Prisionera de Vlad Sarkov

By NatsZero

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Cuando la joven Samantha Reyes llegó a trabajar como maestra particular del hijo menor de la acaudalada famil... More

Booktrailer
I La esperanza de la familia
Casting
II Ojos prohibidos
III Cambio de rubro
IV Una tacita de café
V El valor de un minuto
VI Llámame amo
VII Cuestión de pijamas
VIII Jefe irrazonable
IX Cambio de condena
X Masaje de emergencia
XI La madre del diablo
XII Un plan tras otro
XIII Almuerzo de la discordia
XIV Demasiado breve
XV Accidentes que pasan
XVI No a las drogas
XVII Lejana libertad
XVIII En busca de un milagro I
XIX En busca de un milagro II
XX El sabor del karma
XXI De vuelta al inicio
XXII Inevitable destino
XXIII Fuga de memorias
XXIV Demasiado estrés
XXV Dulcemente perverso
XXVI El beso del demonio
XXVII Gratificaciones
XXVIII Maneras de divertirse
XXIX El padre del demonio
XXX Doble agente
XXXI Derechos humanos
XXXII Cupido negro
XXXIII Cadáver viviente
XXXIV Posesión demoniaca
XXXV Profesionales calificados
XXXVI Malos novios
XXXVII Palabras prohibidas
XXXVIII Recuerda tu lugar
XXXIX Esperanza de vida
XL Amo perverso I
XLI Amo perverso II
XLII Practica tus aprendizajes
XLIII Confiesa tu crimen
XLIV Sueños que dan insomnio
XLV Cuestión de gustos
XLVI Descansar, ni pensarlo
XLVII Intercambio comercial
XLVIII Por los viejos tiempos
XLIX ¿De quién es su corazón?
L Sueños proféticos
LI Maravillas secretas
LII Los reflejos en el pozo
LIII Habilidades manuales
LIV Sirvienta profesional
LV La que hace milagros
LVI Peticiones innombrables
LVII Anhelos imborrables
LVIII Sin vergüenzas
LIX Desobediencia
LX Dichoso castigo
LXI Hasta en las mejores familias I
LXII Hasta en las mejores familias II
LXIII Un recuerdo que no se va
LXIV Códigos de amistad
LXV Latidos de tambor
LXVI Distancia emocional
LXVII El encanto de su magia
LXVIII El nuevo trato
LXIX Llámame Vlad
LXX En evidencia
LXXI Hasta la luna
LXXII Nuevos recuerdos
LXXIII ¿Cómo hallar paz?
LXXIV El día más triste y feliz
LXXV Una estrella para ti
LXXVI Memorias del cielo
LXXVII Pequeños secretos
LXXVIII Profecía ineludible
LXXIX En busca de la libertad
LXXX Desafío supremo
LXXXI Convicciones peligrosas
LXXXII Ojo por ojo
LXXXIII El sabor del pecado
LXXXIV Eso no es deporte
LXXXV Regreso
LXXXVI Junto a los ciervos
LXXXVII En el ojo del huracán
LXXXVIII Nuevas pistas
LXXXIX Verdades a medias
XC Noche no tan buena
XCI Alimaña
XCII ¿Quién está celosa?
XCIV Frías apariencias
XCV Perversas influencias
XCVI Una vez más
Parte II
XCVII Prisionero
XCVIII Plan secreto
XCIX Un poco de luz
C El primero en caer
CI Amor mío
CII Aquella noche
CIII Nuevos aliados
CIV Cosas de familia
CV Ira y sorpresa
CVI Pacto
CVII El lado oscuro
CVIII Detective
CIX Secretos revelados
CX Todo por un sueño
CXI La última cena I
CXII La última cena II
CXIII ¿Y el postre?
CXIV Salvación
CXV Liberación
Advertencia
Advertencia 2
Epílogo
Comentarios
Extra: Descendencia perversa
Extra: Otro punto de vista

XCIII Nuevos planes

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By NatsZero

Sentado en su trono, eso pensaba Vlad del asiento de su oficina, oía los detalles de su agenda de la semana. Lo más próximo era una reunión a las tres de la tarde. Una aburrida reunión como tantas otras. No importaba. En su empresa no se movía un papel sin que él lo supiera, sólo allí todo ocurría como él deseaba y nadie obraba a sus espaldas. Allí él tenía el control.

