Micrófono abierto [Katsudeku...

By NeaPoulain

4.9K 623 983

Izuku Midoriya. Veinticuatro años. Graduado de Letras. Puede citar a todos los grandes escritores y poetas ja... More

Micrófono abierto

4.9K 623 983
By NeaPoulain

Beteado por MissLefroy, que sabe absolutamente nada del fandom (y por eso le estoy eternamente agradecida).

Este fic partició en un concurso de fics del grupo BakuDeku / KatsuDeku 80's & 90's kids y ganó. Mi premio fue un fanart de Yukariet.

***

Izuku Midoriya. Veinticuatro años. Graduado de Letras. Puede citar a todos los grandes escritores y poetas japoneses. Tiene un diplomado en poesía moderna. Trabaja como recepcionista en una oficina que nada tiene que ver con aquello que estudió.

No que sea demasiado raro, todo el mundo le advirtió que Letras no tenía demasiadas salidas.

Atiende el teléfono en la entrada del laboratorio, anota las citas y se asegura de que todo el mundo llegue a tiempo a ellas. Lo hace con un entusiasmo bien fingido, mientras lee cualquier libro en las horas muertas, admira el poster de Toshinori Yagi —su actor favorito de toda la vida— que tiene colgado detrás de su escritorio —a su jefe le da igual cómo se vea la oficina, siempre y cuando los empleados trabajen— y escribe poesía en las hojas membretadas de la empresa. Uraraka está a punto de empezar a cobrarle cada hoja que desperdicia.

Es lo primero que uno ve al entrar a aquel laboratorio pequeñito. Se dedican al envasado y distribución de vitaminas. Son una empresa pequeña, con algunas filiales. Nada impresionante. Plus Ultra Vitaminas. ¡Para una vida Plus Ultra! Izuku se sabe la publicidad entera porque la parte superior de su escritorio está llena de folletos para los visitantes.

Además del escritorio de Izuku, hay un departamento de Contabilidad y Recursos Humanos, otro de Ventas, están los químicos —les dicen así, aunque en realidad casi todos tienen alguna especialización en farmacéutica—, Limpieza —se hacen llamar expertos en trapeología— y la Gerencia.

Las horas muertas son largas y tediosas. Nunca hay mucho que hacer.

Hasta que, por supuesto, se oye un grito e Izuku voltea a ver las mesas en donde trabajan los químicos.

—¡Tienes que dejar de robar mi material!

Tenya Iida. Veintiséis años. Ingeniero Químico algo —Izuku no tiene ni idea en qué—. Especializado en... algo, también. Izuku no pone mucha atención cuando hablan de sus carreras. Sigue las reglas y los procedimientos al pie de la letra. Está casado con las regulaciones, probablemente. Siempre, al decirle a alguien que no puede hacer algo, agita el antebrazo derecho de arriba abajo.

—¡Podrías empezar por cuidar tu propio material, idiota!

Katsuki Bakugo. Veinticuatro años. Ingeniero Químico Farmacéutico. Mejor promedio de su generación. Es un genio y el más joven de todo ese equipo. Sigue las normas de higiene al pie de la letra. Su trabajo es impecable. Por lo demás, tiene una guerra declarada con Iida y no desaprovecha ningún momento de irritarlo. Lo de ser experto en química le viene muy bien. Una vez llenó toda la oficina de humo verde y, como es el mejor de todo el equipo, Aizawa sólo se limitó a decirle que pagaría los daños, si los había. No lo despidieron.

Según Katsuki Bakugo, su maldición es no poder deshacerse de Izuku Midoriya.

Se conocen desde los cuatro años. Izuku le dice «Kacchan». Jugaron juntos en el mismo parque. Fueron al mismo kínder. A la misma primaria. A la misma secundaria (donde Katsuki se dedicó a martirizar a Izuku). A la misma preparatoria (donde Katsuki dejó de martirizar a Izuku). A la misma universidad (aunque, por suerte, estudiaban en edificios diferentes). Se pelearon a golpes dos veces. Trabajan en la misma oficina.

Izuku dice que es el destino.

Katsuki culpa a la mala suerte.

—¡Desperdicio tiempo si tengo que vigilar que no estés robando material, Bakugo!

—¡Eres demasiado lento envasando estas mierdas! ¡No es mi culpa ser mejor que todos aquí!

Ah, apunte extra: Katsuki Bakugo tiene un ego que apenas si deja respirar a la gente a su alrededor.

—Bakugo, déjalo en paz —interviene otro.

Shouto Todoroki. Veinticinco años. Un heredero rico que estudió Química Farmacéutica en vez de Medicina para hacer enojar a su padre. Luego entró a trabajar con la competencia. Le hace regalos caros a todo el mundo (que su sueldo evidentemente no puede pagar) e insiste en ser amigo de Katsuki. No entiende el sarcasmo ni los dobles sentidos.

—¡No me digas qué hacer, niño rico!

