SukuFushi Week [sᵘᵏᵘғᵘˢʰⁱ]

By -Sxmmxrg

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Bienvenidos a éste escrito en honor a lo que es la #SukuFushiWeek. Quien por arte de los espíritus del más al... More

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私たちを結びつける呪い 
La maldición que nos conecta

Reencarnación.  

Donde Megumi, en medio del Hanami, tiene dolores de cabeza que le hacen ver momentos que nunca ha vivido junto con Sukuna. O al menos eso es lo que cree. 

。☬☬。

En la cultura japonesa, es muy especial el periodo al que ellos llaman el Hanami, el cual es muy característico de los meses Marzo y Abril.

La flor de cerezo es la más apreciada de la época, debido a su hermoso florecimiento, que invade de alegría y belleza a todo Japón, el cual dura una semana

El país se une a la festividad, saliendo en paseos, abriendo parques y creando juegos interactivos en los que conviven toda la familia, mientras ven el hermoso florecimiento de las flores de cerezo, las cuales caen de forma elegante por todo el lugar. 

Y es por ese motivo por el que Itadori lleva aproximadamente media hora intentando convencer a Megumi de ir con todos a ver el hanami. 

– Fushiguro, debemos de un día ir al Hanami – dijo el chico muy alegre, recargando su rostro en el regazo del pelinegro, formando sus ojos de cachorro.

– No.

Dijo simplemente el mejor amigo del chico, quien parecía más entretenido en el libro que leía en su cama.

Se encontraban en el cuarto del chico de ojos azules. Acostados ambos en la cama del mismo, mientras Megumi leía y, como dice Fushiguro, Yuuji simplemente estorbaba para poder lograr concentrarse.

– Por favor, Fushiguro, ¡es el Hanami! – dijo con obviedad, recargando su rostro en los muslos del chico pelinegro.

Fushiguro sabía que pronto iba a ceder a la petición de su amigo, pero simplemente había algo en su corazón que le negaba querer ver el hanami del cual todo el país era partícipe. 

Le bastaba con salir un poco al patio de entrenamientos, para admirar solamente a lo lejos el verdadero Hanami. Donde cientos de familias se sentaban debajo de los árboles de cerezo, deseando alguna corriente de viento que les ayudará a ver el tan esperado fenómeno, que era el florecimiento de la flor.

Pero aún así había algo que le obligaba a mantenerse lejos de aquella festividad.

Pero como siempre, la voz insistente de Itadori le tentaba a eliminar aquel miedo irracional por ir al Hanami. 

Pero es que Itadori tenía un gran poder en su toma de decisiones y en la prioridad que le daba a las cosas.

Un ejemplo muy claro era el de ese momento. 

En donde Yuuji jalaba su playera cuál cachorro necesitado, diciendo en cada uno de los jalones "Vamos al Hanami, por favor". Donde Megumi rodaba los ojos por la forma de insistir del muchacho.

。☬☬。

Y sí. 

Era el día del Hanami. Y Megumi iba a un lado de Itadori. 

Aquel chico que parecía más bien un cachorro al cual habían sacado a pasear al bosque, emocionado por los cientos de árboles que le recibían en una zona boscosa de la Prefectura de Saitama, lugar de nacimiento de Megumi. 

Habían ido a Saitama a visitar a Tsumiki y saber de su condición.

Después de la visita salieron en dirección a uno de los templos pertenecientes a la familia de el Clan Gojo, quien con gusto los invitó a permanecer en el lugar en lo que la festividad del Hanami pasaba, ya que debido a ésta, las calles de Saitama estaban repletas de gente, sacando fotos y visitando todo el sitio. 

El templo se encontraba en una zona ligeramente alejada de la zona en la que habitaban los pobladores, estaba rodeado y cubierto por árboles, protegiendo de los intrusos a la hermosa fachada. 

La madera parecía haber sido remodelada hace poco y el sitio simplemente se veía en óptimas condiciones.

– ¿Paga a alguien para que cuide el sitio? – había preguntado Megumi, regresando al centro de reunión después de haber dejado su mochila de viaje en un cuarto que Gojo le había proporcionado.

Al no escuchar respuesta alguna de parte del maestro Gojo, voltea en dirección del sonido de las voces emocionadas, notando cómo es que tanto Kugisaki, Itadori y Gojo se preparaban para salir, vestidos cada uno con un respectivo kimono.

