Reencarnación I: El Alma

By EnchainedMind

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Y tú... ¿crees en la reencarnación? Audrey Williams creyó que mudarse a México junto a su familia le ayudaría... More

Epígrafe
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
El comienzo del fin
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Agradecimientos

Capítulo 42

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By EnchainedMind

—Estoy un poco confundido.

—Yo también lo estuve en su momento, pero lo entenderemos cuando descubramos qué hay tras todo esto.

Audrey caminó a paso acelerado pero silencioso siguiendo a un invisible Darren, mientras que Alex la seguía a ella completamente confundido acerca del rumbo que estaban tomando. Era mediodía del dos de enero y el sol en la Ciudad de México atravesaba la camisa del muchacho causándole un poco de comezón, sin en cambio, él tenía tantas preguntas en la mente, que no había cábida para tomarle atención a eso.

—Entonces... ¿Cómo dices que sabías que...?

—Alex, te dije que no me hicieras preguntas acerca de esto. Lo importante es que lo sé y la manera no importa.

—No entiendo porqué no quieres contármelo. ¿Qué podría haber de malo en ello?

—Tu hermano está haciendo muchas preguntas, Audrey. Será mejor que le inventes algo —intercedió Darren deteniéndose tras un auto a pocos metros de su destino. El callejón estaba vacío, por lo que lo consideró el mejor lugar para poner en orden algunos puntos antes de meterse en el embrollo al que él mismo había tenido que guiarlos.

Mientras tanto, Audrey suspiró, mirando a Alex con un semblante de reproche en el rostro. Le había advertido que no debía cuestionarla bajo ninguna circunstancia antes de salir de casa, pero como podía verse, todo le había entrado por un oído y salido por el otro.

—Sospeché de Monique desde hace mucho tiempo —explicó, escudriñando el panorama por si veía a alguien que pudiera escucharlos—. Si te dijera cómo me enteré de que estaba robando documentos de nuestros padres, no me lo creerías. Hay veces en que ni yo misma me lo creo, pero la cosa es que lo sé. Se me ocurrió contarle sobre ella a alguien que conozco, y él pocos días después me dijo que una noche se la encontró saliendo del hotel muy apresurada, así que la siguió hasta una casa pequeña cerca de aquí, luego la vio pasando una carpeta de documentos bajo la rendija de la puerta y alguien los recogió. Si queremos desenmascararla, tendremos que saber a quién se los estaba pasando, por eso es que te he traído aquí.

Audrey no mentía mucho. A grandes rasgos eso era lo que había pasado, pero adivinó que él seguiría haciendo preguntas, cosa en la que desgraciadamente acertó.

—¿A quién se lo dijiste?

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Es mi obligación decírtelo?

—No, pero... ¿Y si le decimos a ese amigo tuyo que le diga a mi papá lo que vio? Él podría ser un buen testigo.

—Sin embargo debemos conseguir pruebas palpables para no correr el riesgo de que papá no nos crea. Además siempre he pensado que Monique podría llegar a manipularlo, y no podemos permitir que ella nos gane. Sé bien que ambos la odiamos.

—¡Sí que sí!

—Bueno... Es nuestra oportunidad de hacerle saber a mi papá la clase de tipa que es, pero no puedes echarlo a perder, así que deja de hacerme preguntas y ven conmigo.

Tras eso, Darren, Audrey y Alex siguieron avanzando con rumbo a la misma casa donde el fantasma había visto a Monique algunas semanas atrás.

—Esto es emocionante —masculló el mayor de los hermanos a medida de que se acercaban cada vez más—. No recuerdo la última vez que tuvimos una aventura como esta juntos.

—Yo tampoco.

—Creo que no hay mejor momento para decirte que mi papá me ha prometido regalarme un auto por mi cumpleaños. ¡Por fin tramité mi permiso de menor, y en cuanto tenga el carro en mis manos podré ir adonde me plazca!

Audrey se detuvo en seco.

—Eso es... —un signo evidente del favoritismo de Leonard, estuvo a punto de decir ella— ¡estupendo!

Un auto.

Durante sus dieciséis años de vida, Leonard ni siquiera le había propuesto darle clases de manejo y cada vez que ella pensaba en pedírselas, estaba demasiado ocupado con Alex como para prestarle atención. Si eso no había sido posible, desde luego nunca le regalaría un auto en su cumpleaños. No era que le tuviera envidia a su hermano, de hecho, por todo lo que ahora sabían gracias a Benjamin White, podía comprender un poco de la sobreprotección de Leonard, pero se sentía tan excluida que a veces deseaba ser el centro de atención de su padre aunque fuera por un par de días...

—Hemos llegado —anunció Darren, logrando sacar a Audrey de sus cavilaciones.

La chica levantó la vista topándose con un gran bote de basura al frente, y al mirar al otro lado de la calle, se encontró con una casa sencilla, de ladrillo rojo y una pequeña puerta negra que casi pasaba desapercibida por lo abandonado del callejón.

—Es aquí —le dijo a su hermano.

—Este lugar parece muy peligroso, ¿no? ¿Quién podría vivir aquí?

—No lo sé, pero... ¡Ocúltate, alguien viene!

Alexander obedeció a su hermana y se encogió tras el bote de basura hasta ser prácticamente invisible a los ojos de la persona que, con un suéter negro caminaba hacia la misma casa a la que ellos habían ido. Y quedaron impresionados cuando la misma persona, bajó cautelosamente el gorro con el que se cubría la cabeza, dejando ver su rostro. Un rostro precioso que ellos conocían muy bien.

El recién llegado era nada menos que Monique Blanchard.

Monique tocó la puerta un par de veces y esperó paciente a que le abrieran, mientras que Alex tomó un par de fotografías con su teléfono, capturando también el maletín que ella sostenía entre sus manos.

—Interesante...

Pronto, alguien abrió la puerta. No pudieron ver de quién se trataba, pero no tardarían en averiguarlo, porque, mientras Alex se lamentaba creyendo que no habría forma de internarse en la casa para atestiguar lo que ocurría en el interior, Darren iba y regresaba en tiempo récord, agitando los brazos con entusiasmo, y luego, con la cara de quien descubre la  respuesta a una gran incógnita, le dijo a Audrey:

—¡Oye! Acabo de ir hacia el otro lado de la casa y encontré una ventana abierta por allá —señaló hacia el extremo opuesto de la construcción.

