Pandora (EN PAUSA)

By Jota-King

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Primera entrega. ¿Qué ocurre si un día descubres que has vivido bajo la sombra de un engaño? Tu mundo en frac... More

Notas del autor.
Prefacio.
Pequeña traviesa.
Decisiones, el llanto de una madre.
Necesidad.
Indiscreción.
A 30 días del final.
Planes futuros.
El placer del deseo.
Cercanía lejana.
Solo un segundo basta.
Un regalo inesperado.
Nunca es tarde como piensas.
¿Dónde está Pandora?
Tras la tormenta no hay calma.
Una drástica decisión.
No siempre la sangre llama.
Un sueño hecho realidad.
Libertad.
Absurdo descuido.
La decisión de Leila.
Regocijo en el corazón.
Como torre de naipes.
Un nuevo día.

No creas que será fácil.

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By Jota-King

Ocho años atrás.

Ya en el estacionamiento de la clínica, Leila nuevamente dudaba respecto a la decisión que había tomado. Observaba los vehículos estacionados y la poca gente que caminaba por el lugar, dilatando con ello descender de su automóvil y sentir el frío del lúgubre ambiente, creyendo que con dejar pasar los minutos encontraría la manera de disipar sus dudas. Y aunque uno de sus miedos era el no tener un porvenir que darle a la criatura que llevaba en su vientre, producto de la situación económica que estaban atravesando, en el fondo de su corazón, su temor más grande era el asumir su embarazo, no tenía manera alguna de darle aquella noticia a Quentin.

Tenía claro que éste no lo comprendería, muy por el contrario, sentía que el revelarle esa noticia sería el equivalente al fin de su matrimonio, y eso era algo que debía evitar a cualquier costo. Un precio elevado que no estaba del todo convencida de pagar, pues la moneda de cambio para mantener su matrimonio era la vida de aquella inocente criatura que se gestaba en su vientre. Descendió de su automóvil y se dirigió a la recepción de la clínica, con más miedo en cada paso que la acercaba al lugar. El frío del gélido estacionamiento subterráneo no se comparaba al frío que recorría por completo su cuerpo, invadida por el miedo e incertidumbre.

Sin darse cuenta, sus pasos la tenían frente al mesón de recepción preguntando por el doctor José Luis Campos, su médico de cabecera. Tuvo que aguardar unos minutos antes de reunirse con él, pues se encontraba en una junta médica, la que ya estaba por finalizar. El médico en cuestión llevaba años siendo parte de la familia, cuidando de sus enfermedades, monitoreando los cuidados de los embarazos de Leila, asistiendo sus partos. Sabía todo lo que tenía que saber respecto a la familia. Incluso lo inimaginable.

Sin embargo, no estaba preparado para escuchar lo que Leila estaba a punto de decirle. No era algo que precisamente un médico como él esté acostumbrado a oír de parte de una paciente en su condición, pero Leila creía que comprendería su petición dado los años que llevaban juntos y la confianza mutua. Tenía la esperanza que José Luis era la persona idónea para ayudarla en ese complicado momento por el cual estaba atravesando.

Finalmente lo veía caminar por el pasillo hacia la sala de espera. Su corazón en ese instante aceleró sus latidos, sentía que sus pulsaciones se elevaban al punto de dejarla sin aliento, y como un flash de una cámara fotográfica su mente le repetía una sola pregunta, ¿es lo correcto? Sus dudas con aquella hostigante pregunta se acrecentaban, sembrando nuevamente la duda en si debía estar ahí para pedir semejante “favor”. Pero era tarde ya, sin darse cuenta José Luis se paraba frente a ella, extendiéndole la mano para saludarla.

Rápidamente Leila se reincorporaba de su asiento, saludándolo y evidenciando un estado de alteración y nerviosismo, lo que José Luis notó de inmediato. Sabía que las cosas en su matrimonio no estaba bien, pero a su vez también estaba consciente de que Leila no recurriría a él para buscar un consejo, por lo menos aquel día. Leila jamás recurrió a él cuando se encontraba de turno en la clínica, siempre lo hizo cuando éste se encontraba libre, lo que le daba a entender que algo fuera de lo común estaba ocurriendo.

—¿Y cuéntame Leila, que te trae por aquí? Por cierto, lamento la difícil situación por la que están atravesando, fue sorpresa para mí enterarme de ello por la prensa.

