GUARDIÁN ©

By BKKSoo

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Nay descubre unos papeles de adopción bajo la mesa del despacho de su padre, al día siguiente se le presenta... More

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By BKKSoo

Afortunadamente, tras el incidente del huesudo, no nos pasó nada más. Con lo cual el mes pudo transcurrir con normalidad, sin embargo, en ningún momento bajamos la guardia. 

Seguí entrenando, practicando mi poder, soportando a Alastian todos los días y centrándome cada vez más en mi objetivo.

Quedaban otras cuatro semanas para poder empezar nuestro viaje. No obstante, seguía habiendo un grave problema; continuaba siendo un patito feo. No era capaz de hacer ni un cuarto de lo que Alastian podía, era imposible, de lo único que podía sentirme orgullosa era de mi combate y resistencia, lo cual había progresado de una forma exagerada. Aunque aún me era difícil no ser terriblemente patosa. Golpeaba bien, memorizaba cientos de pasos y era capaz de abrir y mantener ochenta ojos a la vez, pero me comía el suelo todas las veces que él comenzaba a jugar conmigo. Bueno, corrijo; no me caía, Alastian me tiraba siempre que podía. 

Otro pasatiempo de muchos que atesoraba para pasárselo bien.

—Bien —abrió un poco las piernas y movió los talones sobre el suelo para anclar la postura correcta. Aunque paró un momento y subió la mirada para verme. Entrecerró los ojos— ¿Segura de que quieres aprenderlo ahora?, ¿te ves preparada? Aún tienes tiempo para pensarlo y...

—Alastian, debemos darnos la mayor prisa posible. Si me doy el golpe me lo daré, debo aprender —lo observé directamente a los ojos, insistiendo—. Es necesario.

Subió las palmas de las manos a la altura de su pecho en plan "De acuerdo".  Volvió a colocarse como antes, encorvó un poco la espalda y se palmeó las piernas, preparándose. Se lamió el labio inferior, pensando cómo podría explicar aquello. 

Le había implorado a que me enseñara aquellos increíbles saltos que le permitían sobrevolar cientos de quilómetros en una simple suspensión. Eran veloces, te dejaban los ojos llorando por el corte del aire y el aterrizaje era lo más divertido.

—Es..., verás...—cogió aire—. No tengo ni idea de cómo explicarlo —mientras tanto, imité su postura con cierta curiosidad—. Un salto en la tierra, equivale 6 veces más su altura en la luna. Así que, si yo hago esto —hizo un pequeño brinco, a penas se esforzó—. En la luna hubiera saltado casi unos cinco metros —miró sus pies y se frotó la frente. Era difícil de expresar para alguien que no lo había experimentado—. Todo está en el control de la gravedad, a partir de la cadera hasta los pies —su mirada viajaba de mí al suelo—. Primero, te atraes hacia la tierra y absorbes su gravedad para hacer el efecto contrario. Una vez preparada, concentras la presión de la luna en tus pies a la vez que te impulsas hacia arriba. Y así, sales disparada. Es lo que llamo; efecto ventosa —dejó escapar todo el aire cuando logró explicarlo—. Atraes tu cuerpo a la tierra, y a la hora de soltar y cambiar la gravedad, generas un impulso que te convierte automáticamente en un perdigón.

Tomé nota de todo aquello en mi cabeza. Subrayé las partes importantes y le puse paréntesis a los detalles más pequeños. Entonces; gravedad en mis pies, ventosa, tierra, luna, perdigón... Me di cuenta de todas las cosas que debía hacer antes de saltar, y no me percaté de ello hasta que tuve las intenciones de probarlo.

—Me estás diciendo, que tengo que cambiar la gravedad de mi cuerpo tres veces seguidas...., ¿en un periodo de 5 segundos?—razoné, perpleja—. Cambiarlos en un objeto es fácil, como aprendí con las piedras...—lo nombré como la pistola de gravedad; servía para lanzar objetos a velocidades extremas. Era una de las técnicas de ataque más efectivas. Sobre todo si dominabas la puntería para ello—. Pero en una persona es algo bastante..., diferente.

Alastian se puso la mano en la barbilla y pensó de nuevo. Raro que no le hubiera salido humo por las orejas, aquel día estaba utilizando demasiado la cabeza.

—Es atraer la energía hacia ti, en vez de dejarla salir y liberarla tal como estás acostumbrada a hacer, debes retenerla y que se mueva en tu interior. Tienes que ponerle límites, controlarla y bajo ningún concepto dejarla escapar —a medida que iba escuchándolo, intenté empezar poco a poco. Cerré los ojos y arrugué la nariz. Era la primera vez que mantenía aquella energía en mi interior, que me desgastaba la cabeza para no dejarla salir, y me retenía de hacer aquello a lo que le había pillado el truco—. Pero no lo obligues a funcionar, sino te va a...