– ¿A dónde van ahora? – dijo Megumi con fastidio, haciendo un ligero puchero del cual ni él mismo se había dado cuenta. 

– ¡Es el Hanami, Megumi! – habló Gojo, acomodando sus gafas negras y extendiéndole un kimono blanco. – ¿No es obvio? Haremos turismo por Saitama. 

Y Megumi pudo escuchar claramente los gritos emocionados de Nobara y Yuuji. 

Había rodado los ojos, tomando el kimono de las manos del maestro Gojo, regresando a su cuarto para cambiarse.

。☬☬。

Cuando terminó de colocarselo y acomodando el Kaku Obi de color azul marino, salió de la habitación, sólo encontrándose con Itadori, que se encontraba recostado con una de las puertas de madera abierta, dejando ver algunos lugares de entrenamiento del patio del Clan. 

– ¿Y Kugisaki y Gojo? – habló Megumi, tomando asiento a un lado de Itadori, fijando su vista en una esquina que le parecía sospechosamente familiar.

Antes de que pudiera decir algo, Itadori sonrió y habló de forma relajada, tirando su espalda sobre la madera y cubriendo su rostro con sus antebrazos.

– Se fueron antes, dijeron que querían comer antes de que la gente se los acabara. – dijo Itadori, sonriendo en dirección de Fushiguro. 

Megumi asintió, dando una vista rápida por el lugar, notando la extraña calma que le hacía ver el sitio.

Se sentía extraño, como si conociera ese lugar, como si lo hubiera visitado antes, aunque puede asegurar que nunca había ido. 

Ver el árbol de la esquina le ponía los nervios de punta.

Mira al cielo, suspirando, sabiendo que probablemente sólo es otro de los delirios que le llegan a ocurrir solamente en las ocasiones que visita la Prefectura Saitama.

Nota cómo Yuuji se coloca de pie y estira sus brazos en dirección al cielo, soltando un pequeño bostezo se sienta nuevamente en la madera.

– ¿Quieres que los alcancemos o mejor vamos al bosque que está bajando la colina? – dijo en voz baja Itadori, inclinando su cuerpo para hablar cerca del oído de Megumi, como si fuera un gran secreto lo que le está diciendo. 

El chico pelinegro intenta no reír por la actitud de su amigo, pensando que realmente no se sentía preparado para la convivencia de tanta gente en el Hanami, que prefería que su integración a la tradición fuera de una forma más serena.

– Me conoces muy bien, Itadori. – dijo Megumi, volteando su mirada a aquel chico tan alegre. – Pero ¿Tu no quieres ir a la ciudad? No te quiero aburrir, eres libre de ir. 

Yuuji frunció el ceño, cuál cachorro enojado. – Pero Megumi, yo quiero pasar el Hanami contigo, anda, vamos juntos al bosque. – dió una sonrisa radiante hacia su mejor amigo y el pelinegro, como de costumbre, cedió a la petición del chico de cabello rosa. Colocándose de pie para que ambos fueran a la puerta principal y poder salir.

。☬☬。

Y así es como llegaron a un lago. Un lago brillante, con el agua cristalina, lleno de pétalos caídos de los árboles frondosos de cerezos que le rodeaban.

– Woaaaahhh, ¡es precioso, Fushiguro! ¡Mira! – dijo el emocionado Itadori, esperando a que su amigo le alcanzara el paso para que viera tan gloriosa imagen. 

Megumi alzó la vista, notando el paisaje que su mejor amigo le quería mostrar y una sonrisa creció en sus labios de manera inconsciente. 

– Realmente es muy bonito este lugar. – miró alrededor del lago, sonriendo cada vez más al sentirse tan en paz en aquél sitio. 

Sostuvo su mano en su pecho, sintiendo su corazón acelerado, cuando vió que Itadori subió a uno de los árboles, recostándose en la rama y sonriendo desde su altura hacia Megumi.

– ¡Fushiguro! ¡Es mucho más bonito desde aquí arriba! – dijo entre gritos el recipiente de Sukuna, mirando hacia lo largo de todo el lago y regresando su vista a su amigo.