—Gracias José Luis, lamento llegar así sin avisar, pero me urge hablar contigo. —Leila se notaba perturbada en demasía, por lo que el médico no perdió tiempo alguno y se dirigió junto a ella a su oficina. Ya en el lugar, ambos tomaban asiento junto al escritorio del médico, quien sin rodeo alguno lanzaba la pregunta de rigor.

—Te noto muy preocupada y acongojada Leila, ¿sucede algo malo? —El médico intuía que nada bueno saldría de aquella visita inesperada, por lo que su mente ya comenzaba a ponerse en el peor de los escenarios.

—Perdón que llegue sin avisar, pero tengo un problema enorme y necesito de tu ayuda.

—Pues tú dirás, ¿en qué puedo ayudarte? —Su voz no era la de una persona convencida de hacer esa pregunta, y aun abstraído se levantaba de su asiento en busca de un vaso de agua, el cual le extendía a Leila.

La conocía demasiado como para no darse cuenta que ella no estaba segura de lo que diría, o más bien, no sabía cómo abordar el tema en cuestión. Luego de beber casi en su totalidad el agua, finalmente decidía a hablar abiertamente.

—Estoy embarazada José Luis. —Le informaba Leila, bajando la mirada y entrelazando entre sus manos aquel vaso casi vacío, notoriamente nerviosa.

—Tu postura corporal me dice que de esto Quentin no tiene la menor idea. —José Luis posaba sus codos sobre el escritorio, mirándola fijamente al tiempo que entrelazaba sus manos. Por su parte Leila en todo momento esquivaba la mirada penetrante del médico, no sabía cómo continuar la conversación. —Imagino que es el motivo de tu visita.

—Necesito abortar a la criatura, —murmuraba temerosa ésta, sin darle la mirada, avergonzada por las palabras pronunciadas, las cuales claramente aun sembraban la duda de si era lo correcto.

—¿Estás segura de lo que quieres hacer?

La petición tan sincera de Leila lo tomaba por sorpresa, y se evidenciaba en sus facciones al escucharla. No comprendía cómo estaba embarazada de Quentin, ni mucho menos sus motivos para querer deshacerse de la criatura que se gestaba en su vientre.

—La verdad no, pero no tengo manera alguna de explicarle a Quentin este embarazo, tú mejor que nadie conoce los motivos. ¡Quentin no lo debe saber nunca, promete que de ningún modo lo mencionarás, por favor te lo pido! —Leila estaba altamente nerviosa, al punto de ya no controlar ni lo que decía. Frotaba una y otra vez sus brazos, movía su boca como si ésta estuviese árida como el desierto, acomodaba su cuerpo una y otra vez sobre el asiento, mientras sus ojos comenzaban a cristalizarse.

—Leila, —suspiraba el médico, intentando con aquella pausa encontrar las palabras precisas para el incómodo momento, y por sobre todo, la petición de su paciente, ya que eso era algo a lo cual no podía acceder, y Leila lo sabía— sabes muy bien que no puedo ayudarte con eso, mi trabajo aquí es salvar vidas, no lo contrario.

—¡Por favor José Luis, te lo imploro, —Leila rompía en llanto, dejando caer el vaso de sus manos— ya no sé qué hacer, si las cosas continúan así nos quedaremos en la calle, no puedo traer a esta criatura a este mundo!

José Luis se apresuraba en levantarse para recoger el vaso ante la mirada suplicante de Leila, a quien la tomaba del brazo y la hacía levantarse de su asiento solo para llevarla a uno de los sillones que tenía en la consulta. Luego buscaba en los cajones de su escritorio alguna pastilla que le ayudase a calmar el estado de arrebato de Leila, dándosela a ésta junto con otro vaso con agua.

No podía creer lo que estaba escuchando, no solo estaba embarazada, sino que lo peor de todo era que quería interrumpir aquel embarazo. ¿Qué culpa tiene aquella criatura que en el vientre lleva, de qué manera podría defenderse ante la decisión de una madre que no pensaba con claridad las cosas, ni mucho menos el crimen que pretendía cometer? Su ética profesional y su juramento le impedían realizar tamaña atrocidad, su conciencia lo castigaría hasta el último de sus días.