Y de golpe, me tuve que llevar las manos a la cabeza. Un desmedido pitido estalló entre mis oídos, originando aquel dolor que experimenté por primera vez hace semanas y que había deseado no volver a sentir nunca más.  Pero ahora que probaba algo con lo que no estaba familiarizada, se hizo notar con mucha más fuerza. Parecía querer destruirme, mas no me permití tirar la toalla.

Alastian no hizo nada a pesar de que ansiaba por sostenerme, tal como me avisó aquel día, no podía entrometerse hasta que yo misma actuara.

Así que bajé las manos y las cerré en puños. Mantuve los ojos cerrados y apreté los labios hacia adentro obligándome a no someter ante tal tortura. Mis músculos y tendones se tensaron hasta el más mínimo rincón. Y aún con aquella tormenta eléctrica en mi cabeza, continué por controlar mi poder. Debía seguir, no podía tolerar ni una mísera pausa.

—Nay..., no te sobreesfuerces...—habló con un tono de advertimiento—. Ambos sabemos lo que pasa luego, soy yo quien acaba cuidando de ti, así que...—no le dio tiempo a acabar la frase, no le hice ni caso, porque a saber cómo, salí disparada por los aires sin control. De un momento a otro, me dirigía directa hacia las nubes, zarandeando mis piernas y brazos. Rotando desmesuradamente sobre un mismo punto, y gritando como una descosida—. Ouh, Home run —comentó, mirando hacia arriba mientras se ponía la mano de visera.

Bien, primer paso hecho.

Segundo y tercero; aún no explicados.

¡¿Ahora como mierdas volvía?!, ¡y si era el caso...!, ¡¿cómo lo iba a hacer para aterrizar y no acabar como plato de lentejas?! 

Mis gritos se cortaron a la vez que el aire comenzó a fallarme. Seguía subiendo a la misma velocidad con la que había despegado, sin control alguno y sintiendo el aire punzarme por todas partes. Estaba empezando a atravesar la maldita troposfera, sentía el oxígeno tan apretado como estar dentro de una caja. Una sensación claustrofóbica. Miré hacia abajo, observando que no paraba de alejarme. Los nervios me colmaban, me sentía atada con cuero y mis ojos se aguaban del pánico, por el temor de quedarme divagando por el espacio. Un cuerpo frio, sin vida, yendo de un lado al otro en un lugar donde ni el sonido era aceptado.

Prefería ser comida por un Huesudo.

Me agarré la garganta, comenzaba a saludar la estratosfera. Mi boca gesticulaba todo el tiempo el nombre de Alastian, pidiendo su ayuda desesperadamente. No pensaba morir en el espacio ahora que me había acostumbrado a su compañía, y que le había encontrado puntos buenos a su personalidad.

Entonces, al parecer, me escuchó.

Vi un punto en todo aquel plano periférico de la tierra. Podía confundirse con un globo climático o un cohete volviendo a su estación espacial, pero teniendo en cuenta que cada vez era más grande y parecía dirigirse hacia mí, no. Vi su cara, vi su sudadera asquerosa llena de tierra, vi su pelo revolotear por la velocidad;  y me dieron ganas de llorar. Extendí mis brazos como un bebé a su madre a la vez que mis ojos reflejaban beatitud, esa gran satisfacción de volverlo a ver. 

Incluso su sonrisa, que solía causarme cólera, ahora era lo que más quería ver. Y casi al instante sentí sus brazos a mi alrededor. Uno por la espalda  y otro por debajo de las rodillas. Su cuerpo me envolvió. Mi frente tocó su cuello y mis manos agarraron con fuerza su sudadera. Luego, nos observamos, totalmente agitados. No obstante, nuestros ojos expresaron sentimientos opuestos. Los suyos eran divertidos, con esa gracia de maldad. Mientras que los míos representaban el espanto en persona. 

Quedamos flotando por unos segundos, dándome un descanso, dejándome saborear la paz por unos lentos y placenteros segundos. Cerré los ojos y volví a sentir la sangre bajar hasta mis talones, afirmando que seguía viva.

Sin embargo, cuando abrí de nuevo los parpados, Alastian mantuvo ambas cejas alzadas. Y tras una breve pausa, cuando conseguí interpretar y descubrir el significado de su mirada, desorbité los ojos por completo.

Quería divertirse un poco más.

Sus dedos me apretaron contra él, me miró por una última vez, y ensanchó una angelical sonrisa, mostrando sus hoyuelos. 

De repente, dejó de flotar y empezamos a caer en picado hacia la tierra. Como si fuéramos un maldito meteorito. Me agarré a él cual gato a cortina, clavándole hasta las uñas de los pies para  no despegarme de su cuerpo. Nuestras ropas se agitaron por el aire, nuestro pelo se alocaba a medida que la velocidad aumentaba, y mis ojos iban a quedarse como pasas. De un momento a otro volvimos a la troposfera, con lo cual mis bramidos, que antes eran sordos, dejaron pitando las orejas de Alastian. No parecía importarle, pues sus risotadas les hacía competencia a mis chillidos de desesperación. 

