno. De color rosa y algo abultado, mi cuaderno es lo único que me ha acompañado todos estos años en los que creí estaba completamente sola.

Lo abro disfrutando de todo lo que he ido recolectando a lo largo de mis viajes, todas aquellas postales, los boletos de avión y las fotografías que me tomé, siempre la misma posición pero con un fondo diferente.

Supe que lo primero que quería hacer con este libro era crear una especie de recreación de la misma fotografía en diferentes lugares y lo logré. Con las piernas cruzadas sentada en la primera mesa de la fila, con una copa de vino entre las manos y de fondo el foco principal del lugar donde estuve. La torre Eiffel, el Gran Reloj de Londres, la torre de Pisa, la pirámide de Giza, el Templo de Afrodita... lugares preciosos, únicos que tuve el placer de conocer, lugares que recorrí en la espera de mi muerte y todo para finalizar mi viaje en Nueva York, aunque aquí encontré lo que me faltó en cada uno de mis viajes: amor.

Un aura de nostalgia me llena el pecho y las lágrimas me hacen recordar lo feliz que fui alguna vez estando ahí, lo mucho que disfruté y lo bello que habría sido vivir esto con Liam.

Una vez odié los planes, pero con él adoraría hacerlos.

—¿Qué estás haciendo aquí, loca?—levanto la mirada encontrándome con el ceño fruncido de mi hombre. Está temblando, trae en sus manos una manta y me observa como si en verdad ya hubiera perdido la cabeza. —Hace un frío de los mil demonios y tú aquí, tranquila sentada.

—Quería ver el amanecer—me encojo de hombros y le hago un lugar junto a mí al que acude sin pensarlo demasiado. —¿Cómo me encontraste?

Niega con la cabeza.

—Sabía que tus locuras algún día te traerían aquí—responde. Liam pasa por mis hombros la frazada y luego se abraza a mi cintura buscando calor. —¿No pudiste ver el amanecer desde nuestro gran balcón?

Ahora es mi turno de negar.

—¿No te parece una vista mágica?

—No, lo que me parece es que vas a pescarte un buen resfriado, eso me parece—responde algo molesto.

Tomo su rostro y beso sus labios por solo unos segundos para luego obligarlo a mirar hacia el frente.

—Cierra la boca, olvídate del mundo por unos segundos y solo disfruta de la vista—susurro. —Olvídate del frío, de la hora, de los planes que tienes para hoy. Detente solo un momento y observa todo lo que siempre ha estado al alcance de tus manos pero jamás fuiste capaz de contemplar.

No digo nada más al notar que se ha quedado maravillado viendo lo mismo que yo. Quizás no sea mucho, pero todos necesitamos alguna vez detenernos y ver el mundo con otros ojos. Olvidarnos de lo malo, de la envidia y lo cruel que puede ser el mundo para concentrarnos un poco en la belleza de lo natural, de lo puro, de lo que a veces damos por sentado pero que en un abrir y cerrar de ojos se puede escapar entre nuestros dedos. Algo que tenemos pero jamás pensamos que lo fuéramos a perder.

Debemos disfrutar de lo bello de la vida, de lo hermoso que es haber nacido con el don de tener todos los sentidos intactos para poder disfrutar de la naturaleza que tanto nos ha dado y de la que nos hemos olvidado con el paso del tiempo siempre enfocándonos en obtener lo material, malgastando nuestros dones buscando tenerlo todo cuando en realidad todos terminaremos en una fosa, sin importar si somos ricos o no, todos terminamos el camino de la vida de la misma forma aunque existen esas personas que fueron capaces de detenerse solo un momento y... y simplemente mirar.

—¿No te parece hermoso?—pregunto deslumbrada por el amanecer que está asomándose.

—Es bastante lindo aunque yo suelo tener una vista mucho más hermosa cada mañana—dice, restándole importancia al asunto.

—¿Qué puede ser más hermoso que esto?

—Tú—afirma.—Desnuda enredada entre mis sábanas, con Nueva York de fondo, la vista más hermosa de todas siempre serás tú.