Sin embargo, Leila no solo era su paciente, también una buena amiga, al igual que Quentin. Había estado presente el día en que se casaron, el día en que sus hijos llegaron a este mundo, apoyó a ambos la primera vez que se separaron, siendo fundamental en la reparación del conflicto, y no hacía mucho tiempo atrás había apoyado en particular a Leila cuando ésta sospechaba, sin fundamento alguno, que Quentin le era infiel.

—Como médico, no puedo ayudarte, lo siento Leila, —le explicaba éste, sentándose a su lado mientras Leila se tomaba la pastilla dada junto al vaso con agua— sin embargo como tu amigo, como tu amigo tienes todo mi apoyo en esto. Pero no quiere decir que esté de acuerdo con tu decisión, pues considero que no es el camino que debes tomar…

—¡José Luis, —interrumpía ésta, tomándole una mano y mirándolo a los ojos— te lo imploro, ayúdame en esto! Yo sé que no estoy bien con lo que voy a hacer, pero ¿qué salida me queda?

—Decirle a tu marido que estás embarazada, afrontar la situación. ¡Esa criatura no tiene culpa alguna de lo que haces, no pretendas expiar tus culpas con su vida mujer! —Exclamaba molesto José Luis, sacando a relucir con sus palabras aquella amistad que los unía— Esto te lo digo como amigo, no como médico Leila.

—¡Entiende lo que te digo, —le alegaba por su parte ésta, levantándose del sillón y tomándose la cabeza, comenzando a caminar de un lado a otro, claramente ofuscada con la respuesta de José Luis, pues ella buscaba apoyo en él, no lo contrario— Quentin no aceptará este bebé por lo que ocurrió años atrás, no, no, no lo aceptará! Me sacará a patadas de la casa y me quitará a mis hijos, ¡yo lo sé!

—¡Tú lo dijiste Leila, eso ocurrió hace años atrás!

—¿Sabes qué? —Leila secaba sus lágrimas, y lo miraba de manera desafiante— ¡Mejor me voy, gracias por nada!

—¡Pero Leila espera, espera!

—¿Espera, qué quieres que espere, que me restriegues en la cara mis errores? ¡Vine aquí para pedirte ayuda  y tú me sales con esto!

—No lo tomes a mal, pero no es primera vez que intentas huir de tus errores. Sabes que siempre te he apoyado y ayudado con eso, pero ahora es distinto.

—¡Es mi matrimonio el que está en juego!

—¿Y por qué diablos no pensaste en eso antes de embarazarte mujer? La criatura que se gesta en tu vientre no tiene la culpa.

—¡Si sé que no tiene la culpa, pero también debieras ponerte un poco en mi lugar!

Leila no paraba de caminar de un lado a otro de forma errática mientras José Luis la observaba. Debía encontrar la manera de hacerla entrar en razón, hacerle entender que el camino que pretendía tomar no era el correcto, pero la determinación de Leila era un factor en contra.

—¡No eres el único médico en este país, allá afuera encontraré a alguien que me resuelva este problema, tú no tienes las bolas para hacerlo!

—Eso no pasa por un tema de tener o no el coraje Leila, se trata de tener conciencia y valorar la vida de un ser indefenso. Valentía hay que tener para asumir y afrontar los errores, y no tomar el camino fácil para resolverlos. —Sentenciaba con rabia éste.

—Tus sermones no vienen al caso aquí, si te estoy pidiendo ayuda es por la confianza que te tengo, de otra forma me hubiera ido a otro lado.

—¿Y creías que la confianza sería suficiente como para que yo accediera a ser parte de una estupidez tan grande como la que pretendes llevar a cabo?

—Bueno, ya que no quieres ayudarme, por lo menos dime a quien puedo recurrir, tampoco me gustaría llegar a un lado donde me ayuden de manera clandestina, y mi problema termine siendo algo peor.

—¿Cómo el que te maten mientras te operan?

—Como quieras decirle.

—Lamento no poder ayudarte Leila, pero más lo lamento por esa criatura que nada de culpa tiene en toda esta historia. Y no te preocupes, no seré yo quien le diga a tu marido lo que harás, el tiempo se encargará de hacer que seas tú quien se delate. Solo espero que cuando llegue ese día, no sea demasiado tarde.

—Gracias por tu ayuda y apoyo. —Respondía ésta de manera irónica.
—Solo procura no cometer un error del cual te falten días para arrepentirte.

—¡Mi único error fue creer que podía contar contigo y venir a pedirte ayuda!