Y cuando algo no salía como él quería, se encargaba de que el resto lo lamentara, así lo sabía muy bien Elisa, que había sufrido una considerable reducción de su salario por hablar de más. Era su responsabilidad por no haberle dicho que mantuviera su ausencia en reserva. Le descontaría sólo por tres meses, con eso aprendería.

—Ayer fue la reunión entre su padre y el grupo Inver —informó ella.

Estaba de pie junto a su escritorio, tan pulcra y perfecta como siempre. Tan bien informada como siempre.

—De los tratos con Inver se encarga mi madre ¿Por qué buscarán a mi padre ahora?

—Oí que están desarrollando un nuevo material conductor, pueden estar buscando socios. Averiguaré los detalles para usted.

No era necesario pedirle que fuera discreta, Elisa era ejemplo de aquello, salvo por el último incidente. Ni siquiera hacía ruido al caminar. Tal vez en realidad era un ninja. La idea le hizo gracia.

—¿El CEO de HCT regresó de sus vacaciones?

—No, señor. Compró un pasaje en un crucero. Estará en el mar al menos dos semanas, a menos que haya mal tiempo en el mediterráneo. En ese caso estaría de regreso en una.

Fantástica. Tal vez debía llevársela a la mansión y ponerla a investigar a sus padres. La idea volvió a hacerle gracia. Debía ser que estaba de muy buen humor. Ya se la imaginaba trabajando junto a Markus. Quizás y hasta se podían volver novios, así a la pobre mujer se le quitaría la amargura plasmada en su cara.

—Quiero que hagamos una oferta para adquirir SEVT company. Sé que HCT iba tras ellos, no se atreverán a dar otro paso con su CEO fuera. Es el mejor momento para una expansión agresiva.

Qué seductora se le hizo esa palabra. Bajo ciertos parámetros, la agresividad podía ser muy sugerente. La agresividad como motor, como impulso para la acción, como demostración de supremacía y control. Los números en su cabeza fueron desplazados por imágenes de Sam y los juguetes. Se le ocurrieron muchas ideas lujuriosas para poner en práctica por la tarde.

¿Cuándo había sido la última vez que estuvo pensando en sexo durante su jornada laboral? No lo recordaba. La idea también le hizo gracia.

La puerta de su oficina se abrió bruscamente. Ella se precipitó al interior como traída por un huracán. A Elisa se le cayeron las carpetas que sostenía y las hojas se desparramaron por el suelo. Sus reflejos de ninja habían sido completamente anulados por Antonella.

—Hola, Vlad. Usé la credencial que me diste para que nadie me ponga mala cara al venir. —Sacudió la credencial que colgaba de su cuello ante Elisa, que estaba arrodillada en el suelo recogiendo los papeles.

En su rostro indiferente se vislumbraron ciertos indicios de irritabilidad.

—Elisa, déjanos solos —pidió Vlad.

Le pareció oír un pequeño ruido atribuible a sus pisadas al salir. La puerta no hizo ninguno al cerrarse, eso estaba bien.

Antonella avanzó hacia él, con sus bronceadas piernas expuestas casi en su totalidad bajo el corto y ajustado vestido. No se reservaba nada, estaba jugando todas sus cartas para tenerlo baboso y en la palma de su mano. Y su cuerpo anatómicamente admirable y esculpido a mano era la herramienta perfecta para ello.

Se sentó en su escritorio. Una nalga quedó sobre el teclado. Tendría que conseguir uno nuevo y hacer desinfectar todo el mueble.

—Vine a invitarte a almorzar. —Puso su pie sobre el trono de Vlad, rozándole la pierna con los dedos que se asomaban por entre las tiritas de sus sandalias.

Su cuerpo soñado no era perfecto, no. Ella tenía el dedo índice del pie más largo que el pulgar. Recordaba que hubo un tiempo en que aquello le gustaba, y disfrutaba mirarle los pies, morderle los dedos, chuparlos. Así era cuando la amaba y creía que ella lo amaba a él. Se sacudió en un escalofrío. Hizo esfuerzos por contener las náuseas y lucir fascinado por ella y sus repugnantes pies de pesadilla.

—Más bien, vine para que tú me invites —corrigió ella, guiñándole un ojo.

Por supuesto que sí, si lo único que quería de él era su dinero. Y pensar que antes aquel simple gesto bastaba para empezar a ponerlo duro y para que él no escatimara en poner todo el mundo a sus pies deformes. Ahora le parecía sumamente forzado e insignificante. El Vlad del pasado era realmente estúpido su caía con eso. Sí, era mejor creer que había sido un idiota y no un hombre roto, desesperado por algo de afecto.