Otro día en la oficina. Normal. Común y corriente. Nada emocionante ocurre. Izuku no despega los ojos de Katsuki y no cuestiona mucho por qué. Si lo hiciera, tendría que explicar por qué lleva semanas escribiendo poemas malos y cursis sobre su pelo rubio y sus ojos rojos.

—¡Parkour!

Denki Kaminari. Veinticinco años. Ingeniero eléctrico y otras cosas. Entra pisando sobre los escritorios, sillas o lo que sea que se interponga en su camino. Su concepción del parkour —llegar de un punto «A» a un punto «B» de la manera más creativa posible o algo así— sólo tiene sentido si uno de esos sitios es el hospital porque no ahorra tiempo pisando las sillas ni los escritorios y se cae con pasmosa facilidad. Sólo respeta las mesas donde trabajan los químicos, porque lo matarían si ensucia algo. Es un genio con cualquier aparato eléctrico o con cualquier circuito, así que se lo permiten todo.

Su maldición es que casi nunca nada se descompone. Con excepción de la impresora. Está condenado a arreglar una impresora por el resto de sus días mientras trabaje en Plus Ultra Vitaminas —que, viéndolo bien, no es exactamente la mejor empresa del mundo y está llena de prácticas cuestionables.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—¡¿Ahora qué de qué?! —espeta Katsuki—. Sólo se descompuso.

—Siempre se te descompone a ti, Bakugo, empieza a ser sospechoso.

—Le pegó —acusa Todoroki—, repetidas veces.

Un teléfono suena a lo lejos.

Izuku está muy pendiente de la escena. Más que pendiente de la escena, está pendiente de las manos de Katsuki. Nunca se había fijado en lo suaves que parecen. Quizá pueda escribir un poema sobre sus manos. También preguntarle qué crema usa porque, en serio, demasiado suaves.

No oye lo que dice Kaminari sobre la impresora, pero la abre y empieza a revisarla.

El teléfono sigue sonando.

—Bakugo, esto necesita un repuesto; golpeas demasiado fuerte.

—¡Pues ponle el chingado repuesto!

—Eso cuesta y tengo que verlo con contabilidad y...

—¿Oí que alguien mencionó dinero?

Ochako Uraraka. Veintiocho años. Contadora. Cabeza del equipo financiero. Es la mejor amiga de Izuku, así como también su confidente. Es increíblemente tacaña y ahorradora en lo que respecta a material de oficina, por lo que los jefes la adoran. Por lo demás, sólo le gusta derrochar el dinero ajeno.

—Eh. —Katsuki parece quedarse sin palabras. No es que Ochako lo asuste, pero la respeta. Sobre todo porque puede hacerle mil deducciones a su sueldo si rompe cosas que hay que reemplazar—. Se descompuso la impresora.

—¿Se descompuso solita o volviste a usarla de saco de boxeo?

No es que a Izuku le importe el destino de la impresora del demonio, pero los dedos de Katsuki son interesantes y si se concentra en ellos lo suficiente puede evitar pensar sobre por qué no puede quitarle los ojos de encima a su compañero de trabajo.

El teléfono suena como en un sueño.

Ochako voltea a ver a Kaminari.

—Compra lo que sea que necesite la máquina esa —espeta—, me llevas el recibo para descontarlo del sueldo de Bakugo.

Nadie tiene fuerzas para discutirle.

El teléfono suena de nuevo.

—¡Carajo, Deku, ¿quieres contestar el teléfono?! —espeta Katsuki.

Entonces se da cuenta de que el teléfono que está sonando es el de su escritorio. Está seguro de que se pone rojo como una fresa y lo levanta casi mecánicamente.

—Plus Ultra Vitaminas, lo atiende Izuku Midoriya, ¿en qué podemos ayudarle? —responde de manera automática.

Ochako le guiña un ojo cuando pasa a un lado de su escritorio. Carajo, piensa Izuku, sólo le falta que se haya dado cuenta de que sus ojos están pegados a Katsuki todo el día.

Ochako llega y, sin ninguna ceremonia, se sienta sobre el escritorio de Izuku. Tiene que dar un saltito para lograrlo, pero lo hace con bastante gracia. Sonríe como quien tiene información digna de la Naicho. Se da la vuelta hacia Izuku.

—¿No deberías estar trabajando?

El pobre recepcionista quiere evitar que lo interrogue.

—Monoma estaba molestando y decidí abandonarlo con todas las facturas pendientes —dice, muy satisfecha de sí misma—. Le dije que eran órdenes directas de Aizawa.

—Y te creyó... —Izuku no esconde la sorna de su voz.

Ochako le pone la cara más angelical.

—¿Cuándo he mentido yo? Además, fue por una buena causa.

—¿... una buena causa?

Izuku se sonroja. Para él, es algo inevitable. Cada que lo hace, a causa de las pecas que cubren su rostro, acaba pareciendo una fresa a la que aún no le han cortado el rabito —por el cabello verde.

