Pese al dolor en su cadera y coxis, Sam se irguió. Su espalda recta le dio la altura de la que gozaba. Caminó hacia el tipo, cojeando. Parada frente a él tenían la misma estatura. Amó que, por generaciones, en su familia fueran altos, gente bien alimentada, con dinero para obtener buena salud y huesos firmes, así no tenía que mirar esos arrogantes ojos verdes hacia arriba.
—¿Disculpe? Creo que del golpe que me dio me dejó sorda porque no oí bien. —Estaba tan cerca de él que casi se rozaban las narices.
El hombre retrocedió ante su inesperada cercanía. Ella avanzó otro paso y el retrocedió dos.
—Tienes… tienes sangre en la frente —dijo, poniéndose verde. Cayó cuan largo era a los pies de Sam y allí se quedó, dormidito como un bebé.
Un hombre llegó corriendo. Vestía traje y corbata oscuros, como los mayordomos de los Sarkovs.
—¡¿Qué le hiciste al amo Ken?!
—Yo nada, se desmayó solo.
El hombre lo puso de espaldas, pegándole el oído al pecho. Se aferró la cabeza.
—¡Llamen una ambulancia! —gritó a todo pulmón. Comenzó a darle masaje cardíaco, a punto de largarse a llorar—. ¡Amo Ken, no se muera!
Sam empezó a reír.
—Qué se va a morir, sólo es un desmayo, pero tranquilo, que sé primeros auxilios. —Cogió una copa de la mesa tras el escenario y se la vació en la cara al supuesto moribundo.
El hombre se incorporó, boqueando como pez fuera del agua. Al descubrir que no se estaba ahogando se puso de pie con ayuda del otro hombre.
—¡Es un milagro, amo Ken! ¡Un milagro! —Ahora sí lloraba, abrazando a su amo.
Y éste lo abrazaba de vuelta, con las piernas todavía temblorosas.
—¿Quién rayos eres tú? —le preguntó a Samantha, sin mirarla.
—Soy la que hace milagros —dijo ella, que no podía estar más divertida con la situación.
Ken volvió a mirarla. Intentó concentrarse en los ojos de Sam, pero los suyos se desviaron hacia la frente sangrante y se aferró más del hombre. Ella se cubrió la herida con la mano.
—Sam, querida. Dame mi bolso.
Anya había terminado lo del escenario y llegaba junto a Dana.
—Hijo ¿Qué te pasó? Estás pálido… ¡Y apestas a alcohol! —dijo la rubia.
Sam era alta porque sus padres eran altos, Vlad era como era porque su madre era una víbora y su padre un tiburón, pero con Dana y su hijo la genética parecía haber fallado. Ella era sin duda una dama encantadora y el hijo, un verdadero cretino. Aunque con su aparente fobia a la sangre, ya no le desagradaba tanto. Era poderoso y quería ser implacable, pero tenía una debilidad. No había nadie que no la tuviera.
—N-No me siento muy bien…
Anya les indicó que fueran al interior de la casa. Envió a un mayordomo con ellos.
—¡Qué espanto, Sam! ¿Viste su cara? Espero que no vaya a vomitar en la alfombra persa de la sala.
Sam sonrió, quitándose la mano de la frente.
—¡Oh, por Dios! ¿Qué te pasó a ti? ¡Vlad va a matarme! Vamos dentro, te atenderán a ti también.
Anya la llevó a una habitación. Allí una sirvienta le curó la herida. Era una pequeña cortada. Ella pidió algún analgésico. No había, pero fueron a comprarle unos. Mientras tanto, la señora le dijo que descansara. Sam se quitó los zapatos y se recostó en el sillón. Era blando, como nubes esponjosas y ella estaba agotada, no tardó en dormirse.
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Algo frío en su frente la despertó. Seguía en el sillón de aquella habitación, pero ya no estaba sola, Ken había llegado a su lado. Ya no estaba verde. Tenía las manos tras la espalda.
Sin decir palabra le dio un analgésico. Sam lo cogió. No se veía el nombre por ninguna parte. Él le entregó el frasco del que lo había sacado. Ella lo miró con la misma desconfianza. De su espalda ahora sacó una compresa fría. Ella la cogió y se la puso sobre la nalga.
El hombre rubio empezó a reír. Sin la severidad anterior, su rostro lucía la juventud que poseía. No le daba más de veinticinco años.
—No veo dónde está lo gracioso —dijo ella, con el ceño fruncido.
Samantha no era una persona rencorosa. Pronto estuvo riendo también.
—Lo siento —dijo él por fin—. Iba deprisa y no te vi.
