Especificaciones: Escribir un anécdota de suspenso/terror sobre una religión. La religión puede ser real o inventada desde cero.
Ganador 1
Sin título
—Capitán, ahora que hemos terminado la misión en el planeta Xuexi, pido permiso para emborracharnos—dijo seriamente Marco.
—Permiso concedido, nos lo hemos ganado—respondió el Capitán.
Al escuchar esas palabras toda la tripulación de la nave Kaiser24 dio un grito de alegría y comenzaron con la honrosa tarea de beber hasta perder la consciencia.
Ya estando ebrios, Marco tomo la palabra.
—¿Saben que deberíamos hacer? Ir al planeta Laoshi.
—¿Para qué?, dicen que están locos, su religión es muy rara—respondió María.
—La idiosincrasia de ese planeta es muy diferente a la nuestra—añadió
personajesecundario.
—Por eso mismo, dicen que hacen orgías todos los días, y tienen drogas tan potentes que te hacen sentir que te mueres—insistió Marco.
—Orgías todos los días—dijo impactado Gabriel, que era el mas joven de la tripulación.
—Bueno, ¿quién se apunta? —pregunto Marco.
—Apuntadísimo— respondió inmediatamente Gabriel.
—Yo también voy—Dijo el Capitán.
—No vaya Capitán, es un planeta de perdición— Advirtió personajesecundario.
—Pues justamente hoy quiero perderme.
—Así se habla Capitán, ¿te apuntas María? —dijo marco
—No, me quedo aquí en la base, solo tengan cuidado por favor.
Así fue que tomaron la nave, y partieron al planeta Laoshi, a dos horas luz de distancia.
En el camino continuaron bebiendo e imaginando la clase de fruiciones que habría en el planeta.
Era de noche cuando llegaron a la base interplanetaria de la capital la cual estaba iluminada únicamente con luces moradas, olía a canela y se escuchaba un canto. Los recibió un hombre con una túnica morada.
—¿Que los trae a Laoshi?, nuestro bello planeta—pregunto el morado
—Orgías—grito Gabriel.
—Drogas—dijo Marco sonriendo.
—Perdición—vocifero el capitán.
—Están en el lugar correcto.
Detrás llegaron tres grupos de tres personas, cada grupo con una túnica de diferente color.
*Gabriel*
El hombre de túnica morada le indico que fuera con los que tenían túnica roja, lo cual hizo. Le pusieron una túnica ídem, lo llevaron a un cuarto muy iluminado, donde había una vaca, un toro y una vaca de metal. Los tres Rojos dijeron al unísono:
"Para ser un Laoshi rojo de verdad y disfrutar orgías a diario, debes de saber dar y recibir, sin importar la situación, fornicarás con la vaca hasta acabar, después te meterás en la vaca de metal y dejarás que el toro te penetre hasta que él acabe". "Es eso o morir".
Gabriel comenzó a llorar, no quería hacer nada de eso, pero no iba a morir. Cumplió con la consigna, horas después se unió una orgia y la disfruto hasta desmayarse.
*Marco*
El hombre de túnica morada le indico que fuera con los que tenían túnica azul, lo cual hizo. Le pusieron una túnica ídem, lo llevaron a una cocina, donde había un recetario, y muchos ingredientes.
Los tres Azules dijeron al unisonó. "Para ser un Laoshi azul y disfrutar de las drogas, debes tener un cuerpo saludable cocinar lo que tu cuerpo necesite para alcanzar la homeostasis, de esa manera las drogas lo alteraran de manera idónea, el camino del Laoshi azul es largo pero satisfactorio". "Es eso o morir".
—Pero que mierda—grito Gabriel— yo me largo.
"Muerte entonces"
Los tres azules lo sometieron bruscamente, le inyectaron una droga muy poderosa,después de 30 segundos de inmenso placer, Gabriel murió.
*El Capitán*
—Tú ya estás perdido, ve con los Laoshis de túnica blanca—dijo el morado.
Me pusieron una túnica blanca, me llevaron a un abismo.