—Noté que miras a Bakugo...

—¿Lo miro...?

—No te hagas pendejo —dice Ochako. Ese vocabulario no es común en ella, sólo lo utiliza cuando está hablando completamente en serio—. Te lo comes. Entero. Con la mirada.

—¿Me lo como?

Izuku sigue con las preguntas retóricas.

—Todito. De pies a cabeza. —Ochako asiente muy segura—. No vayas a romper los lineamientos de comportamiento, por cierto —agrega—. Odiaría tener que ver cómo Recursos Humanos te abre un expediente porque no dejas de acosar visualmente a un compañero de trabajo.

—¡No es acoso!

Izuku se da cuenta demasiado tarde que lo admitió y se lleva las manos a la boca.

—¿Lo sabe Recursos Humanos? —pregunta Ochako. Izuku no sabe qué responder—. Es demasiado obvio. Quiero saberlo todo, eh. Que lo tengas claro. No te dejaré escapar...

—¡Sh! ¡Ahí viene!

Izuku se lleva un dedo a los labios.

Katsuki llega de nuevo, con la bata blanca puesta, a ocupar su lugar al lado de Tenya Iida. Se roba un matraz que Iida tiene apartado a un lado y empieza a hacer... cosas. Izuku no entiende muy bien el proceso con el que hacen vitaminas. Tampoco sabe si son buenas. Nunca las ha probado, pero se sabe la publicidad entera.

«Para una vida más plena... ¡Plus Ultra Vitaminas!».

Ochako lo recorre con la mirada.

—La verdad, lo entiendo, es...

—¡Ochako! —se queja Izuku, bajando la voz—. ¡No se lo anuncies a la oficina!

—¿Ochako nos va a anunciar algo?

Izuku quiere morirse.

Shouta Aizawa. Treinta y cinco años. Demasiado cansado para estar vivo. Estudió Administración decidido a aprender cómo llevar las riendas de una empresa con el menor esfuerzo posible. Vitaminas Plus Ultra es la viva prueba de eso. Es el Gerente General de esa filial y deja que sus empleados hagan lo que quieran, mientras el trabajo esté hecho al final del mes. Tiene un sleeping bag amarillo en su oficina y se mete a dormir en él a la menor provocación.

Al oír la voz de Aizawa, todo el mundo voltea.

—No, ningún anuncio —responde Ochako.

Aizawa se queda mirándola, sentada allí, en el escritorio de Izuku.

—¿No tienes facturas que entregar? —comenta, como si nada.

Ochako sale pitando.

Izuku sigue sintiendo las miradas de toda la oficina sobre sí mismo. Por suerte, suena el teléfono de su escritorio y lo atiende inmediatamente.

—Plus Ultra Vitaminas, lo atiende Izuku Midoriya, ¿en qué podemos ayudarle? —responde de manera automática. Aizawa se aleja y vuelve a encerrarse en su oficina.

—Quiero hablar con Shouto —dice una voz, del otro lado de la línea.

—¿Quién habla? Para poder transferir su llamada.

—Enji Todoroki.

CEO de la competencia. Una farmacéutica importante que tiene una rama dedicada a hacer vitaminas para deportistas de alto impacto. Shouto no tiene una muy buena relación con él; le encanta irritarlo, llevarle la contraria y robarle la tarjeta de crédito personal para hacer compras escandalosas. Una vez hizo que entregaran productos diversos de una tienda de juguetes sexuales en la puerta de Enji Todoroki.

—Eh... un momento. —Izuku tapa la bocina del teléfono—. ¡Todoroki, es tu padre!

—Creí que habíamos quedado en llamarlo donador de semen.

—¡Bakugo, no seas maleducado! —Tenya Iida sube y baja su brazo derecho, regañando a Bakugo. Todavía no se ha dado cuenta del matraz robado.

—No quedamos en nada —corta Todoroki. Izuku no sabe si está incómodo o no cuando voltea hacia su escritorio—. Dile que digo yo que no estoy.

Izuku suspira.

—Dice que no está.

Se oye un suspiro al otro lado del teléfono.

—¿Crees que funcione si le dices que es importante? —pregunta la voz de Enji Todoroki. A Izuku le da un poco de pena ajena la desesperación con la que suele hablarle. Sospecha que pueden haberse peleado, porque la última semana le había tomado una llamada, al menos.

—Puedo decirle que lo llame cuando esté libre —ofrece Izuku.

Eso parece zanjar la situación y Enji Todoroki cuelga un poco más satisfecho. Izuku pone el teléfono en su lugar.

—Llámalo antes de que se ponga a esperarte a la hora de salida —dice Izuku. Le parece que, en toda su inexpresividad, Todoroki hace un puchero. Asiente.

La tranquilidad vuelve a la oficina. Tenya se da cuenta de que Katsuki le robó el matraz. Lo regaña. Katsuki lo ignora con la fuerza de mil soles. Termina con su trabajo y se acerca hasta el escritorio de Izuku, cercano a la entrada. Agarra un par de folletos sin pedir permiso.