—Aunque… yo tengo hambre de algo más que comida —agregó ella.

Levantó la otra pierna, permitiéndole una vista privilegiada de su escasa y traslúcida ropa interior, que dejaba muy poco a la imaginación. Ni se comparaban en encanto con las pantaletas que Sam se ponía con las costuras por fuera.

—Yo no —dijo Vlad, levantándose de un brinco y cogiéndola de la mano—. Vayamos rápido a un restaurante, tengo una reunión pronto.

En su empresa él tenía el control, eso era cierto, pero así como Elisa se enteraba de las operaciones de sus padres, ellos tenían formas de enterarse de las suyas. Ellos tenían ojos y oídos por doquier. Dejó su edificio sin soltar la mano de Antonella, viéndose muy cariñoso con ella. Sus atónitos empleados creyeron que había ocurrido un milagro y temieron que se les viniera el fin de los tiempos. Algunos se persignaron, otros se quedaron pensando si la mujer era realmente una. La duda no los dejaría trabajar tranquilos.

Vlad llevó a Antonella directo al restaurante favorito de Anya. Un lugar sumamente distinguido, frecuentado por la crema y nata de la sociedad, en otras palabras, muchas amigas de su madre. Quién sabía, tal vez esa podía ser la última cena de su ex amante.

〜✿〜


Sam terminó de trabajar creando álbumes de fotografías digitales y salió de su cuarto para despejarse. Despejarse tanto como se lo permitiera la mansión Sarkov y sus pasillos laberínticos. A pocos metros de la escalera del segundo piso estaba el despacho de Anya. La puerta entreabierta le permitió oír movimiento en su interior. Se escabulló a hurtadillas.

—Sam, querida ¿Eres tú?

La mujer y sus oídos infernales la detuvieron cuando ya había bajado tres peldaños. Se devolvió y fue con ella. Adentro todo era un lío, con archivadores y carpetas arrumbados sobre el escritorio y los cajones de los muebles a medio cerrar.

—¿Quiere que la ayude a ordenar?

—Claro que no, Sam. Para eso está el personal de servicio. Ven aquí, siéntate conmigo. —Fue hasta el sillón, una exquisita pieza de la época isabelina.

Sam había visto uno similar en retratos antiguas. Observó por instantes a la mujer, con su traje de dos piezas de diseñador, su peinado de estilista y su maquillaje profesional, sentada con la elegancia de una fina modelo de alta costura, donde hasta el más pequeño de sus dedos estaba donde debía, haciendo lo que debía. Sintió unos deseos incontenibles de fotografiarla, de capturar su belleza y perfección para siempre. Le parecía una mujer increíble, un disfraz que no dejaba de sorprenderla mientras se hundía en las oscuras profundidades de lo que ocultaba con tanta habilidad. Ser Anya Sarkov debía ser terriblemente agotador.

—¿Quieres beber algo? —le preguntó ella, inclinándose hacia el mueble de un costado.

Sam asintió, creyendo que le daría un té. A su mano llegó un vaso de whisky. Se quedó viéndolo con sospecha. La mujer también bebía lo mismo y se tomó un buen sorbo. Sam acercó el suyo a su nariz. El intenso aroma y sabor difícilmente le permitirían distinguir si tenía algún ingrediente extra. Apoyó el vaso en su pierna, buscando disimuladamente a su alrededor alguna maceta o algo similar.

—Ya que te gusta la fotografía, pensé que te gustaría ver esto. —De un costado sacó un enorme libro.

Los ojos de Sam brillaron al imaginar lo que era. Los conocía bien, eran sus libros favoritos: libros que narraban vidas y que estaban escritos con imágenes. Nada más vio la primera página quiso gritar. Había allí una foto de bodas. Una joven y sonriente pareja, Anya y Tomken el día en que su familia empezaba a construirse.

¿Estaría soñando? No, estaba bien despierta y era su día de suerte. Pensar en todas las posibilidades de lo que podía hallar en aquellas páginas le voló la cabeza.

—Pronto cumpliremos treinta años de matrimonio. —Anya deslizó el dedo con la pulcra uña por sobre la fotografía.

No sonreía, notó Sam, más bien sus palabras se oían como un lamento.