Me estaba quedando sin garganta por el espanto de ver la tierra tan grande bajo mis pies, las hectáreas, las millas que podía contar desde aquella altura... Me fascinaba, pero a la vez me cagaba hasta las patas. Cerré los ojos y escondí la cara en su cuello. Nunca le tuve miedo a las alturas, y con aquello acabaría temiéndolas por completo.

 —¡No escondas la cabeza!—me exclamó Alastian con un tono aniñado, seguro de que no nos pasaría nada—¡Ahora viene lo más divertido!

—¡¿Lo más divertido?!, ¡¿qué tiene de divertido mearse encima?!

Lo escuché reír otra vez.

—¡Nos vamos a desviar un poco!—avisó, miré hacia abajo y comencé a visualizar la casa de leñadores entre miles de arboles y quilómetros.

—¡¿Desviar?!, ¡¿a qué te refieres?!—subí la cabeza para atrapar sus ojos. Me devolvió la mirada y me regaló una sonrisa de lado. Genuina, la que solía hacerme cuando su siguiente plan no me gustaría en lo absoluto—. ¡Alastian!, ¡no!, ¡quiero pisar tierra, no me lleves a ninguna otra parte!, ¡ya he tenido suficiente con...!

Fue demasiado tarde para convencerlo. 

Sus pies chocaron contra el suelo, levantando una Onda de gravedad gracias a la propulsión que llevábamos con nosotros. Flexionó las piernas casi al mismo tiempo, y un ruido, parecido al de un zumbido ensordecedor, empezó a rebotar entre los árboles. Y era él, quien se encontraba acumulando una gran masa de energía en la planta de los pies. No me dio tiempo ni a pestañear, Alastian salió despedido hacia el cielo de nuevo. No obstante, en vez de ir dirección al planeta siguiente, su trayectoria se convirtió en un movimiento oblicuo, de tal modo que íbamos paralelos a la tierra. Me sentí como Son Goku.

—¡¿Qué decías?!—preguntó con chiste.

—¡Te juro que como se te ocurra soltarme no volverás a ver la luz del di...!—y me soltó. La palabra "día" se convirtió en un estruendoso alarido. Mariah Carey me tendría envidia si supiera a qué notas estaba llegando. 

Mi cuerpo volvió a girar sin control alguno, el pelo se me ponía en medio de la cara y mis fosas nasales estaban recibiendo toda la esencia del país. El aire volvió a cortarme, a picarme y a pinchar como cientos de agujas de coser. El frío me llegó hasta a la raja del culo, sentía que me arrancaba la piel y me dejaba en los huesos. 

Vi una sombra, más bien figura, por el rabillo del ojo. Giré la cabeza y Alastian se encontraba cayendo junto a mí. No obstante su postura simulaba que estaba tumbado en un sofá, con las piernas estiradas y la cabeza apoyada en una mano. Su dichosa risita no se borraba, e incluso se mostraba más poderoso que antes, sabiendo que tenía todo bajo su control y que ahora mi vida dependía de él. Fruncí el ceño y labios, para luego sacarle el dedo de en medio.

Estaría a punto de convertirme en papilla, pero mi odio hacia él iba primero.

—¡Creo que no te he escuchado!—estiró la oreja de forma cómica—. ¡¿Has dicho que estoy esculpido por Eros?! ¡Si es así entonces te salvo de ser puré!

—¡Que te jodan Alastian!—le di puñetazos tontos al aire—. ¡Ojalá te arranquen los pelos de la nariz uno por uno! ¡Pienso golpearte tan fuerte que hasta te cambiaré la nacionalidad!

—¡¿Qué?!, ¡sigo sin oírte!, ¡repítelo!—probó a estirar la otra oreja, a ver si así me escuchaba mejor. Mis mejillas se volvieron rojas de la rabia.

Miré hacia abajo, veía el suelo cada vez más cerca, y mi pecho comenzó a calentarse de lo fuerte que empecé a hiperventilar.

—¡Mierda Alastian!, ¡deja de hacer el imbécil!—mis ojos volvieron a lloriquear, observé la cercanía con terror y luego a él, manteniendo su expresión horrorosa de duende maligno—. ¡Ojalá te la meta un pez espada!

Se acercó un poco más, su estúpida cara quedó a poca distancia de la mía.

—¡En serio!, ¡debo de comprarme unos audífonos!, ¡¿qué habías dicho?!—y seguía con la maldita broma. 