—¡Kacchan, no puedes robar material de la empresa! ¡Te lo cobrarán!

—Oh, vamos. Sólo intento que el imbécil de Todoroki se ría. —Extiende completamente uno de los folletos y lo dobla con la forma de un avión—. ¿Crees que desde aquí le pueda dar a Iida?

—¡Kacchan!

De todos modos lo intenta. El primer avioncito de papel aterriza a media mesa y no le da a nadie. El segundo golpea a Iida en la cara.

—¡Esto no es comportamiento profesional! ¡Podrías dañar material!

Katsuki se encoge de hombros.

—Pero no lo dañé. —Se vuelve hacia Izuku—. Dame otro folleto.

—¡No puedes seguir robando cosas de...!

Izuku le pone las manos encima a las dos pilas de folletos para evitar que Katsuki se los lleve. Le sale el tiro por la culata, porque en vez de eso se inclina un poco y extiende la mano hacia donde está una hoja de papel membretado de Plus Ultra Vitaminas.

—Esto también servirá. —Alcanza a agarrarla, pero Izuku se la arrebata con brusquedad y lo sorprende.

—¡No, Kacchan! —Su voz es pánico puro, en su estado más visceral—. ¡Eso no!

Katsuki frunce el ceño.

—¿Por qué no? —Para desgracia de Izuku, alcanza a ver el reverso de la hoja—. ¿Qué es eso? —Fija los ojos intentando leer los kanjis, pero Izuku hace una bolita de papel y apachurra todo, rogándole a todos los dioses que se le ocurren en ese momento que Katsuki no haya leído nada con detenimiento—. ¿Ahora qué haces? ¡Ja! Y me dices que no debo malgastar material de la empresa.

Izuku está completamente rojo cuando el tercer avión de papel —hecho con un folleto— aterriza justamente en el entrecejo de Iida.

—¡Bakugo! ¡No tendré más remedio que reportar comportamientos anti profesionales si...!

Su brazo sube y baja. Intenta adoptar una actitud severa. Todoroki se ríe en el fondo y Katsuki voltea con Izuku con una media sonrisa orgullosa.

—¿Lo ves? Te dije que lo haría reír.

Izuku sonríe. Su corazón sigue latiendo a mil por hora.

—Genial, Kacchan —dice, nada más por decir para no pensar en que la sonrisa de Kacchan es hermosa y que quisiera verla todo el tiempo.

Piensa en el poema hecho bolita. Era prácticamente una declaración de amor. Cuando Katsuki se aleja, deja caer la cabeza sobre el escritorio. Sólo puede pensar en romances de oficina. Quiere un romance de oficina. No es sólo mirar a Katsuki, sino imaginar lo suave de sus labios y cómo serán sus dedos recorriendo su piel; sus ojos mirando intensamente y cómo se sentirá su cabello si pasa las manos por él. Lo es todo. Izuku está perdido.

Izuku no creyó que pasaría parte de sus veintes soñando despierto apoyado en la fotocopiadora, pero allí estaba.

En realidad, se imaginaba soñando despierto en una habitación tranquila, con un escritorio cercano a la ventana donde entrara luz natural y que no estuviera todo iluminado con lámparas de luz blanca artificial; lo imaginaba lleno de papeles y con algunos libros. Imaginaba que a veces escribía a mano, con una pluma fuente —no puede permitirse justo la que quiere— y que, a veces, por descuidado, quedaban manchas de tinta china sobre la madera. En su mente, la vista daba a un jardín o algún bosque, un lugar tranquilo y apacible. Se imagina con un té caliente al lado, al que ir dándole pequeños sorbos mientras piensa y escribe.

Todo eso por supuesto, es una imagen idealizada de un escritor que concuerda más con las películas que va a ver al cine y el imaginario colectivo que la realidad. Quizá haya uno así, en millones. Un suertudo que viva de escribir. No como él, que vive de atender llamadas, tomar recados, escribir notas, repartir folletos, imprimir y sacar fotocopias.

La mayoría son como él.

Oficinistas atrapados en un escritorio que sacan tiempo para escribir de debajo de las piedras.

Como él.

—Carajo, chingada madre, no puede ser que no... —Alguien abre la puerta del cuarto donde está la fotocopiadora. Izuku reconoce la voz en un momento: es Katsuki—. Ah, tú estás aquí. —Señala la máquina—. ¿Falta mucho?

—Eh...

—¿Qué demonios estás fotocopiando ahí, Deku?

—Eh...

—¿Otra vez un libro? Sabes que si te agarran te harán pagar todo el material gastado.

Se encoge de hombros. Él y Kacchan saben perfectamente que lo de cobrar hojas desperdiciadas es una estrategia de Ochako para molestar a Katsuki exclusivamente.