Cambió de página. Un bebé regordete y adorable apareció.

—Maximov, mi primer hijo. Llegó demasiado pronto y se fue del mismo modo.

Sam quería ser una mera espectadora. Cualquier cosa que dijera podía ser y sería usada en su contra, pero su curiosidad era un perro feroz.

—¿A qué se refiere con que llegó demasiado pronto?

—Al matrimonio, Sam. A la vida, a los sueños, a la relación de pareja. Cuando nos convertimos en padres apenas y estábamos aprendiendo a vivir como una pareja.

Eran otros tiempos, supuso Sam. Tal vez incluso la mujer había llegado virgen al matrimonio. Y luego, en plena noche de bodas y con su inocencia intacta, se encuentra con un demonio que suponía era mucho peor que Vlad. Un Vlad al cuadrado, o al cubo. ¡Dios se apiadara de ella!

—Yo también nací cuando mis padres llevaban poco de casados —contó Sam—. Ellos siguieron con su vida normal, sólo que conmigo en medio. Escalé mi primera montaña al año y medio. Tengo una fotografía de mi madre amamantándome en la cima.

—Jamás había oído algo así, Sam. Qué excéntrico.

—Mis padres son extraños. Tengo suerte de estar viva.

Se arrepintió al instante de haber dicho aquello y rogó para que la suerte no la abandonara.

Anya cambió de página. Maximov daba sus primeros pasos, Maximov abría sus regalos de navidad.

—Este ha sido el peor error de mi vida —confesó ella.

Vació su vaso y se sirvió otro.

—Tomken quería regalarle una pistola de juguete, pero le dije: “¡Qué espanto! No le darás juguetes bélicos a nuestro hijo. Cómprale algo pacífico”.

Sam siguió la secuencia de imágenes, que terminaba con el niño cargando una pequeña guitarrita de plástico. Y ese era el peor error de Anya. Claramente el homicidio no era un error para ella, así ocurría con los psicópatas de los documentales que veía.

En la siguiente página un nuevo bebé apareció.

—¡Oh, por Dios! ¿Ese es Vlad?

No necesitaba una confirmación, claro que lo era. Con apenas unos cuantos días en el mundo y ya tenía esa mirada cautivadora. El dulce bebé que sonreía a la cámara era un angelito, que aún ni pensaba en comenzar a expresar sus genes de demonio.

—Dan ganas de comérselo ¿No? —preguntó Anya.

Sonreía. Por primera vez desde que comenzaran la conversación ella sonreía. Con toda propiedad se podía afirmar que era una sonrisa genuina. Y tenía toda la razón, definitivamente daban ganas de comérselo, pensó Sam. Ella de hecho podía hacerlo en la actualidad. Su cabeza se llenó de imágenes sucias de Vlad y los juguetes. Se le ocurrieron varias ideas deliciosas para poner en práctica por la tarde. Hasta que recordó el plan carnada. Maldijo a Antonella por ensuciar a su novio y a Vlad por dejarse ensuciar.

Las fotografías se sucedieron una tras otra, los niños crecían. Siempre estaban juntos.

—¿Ellos se llevaban bien?

—Por supuesto, eran los mejores hermanos. A veces se peleaban, pero siempre acababan reconciliándose.

Quién sabía qué travesuras haría Vlad a esa edad, qué maldades tramaría su pequeña cabeza de demonio en contra de su hermano.

—Vlad siempre ha sido un hijo ejemplar —contó la mujer.

Apuntaba una fotografía de Vlad recibiendo unos premios en la escuela. Primer lugar en rendimiento, primer lugar en deportes, primer lugar en las olimpiadas matemáticas, primer lugar en la feria de ciencias, primer lugar en el concurso de argumentación, de escritura, de finanzas juveniles. Era realmente admirable. El único premio que Sam tenía a su haber en la escuela era el de mejor compañera y se sentía orgullosa por ello. En el fondo creía que, si se pusieran en una balanza su humilde premio versus la tonelada de premios de Vlad, ésta se inclinaría a su favor. Ser una buena persona era mucho más importante, mucho más valioso. Y mientras Vlad se ganaba todos esos premios que lo hacían ver tan perfecto, por detrás se dedicaba a bañar de sangre al pobre de Ken. Algo no cuadraba allí. Algo estaba muy mal incluso antes del accidente.

—Eran unos jóvenes muy apuestos ¿No?