Así que mi desesperación por no querer colisionar contra el suelo, cogió las riendas de la situación y me hizo decirlo;

—¡Eres el ser más hermoso en la faz de la tierra Alastian!—miré hacia abajo de nuevo, veía la tierra contra mi cara en poco, mis gritos aumentaron— ¡¡Estás buenísimo joder!! ¡¡Deslumbras por donde pasas!! ¡¡Dejarías desmayado a cualquiera que pasara por delante de ti!! ¡¡Debe ser ilegal ser tan perfecto!!—aquello sonó como si fuera una maldita tortura, mi voz era rasgada en aquel punto, chillona a más no poder y llena de nudos en la garganta.

—Aah, ahora sí te he escuchado —contestó, sonriendo lleno de su asqueroso orgullo, el cual acababa de ser alimentado como nunca.

Segundos antes del impacto, me cogió de las manos y tiró de mí. Me acogió entre sus brazos con firmeza sin tener intenciones de alejarme ni un centímetro, y escondí la cara en su pecho por acto reflejo. 

No obstante, cuando volví a sentir la suave y fría brisa pasar por mi cuello y piernas, abrí lentamente los ojos de nuevo. Observando qué había pasado exactamente. Alastian había vuelto a saltar, nos volvíamos a alejar de nuestra cabaña. Levanté la cabeza, y lo observé con la cejas juntas.

—¡¿Qué haces?!, ¡¿a dónde vamos?!

Escuché sus suaves carcajadas.

—Quiero enseñarte algo —bajó la mirada, observándome directamente a los ojos, los cuales mostraron una chispa de inocencia, de ilusión y libertad. Ladeé la cabeza. Pareció un niño pequeño por un momento, como si tuviera claro que aquello que me iba a mostrar, me iba a fascinar. Así que, asentí con la cabeza y confié en él.

Sobrevolamos el bosque, pasamos por encima de la ciudad central, de los pueblos a las afueras, y por todos sus montes, cordilleras y riachuelos que jamás había tenido la oportunidad de presenciar a pesar de los años que llevaba conviviendo aquí... 

De golpe, nos encontrábamos descubriendo los colores de Irlanda, sus luces, el aroma que desprendía cada rincón y ladera... Los lagos mostraban su reflejo esmeralda, y la frescura de las flores reinaba sus alrededores para evidenciar cuan hermosas podrían llegar a ser. Se trataba de un increíble marco al óleo, una pintura capaz de manifestar miles de emociones en un solo trazado. Un recuerdo en movimiento, una sensación armoniosa, un horizonte que podría ser testigo de muchas partituras.

Sinceramente, no solo me estaba encantando, sino que pronto el corazón me explotaría del éxtasis. No podía llorar porque el viento interrumpía mis lagrimas, pero si tuviera la oportunidad, quizás se me escaparía una. No dije nada, simplemente sonreí. Las comisuras de mis labios se ensancharon de forma automática, sentí tanta libertad en mi interior que por un momento me creí ser parte del aire. Cerré los ojos, disfruté la sensación de independencia, saboreé aquella experiencia de calma, gocé aquella emoción y dejé que recorriera cada parte de mi cuerpo. Jamás había sido tan afortunada de probar una sensación tan colmada hasta hoy.

Y todo, gracias a Alastian.

Aterrizamos en un amplio pasto de hierba alta, a saber en qué parte del país. Bajé de sus brazos y me estiré como un gato cuando toqué tierra. Suspiré, giré para verlo y tuve las intenciones de preguntar. Sin embargo, casi al mismo tiempo, se puso el dedo índice entre los labios, indicándome que no hiciera ruido. Alcé una ceja, curiosa, y pausadamente extendió el brazo para señalar a lo lejos. Seguí la dirección de su dedo y visualicé aquello que me mostraba.

Una manada de alces se encontraba pastando calmadamente a unos pocos metros frente a nosotros. Calculé unos doce. Eran magníficos y mi cara mostró por completo el puro sentimiento de apreciación. Ni si quiera respiré. Alastian vio el brillo de mis ojos y sonrió de lado, observando con cautela aquella expresión poco común en mí desde que estaba con él. Mostré una cara aniñada, con una sonrisa tonta pintada en ella, hechizada por la hermosura de aquellos animales y girando levemente la cabeza de un lado al otro, siguiendo los movimientos que hacían alguno de ellos. Alastian, en ese mismo instante, se repitió siete veces en la cabeza lo orgulloso que estaba de haber soportado mis chillidos para poder presenciar mi placer. E incluso, sería capaz de hacerlo más veces. 

Si aquella iba a ser la recompensa, el verme tan relajada, ilusionada y excitada al mismo tiempo; soportaría cosas peores.

Me cogió del brazo e hizo agazaparme entre la hierba. Me había despistado tanto que casi me exponía ante los alces. Se juntó más a mí, notando un aire amigable y cálido a su alrededor. Pasó la mano por detrás de mi espalda en un acto de protección y sobre todo, huida rápida en caso de peligro.