Déjà vu 

Eso fue lo que sintió al ver a Yuuji en aquel árbol. 

Solamente que la imagen que llegó a su cabeza, no fue de un Itadori sonriendo en esa rama diciéndole lo bonito del sitio, sino más bien de Sukuna

Pudo ver claramente a la maldición mirar en su dirección y que este le daba una sonrisa que es típica del Rey, llena de superioridad.

"Mi nombre el Ryomen y no te vigilaba, sólo te admiraba, tienes una belleza embelezadora, niño." Escuchó esa voz resonar en su cabeza, había sido la voz de Sukuna, lo podía jurar.

Volteó rápido su vista de nueva cuenta a la rama y vió a Itadori intentar bajar del sitio en donde se encontraba. 

– Quiero meterme al lago, vamos Fushiguro.

Mordió su labio y asintió, tomando la mano que Itadori extendía hacia él, queriendo dejar de tener ese tipo de visiones que le comenzaban a pasar con más regularidad. 

Cuando se metieron, Itadori le jaló el brazo para que ambos entraran al lago, pero el chico pelirrosa pisó un musgo húmedo y provocó que cayera al lago, llevándose en el proceso a Megumi, haciendo que quedaran totalmente mojados junto con los kimonos.

Soltando risas y dejando que el sol les iluminara el momento, se sostuvieron el uno al otro, sonriendo de alegría por aquellos momentos que llegaban a tener a solas. 

Estar con el otro era sentirse bien, sentirse libres de ser quiénes eran sin temor a ser juzgados. 

Era como si algo dentro de sus almas les dijera que ambos iban a estar bien uno al lado del otro, pero aún no sabían qué era lo que provocaba aquel sentimiento.

Mientras, Megumi se dejaba guiar por Itadori, este le llevaba de un lado a otro del lago, dejando que la frescura del agua y los movimientos oleantes de sus pasos abrieran un camino de flores de cerezo para ambos. 

。☬☬。

Cuando Megumi se cansó de nadar, decidió salir del lago, aún con las insistencias de Itadori porque se quedara.

– Pero Fushiguro, apenas son las 6, hemos solamente pasado cuatro horas nadando. – dijo el chico, paseándose y dejando que las flores de cerezo se pegaran a su kimono y piel. 

– No tengo tu jodida resistencia, Itadori. – dijo en queja el pelinegro, sentándose a un lado de un árbol que le proporcionaba una excelente sombra, respirando agitado debido al desgaste físico.

Literalmente llevaban más de cuatro horas jugando y nadando, y parecía que Itadori tenía la suficiente energía de pasar otras tres sin problema alguno – Déjame descansar al menos una hora ¿Si? – dijo un poco bajo, pero lo suficientemente alto como para que Itadori entendiera y asintiera al pedido de su mejor amigo. 

Megumi se sentía cansado, somnoliento, sabía que si cerraba los ojos, probablemente despertaría hasta horas después. 

Pero tocó algo con su mano derecha. Algo que le hizo ver una nueva imagen. Parecía el mismo lago, pero sabía que no era el mismo. 

La entrada del sol era esplendorosa y la caída de las flores de cerezo hacían que se adormilara con la suave danza que daban en el aire. 

Vió a alguien sentado a un lado de él.

Era Sukuna, quien sostenía su mano derecha y hablaba. Hablaba tan pacíficamente que Megumi pudo jurar que no se trataba del Rey de las Maldiciones. 

Era ver cómo una película vieja, de la cual era protagonista. Solo que no contaba con la historia completa.

Ni tampoco con los sonidos o las voces.

Sólo los flashes intensos de manos entrelazadas y el Rey de las Maldiciones siendo partícipe de cada una de esas imágenes.

Eran momentos extraños, momentos en los que se vió a sí mismo besar el rostro real de Sukuna, dejándose arrullar por los cuatro brazos del hombre.

Megumi quiere jurar que nunca ha hecho eso, pero la nitidez de las imágenes en su mente y la calidez que se propagaba en su cuerpo, hacen que comience a dudar.

。☬☬。

Cuando pudo salir de aquel limbo de imágenes volteó de forma inmediata hacia donde su mano había hecho contacto en su sueño con la maldición, encontrándose con una piedra lisa, con un grabado antiguo que no logró descifrar, pero que al momento de tocarla, sus dedos comenzaron a cosquillear. Soltó la piedra y miró hacia el lago, donde debía de estar Itadori.