Sus manos toman mi rostro de la forma más suave y dulce posible para darme el beso más romántico que he experimentado en toda mi vida. He tenido buenos momentos, pero en mi lista de favoritos la mayoría lo tienen a él como protagonista.

—Bueno, no hay mucho con lo que pueda discutir eso—respondo sonriendo sobre sus labios. Apoyo la cabeza sobre su hombro disfrutando un poco más de la vista cuando él me quita el libro de entre las manos.

—¿Qué es esto?—pregunta sin abrirlo.

De repente tengo un presentimiento en el centro del pecho que me quita unas cuantas lágrimas, uno que no augura nada bueno para mí, que despierta en mi mente el pensamiento de que tal vez me iré de este mundo sin haberle dado nada que me pertenezca, algo con lo que pueda recordarme y aquello me hiere.

—Ábrelo—le digo con la garganta cargada de emociones.

Liam lo abre, observa con detenimiento y una sonrisa marcada en sus labios cada página hasta que ve las fotografías una detrás de la otra.

—¿Por qué tienes la misma pose en todas estas?—pregunta con el ceño fruncido.

Una sonrisa se forma en mis labios.

—Porque pensé que en algunos años cuando regrese a esos lugares podría recrearlas siendo un poco más vieja—comento riéndome de mi propia ironía. —Además, así recordaría donde dejé un pedacito de mí exactamente.

—¿Un pedacito de ti?—él no entiende nada.

—Cuando dejé a mis padres por primera vez, tomé papel y lápiz en el aeropuerto y escribí una frase que oí alguna vez—susurro recordando mis primeras travesías.—Entonces al tomar la primera fotografía pensé que además de recrearlas luego de unos años podría revivir cada uno de esos momentos y volver a leer aquella frase que quizás en unos años más habrá de tener otro significado.

—¿Y qué hiciste con eso?—pregunta interesado por completo en mi historia.

—Rompí ese papel en distintas partes y las oculté una e cada país al que visité, en el lugar donde la fotografía fue tomada con la excusa de que algún día tendría que regresar—susurro.

Mi voz se quiebra al final porque sé que no seré capaz de hacer eso, no podré revivir dichas fotografías porque estoy segura de que no me queda el suficiente tiempo para ello. Y aunque yo lo sé, Liam no y por eso sonríe mirando de nuevo las fotos.

—Entonces tenemos que planear un viaje para ir por ese pedazo de papel ¿no crees?—menciona emocionado. —Sería divertido.

No le respondo y solo hablamos de mis viajes un poco más hasta que el sol está en su punto. El reloj en su mano derecha le avisa que ya está a nada de su horario de entrada y ni siquiera ha sido capaz de desayunar por quedarse a conversar conmigo.

—Bueno, tenemos trabajo, linda, vamos—se pone de pie y me ayuda a hacerlo mientras no borra la sonrisa de su rostro.

—Yo... ¿Crees que pueda tomarme el día libre?—mi pregunta lo hace fruncir el ceño y detener sus movimientos. —Iré al doctor, yo... no me he sentido muy bien y no sé si pueda faltar al trabajo hoy para...

—Me parece perfecto que vayas, amor—dice tomándome por los hombros un poco aliviado.—Tómate todo el tiempo que quieras y si te desocupas, pasa por la oficina a contarme cómo te fue y de paso almorzamos ¿qué dices?

Liam besa mi frente y me entrega el cuadernos el cual le regreso.

—Quiero que tú lo tengas—digo ante su mirada sorprendida.

—¿Por qué?

—Porque me gusta que tengas algo mío contigo, algo para que siempre me recuerdes—susurro.

Tengo un nudo horrible en la garganta mucho más al verlo rodar los ojos si el perderme para él no fuera una posibilidad.

—No existe forma humana posible para que yo me olvide de ti—responde. Niega con su cabeza y para no darle más vueltas al asunto él pasa su brazo por encima de mis hombros mientras caminamos de regreso a nuestro apartamento.

La hora de su entrada al trabajo se acerca y por eso corre una vez dentro para darse una ducha y poder vestirse. Por mi parte me tomo el tiempo de prepararle un desayuno rápido ahora que las cosas no me salen tan horribles pero solo llega a tomarse el jugo pues el sándwich lo toma con la mano vacía para comerlo por el camino.