—Es más barato si lo hago aquí —se excusa Izuku. Sonríe—. Ya pasó de la mitad, no tarda —asegura.

—No es como si quisiera seguir escuchando al idiota de cuatro ojos...

—Se llama Iida, Kacchan.

Katsuki lo ignora.

—... hablar de lo mucho que ama el manual de procedimientos y cómo deberíamos seguir las reglas y... Bah.

A pesar de las quejas, Katsuki es el primero que las sigue. El problema es que lo hace a su modo.

—¿Qué fotocopias, entonces?

—Eh...

Katsuki se fija en el lomo del libro.

—¿Chuuya Nakahara? —pregunta—. ¿No ese escribía poemas sobre lo miserable que era?

—¡Kacchan! ¡Es uno de los poetas japoneses más importantes de todos los tiempos! Su trabajo poético es asombroso.

Katsuki bufa.

—Me has dado ese discurso mil millones de veces, me lo sé de memoria.

Izuku se sonroja porque sí, Katsuki tiene razón. Conocerlo de toda la vida tiene esas consecuencias. Lo ha escuchado —obligado o por voluntad propia, pero siempre ceñudo— hablarle de todos los poetas que conoce y ha leído, especialmente de sus favoritos.

—Siempre pueden ser mil millones con una... —responde, terco.

La fotocopiadora deja de sonar. Ha acabado su trabajo.

Katsuki se acerca antes de que Izuku pueda reaccionar; le parece que está invadiendo demasiado su espacio personal. Saca todas las hojas que fotocopió Izuku. La primera tiene un sello que indica que sacó el libro de la biblioteca y Katsuki se queda viéndola un momento demasiado largo. No dice nada cuando se las pone en las manos. Todo es mecánico. Después de eso, quita el libro de la máquina y también se lo pone en las manos. Izuku está hipnotizando viéndolo. A veces le ocurre eso en los momentos más inoportunos.

—Algún día podrías dejar de balbucear tanto sobre poetas muertos y escribir... —se corta—. Da igual. ¿Vas a dejarme sacar mis fotocopias en paz?

Izuku sueña con un romance en un lugar alejado de la ciudad, donde pueda escribir. Un lugar donde pueda pararse de su silla para descansar un rato y preparar un té para él y para Katsuki. Mirar por la ventana y ver árboles.

En vez de eso hay un cuarto diminuto con una fotocopiadora, luz blanca artificial y Katsuki ni siquiera sabe que Izuku está muriéndose por él.

—Y luego el muy pendejo me dice que si me sigo haciendo el listo, a Aizawa no le va a quedar más remedio que mandarme por un tubo. Claro, como el imbécil aquí soy yo y no soy el químico estrella de...

—Kacchan, de verdad, tengo que llenar la relación de clientes que me pidió Aizawa porque se la pidieron los directivos porque...

Pero el otro ni lo escucha.

—Total, te digo que Monoma es un imbécil. Desde que lo transfirieron a esta filial no para de...

Neito Monoma. Veintisiete años. Psicólogo empresarial o algo así. Trabaja en Recursos Humanos. Le gusta encontrar excusas para despedir gente —aunque no hace que despidan a tanta; lo usa como amenaza— y Katsuki es su enemigo número uno. Izuku encuentra que no es tan desagradable como lo pinta el químico, pero claro: Izuku no va declarando por la vida que tiene archienemigos.

—¡Kacchan! —riñe Izuku—. ¿No tienes trabajo que hacer?

—Ya acabé —declara Katsuki, muy sobrado de sí mismo.

—Son las tres.

—¿Y? Ya acabé —repite—. No tengo nada más que hacer.

—Salimos a las cinco, Katsuki.

—¿Y?

Si está prácticamente recargado sobre su escritorio, Izuku entiende que es porque Iida ya le dijo que dejara al resto en paz y Shouto rechazó todos sus intentos de dejarse molestar. Nadie lo aguanta mucho rato cuando no tiene muchas cosas que hacer porque no puede irse temprano. Así que usualmente parece aprovecharse de que Izuku lo mira todo el rato —como si pudiera darse cuenta— y lo atosiga. Dice que su maldición es no haberse podido deshacer de Izuku desde el kínder, pero se le pega, le exige atención, lo busca con la mirada cuando está a punto de molestar a Iida o hacer algo que Izuku considere fascinante. Quiere y no quiere.

Izuku está muerto por él, pero necesita terminar su trabajo. Oh, las desgracias.

—Que tú no tengas qué hacer no significa que el resto tampoco —le recuerda. Con todo el dolor de su corazón, por supuesto.

—¿Y si te ayudo?

—Kacchan, no puedes...

—Prometo contarte a quién invitó a salir Todoroki si...

Lo dice muy alto. Tan alto como para que toda la oficina allí se entere. Casi todos están separados por cubículos o paredes falsos que dejan que cualquier cosa dicha con suficiente fuerza se escuche bien.

—Bakugo, ¿cómo carajos te enteraste...? —pregunta Todoroki, desde su lugar.