Audrey sonrió casi imperceptiblemente.

—Ven conmigo —le dijo a Alex, dirigiéndose hacia donde Darren le había indicado.

Efectivamente, una ventana lo demasiado amplia para que cupieran ambos hermanos se encontraba por encima de sus cabezas. En cuanto la vieron, dibujaron una sonrisa de complicidad en sus rostros y Alex se apresuró a unir las manos frente a él, esperando que Audrey pusiera su pie en ellas y comenzara a trepar, cosa que logró a los pocos segundos, terminando por caer sobre una hilera de cajas de cartón, en un cuarto tan pequeño que resultaba sofocante, sin contar, desde luego, el aroma pestilente que impregnaba por completo el lugar. Audrey realizó una mueca de asco.

Pronto Alex también cayó sobre las mismas cajas y Darren atravesó la pared con su habilidad fantasmal. Cuando los tres estuvieron reunidos en el apestoso cuartucho, oyeron unas voces viniendo desde el otro lado de la puerta. Una era la de la ya conocida Monique, mientras que de la otra solo pudieron reconocer un tono masculino, pesado, pero no más.

—Entonces... Te subestimé, ¿no es así? —preguntó la voz de hombre, con cierta nota de sarcasmo.

—Veo que al fin te diste cuenta —respondió, pero para sorpresa de los hermanos y del propio Darren, en lugar de usar su característico acento francés, hablaba con un perfecto acento mexicano, tan natural que no tardaron en darse cuenta de lo mucho que los había engañado desde que la habían conocido.

Ante lo anterior, Alexander extrajo de nuevo su teléfono y activó la grabadora de voz.

—Ya lo creo. Has conseguido cada uno de los documentos que te he pedido. Parecía casi imposible, porque todos se encontraban en la caja fuerte de los Williams, ¿no es verdad? —Un momento de silencio—. Dime, ¿Cómo lo has logrado?

—Bueno, ciertamente no fue tan difícil como pensé —admitió—. Lo único que tuve que hacer fue acercarme a Roberto Rivera, el odioso administrador de los hoteles, mientras este estaba deshecho por la muerte de su sobrino en la explosión del supermercado. No había parado de llorar en más de tres días, ¡debiste verlo! Decidí que lo mejor sería tratar de darle ánimos, lo cual resultó muy provechoso, porque cuando estaba taaaan débil que ni siquiera podía llegar sólo a su casa, me pidió que lo acompañara.

—¿Lo hiciste?

Monique resopló.

—¡Pues claro! No pensaba desaprovechar la oportunidad.

»Lo siguiente que hice fue administrarle un somnífero en su bebida y esperé a que hiciera efecto. Una vez que se durmió, busqué por todas partes la llave de la caja fuerte de los Williams... ¿No es irónico? ¡La caja está en casa de la familia pero dejaron la llave al cuidado de un imbécil como Roberto!

Los hermanos se miraron. Recordaban perfectamente haber extraído un viejo álbum de esa misma caja, pero lo que Alex no le había mencionado a Audrey, era que la llave que había usado no era sino una réplica de la original que había sacado algún tiempo atrás. Sin embargo, la verdadera estaba en poder de Roberto, como mencionaba Monique.

—Aquí viene la mejor parte. ¡A que ni sabes dónde la fui a encontrar! —Ante lo que Alex, Darren y Audrey percibieron como un segundo de silencio, añadió—: ¡enterrada... en una maceta! Sigo sin creerme que haya sido tan idiota como para esconderla en un lugar tan predecible como aquél.

»En fin. Pocos días antes de navidad, la esposa de Leonard me dijo que le ayudara a descargar unos costales de abono para sus plantas, y mientras ella estaba distraída desenterrando algo de los tulipanes que crecen en su patio, me escabullí a su cuarto con la excusa de ir al baño. Extraje los documentos que necesitaba, y ¡Voilà! Están ahora en tus manos, justo como me lo pediste.

—No cabe duda de que eres brillante, Monique. Nada qué ver con el papel de auxiliar inútil que te pedimos que interpretaras frente a los Williams. Incluso debo reconocer que el acento te sale muy bien...

—Sí, sí, mira, no necesito que me alabes. No lo hago por ti, sino por la causa. Me he propuesto ser más que solo su espía doble y voy a lograrlo sin importar nada, incluso si debo atrapar a una presa yo misma.

El tono de Monique no solo se había tornado condescendiente, sino también violento. Estaba claro que, independientemente de lo que significasen las palabras causa y presa, lo eran todo para ella.

—¿Atrapar a una presa tú misma? ¿Qué quieres decir con eso?

—¡Que yo lo sé! Hay uno entre ellos, y yo sé quién es, por eso he luchado por que me hagan caso, pero tú sigues insistiendo en que estoy equivocada.

—¡Ya hablamos de esto! No hay ninguno entre ellos, y sabes que no puedes adentrarte en terreno peligroso, porque si metes la pata vas a jodernos a todos.

—¡Es que ya me cansé! Quiero ser más, quiero apoyarlos, pero si no me dejan...

Alexander, que ya comenzaba a sentir un poco de la presión con la que Audrey estaba tan familiarizada, se atrevió a abrir un poco la puerta del cuarto, encontrando a un hombre sentado en un escritorio de espaldas a él, y a una Monique visiblemente frustrada, tirando de su largo cabello negro.

—Monique, escúchame —habló el hombre, con tono bajo y conciliador—. Por ahora no puedes ayudarnos en esto, pero tengo una tarea muy importante para ti, una que no le puedo confiar a nadie más.

—¿De qué se trata? —inquirió de mala gana.

Para mala suerte de Alex, el tipo no siguió hablando, sino que solo escribió algo en un papel que luego le dio. Ella lo leyó y tuvo que pasar un momento para que la oyeran decir:

—Cuenta conmigo. Hoy mismo la tendrás.

Entonces el individuo se puso en pie y Alexander cerró de prisa lo poco que había abierto de la puerta.