—Eso lo entiendo. Lo que no logro entender es que, al dejar de correr, usted siguiera sin verme o me viera como a un gusano.
El hombre nada dijo. Toda su atención estaba puesta en verla a ella. Sin la sangre escurriendo por su frente podía verla, y se veía tan segura de sí misma y frágil a la vez. Esa era una mezcla interesante.
—Olvídelo —repuso Sam—. No soy quien para hacer juicios morales. Estoy algo conmocionada por el golpe en la cabeza.
—Quizás debas ir a un hospital, yo te llevaré en mi auto. —Le pasó un brazo bajo las piernas y en menos de un segundo la tenía cargada en sus brazos.
—¡Oiga, qué hace, bájeme! ¿Cómo se atreve?
—Fue mi culpa, debo hacerme responsable.
—Puedo caminar por mí misma.
—Podrías lastimarte más.
El hombre iba hacia la puerta cuando ésta se abrió. Anya, con su expresión serena y cínica de siempre, dejó salir una muestra del demonio que era en realidad. Abrió los ojos de par en par, frunció el ceño y sólo con su aura maligna hizo a Ken retroceder. De sobra está decir que Sam temblaba.
—¡¿Qué crees que haces con ella?!
—Llevarla a un hospital.
—Yo no quiero ir, señora. Ya le dije que me bajara, pero no quiere hacerlo.
—Ella es mi sirvienta. Si alguien va a llevarla a un hospital esa seré yo.
Ken acabó por dejarla de vuelta en el sillón. Antes de salir de la habitación le dio a Samantha una mirada cargada de pesar que ella no comprendió.
—¡Qué atrevido! No te hizo nada ¿Verdad?
Sam negó.
—¿Te tomaste un analgésico?
Sam volvió a negar.
—Él me dio un frasco, pero no quise tomar algo que me diera un desconocido.
—Buena chica —dijo Anya—, palmeándole la cabeza como si fuera un perro—. Son los que envié a comprar, puedes tomar uno con confianza.
Sam así lo hizo.
—Señora, no creo poder seguir trabajando hoy, estoy muy adolorida.
Anya la miró de pies a cabeza y suspiró. El evento estaba concluyendo, así que se despidió de quien debía despedirse y subió a su auto con Samantha. A lo lejos vio a Ken, observándolas. Sam también lo vio.
—Ese chico fue compañero de Vlad en la escuela.
Samantha pareció despertar del aletargamiento que le provocaba el analgésico.
—No se llevaban bien. Una vez, nos llamaron a Tomken y a mí porque habían tenido una pelea. Cuando llegué, casi me dio un infarto al ver a Vlad cubierto de sangre. Si tuvieras hijos me entenderías.
Ella no necesitaba tener hijos, no señor. También le daría un infarto si viera a Vlad en tal estado.
—¿Ken lo lastimó?
—Claro que no. Ese chiquillo debilucho no es nada comparado con mi Vlad. Pero a este hijo mío no se le ocurrió nada mejor que rociarle sangre de cerdo encima y él también se salpicó. ¡Nunca olí nada peor! Creo que olió mal por una semana.
El auto se llenó de las risas de las mujeres. Saber sobre la vida de su jefe la emocionaba de un modo que no comprendía, aunque lo que supiera sólo sirviera para confirmar que era un retorcido demente. Lo conocía más, eso le gustaba.
—Vlad no recuerda nada de eso, así que no se lo menciones.
Las risas cesaron.
—Señora, sobre los episodios de amnesia…
—¿Él te ha dicho algo al respecto?
—Sólo que comenzaron cuando tenía catorce años.
—Bien. No necesitas saber nada más.
—¿De verdad no lo necesito?
En los ojos de Sam había una súplica desesperada, por todas las palabras que no se podían decir, por la reciente confianza que había surgido entre ellas, por la solidaridad que debería unir a todas las mujeres en un mundo moldeado por hombres.
—No, Sam. No lo necesitas —dijo Anya, apartando la mirada.
No volvieron a hablar. El auto se detuvo en una clínica, donde le hicieron a Samantha un chequeo completo. Una hora después, sus pies por fin volvieron a tocar los terrenos de la mansión Sarkov.
Por fin. Qué extraño se oía aquello.
A poco andar su teléfono vibró.
Jefe: ven a mi habitación, ahora.
Definitivamente este sería el día más largo de su vida.
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Sam enamorando a los hombres sin darse cuenta 💅🏻
Un antiguo rival de Vlad que podría volver a serlo 😳
¿Quieren que Vlad esté celoso? 😏🙈
¡Gracias por leer!