No estaba.

Miró de lejos hacia todas las direcciones a las que habían viajado los dos y no lo encontró. 

Se sintió entrar en pánico cuando escuchó unas pisadas detrás de él, pero antes de que pudiera hacer algo, una mano le tapó la boca.

Uñas largas y negras se hicieron presentes frente a él. Una mano tomando su cuello y otra su boca, apretando y provocando que el aire dejara de pasar hacia sus pulmones.

– Realmente no puedo creer que seas tú, Fushiguro Megumi... – dijo la maldición en su oído, apretando más su garganta. 

La respiración de la maldición rozando su oído, provocando que escalofríos llenos de temor recorrieran su cuerpo.

Cuando Megumi estaba por intentar moverse, la uña larga del dedo índice de Sukuna se clavó con un poco más de fuerza en la tierna piel del joven hechicero. El Rey volvió a hablar. – Ni se te ocurra moverte, yo en serio no quiero aplicar mi técnica contra ti, Fushiguro Megumi. Al menos no ahora. – dijo, soltando la garganta del chico.

El pelinegro tomó su cuello, acariciando la zona en donde su piel ardía, tosiendo e intentando recuperar el oxígeno.

– Sé que las has visto. 

– ¿Ver qué, maldito lunático? – dijo el chico, con la voz rasposa y ojos llorosos. 

Sus manos aún sintiéndose cosquilleantes, más aún con la cercanía que mantenía Sukuna con él.

– Viste los recuerdos de mi Megumi. – habló la maldición. Tomando asiento a un lado del pelinegro, con la vista hacia el lago y con una mirada indescifrable.

– No sé a qué te refieres. – negó el chico de lindas pestañas, intentando colocarse de pie, pero siendo sostenido de forma agresiva por la muñeca por Sukuna. – Has que regrese Itadori, ahora. 

– No puede volver, o al menos no ahora. El mocoso está muy cansado como para lograrlo. – dice, mirando con superioridad al menor de los dos. – ¿Sabes lo que me costó cansarlo? Fue una difícil tarea, pero sabía que si lo dejaba con un poco de energía, intentaría salir para protegerte de mi. Patético.

Megumi sintió el enojo crecer en su estómago hasta alcanzar su garganta. Pero antes de que pudiera quejarse, Sukuna se puso frente a él, tomando su rostro, provocando que su cuerpo se quedara paralizado. 

Estaba expectante a saber lo que ocurriría. 

Pero lo único que pudo sentir fue una tierna caricia. Una caricia dada por el Rey de las Maldiciones, quien miraba los ojos color azul oscuro del joven hechicero. Estos recibiéndolo con frondosas pestañas negras y unos ojos parecidos a la oscuridad que reinaba la noche. Y Sukuna miraba esos ojos con detenimiento, como buscando algo dentro de ellos que le dieran la respuesta a su propio martirio.

– Tienen los ojos de distinto color, pero sé que mi Megumi me reconoció. Lo siento en mi pecho. Lo sé. – dijo en un tono bajo. 

Fushiguro no supo descifrar si aquellas palabras estaban siendo destinadas para él o para tranquilizar a la propia maldición. Quien parecía recitar palabras al aire, esperando a que el joven hechicero las comprendiera. 

La maldición al ver que el chico de cabello azabache aún no entendía nada, se sintió quebrado, pensando que llevarlo a aquél sitio sería suficiente para traer de regreso el alma de su pequeño tesoro

Aquel chico del que se había enamorado y que sus ojos le hacían ver las praderas y los bosques de cuando aún era humano. 

Sus manos temblaron, mirando nuevamente los ojos del menor, esperando ver algún reconocimiento por parte del chico, o algún cambio a unos preciosos ojos verdes. Pero lo único que notaba era la mirada llena de terror por parte de Megumi. 

Sintió desesperación.

– Me lo habías prometido. – dijo Sukuna, aún con la voz pérdida, mirando el paisaje a su alrededor y separando sus manos del rostro de aquel desconocido hechicero de forma brusca. 