Pronto, pudieron escuchar claramente una serie de pasos que se dirigieron hacia la puerta, y acto continuo, la cerradura abrirse y cerrarse un un sonoro clic, avisándoles, sin saberlo, que ahora se encontraban completamente solos en aquella diminuta casucha.

....

—Eso es imposible.

—No, no lo es. Ella no sabe nada, acabo de comprobarlo.

—¡Eso... es... Imposible! —exclamó, y su segundo al mando tuvo que alejarse el teléfono de la oreja para evitar que el chillido de la joven lo dejara sordo.

Era la primera vez que los Cazadores hablaban por teléfono en mucho tiempo. No recordaban cuándo había sido la primera o la última vez antes de esa, pero lo que él podía jurar, era que no tenerla frente a él en ese momento hacía menos llevadera la tortura de sufrir sus regaños tras no obtener lo que ella deseaba cuando lo deseaba.

—¡¿Vas a decirme que él le ha mentido todo este tiempo?! Eso no es para nada lo que él haría. ¡Él no le puede mentir, es demasiado mojigato para hacer algo como eso!

—No, no le ha mentido. Solo le ha omitido la información que querías que yo te pasara, y es tan simple como que no desea ponerla en riesgo porque la quiere. Es amor, maldita insensible. Solamente amor.

—¡Amor mis calzones! Lo que pasa es que eres un inútil y no has podido hacer bien la única tarea que yo te había encargado. Estoy segura de que miente, pero tú, con tu corazón de pollo de mierda, no has podido sonsacarle la verdad.

—Oye, ¡no te atrevas a culparme a mí! Si tan inútil crees que soy, ¿por qué no lo haces tú?

—¿Estás... retándome? Dime que no acabas de hacerlo. ¿Debo recordarte lo que le pasará a la mentirosa si tú no me traes lo que te he pedido?

Ante lo dicho por la Cazadora, él se aterrorizó. Lo sabía perfectamente porque la había visto darle una pequeña muestra tiempo atrás. No pensaba permitirlo, desde luego, pero era bien sabido que ella ostentaba el puesto más alto entre los Cazadores porque no existía nadie más fuerte que ella, y aunque lo pretendiera, él no era más que un enclenque buscando proteger a la víctima de la capitana de un ejército letal, que podía matar con solo chasquear los dedos. Ella, como muchos solían decir, no le temía a la muerte, porque la muerte trabajaba para ella.

—No. No lo he olvidado —dijo, sumiso como siempre había tenido que mostrarse.

—Entonces debo suponer que harás un último intento por traer lo que te pedí hace semanas, ¿no? Tendrás que esforzarte más, porque si no, ella lo pagará, y muy caro. ¿Lo has entendido?

No tenía opción. Con ella nunca existía ninguna otra, y para acabarla, ni siquiera podía pedirle ayuda al Iztac porque sino revelaría el plan completo de su capitana, logrando no solo romper su tratado secreto de paz con su aliado temporal, sino avivando la guerra entre los Cazadores y los Iztac que ya había perdurado demasiado para su gusto.

Así que lanzó una muy profunda exhalación, cerró los ojos con pesar, y dijo, tan bajo que su voz apenas pudo ser oída:

—Sí... Lo he entendido.

—¿Y lo harás?

Rodó los ojos.

—Lo haré.

—¡Ese es mi chico!

Dicho lo anterior, la Cazadora cortó la llamada y él, resignado, tuvo que volver hacia el único lugar donde no había Cazadoras exigentes ni ejércitos en guerra.

Al único lugar donde por fin se había sentido cómodo y tranquilo.

A sus brazos.

....

En cuanto se supieron solos, Alexander salió del cuarto pestilente y dio un vistazo a su oscuro entorno.

Se encontraba en lo que parecía la sala de una casa lo demasiado pequeña para que solo cupiera un sillón de tres plazas, un largo escritorio de madera bajo otra ventana que yacía cerrada y un librero atiborrado con lo que parecían decenas de libros viejos, con portadas casi rotas.

Sobre el escritorio había una laptop, y detrás de ella, en las paredes, se encontraban adheridos algunos pizarrones blancos con tablas dibujadas que Alex no podía descifrar.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Audrey, saliendo a su encuentro. Acababa de ver a su hermano acercarse a la computadora encendida y teclear algo en ella.

—Necesitamos saber de quién es esta casa. Por aquí debe haber algo de utilidad, así que ven. Ayúdame a buscar alguna identificación de la persona que vive aquí.

—Alexander, no estoy segura de que sea buena idea...

—Nadie dijo que así fuera, pero nos podría ayudar a saber quién le pidió a Monique que robara nuestros documentos y para qué los quiere.

Suspirando, Audrey asintió. En tanto, Darren recorrió el resto de las habitaciones en busca de al menos una foto del propietario, pero lo único que pudo encontrar fue una libreta llena de anotaciones extrañas, con nombres de lugares y algunos de ellos acompañados por una palomita o un tache.

Así transcurrió media hora, con los tres buscando pistas sin éxito alguno, hasta que, súbitamente, oyeron un clic en la puerta que los sobresaltó.

—¡Carajo, ya llegó! —exclamó Alexander, recorriendo con mirada nerviosa el lugar hasta decidir meterse en la primera puerta que entró en su campo visual, con Darren y Audrey siguiéndolo por detrás.

Para su desgracia, no entraron en una habitación cualquiera, sino en la habitación en la que parecía dormir el dueño de aquella casa.

Había una cama matrimonial con cobijas de estampado de tigre en tono borgoña, pero si pretendían esconderse bajo esta, no pudieron hacerlo, pues la base era tan pequeña que de ninguna manera había cábida para cualquiera de los dos.

En tanto buscaban dónde esconderse, una serie de pasos pesados se escuchó yendo hacia la alcoba, y tan solo transcurrió un minuto antes de que el dueño hiciera su aparición cruzando el umbral de la puerta, caminando de un modo bastante lánguido hasta la cama, donde se acostó, dando la impresión de que había querido hacerlo desde hacía mucho tiempo.

Audrey, que ya estaba oculta junto con su hermano tras un escritorio, lo reconoció de inmediato.

Se trataba de Armando Villegas.