—¿Te gusta...?—susurró, acortando nuestra cercanía. Giré la cara hacia él, descubriendo su brillante y sofisticada sonrisa.

Por un momento, sentí un amago de atracción.

Pero me obligué a ignorarlo.

—Sí...—susurré de vuelta, volviendo la vista a la manada—¿Ya sabías de este sitio?, ¿o ha sido pura suerte?—pregunté con cierta gracia.

—¿Yo?, nah, ya lo tenía planeado —hizo un ademán sin importancia con la mano, mirando al frente.

—Ajá, sí —hice flotar una piedra y se la tiré con un pequeño golpe con el dedo—. Ni si quiera sabías a donde me llevabas.

Alastian me miró, apretando los labios.

—Sí lo sabía —imitó mi acción, haciendo que su piedra chocara contra mi frente.

—Poco más y me matas —contrataqué, lanzándole otra más grande.

—Lo tenía todo bajo control —comenzó a alzar la voz, empezando a perder la paciencia y mostrando una sonrisa torcida.

—Eso dices ahora —contesté de la misma forma, aumentando el tamaño de la siguiente piedra.

—¿A estas alturas aún no confías en mi?—preguntó en un tono grave, y donde toda la gravilla de su alrededor comenzó a flotar, alzándola a la misma vez que se enderezaba para quedar a más altura que yo.

—Sinceramente, no —comencé a hacer lo mismo, creando entre los dos una neblina de tierra, la cual, poco a poco; fue formando un medio circulo tras nosotros—. Tienes muchas probabilidades de matarme por accidente —quedé alzada ante él, sin permitir que la altura influenciara en mi capacidad de poder hacerle sentir incómodo.

—Soy tu guardián, deja de decir tonterías —refunfuñó, sus ojos originaron aquel rojo tan atractivo.

—No digo tonterías, digo realidad....—entonces, escuchamos un bramido.

Y no un simple bramido. Fue estoico, con fuerza y acompañado de un grave ronroneo gutural. Quedamos paralizados por unos segundos. Se nos olvidó el simple objetivo de que teníamos que ser cautelosos y de que estábamos frente animales salvajes. De modo que, giramos la cabeza lentamente hacia aquello que nos había dado el toque de atención. De advertimiento y amenaza.

Era el líder de la manada. El alce que llevaba más cuernos que cabeza, el alce más musculoso de todos los demás, el alce que echaba más humo por la nariz, el alce que tenía las patas más gruesas y toscas, el alce que..., se dirigía hacia nosotros y utilizaba el peso de sus cuernos como impulso.

Nos pusimos pálidos.

—¡¡¡Joder Alastian!!! ¡¡¡Corre corre corre!!!—chillé en pánico, empezando a mover las piernas como pollo en gallinero y apartando todas las malezas con las rodillas, sin importarme en lo absoluto aquellas plantitas que apuñalaban la piel. Me tropecé y comí el suelo unas cuatro veces, pero nunca paré.

—¡No!, ¡Nay!, ¡¡espera!!—comenzó a correr tras de mí, siguiendo el camino que formaba entre la hierba y escuchando los bramidos del alce cada vez más cerca. Las zancadas de Alastian a penas se escuchaban de lo rápidas que eran. Y a saber cómo, acabó alcanzando mi velocidad. Nos miramos entre nosotros y sentimos la competitividad de forma automática, empezando a correr mucho más rápido hasta que uno de los dos quedara atrás.

Aquella cosa era monstruosa, jamás hubiera imaginado que fueran casi tan grandes como un dichoso Huesudo. Era peludo, gigantesco y con un humor de mierda.

Así que, éramos dos tontos huyendo de un alce, gritando a pleno pulmón en medio del prado y empujándonos entre nosotros para ver a quien se comía primero.

Alastian segundos antes; Soy tu Guardián mimi mi mimi mi...

Me encantaba mi Guardián. Me tocó el mejor de todos.

Agh. En fin.

Lo acabé cogiendo del brazo, concentré la gravedad de cintura hacia abajo y apliqué el famoso "Efecto ventosa" que me había enseñado minutos antes. De aquel modo salimos disparados hacia arriba. Jamás pensaría que lo lograría hacer en mi primer día de aprendizaje, pero la adrenalina del momento pudo conmigo.

Cuando la altura bajo nuestros pies comenzó a aumentar en exceso, Alastian se vio obligado a controlar la situación. Así que cambió nuestra postura. Me hizo agarrarme a su cuello como antes, mientras este se encargaba de rodear mi cintura con los brazos. Después, me arrebató la gravedad que estaba usando, haciéndola suya, y disminuyó la velocidad de un suspiro, cambiando tanto la dirección como la presión del aire sobre nosotros.