—Como te decía, Deku. —Hace un énfasis especial en ese apodo, para dejar en claro el desaire a Todoroki, que ya tuvo su oportunidad de ser conducido a la desesperación de que Katsuki no se calle y la desperdició—. Si quieres saber.

—Midoriya, no le hagas caso —pide Todoroki.

Izuku lo ve con cara consternada.

Por un lado, no debería meterse en asuntos ajenos.

Por el otro, pasar tiempo con Katsuki es muy tentador. A Aizawa no le molesta lo que haga el químico siempre y cuando cumpla con su trabajo y no se meta en problemas con la empresa.

—Lo siento —dice, en dirección a Todoroki. Luego voltea de nuevo con Katsuki—: Trae una silla, Kacchan, te hartarás de llenar celdas de un Excel.

En vez de poesía, una relación de clientes.

En vez del romance que sueña, Katsuki ayudándole a terminar su trabajo.

Y, entre voces, el chisme que Todoroki invitó a Ochako a comer a un restaurante caro con la tarjeta de Endeavor, que Iida tiene un affair con alguien desconocido («¡no tienes por qué meterte en la vida privada de tus compañeros, Bakugo!»), que agarraron a Kaminari besándose con uno de los abogados que representa a Plus Ultra Vitaminas («el de cabello morado»). Katsuki parece enterarse de todo.

Al menos, Izuku consigue trabajar usándolo de asistente mientras no tiene trabajo.

—A ver, pásame esa hoja. Allí deben estar los datos de...

—¡¿Qué es esto?! —pregunta Katsuki. Voz muy fuerte, media oficina voltea—. «Sus manos quizá pudiesen sostener el sol y...»

—¡NO! ¡DEJA ESO!

El alarido de Izuku es tan fuerte que probablemente esté a punto de romperle el tímpano a alguien. Había olvidado que había empezado a escribir un poema en la parte trasera de esa hoja, donde había anotado los datos de un cliente.

—¡Nunca me he leído algo tuyo! ¡Ni siquiera sabía que, efectivamente, estabas escribiendo! Vamos, deja ver qué es lo que...

—¡KATSUKI!

Katsuki Bakugo alza la mirada, ojos muy abiertos. Izuku lo mira con el ceño fruncido, completamente rojo de vergüenza, con un puchero. Es la primera vez en más de una década que le dice así. «Katsuki». «Kat-su-ki». Antes de que pueda reaccionar, Izuku le arrebata el papel a duras penas, maltratándolo un poco. Sigue completamente rojo.

—¿Es un poema de amor? —pregunta Katsuki—. ¡¿Te gusta alguien?!

Parece que la idea le molesta. Izuku aprieta el papel contra su pecho. Se arruga. La furia se vuelve desazón, zozobra, todas las dudas metidas a presión en su pecho.

Siente tantas ganas de llorar que es patético.

—Déjame en paz —espeta.

—¿Te gusta alguien? —La pregunta sale mucho más calmada. Izuku no puede evitar irritarse. ¿Por qué quiere saberlo? ¿Por qué le importa?

—Déjame en paz —repite, débilmente. La atención de la oficina sigue sobre ellos. Deku está seguro de que aún tiene el color de un jitomate. La piel roja, roja, como si hubiera pasado días enteros asoleándose sin ninguna protección—. Es privado, Kacchan.

Piensa en el poema. Se lo sabe de memoria. No es muy bueno, pero es algo.

«Sus manos, quizá, pudiesen sostener el sol,

tragárselo, apagarlo con la luz que emana.

Las mías, en cambio, irían a otro encuentro;

subirían

        la escalera

                que conduce

                        a la luna

                                 para regalársela.

/

Mis dedos buscarían una a una las estrellas,

firmamento etéreo

ahora en un frasco

regalo de mi corazón».

Ha escrito cosas mejores. Pero realmente quiere regalarle la luna a Katsuki. Subir y subir y subir hasta alcanzar el firmamento y balancearse en el cuerno de la luna. Ponerle una cuerda y bajarla. Meter en una botella en la que queda el infinito todas las estrellas. Su amor por Katsuki merece todo eso.

***

Yukio Mishima decía que amar era buscar y ser buscado al mismo tiempo. Izuku ha repasado la frase mil veces: leyendo en la oscuridad con una linterna una copia del libro de la biblioteca; leyendo fotocopias entre las clases de la universidad; leyendo en el transporte, mientras se mueve por Musutafu; leyendo en su escritorio de recepcionista, el único trabajo para el cual parece estar equipado un estudiante de letras si desea sobrevivir. Izuku ha repetido esas palabras hasta dejarlas carentes de sentido, vacías, idas, hasta arrebatarles todo significado; ha pasado los kanjis por sus ojos hasta que ya no significan nada y no recuerda cómo leerlos. Amar es buscar y ser buscando. Al mismo tiempo. ¿Y si nadie lo está buscando?