Era posible que dicho nombre no sonase mucho, pero Audrey aún recordaba que durante sus primeros días en México, Rolland la había obligado a acompañarlo en la entrega de un paquete —que ella había tenido que cargar—, cuyo destinatario era ni más ni menos que el hombre que ahora se encontraba echado sobre la cobija de tigre, cambiando una y otra vez los canales del televisor que acababa de encender. Incluso ella recordaba cuánto temor le había causado el tipo a Rolland.

Pero mientras se preguntaba qué objetivo tenía un hombre como Armando Villegas al mandar a hurtar los documentos de la familia Williams, si ni siquiera los conocía, Alexander estaba demasiado perdido, preguntándose quién era aquél individuo.

Darren solo alternaba la mirada entre dueño e intrusos, no sabiendo muy bien qué podía hacer para ayudarlos.

—¿Quién es ese? ¿Se supone que Monique le entrega los documentos... a él? — decía Alex, sumamente desconcertado por su descubrimiento.

—Yo lo conozco —declaró Audrey en voz baja, contenta de que un programa de concursos ahogara su voz—. Su nombre es Armando Villegas. Una vez acompañé a Rolland a entregarle un paquete.

—¿Y él nos conoce a nosotros?

—No hasta donde yo sabía. Pero ahora realmente no sé qué pensar con todo esto.

Era cierto. Tanto a Darren como a Audrey aún no les entraba en la cabeza que un don Nadie como Armando Villegas fuera el responsable del robo a su familia.

—Audrey, mira —Alex llamó su atención dándole un golpecito en el hombro—. Se está yendo. Debemos huir de aquí, o nos va a descubrir.

Entonces dio con que el dichoso Armando se levantaba de la cama y atravesaba una puerta en el mismo cuarto en la que ellos no habían reparado antes. Desapareció cerrando a su espalda, y casi enseguida se escuchó el inconfundible sonido de un cierre descendiendo, y la chica no demoró en dibujar una mueca de asco al darse cuenta de que se trataba del baño.

—¡Tenemos qué salir de aquí rápido, pero ¿qué hacemos?! —exclamó Alex, susurrando sus palabras—. Si abrimos la puerta, nos va a oír y no llegaremos ni a cruzar la ventana de la sala. Pero si nos quedamos aquí, podríamos estar desperdiciando nuestra única oportunidad para largarnos...

—Espera, creo que sé qué podemos hacer —declaró. A continuación, extrajo su móvil de la bolsa de su chaqueta y marcó un número esperando que le contestaran a la primera. Por suerte así fue.

—¿Audrey? ¿Qué ocurre? —la voz de Morgan llegó a sus oídos antes del segundo tono, y ella sonrió con el alivio inundando sus facciones.

—Hola, Morgan. Lamento si te he llamado en un mal momento, pero en verdad, en verdad, en verdad necesito tu ayuda.

—Claro, dime qué pasa.

Y Audrey procedió a narrarle lo ocurrido, dando pelos y señales del lugar donde ahora ella, junto con su hermano y el fantasma, se hallaban atrapados, con riesgo de ser descubiertos.

Al oírlo, el Rompehuesos no supo si reír o llorar ante la desgracia de su amiga. Pero como el incondicional que había sido antes, puntualizó que estaría allí en tan solo unos minutos para ayudarlos a escapar, y entonces, se dispusieron a colgar la llamada, pero justo antes de que eso ocurriera, el joven, con algo de timidez, añadió:

—Por cierto... Qué bueno que has llamado. Yo estaba a punto de hacerlo cuando marcaste, porque verás que tengo algo muy importante qué decirte.

Audrey arrugó la frente.

—¿Qué cosa?

Las últimas palabras de Morgan, sin embargo, no hicieron más que aumentar la adrenalina en las venas de la chica, pues Phillips, con una dubitación sin igual, simplemente dijo:

—Ya sé quién es la propietaria del teléfono que encontraste en tu escuela, pero he descubierto otra cosa además de su identidad, y créeme que no les gustará nada de nada a tus amigos y a ti.

Acto seguido, un sonido indicó que Morgan acababa de cortar la llamada, dejando a Audrey con nada más que preguntas sin respuesta alguna en la mente.

....

Treinta minutos después, un toque en la puerta resonó sobre el volumen del noticiero que anunciaba un incendio en un barrio de Perú que había cobrado un total de cien fallecidos. Armando se levantó tras poner los ojos en blanco, mientras que Alexander y Audrey sonreían sabiendo que aquella era su señal para escapar. Pacientes, esperaron a que el hombre saliera del cuarto, y cuando eso pasó, Audrey fue la primera dar indicaciones a su hermano:

—En cuanto oigamos la voz de Morgan Phillips, saldremos y escaparemos por la ventana que está sobre el escritorio de la sala. Tendremos que ser muy rápidos, así que no te vayas a distraer con nada, ¿de acuerdo?

—Bien, pero... ¡Oye, espera un segundo! ¿Acabas de decir que Morgan Phillips está aquí? ¿Como por qué lo has llamado a él, pudiendo pedir ayuda a cualquier otra persona?

La chica resopló. Aquella maldita rivalidad entre ambos solo debido a sus respectivos equipos de fútbol la sacaba de quicio, sobretodo porque los miembros de los Black Dragons parecían tomárselo todo demasiado personal, cuando, para ella, no era más que una payasada.

—Primero, porque, por si se te ha olvidado, Morgan Phillips es mi amigo. Segundo, porque él me dijo que podía llamarlo cada vez que necesitara su ayuda, y tercero, porque quiero y puedo hacerlo. Si eso te causa problemas, entonces debiste haber pensado en un mejor plan para sacarnos de aquí, Graham.

—Aggggh. A veces te pones insoportable —gruñó, mientras ella estaba atenta a las pisadas de Armando que se dirigían hacia la puerta principal—. Y ya te he dicho que no me llames Graham.

—¡Cállate! Ya casi es hora.

Como lo había pronosticado, un par de segundos después, la puerta que daba a la calle se abrió, y la voz de Morgan, demasiado alta para resultar natural, dijo, con una emoción notablemente fingida:

—¡Buenas tardes, señor! ¿Me encuentro en la vivienda de Armando Villegas?

—Sí, ¿y tú quién eres? —le dijo, si no grosero, de muy mala gana.