Dos chicos con ropas de cuero, sonrisas luminosas y rebosantes de estilo montados en una motocicleta. Claro que eran apuestos. Eso no era lo que le llamaba la atención a Sam. Nuevamente tuvo la sensación de haber visto a Maximov en alguna parte, pero diferente. Tal vez tenía un rostro muy común. El que no se veía nada común era Vlad, que parecía todo un rebelde aferrando el manubrio de la moto, totalmente opuesto al serio muchacho que recibía el premio de finanzas juveniles ¿Qué rayos eran las finanzas juveniles?

¿Quién rayos era realmente Vlad Sarkov?

—¿Cuándo dejó Vlad de conducir motocicletas?

—Después del accidente. A mí nunca me gustó esa cosa horrible, ni estuve de acuerdo en que Tomken se la comprara. La apostaron en un juego de golf y Vlad ganó, sólo por eso la tuvo.

—¿Él recuerda que tenía una?

El ruido del libro cerrándose de golpe hizo a Sam dar un respingo. La afable expresión de Anya se enfrió hasta volverse glacial. Sam estuvo segura de ver un ápice de miedo en sus ojos.

—Sam, si Vlad te importa, no vas a hablarle de la moto ni de estas fotos ni de nada ¿Lo entiendes?

—Señora, allí tiene lindos recuerdos que son parte de la historia de Vlad también ¿Cómo puede él entender su presente o proyectarse al futuro si no conoce su pasado?

La mujer se sirvió otro vaso. Sam miró el suyo. Estaba vacío y ni cuenta se había dado de cuándo se lo había bebido. Se sentía perfectamente bien por el momento, sólo algo agitada y temblorosa.

—Tú no entiendes, Sam. Yo conozco a mi hijo mejor que tú, sé lo que es bueno para él.

—No intento contradecirla, sólo quiero entenderlo… quiero ayudarlo a sanar sus heridas.

—Para eso sólo debes hacer lo que has estado haciendo hasta ahora, Sam y no dejarlo caer en las redes de la perra resbalosa de Antonella. No te involucres en lo que no te compete, te lo digo por tu bien.

Con demasiada frecuencia sus conversaciones acababan en amenazas. ¿Qué de malo había en que Vlad viera esas fotografías y llenara los vacíos que tenían su cabeza llena de ecos?

La mujer siguió bebiendo, con el álbum bien aferrado. ¿Qué le habría dado ahora por desenterrar aquellos recuerdos? Su cuerpo se tambaleaba levemente, los párpados le pesaban, hasta menos intimidante se veía, menos implacable.

—A ti tampoco te conviene que Vlad recuerde… —balbuceó, cada vez con mayor dificultad.

—¿Que recuerde qué? —preguntó Sam, tentando a su suerte.

No había ganancia sin riesgos.

—A la perra esa… la zorra que se metió entre mis hijos.

¿Una mujer entre Vlad y Maximov? No podía tratarse de quien pensaba.

—Señora ¿De quién habla?

—De la mosca muerta esa… —Se tocó la frente y bebió el último sorbo de su vaso.

—Su nombre ¿Cuál era?

Anya estiró la mano para alcanzar la botella. La puerta se abrió de pronto. Sam se petrificó al ver entrar a Igor con su expresión de carnicero. Le quitó la botella a Anya y la ayudó a levantarse del sillón y a andar, sin quitar la amenazante vista de Sam y del álbum de fotos que la mujer cargaba.

Su suegra ebria, los secretos expuestos, quién sabía qué cosa podría deducir Igor de lo que acababa de pasar. Definitivamente Sam estaba en serios problemas.

〜✿〜


Sam entró a la habitación de Vlad. Era bastante tarde, ninguno de los dos estuvo en la cena y fue con él al ver un mensaje que le había enviado.

—¿Dónde estabas? —preguntó él, de brazos cruzados junto a la ventana.

Su fría y apática expresión no lograba disimular su mal humor.

—Salí.

—¿Con quién?

—Con una amiga.

—¿Qué amiga?

—Eva.

¿No podía ella dar una respuesta completa?

—¿Cuál Eva? ¿De dónde salió esa tal Eva?

—Es una amiga de la escuela, me encontré con ella hace un tiempo en uno de mis trabajos de fotógrafa y salió de donde sale todo el mundo, no creo que sea necesario que te lo explique.