Pensó que traerlo serviría más, que viviera e hiciera lo que su Megumi hacía, haría que regresase, pero no, ahí estaba él y aquel chico que no era el suyo, que no era su pequeño niño. – Me lo habías dicho. Me lo dijiste justo cuando morí, Megumi. – la voz se alzaba cada vez más alto, haciendo notar la desesperación que crecía dentro del cuerpo de Sukuna.

Y el pobre hechicero sólo se pudo encoger al notar la cólera dentro de las palabras del hombre hecho maldición. Los ojos rojos brillando y las venas de sus manos apretándose con fuerza en torno al pasto debajo de ellos.

– ¡Me lo prometiste, maldita sea! – gritó Sukuna, tomando a Megumi por la parte del cuello de su kimono, jalandolo y sacudiendo al pobre chico el cual apenas podía manejar dentro de su cabeza las palabras de la maldición. – Dijiste que nos encontraríamos en otra vida, ¿Por qué rompes tu jodida promesa, Megumi? 

Escuchó la rabia en la voz del hombre, quien lo arrojó contra uno de los árboles, provocando que el aire saliera de los pulmones de Megumi.

El joven hechicero se sostuvo el abdomen, tosiendo nuevamente, viendo de pie al árbol al Rey, quien le miraba con desprecio y odio. 

– Tráelo de vuelta. – dijo, tomando nuevamente a Megumi por el cuello de su kimono, jalando hasta que éste se colocó de pie, estrellándolo de nueva cuenta contra la madera. – ¡Dámelo! ¡Regrésamelo!

Megumi intentó alejar las manos del tipo de su cuello, quien parecía que nuevamente quería asfixiarlo, pero lo único que consiguió fue que la maldición apretara su agarre, cortando su respiración de inmediato. Sentía la madera lacerar su espalda conforme su cuerpo era más presionado contra ésta.

El pelinegro agitó sus piernas, pateando de forma incesante con la poca fuerza que le quedaba al cuerpo de Sukuna. Quien parecía un tigre rabioso y lleno de ira, queriendo solamente la muerte del cuerpo que no era merecedor de tener el alma de su Megumi.

Aquel alma pura que le había abierta las puertas de su corazón al Rey de las Maldiciones.

– Suéltame. – dijo apenas, enterrando sus uñas en los brazos del Rey, rasguñando con insistencia intentando que el tipo pelirrosa le soltara, sabiendo que probablemente sólo le quedaría marcas a Itadori de su intento de alejar a aquella maldición de la cual era recipiente. 

Algo dentro de los ojos de Sukuna cambió y pereció hacerlo enojar más, soltando maldiciones cada segundo – No puede ser, maldita sea. MALDITA SEA. – y Sukuna le soltó, la rabia aún irradiando del cuerpo del pelirrosa, arrojando el cuerpo de Megumi nuevamente al pasto y sintiendo  el pobre chico nuevamente cómo el oxígeno volvía a su cuerpo. 

Megumi se intentó levantar, apenas logrando sentarse un poco, mientras tocía encima del pasto y el cuerpo de Itadori regresaba a la normalidad.

– ¡Fushiguro! – escuchó la voz preocupada de Yuuji hacerse presente. Sintiendo entonces el toque gentil de su amigo, quien le miraba con total preocupación marcada en el rostro. Una mirada totalmente distinta a la que ese mismo cuerpo le había dirigido. – ¿Estás bien? ¿Puedes caminar?. No, mejor te llevaré cargando. 

Y así, Yuuji tomó en brazos el cuerpo aún húmedo de su amigo. Quien parecía tener marcas que comenzaban a tornarse rojas de manos y tierra por toda su parte superior descubierta.

– Mierda. – dijo el chico de cabello pelirrosa, culpandose internamente por no haber podido tomar el control de su cuerpo antes. 

Pero dentro de él, sabía que había intentado por todos los medios regresar y que sólo en una brecha que Sukuna abrió por accidente, fue como pudo tomar el mando de su cuerpo.

Su gesto de preocupación le acompaña todo lo que resta de camino hacia el templo, llegando con rapidez y pasando de inmediato hasta el cuarto donde se quedaría Fushiguro.

Dejándolo en el futón mientras el chico pelinegro se quejaba, diciendo que "estaría bien y que no se preocupara" pero era algo de lo que hasta Itadori sabía que no sería posible. 