—¡He venido a traerle una deliciosa pizza mitad pepperoni, mitad hawaiana y a platicarle sobre las fantásticas promociones de nuestra pizzería!

—¿De qué hablas, mocoso? Yo no he pedido ninguna pizza.

Para entonces, Audrey ya había salido del cuarto, y Morgan podía verla perfectamente a través del espacio libre entre el umbral de la puerta y cuerpo de Villegas, a quien, por cierto, trataba de mantener lo más distraído posible.

—¡Y esa, precisamente, es una de nuestras maravillosas promociones por apertura!

—Explícate.

Audrey, con mucho cuidado, aproximó la silla hacia ella, quitó las hojas sueltas que se hallaban desperdigadas por la parte del escritorio que iba a pisar, y acto seguido, subió a la mesa sin hacer nada de ruido, abriendo con sumo cuidado la ventana.

—Por inauguración, mi pizzería me ha pedido enviar pizzas en casas al azar, ¡y usted se ha convertido en uno de los afortunados en consumir antes que nadie nuestra deliciosa pizza de pepperoni! ¿No es estupendo?

—¿Por inauguración?

—Ehhh..., sí, ya sabe, así se le llama a cuando un negocio apenas va abriendo.

Audrey había cruzado exitosamente la ventana, y ahora ya solo faltaba Alexander...

A Morgan le estaba costando mantener por más tiempo la fachada.

—Ya sé lo que es una inauguración, niño tonto  —puntualizó Armando entre dientes—. A propósito, ¿cómo dices que se llama tu pizzería?

—Ahhh... Se llama... Se llama... —Morgan clavó la mirada en Alex, que ya estaba subiendo el primer pie sobre el escritorio—. Se llama Oxxo.

—¿Me estás tomando el pelo? Ese nombre ya existe.

—Ah, sí. Es que en realidad, su nombre es... Mmmm... ¿Daddo's? —se debe hacer hincapié en que el nerviosismo de Morgan era cada vez más evidente, pero no podía evitarlo, porque mientras Alex más demoraba en prepararse para saltar la ventana, más riesgo corría de ser visto.

—¿Y cuál es tu nombre?

Distraído, Morgan contestó lo primero que se le vino a la mente:

—¿Mi nombre? Pues... Me llamo... Alan Brito Delgado.

Ya casi. Era cuestión de segundos.

Alex subió una pierna hacia el marco de la ventana, se apoyó con las manos para cruzarla... Y entonces...

El sonido de un montón de hojas arrugándose rasgaron el incómodo silencio.

Armando volteó y sus ojos atraparon a Alex recuperándose a toda velocidad del golpe que su rodilla se había dado al resbalar, para después, verlo huyendo a través de la ventana, con Audrey esperándolo afuera.

—¡Oye, tú, ven acá, maldito ladrón!

Entonces, Morgan tiró la caja de la supuesta pizza a los pies de Armando y esta se abrió, revelando que había sido engañado por partida doble en tan solo unos minutos.

Armando, furibundo, corrió tratando de alcanzar a los mequetrefes con la caja vacía en la mano.

—¡Oye, pizzero, esta caja está vacía! ¡Regresen acá, malditos!

Audrey, Alex, Darren y Morgan corrieron, riendo como nunca habían reído en su vida, pero también con la adrenalina al máximo palpitando en sus venas. Vieron a Armando persiguiéndolos, sin en cambio, se sentían imparables, se sentían... Increíblemente bien...

—¡Casi nos alcanza, vamos! —exclamó el Rompehuesos, acelerando el paso para tratar de perder a Armando, quien, además, ya se estaba subiendo en un auto que no habían notado estacionado a un lado de la casa.

Pronto, empezaron a sentir el cansancio en sus piernas, pero en ese momento, una voz los llamó desde una esquina en la que pretendían doblar.

—¡Oigan, chicos, por aquí!

Se trataba, ni más ni menos que de Dominik. Este les gritaba desde un auto blanco y les hacía un ademán con la mano para que subieran. Los tres obedecieron y Alex se acomodó en el lugar del copiloto, mientras que Darren, Morgan y Audrey tomaron el asiento de atrás.

—¿Dom? ¿Cómo sabías que...? —Audrey estaba, sin lugar a dudas, anonadada.

—Morgan me dijo que tú y Alex se se encontraban en apuros y no dudé en acompañarlo para auxiliarlos —explicó.

A partir de ahí, dio inicio una holliwoodezca persecución en la que Dominik trataba de esquivar auto tras auto para escapar de Armando, cosa que se le daba muy bien, sin embargo, Villegas tenía lo suyo, porque por más que giraba, no lograban perderlo.

—Aún viene detrás de nosotros... —diji Audrey, viendo que tan solo los separaba un vehículo.

—Tenemos que hacer algo... —murmuró Dominik a nadie en específico.

Para su estupor, de la nada, el auto de Armando dio un repentino giro hacia la derecha, estrellándose contra el muro de un local del que salieron varias personas despavoridas, y tras ser rodeado por un puñado de personas furiosas, fue incapaz de seguir persiguiéndolos, de tal modo que pudieron proseguir su camino libres de Armando.

—¿Qué carajo...? —bramó Alex, observando lo ocurrido a través del retrovisor.

—¿Por qué Armando giró? ¿Qué le habrá ocurrido? —preguntó Audrey, más para sí misma y para Darren, mismo que se encogió de hombros igual de pasmado.

—Seguramente perdió el control de su auto —habló Dominik—. ¿Hacia dónde me dirijo?

—Hacia el Hotel Central de mi padre. Debo mostrarle evidencia de lo que Monique ha hecho —declaró Alex rápidamente, a lo que el ojiazul asintió dirigiendo el carro hacia donde acababa de decirle el muchacho.

En cuanto llegaron, aparcó delante del hotel el tiempo suficiente para que Alex descendiera del auto. Este se dirigió hacia la ventanilla trasera para ver a su hermana, y le dijo:

—Ven, tenemos que decirle a papá lo que...

Pero Audrey lo interrumpió.

—No puedo ir contigo, Alex. Antes hay algo que debo hacer.