Llena de rabia tomaba su bolso y abandonaba la oficina del médico, dándole un fuerte golpe a la puerta tras cerrarla, caminando a paso rápido y con los ojos pegados en las blancas cerámicas del suelo, dejando a José Luis anonadado y sin reacción alguna ante el comportamiento errático y fuera de lugar ante la situación, y con un grado elevado de preocupación, pues así como estaba de alterada, Leila podía cometer una locura.

Sin embargo, desistió de salir tras ella, aquello podía empeorarlo, lo mejor era esperar a que se calmara, tal vez así lograría pensar las cosas con mayor claridad y entrar en razón, podía cometer un error del cual se arrepentiría el resto de su vida, pues dado el escenario financiero que atravesaban en este momento, Leila no estaba pensando con claridad. Incluso este embarazo era una oportunidad para que las cosas dentro de su matrimonio mejoraran.

Pero aquello era prácticamente imposible y como médico lo sabía. El error y por sobre todo, la solución que Leila intentaba darle a su problema podía convertirse en el principio de una cadena de eventos que lejos de salvar su decaído matrimonio, la acercaran a la orilla de un abismo del cual no podría escapar.

Dentro de aquella mansión, los días venideros estarían marcados por un ambiente denso entre Leila y Quentin. Éste último buscaba a través de sus abogados la manera de no perder aquel imperio que había logrado, y que veía como se derrumbaba ante sus ojos. Todo el tiempo estaba irritable, al punto que era mejor no dirigirle la palabra. Se levantaba muy temprano por las mañanas y regresaba a altas horas de la noche yéndose directo a su despacho sin pronunciar palabra alguna para seguir revisando documentos.

No tomaba en cuenta a sus hijos y mucho menos a su esposa. Su mente solo giraba en torno a su empresa y al robo por parte de Aníbal, quien dicho sea de paso, aún no era localizado. Leila cada día se apagaba más, cayendo poco a poco en una silenciosa depresión. Su mente divagaba de un punto a otro, su corazón era un mar de dudas respecto a aquella criatura en su vientre. Se sentía ahogada y sin escape.

Intentaba distraer su mente pasando tiempo con sus hijos cuando éstos llegaban del colegio, pese a que ellos poco y nada la tomaban en cuenta. Pero durante las mañanas, mientras se encontraba sumida en su soledad, se lo pasaba encerrada en su habitación intentando encontrar la respuesta que necesitaba dentro de aquellas paredes. El solo hecho de pensar en la reacción de Quentin si llegase a saber de su embarazo la aterraba hasta los huesos.

Cada noche, al encontrarse ambos dentro de la habitación, un abismo los separaba, no cruzaban palabra alguna, Quentin parecía estar molesto en todo momento y Leila simplemente era un fantasma, un cuerpo sin vida. Ni un roce se gestaba entre ambos al estar en la cama, como si fuesen dos completos extraños compartiendo el lecho matrimonial casi por obligación, a pesar de los muchos intentos fallidos por parte de ella.

¡Como extrañaba esas caricias, esos besos, esas muestras de afecto por parte de Quentin, aquella pasión desmedida y sin control, sus cuerpos sudados y jadeantes bajo las sábanas completamente desnudos y entregados al placer y el amor que sentían el uno del otro! Su cuerpo carente de aquellas sensaciones se marchitaba con el pasar del tiempo, y no encontraba modo alguno de encender aquella llama que un día hubo entre ambos.

Leila se sentía tan solo un objeto más dentro de aquella enorme mansión, uno más para la colección. Aletargada en el tiempo, dolida por sentirse solo un lastre y con la incertidumbre de no ser capaz de afrontar lo que ocurría en su matrimonio, mucho menos en su vientre. El hombre del cual un día se enamoró no era más que un vago recuerdo, al igual que la humedad en sus sábanas producto de una noche de pasión y deseo desenfrenados.

Un nuevo día golpeaba a su puerta dentro de aquella enorme habitación, en completa soledad, sumida en sus pensamientos, sollozante y temerosa, tocando una vez más su vientre. Aquella criatura no paraba de crecer y debía darle una solución a eso antes de que su vientre la pusiera en evidencia, ya que tendría que dar las explicaciones que tanto evitaba. El medio día se acercaba ya cuando sintió sonar su celular. Sorpresa para ella sería cuando al tomarlo vio en la pantalla la llamada entrante, era José Luis quien le llamaba.

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