Una vez pude recuperar mi compostura, ubicarme y darme cuenta de la situación, levanté la vista bruscamente hacia él. Junté las cejas y apreté los labios hacia arriba, observándolo con rabia. Alastian estaba preparado para discutir de nuevo, me devolvió el mismo gesto, esperando a que dijera la primera palabra para empezar a gritarme en toda la cara. Incluso se encontraba listo para volverme a soltar en cualquier momento.

No obstante, recibió algo mucho más extraño que unos chillidos.

La situación dio un giro de 360 grados cuando eché las primeras carcajadas.

Alastian entreabrió la boca y tornó los ojos hacia mí, formando una mueca de completa confusión. Quedó observándome, comprobando que no me había dado un golpe en la cabeza. Cuando fue a preguntar, volví a carcajear. No era fingido, tampoco me había vuelto loca, simplemente admití pasármelo bien. 

Fue automático, quise arrancarle la cabeza con una mano..., hasta que recreé en mi cabeza la escena que acabábamos de experimentar y sentí con fuerza los restos de euforia que quedaban en mi pecho. Bastó para hacerme estallar de la risa. La cara de Alastian, mi cara, la del alce, nuestros gritos, nuestros tropiezos con cada roca... A decir verdad, se había convertido en una buena experiencia para recordar.

La expresión de Alastian se suavizó. Las comisuras de sus labios estaban ligeramente forzadas hacia abajo, evitando reír para no ceder ante mis tontas risas. Pero, como se trataba de Alastian, el chico más risueño que jamás había conocido, se unió con una carcajada incluso mucho más fuerte. 

Negó con la cabeza, mordiéndose el labio inferior y sonriendo con burla. Sus mejillas se veían brillantes, al igual que aquellos ojos que ahora mismo se encontraban observándome. Seguí riendo, pero él quedó con aquella expresión. Natural, chispeando su esencia, vivaracha y cómica a la vez. Verlo de aquel modo hizo que me calmara, y se creó el silencio entre los dos paulatinamente. Intercambiando más miradas que palabras, sintiendo el tacto de mis manos alrededor de su nuca como un volátil hormigueo, y empezando a darme cuenta de lo firme que me tenía sujeta contra él. Y sobre todo, percibiendo su calor corporal. 

Estaba acostumbrada a la proximidad debido a los entrenos, y a las complejas situaciones que habíamos tenido que afrontar aquellas semanas. Sin embargo, era la primera vez que lo sentía de una forma totalmente diferente. Cómo describirlo..., ¿acogedora?, ¿cómoda?, quizás..., ¿hogareña?

O..., ¿cariñosa?

Tal como sus ojos me querían hacer entender,

...

Al día siguiente me desperté..., de una forma..., curiosa.

Por no decir en el techo.

—¡¡Alastian!!—era la cuarta vez que chillaba el nombre de aquel chico, ¿cómo de profundo era su sueño?, ¡¿y desde cuándo era la primera en despertar por la mañana?!—¡¡Alas...!!—escuché sus rápidos pasos por el pasillo, acompañados de un ronco y fuerte "¡Qué!"—¡¡Alastian!!—volví a lloriquear tras escuchar su queja.

Hasta que se asomó al salón principal. Con el pelo despeinado, pijama casi fuera de sitio, baba en la barbilla y mejillas rojizas. Aquella noche me había tocado dormir en el sofá. Se quedó un rato mirando el panorama, sin poder analizarlo aún correctamente. Sus neuronas seguían bailando cumbia ahí dentro.

Y de repente se echó a reír, agarrándose la barriga con un brazo y con el otro señalándome como si fuera la primera actuación del circo.

—¿Cómo has llegado ahí arriba?—preguntó entre bocanadas de aire.

—¡¿Te crees que lo voy a saber?!—intenté girar la cabeza hacia él, pues como seguía flotando, me encontraba dándole la espalda—¡Ayúdame a bajar!

—Desactívalo, sabes hacerlo.

—¡¿Te crees que soy un gato?!, ¡sé desactivarlo pero me comeré el suelo con la cara!

—¡Ya!, ¡deja de gritar recién por la mañana!, ¡pareces una hurraca!—cogí todo el aire que pude, y describí en mi cabeza el armario de al lado para no partirle la cara. El contar hasta diez ya no me servía. Suspiró y caminó hasta ponerse debajo—. Venga, te atrapo. Desactiva la gravedad —habló con hastío, seguido de un bostezo.

Lo miré por unos lentos segundos y cuando me aseguré de que estaba preparado para sujetarme, apreté los puños y desactivé aquel poder. Automáticamente caí sobre sus brazos. Fue cómodo, me recibió como si fuera una mismísima pluma. Sin embargo me soltó entre gruñidos y recogió la manta que seguía flotando.

—¿Por qué me ha pasado eso?—pregunté, recolocando mi pijama.

—Ayer, tras aprender a concentrar la gravedad en tus pies, inevitablemente has desarrollado un control involuntario sobre tu cuerpo. Como el respirar o tragar saliva —se dirigió al baño mientras se rascaba la barriga—. Hasta que no lo sepas controlar y te acostumbres a él..., durante una temporada despertarás en el techo.