—¿Estás segura? —Había duda en el semblante de Alexander, mas Audrey se mantuvo firme—. De acuerdo. Me encargaré yo mismo.

—¿Tienes un plan?

—No, pero tengo pruebas.

Audrey sonrió a su hermano una última vez antes de que el auto se pusiera en marcha. Alcanzó a verlo siendo recibido de manera cordial por los guardias que vigilaban la puerta, y después volvió su atención hacia Phillips.

—Suéltalo. Dime quién es la dueña del teléfono que encontré en la escuela.

Morgan y Dom intercambiaron una mirada por medio del retrovisor, confirmando sin decirlo, que el último ya tenía conocimiento previo de la situación.

—Todavía no puedo decírtelo.

—¿Cómo que todavía no? ¿Qué significa eso?

Morgan inhaló y exhaló.

—Antes debes llamar a tu amigo. Llama a Oliver Grey y dile que se reúna con nosotros. Solo entonces podrás saberlo.

—¿Qué? Pero, ¿qué tiene que ver él en todo esto? ¿Por qué no me lo dices y ya?

—Audrey —esta vez, quien habló fue Dominik, serio, como casi nunca lo había visto antes—. Solo hazlo.

....

Oliver estaba con Vanessa en la casa Lawson cuando recibió un mensaje de Audrey. En el texto le dejaba más que claro que necesitaba verlo con urgencia en un lugar a orillas del centro de la ciudad, lo cuál le extrañó mucho, puesto que no le mencionaba la razón de aquél repentino requerimiento.

—¿Todo bien?

Vanessa se acercó a él, quitándose el casco que solía usar durante sus clases de equitación.

—Sí, es que Audrey acaba de enviarme un mensaje. Dice que necesita verme.

—Ay, ¿eso significa que debes marcharte? ¡No hace mucho que llegaste! —Vanessa hizo un adorable puchero, a lo que Oliver correspondió dándole un beso en la mejilla.

—Eso parece, amor.

—Yo te acompaño, ¿sí? Además no he podido agradecerle a Audrey por la cena de Año Nuevo a la que nos invitó su familia. ¡Anda, vamos!

—Pero, ¿qué hay de Romina?

—Descuida, está con su niñera. De cualquier forma, no creo que tardemos. ¡Vamos!

La pelirroja corrió hacia las puertas de su mansión, y  pronto, Oliver no pudo sino seguirla con la sonrisa más grande que había dibujado en su vida.

....

El lugar en el que Morgan les había pedido reunirse era una cafetería lo suficientemente abandonada como para que pudieran gozar de toda la privacidad que necesitaban en un asunto tan delicado como aquél.

Audrey, Morgan y Dominik se hallaban tomando una bebida cada quien, mientras que un invisible Darren estaba sentado a un lado de la chica, mirando cómo esta le daba vueltas a su popote con semblante distraído, preocupado, cuando al sitio arribaron Oliver y Vanessa. No se suponía que la última lo acompañara, y por la mirada en los ojos del Rompehuesos, Audrey sabía que él estaba pensando exactamente lo mismo, pero, si le molestó su presencia, no dijo nada descortés, en su lugar, le dirigió una amable sonrisa y saludó lleno de tensión al futbolista rival, estrechando su mano.

—Audrey... En el mensaje olvidaste mencionar que habrían más personas —dijo Oliver algo dubitativo. En tanto tomaban asiento él y Vanessa, miró a Morgan sin saber muy bien cómo actuar ahora que estaban fuera del campo deportivo.

—Si te sirve de algo —dijo Audrey—, yo tampoco sabía que tu presencia fuera necesaria.

—Pero yo soy quien la requirió —habló Morgan por primera vez, frunciendo el ceño de un modo diferente al de costumbre, como con recelo—. Deberían ordenar algo antes. El pastel de queso y zarzamora es muy bueno.

Oliver asintió, y pronto, una mesera dispuso un par de platos con el postre recomendado por Morgan, junto con dos tazas de chocolate caliente con malvaviscos.

—¿Ya me van a decir por qué estoy aquí? —volvió a hablar Oliver, picoteando su pastel con el tenedor.

Morgan se puso todavía más serio y su boca se abrió un par de veces buscando las palabras indicadas.

—Hace unos días —empezó—, Audrey ayudó a Rolland a limpiar el laboratorio de Química luego del incendio en su escuela.

—Sí, estaba más o menos al tanto —habló Oliver, y tanto Darren como Audrey notaron cierto nerviosismo en su mirada y en sus palabras, como si quisiera añadir algo pero a la vez creyera que no era buena idea.

—Bueno, la cosa es que en un momento dado, Audrey encontró una mochila, y dentro de ella, había un móvil.

Morgan miró a Audrey, cediéndole la palabra.

—Yo no tenía idea de quién era el dueño de ese teléfono, por eso es que decidí pedirle ayuda a Morgan para que descifrara la identidad del propietario...

—El teléfono no es mío, si eso es lo que creen —la interrumpió Oliver.

—No, lo sabemos... Sabemos que el teléfono no es tuyo. Morgan... Morgan pudo saber a quién correspondía.

—Insisto. ¿Qué tiene que ver eso conmigo? —De pronto, Oliver parecía más desesperado de lo normal. Audrey no sabía si era la presencia de Morgan la que lo ponía de tan mal genio, pero se figuraba que sí.

Phillips tomó la palabra a continuación.

—Que el teléfono no es tuyo, pero es de alguien que conoces muy bien. —Tras la ceja alzada e interrogante de Oliver, prosiguió—: ¿Qué es lo que sabes de Paula Hernández?

El cambio en el ambiente se sintió inmediatamente después de la pronunciación de ese nombre. Oliver tragó saliva nervioso, pero no tardó en quedarse pasmado tras escuchar ese nombre después de mucho tiempo. Audrey, Dominik y Darren evaluaron la reacción de todos en la mesa, y en lo que a Vanessa respectaba, bebió de su chocolate pero no pudo evitar que una pizca de celos y otra de tristeza salieran a relucir en su rostro. Su novio le había tomado la mano por debajo de la mesa, pero a ella, en lugar de reconfortarla, de pronto la incomodó.

—Paula Hernández... ¿Te refieres a mi ex?

—Sí. ¿Qué es lo que sabes sobre ella?