—Te quiero—dice sobre mis labios.—Te cuidas y me llamas ¿vale?

Le doy un último beso antes de que él salga del apartamento recordándole lo mucho que lo quiero.

Cuando la puerta se cierra se instala en mi pecho la usual presión que me impide respirar aunque ahora va acompañada por el temor que tengo a la cita con el doctor. Trago grueso, observando el reloj noto que estoy a nada más que una hora de mi cita así que es mi turno de prepararme.

Nerviosa y sin pensarlo demasiado me alisto recordándome que no importa lo que pase hoy, continuaré siendo fiel a mi decisión, fiel al deseo de no intervenir.

Desayuno y me cambio sin tener un pensamiento claro para luego encontrarme en la calle buscando un taxi. Por todo el trayecto soy consciente de las personas que pasan a mi alrededor y me resulta increíble como nos cruzamos todo el tiempo con personas que quizás van a morir en una hora, en semanas o en meses y no conocemos. Pienso en cómo el tiempo pasa demasiado deprisa sin darnos posibilidad a que siquiera nos demos cuenta de todo lo que pasado, de todo aquello a lo que hemos pertenecido.

El coche se detiene frente al Hospital Mercy y yo solo puedo apretar mi bolso contra mi pecho durante todo el trayecto por los pasillos hasta la sala de oncología donde me dicen que mi turno es el siguiente, que he llegado a tiempo. Y qué irónica es la vida porque creo que llegué a todo, menos a tener el tiempo correcto.

Sentada sola en esa sala de espera soy por fin consciente de lo que mi enfermedad les hace a las personas. Algunas ya calvas por completo, otras al punto límite de su cuerpo y finalmente veo a las personas que están como yo, iniciando este viaje sin retorno que nos dará una muerte horrenda a casi el 70% de las personas presentes.

Soy pesimista, demasiado diría yo.

—Joy Finlay—trago grueso cuando veo a la enfermera de traje rosa pronunciar mi nombre y buscarme entre los pacientes en la sala de espera. —El doctor está listo para verla.

Resulta incómodo decir que yo no, que no estoy lista para visitar oncología con solo veintiocho años pero de todas maneras me pongo de pie en silencio siguiéndola por todo el trayecto del pasillo que parece más el corredor de la muerte con los colores tan opacos que usaron como pintura.

Creo que si al menos van a dedicarse a dar malos resultados toda su vida como profesionales, deberían de escoger colores más vivos para sus salas.

La mujer me deja frente a la puerta que se abre a los pocos segundos dejando ver a un hombre del doble de mi edad. Resulta increíble pensar que él vivió más tiempo del que seguramente tendré. Increíble, absurdo y demasiado injusto.

—Mucho gusto, señorita Finlay. Mi nombre es Víctor Harrison y...

—Tengo cáncer—le corto. Observo que mis palabras no causan nada en él, seguramente porque todo el tiempo lo escucha. —Fui diagnosticada con un gliosarcoma inoperable hace años y...

No puedo continuar hablando, la lengua se me traba y de repente tengo la garganta seca junto a un dolor de cabeza que no me deja ni pensar.

El doctor me toma del brazo y me introduce a su consultorio cerrando la puerta detrás de mí. Me deja en el asiento mientras él rodea su escritorio para mirarme fijamente.

—¿Hace cuánto de esto? —pregunta con el ceño fruncido.

—Hace cuatro años.

—¿Tuviste algún tratamiento antes? Algo de quimio, radiación, intravenosas...

—No, nada—digo en voz baja. —Solo... me convencí que olvidarme de la enfermedad era lo más fácil.

Veo en su rostro que no está para nada de acuerdo conmigo.

—¿Y viene para una revisión? No entiendo, su estado hace cuatro años era un tumor inoperable, no entiendo como sobrevivió tantos años sin ningún tipo de ayuda—dice confundido.

Trago grueso recordando que no le mencioné todo y que omití lo más importante.

—Cuando me diagnosticaron estaba en fase uno—murmuro con el ceño fruncido tratando de recordar algo más.—Dijeron que era inoperable pero que tal vez con quimio y radiación podría tener más años pero habría perdido la posibilidad de tener hijos, de planear mi vida y... y todo habría terminado más rápido de lo pensado.

