El aforo de la sala se completó con personas de todas las edades, estudiantes entre ellas. Los tres chicos habían comenzado tocando Shakin' Off The Rust de The Blue Stones con sus respectivos instrumentos y Jimmy, además, hacía de vocalista. Ya llevaban un buen rato regalándonos los oídos con versiones de grupos como Imagine Dragons, The Score, The Kooks... Y el pelirrojo no lo hacía nada mal. Ni él ni sus amigos. Les conté a mis amigas que el de la guitarra, del que no sabíamos ni su nombre, nos había ofrecido salir con ellos tras el concierto y yo había aceptado. El motivo por el que lo había hecho lo oculté: que Nicki, al conocer y estar con otros chicos, se olvidase de su ex. Puede que no sintiese nada por él, pero seguía en su corazón desde que lo habían dejado, y no había vuelto a tener relaciones serias. Eso tenía que cambiar, según ella siempre había sido feliz siendo una loca de los flechazos y por último solo se enrollaba con chicos por pasar el rato.
—Y tú qué, con el camarero digo —le solté a Paola, que tarareaba la canción con la barbilla apoyada en el dorso de la mano.
—Unos buenos besos con lengua y nada más porque Burbuja —indicó haciendo referencia a la supernena rubia, que la relacionábamos con Nicki— apareció hecha una furia con los mofletes empapados.
—¿Deduzco bien si ni siquiera os pedisteis el número?
—Deduces bien, Hela, cariño. Nada de amarres; una aventurilla y listo.
—No tomes ejemplo de la madura del grupo —le murmuré a Nicki y recibí un choque de rodillas por parte de la morena de ojos grandes que tenía enfrente.
El resto del concierto lo pasamos en silencio saboreando los temas que tocaba el trío al que nos acabábamos de unir de forma improvisada. Los observábamos con atención, como si fueran nuestros amigos de toda la vida y con ello pudieran sentirse apoyados. Los focos que los iluminaban hacían que el pelo de Jimmy pareciese fuego y su rostro un mar de pecas con dos canicas oscuras con las que transmitía la emoción de vivir esa experiencia. Amadeo, en cambio, miraba al público pocas veces, pues estaba inmerso en la batería que golpeaba enérgico; los rizos azabaches brincaban por toda su frente. Y el rubio... Él tocaba con los ojos gachos, una media sonrisa que dedicaba a sus propios pensamientos y una parsimonia que podría hipnotizar a cualquiera. Desprendía una calma y seguridad envidiables. Saltaba a la vista que disfrutaban ese momento de formas distintas.
No nos levantamos a por más rondas de bebidas, esperamos a que terminasen de desmontar el equipo y se acercaron tras pedir en la barra un cubo de cervezas. Nos sorprendieron con dos Coronitas, tres Judas, una Heineken y una Paulaner. Las presentaciones surgieron de manera automática como si fuera la primera vez que nos veíamos, aunque ya habíamos conocido nuestros nombres menos el de Estani, que se sentó entre Paola y Amadeo y no tardó en entablar conversación abiertamente al igual que Nicki y yo con Jimmy.
Al principio todos parecimos más reservados de lo que fuimos tras una buena cerveza con conversaciones triviales de por medio. Se conocían desde el instituto y estaban en cuarto de carrera: Amadeo en traducción e interpretación, Jimmy en filología clásica y Estani en audiovisuales. Además, nos dejaron claro que sus pasatiempos favoritos eran los videojuegos y tocar, aunque aún no se habían atrevido a componer sus propias canciones ni a formalizar el grupo de música con un nombre definitivo (se hacían llamar los EJA por sus iniciales). Nicki, con total sinceridad, se rio de lo cutre que sonaba y, de no ser por que terminó contagiándonos la risa tonta a todos, podría haber fastidiado el buen rollo entre nosotros. Luego, Paola le pegó un pisotón por debajo de la mesa —antes se confundió y me aplastó el pie a mí— y nuestra Burbuja se disculpó. Los modales no eran su fuerte.
Una hora después, cuando la noche comenzaba a caer, nos incorporamos para abandonar la mesa e ir al piso de Amadeo, que quedaba a tan solo dos paradas de metro. Nos habían propuesto —en realidad fue idea de Jimmy— echar el rato con unos juegos de mesa y Nicki había dicho que sí eufórica por lo bien que habíamos conectado con ellos. Paola y yo estábamos tan conformes como ella, hacía tiempo que no echábamos unas risas tan sanas con otras personas que no fuéramos nosotras mismas, y sin haber ninguna intención de por medio.
Durante el trayecto aproveché para sacar el móvil y tener un ratito de desconexión charlando con Max, y al llegar al piso lo volví a guardar en el bolso para olvidarme de él hasta que llegase a casa. Amadeo sacó el jenga, que consistía en montar una torre con bloques de madera que luego tendríamos que ir extrayendo y colocando en lo alto de esta sin que se cayera. La montamos en la mesita rectangular del centro del salón y nos sentamos en los sofás en torno a ella.