En ese preciso momento llegaron Nobara y Gojo. 

Ambos con bolsas de ropa y recuerdos. – Llegam... ¿Qué le pasó a Megumi? – dijo un serio Gojo, que al principio de la oración parecía sumamente feliz, pero al ver el estado de su protegido cambió a una seriedad inmediata, caminando con prisa para tomar el rostro de Fushiguro y checar su estado.

– Fuimos a un lago y de la nada Sukuna tomó el control cuando estaba cansado y no recuerdo más, no podía escuchar lo que le reclamaba. – dijo Itadori, sintiendo el peso de la responsabilidad del estado de Megumi caer en sus hombros. 

– Tranquilos, sólo necesito descansar. – dijo Megumi con la voz rasposa,  intentando hablar, pero siendo detenido por el susurro de la voz de Nobara.

– Itadori... – el pelirrosa alzó la vista, notando cómo la chica miraba con dolor y terror hacia sus brazos, volteando entonces a ver qué era lo que causaba esa reacción en la chica, y es que sus brazos estaban llenos de rasguños profundos que probablemente habían sido hechos por Megumi. 

La mirada de Megumi se nubló por las lágrimas y el sentimiento de culpa de herir a su amigo, pero entonces el maestro Gojo habló. 

– Voy a intentar curar lo más posible a Megumi, pero necesito que estén fuera. Cuando salga es cuando te curaré a ti, Yuuji, por el momento mi técnica es suficiente, pero cuando regresemos, los dos irán con Shoko. – dijo Gojo, sentándose encima de sus piernas a un lado de Megumi, aplicando energía inversa. Viendo que lentamente las marcas desaparecían.

– No pensé que Sukuna actuara así. Más en ese lugar. – Megumi frunce ligeramente el ceño, mirando hacia su maestro, no comprendiendo sus palabras.

– Megumi, creo que él pensó que eras una reencarnación de alguien de su pasado y por eso te atacó. – dijo el hechicero, limpiando la piel llena de marcas de asfixia. – Si es que realmente eres la reencarnación, lo sabrás con el tiempo, tranquilo, estaremos para tí. – dijo, acariciando la mejilla del estudiante y saliendo del cuarto.

。☬☬。

Cuando regresaron a Tokio, tanto Itadori como Megumi, fueron con Shoko, dejando que aplicara Energía inversa para curar las pocas marcas que le habían sido imposibles de quitar a Gojo.

Megumi no había podido dormir los últimos tres días que estuvieron en Saitama, sintiéndose desprotegido en cada momento, gritando casi de pánico cada que un movimiento brusco ocurría.

Se recostó en la cama de su cuarto, mirando hacia el techo, mientras su mano iba a donde Sukuna le había apretado hasta casi asfixiarlo.

Y junto al otro cuarto, el cuerpo de Itadori descansaba, quien tampoco durmió todo ese tiempo solamente para proteger y ver por la salud de su mejor amigo. Pero algo se libraba dentro de su cuerpo, y era el Rey de las Maldiciones, quien no paraba de caminar de un lado a otro.

– Maldita sea. – dijo Sukuna, pateando uno de los tantos craneos que se encontraban en el piso. – Voy a hacer que recuerdes. – habló en voz baja, imaginando las cálidas caricias que le daba su Megumi, regresando de golpe a la realidad, dónde el joven hechicero intentaba protegerse de él.– Lo recordarás, me recordarás, yo haré que me recuerdes, Megumi. Te obligaré a hacerlo. – dijo con sus manos ocultas en su cabeza, jalando su cabello pelirrosa, quejándose incesantemente.

Y Megumi se sentía perdido, se sentía impotente en ese instante al no poder enfrentar a aquel nombre.

Aún el recuerdo latente de esas manos apretando y deteniendo su respiración no le permitían dormir.

"Nos encontraremos en alguna otra vida, Suki."

Siendo lo último que escuchó, antes de caer dormido. 

( ◜‿◝ )♡

Kaku Obi (角帯): Es una especie de cinturón de tela que sujeta al kimono, puede medir 10 cms de ancho, se presenta en diseños con estampados simétricos y sencillos así como en colores muy serios

Si hay segunda parte para éste OS, está entre uno de los días de la Week 😔❤️

Besos de algodón para todos
-Sxmmxrg

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