Sam tampoco estaba de buenas. Definitivamente la posibilidad de poner en práctica las ideas lujuriosas y deliciosas con las que ambos habían fantaseado durante el día parecía hallarse más lejos que nunca.

Vlad avanzó hacia ella, se acercó a olerla.

—No hagas eso, Vlad.

—¿Estuviste bebiendo?

¡Qué maravillosa pregunta! Y la respuesta era más maravillosa todavía. Sí, había estado bebiendo, y nada más y nada menos que con su madre, a quien le había sacado información que no parecía ser tan relevante para ella, pero ella no era una psicópata y por muchos libros que leyera y documentales que viera, no estaba ni cerca de aprender a pensar como uno. Peor aún, no se atrevía a decir nada de lo averiguado, mucho menos con Igor en alerta máxima.

—Sí, bebí. Y no estoy de humor para interrogatorios. —Se dejó caer en la cama, exhausta.

Pensar cansaba bastante y vaya que había pensado últimamente. No era exagerado afirmar que nunca antes había pensado tanto como lo hacía desde que estaba en la mansión Sarkov.

A los pocos segundos, Vlad también se dejó caer junto a ella. Dieron un profundo suspiro al mismo tiempo. No tardaron mucho en empezar a reír.

—¿Tú por qué estás de mal humor? ¿Dónde estuviste hasta esta hora? —preguntó ella.

Vlad había llegado hace poco, una media hora después que Sam.

—Estuve con Antonella. La llevé a almorzar al restaurante favorito de mi madre. Se hizo notar, como siempre hace. Luego fuimos al centro de estética integral que también es el favorito de mi madre. Lavaron su cabello, lo cortaron, peinaron, secaron, volvieron a mojar, volvieron a secar. Siguieron con su rostro. Desconozco el nombre de la mitad de cosas que le hicieron. Finalmente fue el turno de las uñas. Una hora echándole mierdas a sus putas uñas, cortar, limar, pulir... Hay gente que se las come y ya, fin del asunto.

Los intentos de Sam por ocultar sus risotadas fueron inútiles. No podía imaginar a Vlad sentado en medio de todas esas mujeres, esforzándose para que no se asomaran sus cuernos de demonio ante tanta trivialidad. ¡Qué padecimiento debió sufrir el pobrecillo! Karma acumulado, eso debía ser. Se lo tenía más que merecido.

—No te había oído decir palabrotas. Suenas bastante sexy.

Él seguía enojado y reclamaba con absoluta seriedad. Era imposible para Sam mantenerse seria al verlo.

—¿Por qué una mujer acepta voluntariamente hacerse todas esas cosas y perder el tiempo de manera tan brutal? A mí con que te bañes me basta.

Sam volvió a reír a carcajadas. Ya empezaba a dolerle el vientre.

—Perfecto —dijo ella—. Adiós depilación.

—Lo peor de todo es que no he logrado nada. Ningún accidentito, ningún cuasi delito de homicidio, nada. Antonella sigue vivita y coleando y ya no la soporto.

Esa queja le pareció dulcemente psicópata. Lo abrazó, enternecida sin dudas debido a su estado etílico. Vlad olía a gel de baño. De seguro se había esmerado en estar limpiecito y desinfectado para ella, esperanzado de tener algo de acción para liberar el mal humor. No podía dejar que la lujuria la hiciera faltar a su palabra, no señor, ella debía ser fuerte y hacerla valer aunque se muriera de ganas de comérselo con todo y ropa.

—Y todo es por tu culpa, Sam —remató él.

—¿Cómo que mi culpa? Yo no he hecho nada.

—Exacto. Eres mi novia, te estoy engañando descaradamente y ni siquiera una mísera escena de celos has hecho. Peor todavía, sales feliz de la vida a pasear con tu amiguita. Con esa actitud, la existencia de Antonella se vuelve absolutamente irrelevante para la armonía familiar.

El alcohol debía haberle fundido el cerebro porque ella no estaba entendiendo nada.

—Vas a tener que ayudarme, Sam. No podré hacer esto sin ti.

**********************************************************

¿Será buena idea incluir a Sam en sus oscuros planes? 😖

¿Cuánto durará la suerte de Sam? 😩

¿O la de Antonella? Según Vlad, ya ha durado demasiado 🙈

¿Será que hay algún factor que no está considerando? 🤔

Mientras tanto, Vlad las espera para su baño con cloro 😏. Les dejo la esponja por si quieren ayudarlo 🧽


¡Gracias por leer!

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