—Por cada bloque que quitemos y pongamos arriba con éxito hacemos una pregunta y el resto contestamos —propuso Amadeo.
—Eso no entra en las reglas, ¿no? —preguntó Paola y se estiró para coger el manual.
Estani rápidamente lo apartó de la mesa, lo guardó detrás de su espalda y nos miró con una sonrisa traviesa.
—No, pero lo hará más divertido —zanjó para que no pudiéramos poner objeciones al respecto.
—Buena jugada —le dijo Nicki a Estani correspondiéndole el gesto travieso—. ¿Quién empieza?
—Yo, venga.
Jimmy se inclinó, empujó nervioso la pieza para sacarla por el otro lado de la torre y la posó en lo alto. Se mordió el labio mientras pensaba la pregunta, nos observó con timidez y se lanzó:
—¿Tienes novio?
Las tres nos quedamos a cuadros. Y nos quedamos así porque se había dirigido directamente a Nicki, que lo miró con los ojos abiertos y un rojo fuerte le subió a las mejillas. Entonces, los cuatro restantes nos echamos a reír.
—Amigo, me refería a una pregunta general, hacia todos —murmuró Amadeo con la risa entre los dientes y los ojos llorosos.
—Vale, has dejado claro quién te interesa de aquí —se burló Paola.
El pobre Jimmy se empezó a ruborizar tanto como mi amiga y no pudimos parar de reír. Estani le dio un par de palmaditas en la espalda para que saliese del estado de shock y el pelirrojo se apartó frustrado por haber sido tan torpe.
—¡Dejadlo en paz! No tengo novio —contestó Nicki bajando la voz, con las mejillas aun rosadas.
—Bien, me toca —intervine para quitarle importancia al asunto, aunque tenía preparada una pregunta peor.
La pieza de madera salió casi sola. La coloqué arriba y sonreí.
—Me basta con la respuesta de alguien en concreto, pero como la pregunta tiene que ser para todos... ¿Os mola Nicki?
—No —contestó rápido Estani.
—Pues... —se pensó Amadeo poniéndose un dedo en la barbilla con sorna—. No.
Los cinco nos centramos en Jimmy, que nos contemplaba con un brillo de victimismo en los ojos. Pobrecito, estaba claro cuál iba a ser su respuesta después de su reacción. Se sacó el ventolín del bolsillo del pantalón y se aclaró la voz haciendo contacto visual conmigo como si yo fuese el verdugo.
—Bueno... Es guapa, simpática y tal.
—Eso es un sí —se adelantó Pao—, pero dejemos respirar al pobre chico. ¿Tenéis cervezas?
Amadeo asintió y se levantó de un salto para traer de la cocina varios botellines mientras Nicki le removía el pelo a Jimmy en un intento por consolarlo diciéndole que no nos hiciera caso, Paola se retocaba el gloss frente a la pantalla del móvil y Estani y yo compartíamos sonrisillas de complicidad en silencio ante la escenita de nuestros amigos. Había hecho bien en aceptar el plan inicial, estaba segura de que a Nicki también le molaba ese chico.
Repartió las bebidas y nos predispusimos a seguir con el juego tras un brindis, un buen trago y decidir que íbamos a pedir pizza para cenar.
—¿Quién se haría caquita antes en un pasaje del terror? —preguntó Paola una vez terminó su jugada, atravesándome con sus ojos grandes y oscuros y una ceja levantada.
—A mí no me mires, el terror me encanta —ironicé.
—Yo ni siquiera entraría —contestó Jimmy más apagado que al principio.
—Estoy contigo —le dijo Nicki tan tierna que ya quería verlos juntos.
—Pocas cosas me dan miedo —respondió Estani con serenidad—. Así que dudo que algo tan simple me afectase.
—Yo no —aseguró Amadeo.
—¿Nunca has ido a uno? —intervine porque me había dado la sensación de que Estani no sabía de qué hablábamos.
Negó con la cabeza y las tres abrimos la boca asombradas.
—¡No puede ser! ¡Tenemos que ir al que montan este mes en el Parque de Atracciones de aquí! —gritó Nicki emocionada—. ¿Vamos? ¿Hecho?
—¡Si a ti te da miedo! —exclamó riéndose Pao—. Contad conmigo.
—Si somos seis...
—Estaría guay, hace años que no voy —aceptó Jimmy para nuestra sorpresa.
—Si consigues convencer a Estani, me apunto.
—¿Estani? —insistió.
Nos miró, resopló y volvió a mirar de forma alternativa a Nicki y a Jimmy, que suplicaban en silencio que aceptase. Vamos, sé condescendiente con ellos. Aproveché que estaba a mi lado en el sofá, le di un choque de rodillas y le guiñé un ojo con torpeza para convencerlo en silencio. Él sonrió, creo que más por mi falta de habilidad para cerrar un solo ojo que por la presión silenciosa a la que lo estaba sometiendo. Desvió su mirada turquesa a mi amiga rubia y puso su granito de arroz como celestino:
—Está bien, me apunto.