—Qué ilusión me hace escuchar eso —contesté con ironía, empezando a doblar las sábanas.

—A mí más, créeme —se dio la vuelta y me lanzó una pequeña sonrisa antes de entrar al baño.

Chasqueé la lengua y farfullé cualquier cosa.

La tarde pasó, e invertí aquella mañana en entrenar, como ya era costumbre. Gracias a lo de ayer, Alastian me tenía prohibido usar los poderes aquel día, con lo cual, tocaba fortalecer el físico. Donde él, por supuesto, me hizo comer tierra y pasto cada vez que me realizaba una llave. Algún día llegaría a golpearle sin romperme los nudillos en el intento.

Alastian se encontraba en la ducha. Tras una pelea intensa de piedra papel o tijera, salió ganador para poder darse el baño primero. Luego, yo insistí en hacer la comida. No me había dejado tocar ni una sola sartén hasta ahora, siempre cocinaba él. Así que, por un día, no pasaría nada. Por el momento no pensaba envenenarlo, mis intenciones eran totalmente buenas.

Por ahora.

Me costó convencerlo, así que..., no debía liarla. Sino, podía despedirme de cocinar durante toda aquella temporada que estuviera aguantándolo.

Planeaba hacer algo simple, no quería complicarme con un plato de cinco estrellas. Además, todo iba sobre la marcha, cada ingrediente en su sitio, materiales controlados, temperatura perfecta... Lo llevaba mejor de lo que pensaba. Pero, bueno, soy Nay. No todo iba a salirme bien, y aún menos estando sola; tal como dicta la ley no firmada de mi vida.

—¡No no no no no!—comencé a agitar el trapo sobre la llamarada que sobresalía de la sartén—¡La carne no!, ¡¡la carne no!!, ¡¡es lo que más le gusta a Alastian!!—exclamé en pánico, mirando a todas partes sin saber qué hacer. Intenté coger el mango de la sartén, pero estaba ardiendo, con lo cual me quemé—. Joder Nay, nada te puede salir bien sola...—me regañé a mí misma, apretando el puño de la mano quemada. La agité, dolía a horrores, pero seguí buscando soluciones para apagarlo. En un impulso agarré la botella de agua más próxima y la eché sobre el fuego. Mala idea—¡¡No Nay no!!, ¡¡agua sobre metal incendiado no!!, ¡¡cada vez más estúpida!!—grité de nuevo, hiperventilando. Alastian me iba a matar, la cabaña se estaba llenando de humo negro cada vez más, y yo no podía dejar de ahogarme.

—¡¿Nay?!, ¡¿qué ha pasado?!—escuché a Alastian desde el baño—¡¿Por qué gritas como una gallina?!

Dejé de respirar y moverme. Mi cerebro decidió no funcionar. Tenía la cocina casi en llamas, mi Guardián iba a degollarme por haberle quemado la carne y yo iba a tirarme a un foso lleno de Huesudos.

Reaccioné cuando Alastian se presentó en medio de la sala, agitado y percatándose de todo el problema como si fuera un puñetazo. Pero volví a desaparecer, procedí a ascender hasta las nubes y quedarme ahí una vez que la baba sobresaliera de mi boca.

¿No podría haberse puesto una camiseta o algo?

No, era mejor salir directamente del baño con la toalla alrededor de la cintura y el pelo totalmente empapado. ¿Alastian era consciente de que mis hormonas seguían tan alborotadas como un niño con azúcar? Oh, por favor, sabré controlarme, pero mis acciones no pasarían por desapercibidas. 

Como por ejemplo; saborear cada esquina de su detallado, cincelado y bendecido abdomen. ¿Desde cuándo aquel chico debía estar censurado por peligro a hemorragia nasal? Era la primera vez que podía verlo de aquella forma. Se trataba del mismo chico que me hacia echar humo por las orejas cada día, el mismo que se reía de mis errores y el que también disfrutaba de hacerme enfurecer. Ahí, de pie, como si su presencia no deslumbrara hasta a los ángeles.

—¡Pero qué mierdas has hecho Nay!—exclamó de golpe, extendiendo los brazos hacia el fuego.

Ah sí, la cocina.

—¡Emh...!, ¡yo...!, ¡es que...!, ¡tu carne...!—no podía parar de balbucear, mis ojos iban automáticamente a las venas de su cintura, vigilando que aquella dichosa toalla no se cayera.

Tampoco me quejaría.