Con la mano libre, Oliver se rascó la nuca.

—Bueno, hace mucho tiempo que no escuchaba nada sobre ella. Lo último que supe fue que su familia se mudó a otro estado y ella tuvo que salir de la escuela.

—¿Su relación iba bien?

El futbolista frunció el ceño ante la pregunta de Morgan.

—No mucho, en realidad. Antes de que se fuera, empezó a volverse muy distante. Ya casi no hablábamos, y me daba la impresión de que se había fijado en alguien más, por eso yo decidí dedicarme a lo mío y dejarla a ella con sus cosas.

Por la sinceridad reflejada en sus ojos, todos pudieron notar que no había mentido con nada.

Audrey intercambió un vistazo con Darren. Ambos recordaban que, en efecto, Paula se había fijado en alguien más, pero no en cualquier persona, sino en nada menos que un profesor. El profesor Cade.

—Te lo pregunto porque el teléfono le pertenece a ella. No tengo idea de si la mochila también, tal parece que no, pero el móvil, pude comprobarlo, es cien por ciento de Paula. Sin embargo, investigando encontré algo que me llamó la atención, pero quería que lo vieras por ti mismo para que nos des tu opinión sobre eso. Así que...

El Rompehuesos sacó de su bolsillo un ostentoso teléfono de color negro que Oliver reconoció de inmediato. Claramente era de Paula, pero su curiosidad y la de todos en la mesa creció al ver a Morgan teclear algunas cosas antes de poner el artefacto sobre la mesa, con lo que parecía un video a punto de reproducirse. Le puso play y colocó su atención en cada una de las cabezas que rodeaban el teléfono.

Entonces, empezó el video.

Se trataba de una filmación en medio de una sala de oscuras paredes grises, con solo una silla de madera como única pieza de mobiliario y Paula sentada sobre ella. Su cabello rubio llegaba hasta sus hombros, sedoso, extremadamente cuidado. Y tenía puestos una falda hasta la mitad del muslo de color azul metálico, junto con un top sin tirantes blanco. Su maquillaje perfecto, tal como Vanessa lo recordaba cada vez que Paula se burlaba de ella.

La chica del video miraba fijamente a la cámara, con ojos a simple vista llorosos, pero había algo más en ella. Miedo, angustia, inquietud...

—Mi nombre es Paula Hernández Altamirano —dijo. Su voz producía un eco que tornaba todo aún más inquietante—. Mi objetivo al filmar este video es advertir a quien lo encuentre del peligro en que me encuentro.

»Hace un tiempo, todo en mi vida iba lo suficientemente bien como para no quejarme de ella. Iba a una buena escuela, tenía amigas a las que estimo mucho, mis padres me amaban, y en general, no existía preocupación en mí más allá de mantener mi popularidad en alto. No había nada que me faltara.

Paula dejó que una lágrima resbalase por su mejilla, pero la limpió demasiado rápido.

»Sin embargo, todo cambió cuando puse mis ojos sobre una persona. Esta persona parecía el hombre ideal para mí; atractivo, deseado por cualquier chica del colegio, romántico de vez en cuando, encantador y tierno la mayor parte del tiempo. Irremediablemente me enamoré de él.

Vanessa sintió un apretón en su corazón. Siempre había pensado que la relación entre Oliver y Paula era más por apariencia, por demostrar al resto de sus compañeros que dos de las personas más populares del colegio podían formar una pareja perfecta e inquebrantable. Nunca se le había pasado por la cabeza que lo que hubiese entre ellos fuera amor, auténtico y real.

Oliver volteó a verla, pero ella estaba tan concentrada en tratar de no llorar, que no se dio cuenta. Estaba claro que retomar el tema de Paula, después de haber pasado semanas tratando de dejar a un lado su inseguridad, no era algo fácil para ella.

—No voy a decir que la relación fue un fracaso en su totalidad. Él y yo manteníamos un noviazgo aparentemente sólido. Pasábamos mucho tiempo juntos, pero además, teníamos un secreto en común. Un secreto que, si se revelaba, podía destruir nuestras vidas de una manera inimaginable. Así que nos dedicamos a velar por la seguridad de dicho secreto durante varios meses.

Todos en la mesa miraron a Oliver. ¿De qué secreto estaba hablando Paula?

—No obstante, un día él enloqueció. Temía que si el secreto salía a la luz, su vida, tal como todos la conocían, llegaría a su fin. Así que trató de convencerme de darle un punto final a aquello por nuestra cuenta. Yo no iba a decir nada, pero aún así decidí darle por su lado y accedí a acabar con todo. —Paula suspiró, se tocó el cabello y levantó de nuevo la cabeza, visiblemente angustiada—. No puedo decir lo que ocurrió después, ni cuál es el secreto que él deseaba extinguir, pero quiero decirles que sé que me encuentro en un peligro inminente, con toda seguridad puedo decir que estoy a punto de morir. No me queda mucho tiempo, así que quiero anunciar que si muero, el responsable de mi muerte va a ser solo un hombre. Él es un maestro, repito, es un maestro del engaño. Y hoy, debo decirle a quien sea que encuentre este teléfono, que si algo llegara a pasarme, cualquier cosa, el responsable es una y solo una persona. Y su nombre... Su nombre es Oliver Grey.

Y entonces, la pantalla oscureció, dando fin al video y comienzo al caos que dominó pronto la cabeza de todos menos de Morgan, pero especialmente de Oliver y Vanessa.

—¿Qué... qué significa lo que acabamos de ver? —habló la pelirroja, tan impactada como Darren o Audrey—. ¿A qué se refería Paula, Oliver? ¡¿De qué secreto estaba hablando?!

—Yo... yo... No lo sé, ¡juro que no lo sé!

—¡Mentiroso! —Vanessa, ahora, estaba por convertirse en un mar de lágrimas—. ¿Qué le hiciste? ¿Por qué te hace responsable de cualquier cosa que le ocurra? ¡Habla!

—Te digo que no lo sé. Ella y yo no teníamos secretos, te lo juro por Dios. No sé de qué está hablando.

—¡Mentiroso! ¡Eres un mentiroso!

—Vanessa, creo que Oliver no está mintiendo...