—Así que jamás se sometió a nada—dice el doctor mirándome con lástima. Se toma unos segundos para debatir en silencio pero finalmente suspira.—Bueno, no tenemos más opción que realizar todos los estudios ahora y ver en qué punto de la enfermedad se encuentra.

Hago todo lo que me dicen, voy de un lado al otro sin quejarme, me meto en todas las máquinas que quieren incluso en una que me asusta a más no poder. En momentos como éstos es donde más me arrepiento de haber escogido hacer esto sola porque se siente horrible estar aquí dentro sin tener a nadie que me acompañe o me de la mano, sin que nadie me diga que todo estará bien aunque no sea cierto.

Me guardo las ganas de llorar y todos los sentimientos encontrados que tengo mientras duran los análisis, voy a que me saquen sangre y pierdo toda la mañana haciéndome estudios para terminar finalmente en el mismo consultorio con el mismo doctor.

Las noticias no son buenas, no son necesarias las palabras para saberlo pues su rostro me lo dice todo y sé que no hay nada bueno en mis exámenes. Eso lo aprendí de papá, a leer las emociones en los rostros de los demás. Él es bastante bueno en eso.

Y ahora todo se siente en pausa. Como si al salir de aquí la vida recobrara otro ritmo otro sentido pero dentro de estas cuatro paredes que poco a poco comienzan a encerrarme me siento demasiado angustiada y nerviosa.

—Lo siento tanto, señorita Joy—comenta el hombre negando con su cabeza mientras sostiene una placa de mi cerebro entre sus manos para verla a contraluz.

—¿Qué sucede?—pregunto sin saber de dónde provino la valentía para abrir la boca.

El hombre se pone de pie y deja la placa en una pared blanca que es ilumina al encender las luces. No sé qué pretende mostrarme pero por el pesar en su rostro sé que debo prepararme para lo peor.

—Efectivamente tiene un gliosarcoma inoperable en esta zona—susurra apuntando. —Ha crecido, bastante y... lo siento mucho, pero el cáncer ha hecho metástasis al estómago y riñón. Esto significa que lo que antes fue considerado de fase uno, ahora se encuentra en fase cuatro.

Miro la placa y no puedo moverme, no puedo hacerlo simplemente porque me niego a creer todo lo que está diciendo.

—¿Qué?—es lo único que soy capaz de decir.

—Usted se encuentra en fase terminal—asegura mirándome fijamente. —Y no le queda mucho tiempo. Dentro de poco los síntomas se tornarán agresivos, seguramente perderá el cabello en cuestión de pocos días y llegará un punto donde no podrá ni siquiera hablar. Señorita Joy, usted debe tomar la decisión de internarse ahora mismo, tiene que dejar que la ayudemos a atravesar este duro proceso para...

Y me veo, me veo siendo una niña sonriente que iba con su padre al trabajo cada que él quería llevarla. Me veo siendo la niña de los ojos de mamá, siendo la amiga incondicional y alocada de Ciara en la Universidad, me veo siendo la novia de Liam y también amiga de Sarah.

Me veo a mí misma y no puedo creerlo.

—¿Cuánto tiempo?—pregunto con la voz entrecortada.

—Unas seis, tal vez siete semanas cuanto mucho.

La barbilla me tiembla. De repente me siento perdida y abrumada, siento que tengo los oídos tapados y que no puedo ni siquiera respirar con facilidad. Veo al hombre frente a mí tomarme de los hombros, veo que habla pero no escucho nada pues tengo en mi mente que solo viviré por seis semanas más.

Tengo seis semanas más para disfrutar del amanecer, de mis amigos, de mis padres. De un buen libro, de unas películas con Liam antes de dormir acurrucados en su cama. Seis semanas para visitar el mundo, para no volver a ver un mañana y por primera vez desde que me enteré, tengo miedo.

Tengo miedo de morir porque quiero más tiempo para mí.