(Y por Nadie, por supuesto, se refiere a un pelo rubio, y a los ojos rojos, y a las manos siempre embarradas de algún químico por accidente).

Yasunari Kawabata decía que los jóvenes tenían al amor y que este venía muchas veces. Pero para Izuku sólo ha llegado una. Desde siempre. Si recorre hacia atrás su vida, resulta claro que Katsuki siempre ha sido una constante en su vida. Constante. Adjetivo. «Que no se interrumpe y persiste en el estado en que se encuentra». Katsuki ha persistido, Izuku prácticamente lo ha obligado. Nada los ha separado nunca. Sus destinos parecen unidos, como si entre los dos hubiera un hilo rojo. Quizá, entonces, para el casi de Izuku, Kawabata no tiene razón. Está seguro de que Katsuki es la única vez que se sentirá como si verlo fuera morir poquito, y la única manera de detener el pum-pum letal de su corazón fuera sentarse a escribir cosas ridículas en la parte trasera de las hojas de Plus Ultra Vitaminas.

Atsushi Nakajima tiene un cuento. La catástrofe de las letras. Izuku lo leyó hace dos noches y se quedó con los ojos abiertos hasta pasada la medianoche, comprendiendo que sus poemas —malos, agrega él— estaban consumiéndole la vida. De repente, todo lo que esa Katsuki y lo mucho que le gustaba había quedado reducido a unos cuantos versos, a unos cuantos kanjis acomodados. Había empezado a escribirlos creyendo que podría dominar las palabras y sus significados, pero descubrió que lo que siente por Katsuki se aleja del crush más simple y se acerca a una obsesión en la que no quiere meterse. Obsesión. Sustantivo femenino. La obsesión. «Estado de la persona que tiene en la mente una idea, una palabra o una imagen fija o permanente y se encuentra dominado por ella». Suele usarse con connotación negativa. Es uno de los llamados «estados del amor árabe» que no pueden encontrarse, sin embargo, en su literatura. Pero en India siempre los referencian. En su cine, en sus letras, en su arte. Todo amor pasa por una obsesión y es muy fácil perderse en ella.

¿Allí está Izuku? ¿Sin haberse declarado acaso?

—Yo creo que está dormido.

Puede seguir recorriendo a los clásicos japoneses. Irse a los rusos y a los europeos; de esos sabe menos, pero algo puede citar. El amor es un tema viejo y no hay escritor, narrador, dramaturgo o poeta que no lo haya tocado. Algunos hablan de amor sin mencionar la palabra amor en todo el texto, porque así es de poderosa la palabra. Podría olvidar a los autores concretos y mirar la narración popular. Detenerse en los amantes de las mil y una noches, que perdían el sueño por sus amados o amados y encontraban, de repente, dentro de sí, las inmensas ganas de escribir poesía; eran dominados por ella, porque sólo con ella podían expresar lo que sentían.

—No, mira, está mascullando algo.

—Yo digo que habla dormido, entonces.

El amor, después de todo, es tema universal, desde el inicio de los tiempos...

Algo lo pica. Algo frío, redondo, pequeño.

—¿Izuku?

—¿Eh? —es lo único que atina a decir.

—Ya lo perdimos, Uraraka. ¡Para siempre!

—¡Izuku!

La exclamación es más fuerte y eso lo saca de la ensoñación. Deja de soñar despierto. De repente, otra vez ve claramente todo a su alrededor. Kaminari y Ochako están frente a su escritorio, contemplándolo con ceños preocupados.

—¿Qué?

—¡Deja de soñar despierto! —le recrimina Ochako—. Ya dieron las cinco y se fue todo el mundo, pero nos preguntábamos si te ibas a quedar ahí hasta el día del juicio final.

—Ah... ehm... —Izuku no atina más que a los monosílabos sin significado. Apura como puede: se pone de pie, recoge los papeles, guarda su pluma, le pica apagar a su computadora. Todo al mismo tiempo; los resultados son regulares—. Claro, ya voy.

—¿Quieres ir por un té o algo? —pregunta Ochako—. Parece que te hace falta.

—¡Yo sí quiero! —interviene Kaminari.

—¡Si vas, tú pagas tus cosas! —espeta Ochako.

Izuku sólo los sigue, por inercia. Sí, un té no es mala idea. Lo de Katsuki se le está agudizando y no puede mantenerlo bajo control de ninguna manera. Amenaza con salírsele del pecho si no lo escribe.

***

Ochako pide un café negro —«como mi alma», agrega; Kaminari le ríe la gracia—, Izuku sólo un té y Kaminari el capuchino más extravagante que se le ocurre.

—¿Quieres hablar? —pregunta Ochako, muy seria.

—Ehm...

Izuku no dice que sí ni que no. Mira a Kaminari.

—Espera, que arreglo esto —le dice Ochako, le guiña un ojo y se dirige a Kaminari—. Ey, tú.

—¿Eh?