"Para ser un Laoshi blanco debes mirar en el abismo, y el abismo debe mirar en ti, los Laoshis blancos no estamos vivos, somos eternos, para ser eterno hay que morir". Me dijeron al unisonó.
Me senté en frente del abismo, no sé cuanto tiempo lo vi, pero deje de sentir mi cuerpo, olvide quien era, no sabía donde estaba, no era nada y era eterno.
Ganador 2
Dios del Silencio
Te han elegido los ancianos desojados. Un día eres joven y escuchas de las tradiciones de tus abuelos. En aquel entonces te producía fascinación las leyendas vivientes de la Isla de Pascua, acerca de cómo habían habitantes catalogados como "arrastragrilletes". Aún recuerdas las últimas palabras de tu padre: «Mucho antes de que te arranquen los ojos, debes iniciarte como todo un adulto, y para ello debes entregarnos tu audición». Ese mismo día tu raquítico abuelo, pese a su nula visión y su constante arrastrar de piedras, tomó la cara de él, tu padre había ascendido y se entregaba a la sordera.
Pero hoy te aterra, sabes que tu padre no ha sido el mismo desde entonces, es solo uno más entre los aletargados caminantes sordos. Abren tu puerta, pero lo sabías ya por el tintineo de oxidadas cadenas que han ido intensificándose. Palpan tu cabeza hasta hallar tu cara, sientes esas callosas y áridas manos hasta que dan con tus oídos, y comprueban que en efecto tus tímpanos aún son vírgenes. Les devuelves un beso en su palma, comprenden que estás preparado.
Sabes que el voto de sordera es lo que mantiene productiva a la población: no hay ninguna familia que no desee tener un pariente sordo (o sordo y ciego). Pasaste tantos años alimentando a tus abuelos ciegos, poseyendo así un status de prestigio incuestionable. Empiezas a sudar. Lentamente te colocan apretados grilletes en los tobillos; con el tiempo adelgazarán tus músculos lo suficiente como para que ello no sea un problema.
Mientras te preparan no haces más que orar en tus pensamientos. Procuras arduamente a Belzo prosperidad para tu esposa que espera un hijo. Le pides que nazca sordo, y que no te quite la memoria tras la ceremonia. Después de todo, tuviste suerte en presenciar el nacimiento de la primogénita sorda de tu mejor amigo; estuviste ahí para ver el cincelado empírico del Maoi sin orejas, el agradecimiento al dios Belzo por el mayor milagro del archipiélago.
«Sé fuerte en el silencio» dice tu esposa, que se despide acariciando tus lóbulos. Todo indica que te convertirás en un próspero arrastragrilletes. Sales al templo de la aldea, custodiado de ambos brazos y tomas asiento delante de la mayoría de ancianos desojados, entre ellos tu madre. Todos arrodillados alrededor del altar en honor al dios, que a su vez es la silla por la que han pasado generaciones antiquísimas. El más anciano de todos toma con lentitud su bastón, y lo golpea contra la tierra cuatro veces, antes de sujetar con fuerzas tu pelo. La inconfundible vibración proveniente del suelo es la señal que todos aguardaban: dejan de afilar las estacas del silencio.
Y así, aprietas tus ojos como nunca. Lo penúltimo que oyen tus tímpanos es la marabunta de cadenas arrastrándose hacia ti. Lo último que oyen son su propio estallido mientras son impaladas con gradual fuerza. Gritas. Es inútil: nadie te oye. Recogen tu sangre en ollas de barro. Se ha celebrado una sordera más a Belzo.
Lloras mientras tu consciencia empieza a desvanecerse. Dejas caer tu cabeza y descubres que tu adultez llegó en forma de muerte. Por el peso muerto de tu cráneo el anciano mayor libera tus cabellos y te derrumbas contra la tierra. Tu primera acción como arrastragrilletes es dirigirte instintivamente a la sala donde fabrican estacas de sordera, en donde te espera tu padre. De alguna manera sabe que eres tú. Sabe que eres un adulto.
Te ha estado esperando con su olla, su sangre y otros fluidos de tu tímpano diluidos en agua. Con ese fermento cierras la idiosincrasia de celebración. Pasas a ser una leyenda de las islas.