Termino en el suelo llorando a mares, llorando por todo lo que me perderé, por todo lo que abandonaré pero más que nada por las personas que me perderán en seis semanas y no tienen ni idea. Pienso en mis padres, en lo difícil que será para mamá enterrar a su hija porque se supone que son los hijos quienes deben enterrar a sus padres y no al revés. Pienso en mis amigos, en Liam, en lo doloroso que será para él perderme y regresar a un apartamento vacío cargado de recuerdos.

Los destruiré y no sé cómo protegerlos contra eso.

Tengo poco tiempo para hacer muchas cosas pero ahora mismo solo necesito de una.

Sacudo la cabeza saliendo del trance encontrándome con el doctor y una enfermera de pie frente a mí mirándome con pesar. No digo una sola palabra solo me pongo de pie y comienzo a caminar hacia la salida.

Olvido todo, ni siquiera tomo las indicaciones que quieren darme solo busco la salida de aquel hospital respirando profundamente cuando me encuentro afuera. Y veo a las personas pasar, veo que me miran pero nadie sabe que están viendo a una persona que morirá en poco tiempo, que no transitará más por este mundo y... y no puedo con tanto.

No sé hacia dónde camino, no sé en quién refugiarme así que corro. Disfruto de la brisa que tengo golpeando mi rostro mientras corro lo más que puedo en la dirección que me lleva directo hacia la única persona capaz de apaciguarme un poco el dolor que cargo en el alma.

La gente me observa, ven mis lágrimas, me ven abrumada y solo me dejan pasar a su lado sin preguntar qué sucede y realmente no me importa porque tengo un nudo atravesado en la garganta a sabiendas de que pronto moriré.

Llego al estacionamiento, estoy temblando del frío, de los nervios que tengo pero ahora mismo no quiero entrar, no puedo. Lo único que hago es dejar que el llanto me empape el rostro y solo me queda abrazarme a mí misma mientras me grito que no tengo el valor para contarle la verdad. No puedo hacerlo...

—¿Joy?—bajo la mirada cuando siento que alguien se acerca a mí por detrás. Es cuestión de segundos para ver a Haynes de frente observándome con el ceño fruncido dejando caer su café al suelo. —Carajo, ¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien?

Aquella pregunta desata una ola de emociones que no soy capaz de soportar. Me quedo sin aire, no puedo respirar y termino temblando con la boca abierta haciendo sonidos extraños por el ataque de pánico que me inunda en esos momentos.

Haynes no sabe qué hacer y por eso me toma de los hombros. Me mira preocupado, no tiene idea de lo que sucede y sé que no le caigo bien pero de todas formas me pide que respire con tranquilidad.

—Inhala y exhala, es solo un ataque de pánico que pasará pronto si haces lo que pido—dice buscando mi mirada. Hago los ejercicios con él durante unos minutos hasta que finalmente se siente más tranquilo.—¿Qué te sucede? ¿Quieres que llame a Liam?

—¡No!—digo de inmediato. Los dientes me castañean, miro a mis costados y aunque quiera, no soy capaz de dejar de llorar. Me aferro a su chaqueta con las manos temblorosas y me aferro solamente porque juro que podría caerme si no.

—Entonces dime qué te ocurre—responde preocupado. —Habla Joy porque llamo a Liam para...

—Tengo cáncer—afirmo dejándolo completamente callado.

—¿De qué coño hablas?—dice confundido. Haynes niega con su cabeza y se aferra más fuerte a mis brazos. —Joy...

—Voy a morir en seis semanas—por primera vez lo digo en voz alta y carajo, esto se siente cada vez más real. —Tengo cáncer y moriré en seis semanas, Haynes.

Algo me duele profundamente en el pecho, algo que incluso él lo siente pues acuna mi rostro contra su pecho dejando que lo abrace con fuerzas y así lo hago, me aferro a la única persona que lo sabe todo sintiéndome un poco más acompañada.

El dolor me ahoga y sé que esto es solo el principio del fin. 

Mis bellas niñas, es momento de ir preparando los pañuelos porque la verdad es que ésta novela se llevará el premio mayor. 

Nos leemos pronto, mediten, cuiden su salud y a los demás, sean responsables y los veré de nuevo en pocos días. 

Los amo, A.

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