Al momento, todas las miradas se fijaron en Audrey, misma que, llena de timidez, acababa de decir lo anterior, sorprendiendo sobretodo a sus dos mejores amigos, Dominik y la chica Lawson.

—¿Qué dijiste? —preguntó el primero—. ¿De qué hablas?

—Digo que es posible que Oliver esté diciendo la verdad. Es probable que Oliver no haya tenido con Paula el secreto que ella menciona en el video. Pero ella sí ocultaba algo y yo sé lo que es.

—Pues dilo —pidió Oliver, con ojos suplicantes.

La rubia miró una vez más al fantasma. Este asintió, como infundiéndole seguridad en sí misma. Entonces, tragando saliva, la chica dijo:

—Paula sostenía un romance con alguien más. Nunca esperé ser yo quien lo revelara, porque pensé que Oliver ya lo sabía, pero parece que no. El caso es que ella lo estaba engañando... Con el profesor Cade.

—¡Espera! ¿Cade... Cade Roxley, el profesor de educación física? —Dominik parecía anonadado por la noticia. Su amiga afirmó con la cabeza—. No puedo creerlo, ¿cómo lo sabes?

—Darren y yo... Digo, yo los vi una vez dentro de un salón. Estaban hablando de que querían verse esa noche o algo así. Él le preguntó que si no se sentía culpable de engañar a Oliver, y ella le digo que no, que él... se lo merecía. Después de eso comenzaron a besarse. Decidí irme en ese momento porque ya no quería saber nada más acerca de eso. El caso es que... Es probable que Oliver no mienta.

Pese a la revelación, Audrey no pudo pasar por alto el resoplido de Dominik. El chico, tocándose la cabeza con la mano, dijo:

—Vaya que me sorprende de la ex novia de Grey, pero de Roxley para nada. El muy tarado lo volvió a hacer.

Audrey se volvió hacia él.

—¿Qué significa eso?

—Tienes razón, a veces se me olvida que eres nueva en el colegio. Desde siempre ha habido rumores que afirman que Cade Roxley suele engatuzar estudiantes y mantener amoríos con ellas. Después no sé qué les hace, pero ellas se ven obligadas a cambiarse de escuela y no se les vuelve a ver más por aquí. Al saber de la escena que viste entre él y Paula, cobran sentido aquellos rumores, pero lo que no puedo explicarme, es por qué Paula dice en el video que si algo le sucede, el responsable es Grey. Sin embargo, noté algo particularmente sospechoso en el discurso de la chica. —No hubo intervención alguna, por lo que Dominik añadió—: durante los últimos segundos del video, Paula afirma que quien guarda el mismo secreto que ella, es un maestro del engaño. Repite esas palabras de un modo muy extraño, como si quisiera hacer énfasis en ellas, y si tomamos en cuenta que Paula era menor de edad y Cade Roxley un profesor, ¿Podría ser posible que tal vez, el secreto al que se refería fuera...?

—¡Pedofilia! —conrearon todos al unísono. Después los gobernó un reflexivo silencio que Morgan rompió con una interrogante:

—¿Eso significaría que Paula relevó toda la responsabilidad a Oliver por... presión? Quizá el tal Cade la obligó a decir eso, pero, ¿bajo qué objetivo? ¿Deslindarse de lo que le ocurriera a ella?

—Sí, y si Cade así lo hizo —dijo Audrey—, fue porque tal vez sabía que algo estaba a punto de sucederle a Paula, así que la presionó para liberarse de cualquier posible sospecha.

—Pero entonces... —ahora, fue el turno de Vanessa—, nos queda saber de quién era la mochila en la que encontraste el teléfono, y por qué estaba allí. Si el profesor Cade la amenazó como creemos, para filmar ese video, no pudo haber sido tan descuidado como para dejar el teléfono al alcance de cualquier persona, a menos que... Hubiera querido que alguien lo encontrara. Pero, ¿por qué hasta ahora?

—No lo sé —Audrey estaba apanicada—. Pero debemos averiguarlo apenas regresemos a la escuela.

—No podemos esperar tanto —rebatió Oliver—. Llegando a casa me contactaré con sus padres para preguntarles sobre ella. Parker, tú haz una lista de las alumnas que según los rumores, tuvieron romances con Roxley, y Audrey, trata de conseguir los nombres de los papás o tutores legales de esas chicas, quizá Rolland Carson pueda ayudarte con eso.

Todos asintieron, y posteriormente, abandonaron el restaurante regresando a sus vehículos. Transitaron nerviosos por las calles de la Ciudad de México, ya con la luna brillando en el cielo. Dominik se frotaba las manos con ansiedad, mientras que Vanessa, en el auto de Oliver, derrochaba nerviosismo, incluso miedo.

Sin en cambio, en cuanto pasaron por el Gran Hotel Central de los Williams, no tuvieron de otra que frenar en seco y admirar, petrificados, las dos patrullas que se encontraban frente al portón principal, cuyas sirenas iluminaban de rojo y azul la oscuridad de la noche. Pero no eran los vehículos lo que los había impresionado, sino nada menos que la imagen de Monique recorriendo el sendero de gravilla con un par de oficiales conduciéndola hacia su destino. Un grupo de reporteros trataban de entrevistarla a ella y más tarde, también a Leonard, que salía detrás, visiblemente decepcionado.

—Tu hermano logró demostrar su culpabilidad, Audrey —puntualizó el Rompehuesos, sonriendo de oreja a oreja, a lo que ella respondió con una mirada igual de alegre.

Volvieron a proseguir su marcha hacia la mansión Lawson para que Audrey se pudiera despedir de Vanessa. Una vez que llegaron, y antes de bajar de los automóviles, vieron algo que los desconcertó a todos por igual: la niñera de Romina corría desesperada hacia el carro de Oliver, agarrándose la cabeza con las manos.

Vanessa bajó al mismo tiempo que los demás.

—¿Lola? ¿Qué ocurre, qué estás haciendo aquí?

La susodicha avanzó hacia Vanessa, la abrazó, lloró, y al final, dijo a voz de grito, dejando petrificados a cada uno de los presentes:

—¡Me quitaron a Romina, señorita Vanessa! ¡Se la robaron, se robaron a Romina!

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