—¡Joder!, ¡aparta!, ¡ni sola te puedo dejar!, ¡eres peor que un niño pequeño!—me gritó, empujándome hacia un lado con bastante fuerza, tanta que casi me caí. Por suerte me pude apoyar en la pared, pero lo hice con la mano herida. Así que me quejé en voz baja—¡No debí confiarte la comida!, ¡poco más quemas la casa entera!—siguió vociferando hacia el aire, controlando la situación y apagando el fuego. Yo solo podía ver los músculos de su espalda marcarse a medida que realizaba una acción tras otra—¡Es el único sitio que tenemos para dormir y terminar nuestros limitados días!, ¡no lo destruyas!

—¡Cálmate!—hablé al fin—¡Mis intenciones eran totalmente buenas!, ¡ha sido un accidente!

—¡¿Un accidente?!, ¡lo que te falta es saber pensar un poco con la cabeza!, ¡no la tienes de decoración!—me señaló con fuerza, echándome toda la culpa.

—¡¿Tú nunca te equivocas?!, ¡¿eres tan perfecto que...?!

—¡¡Ni una palabra más!!—me interrumpió una vez que el fuego cesó por completo. Se giró hacia mí, enfurecido, tenso. Su vista bajó por unos segundos a mi mano derecha, la cual me agarraba con la izquierda. Su expresión se suavizó, pero mantuvo sus duras facciones—¿Te has hecho daño?

Tragué saliva y levanté la barbilla. Mi orgullo se encargó de contestar.

—No.

Como ya sabía, no me creyó.

—Déjame ver —se acercó a mí, extendiendo la mano para que se la diera.

—Que no —pero di pasos hacia atrás, evitándolo. Igualmente, no funcionó. Fue más rápido y llegó a agarrarme del brazo. No me moví, quedé firme ante él—. Te he dicho que no tengo nada.

Su mandíbula se ensanchó cuando se mordió la lengua, me envió una mirada susceptible, y finalmente echó el aire acumulado. Entretanto, intenté relajarme.

—Eres tan difícil de comprender pero a la vez tan fácil de leer...—susurró para él mismo, hundiendo un poco el entrecejo mientras tomaba mi mano con cuidado. Quedé tan sorprendida con lo que dijo, que mis músculos obedecieron ante lo que él pedía. Así que, dejé que abriera mi palma. Respiró hondo cuando vio la irritación de mi piel—. Así que nada...—subió la mirada—¿Eh...?—vaciló con su tono, pasándose la lengua por la mejilla. Negó con la cabeza y tiró de mí, llevándome al baño.

—Eh eh, que solo llevas la toalla. Cuidado por donde me llevas—bromeé, ejerciendo algo de fuerza contraria. Alastian giró la cabeza hacia mí con una clara expresión de; "¿Eres tonta o comes piedras?". Le devolví un gesto infantil, y me dejé llevar por sus tirones.

Luego, quedamos en silencio, donde solo se escucharon nuestros pasos y la madera del suelo crujir. Nos adentramos al cuarto de baño, y me hizo sentar sobre la taza del váter.

—Jamás tocaría a una mujer sin su permiso —respondió de golpe. Lo observé y ladeé la cabeza hacia un lado.

—¿Y si tuvieras la oportunidad?

—¿De qué?—me hizo entrar al baño y sentarme en la taza del váter—¿De arrinconarla?—echó una irónica risa—. No, idiota —comenzó a buscar el botiquín.

—No, imbécil —suspiré—. De tocarla —Alastian se giró hacia mí, confundido—. Si ella quisiera que la tocaras con otras intenciones, ¿lo harías?

—Sin su permiso, no —repitió. Se puso de rodillas frente a mí, y empezó a coger la pomada y las vendas.

—¿Y si te lo diera?—observé como iniciaba aquel pequeño trabajo, tratando la quemadura con el mayor tacto posible. Parecía no estar acostumbrado a sanar a los demás.

—Pues, supongo que sí, la tocaría —contestó con obviedad.

Y decidí juguetear.

—Entonces, si te diera ahora mismo el permiso de tocarme, ¿lo harías?

Sus manos pararon de moverse. Quedó mirando a un punto cualquiera y noté como sus músculos volvían a agarrotarse. Sus fosas nasales se expandieron y de pronto el tendón de su mandíbula palpitó.

El silenció se hizo denso entre los dos.

—No —contestó, escueto.

Me sorprendí.

—¿Por que?—terminó de vendar mi mano y subió la cabeza para mirarme.

—Porque no habría un sentimiento mutuo.

Se levantó y abandonó el cuarto de baño.

Me dejó ahí, con la mano tratada, sentada en el váter, en silencio y buscando una interpretación razonable para aquella respuesta que me acababa de dar. Dicha respuesta, que me dejó incapaz de parpadear o siquiera moverme. 

No fui capaz de entenderla por completo.

Continuará...

BUENO

Muchas emociones en un mismo capítulo, lo sé, lo sé...

Pero pacieeeeencia, que es la madre de la ciencia; ni si quiera han empezado el viaje.

Así que imaginaos lo que está por venir...

hehe

🌟Un besito en la planta del pie🌟

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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