—Nada de lo que hablemos aquí puede salir de aquí, ¿entendido? Las pláticas de cafetería se quedan en cafetería y nada más. —Entorna los ojos, lo que le da un aspecto mucho más atemorizante—. Y si se te ocurre ir a contar chismes a la oficina, le perdonaré a Bakugo el precio de la impresora la próxima vez que la rompa y lo deduciré de tu nómina. ¿Queda claro?

Kaminari traga saliva.

—Cristalino.

—Perfecto. —Ochako sonríe y vuelve su mirada a Izuku—. Ahora podemos hablar. Y yo tengo algo que decir: Izuku, tienes que decirle.

Como siempre, Ochako va directa a la carótida, al golpe definitivo. Izuku ni siquiera tiene tiempo de ordenar sus sentimientos.

—Ehm...

—¿Decirle qué a quién? —pregunta Kaminari.

Ambos lo miran.

—¿Qué? Si van a hablar de chismes yo quiero saber. No le voy a contar a nadie.

Uraraka sacude la cabeza.

—Ya qué, podrías ser de ayuda... —Mira a Izuku y sus ojos son muy claros: «cuéntale», dicen. Así que Izuku carraspea.

—Ehm... A Kacchan. Ochako dice que debo decirle a Kacchan que... ehm... me gusta. Mucho. Demasiado. Quizá más de lo que debería ser racional.

Kaminari abre los ojos con sorpresa. No es demasiada, pero está allí. Izuku siente que todo su rostro enrojece. Qué patético.

—Bueno, tienes que decirle —sigue Ochako—; te está comiendo por dentro y nunca un cobarde tuvo suerte en el amor.

—¡No es cobardía! —defiende Izuku—. Es autoconservación. Ya sé la respuesta que...

—Ey, ey, eso no puedes saberlo —interviene Kaminari—. Por ejemplo, yo no sabía que Hitoshi iba a decirme que sí cuando le dije que...

—Kaminari, tú ligas con todo el mundo.

—¡Pero el punto es que yo no tenía idea de que Hitoshi me iba a decir que sí hasta que le pedí una cita! ¡De otro modo no lo hubiera adivinado!

Hitoshi Shinsou. Veinticinco años. Trabaja en legal en una filial diferente. Es abogado. Hijo adoptivo de Aizawa —de lo que se enteraron cuando Kaminari fue a cenar a su casa un viernes y apareció traumado un lunes porque no era sano que tu jefe fuera también tu nuevo suegro— y su marido —un cantante no tan famoso que tenía un podcast, Hizashi Yamada—. Parecía que tenía sueño toda la vida, podía tomarse veinte cafés al día —Izuku apostaba que su organismo estaba permanentemente dañado— y se le daba bien imitar las voces de otros para confundir. Katsuki le había dicho que Kaminari había quedado prendado de él desde el momento cero.

—Lo que intentó decir es que estás frente a una alberca, ¿vale? —dice Kaminari—. Y tienes los ojos vendados. Tienes que lanzarte de un clavado, el problema es que no sabes si la alberca tiene agua o no, ¿ajá? ¿Me sigues? El caso es que no sabrás si tiene agua hasta que te lances. Y claro, podrías darte un golpe en el fondo a causa del golpe..., pero también podrías nadar. Hemingway decía que era mejor haber perdido en el amor que no haber amado nunca. Definitivamente era más poético que yo.

—Tiene sentido —dice Izuku—. Aun así..., presiento la respuesta.

Ochako suelta un suspiro hastiado.

—¡Entonces invítalo a cenar! ¡Ve cómo se desarrolla el asunto! No tiene por qué ser romántico. Si no te da buenas vibras, sólo es una cena de amigos de la infancia...

—Con historia complicada...

—Con historia complicada —le concede Ochako—. Y ya. Pero es desesperante verte soñar despierto en toda la oficina, tener la vista colgada de él, verte babear. ¡Haz algo! ¡Nadie lo va a hacer por ti!

***

Izuku se decide en el camino entre su escritorio y la fotocopiadora. Es un buen momento para decidirse. Son trece pasos. Número agorero, pero a él le gusta. Trece pasos en los que cabe el infinito. En esos trece pasos, por ejemplo, siempre tiene tiempo de pensar si cerró o no cerró la puerta de su departamento, porque lo asalta la duda, siempre, sin falta. Le da tiempo también de repasar todos los pendientes que tiene: las listas, las llamadas, las agendas del resto. Le da tiempo de preguntarse por enésima vez si es buena idea invitar a salir a Katsuki y decidir que quizá Ochako tiene razón y nada pierde.

Katsuki Bakugo, con toda su presencia, su voz fuerte y su terquedad hasta patológica. Su complejo que superioridad, que puede ver cualquiera que se acerque, puesto que se cree un químico mejor que cualquiera, superior a todos los dioses y cualquier criatura. Izuku sabe que también siente no ser suficiente, conoce una a una sus cagadas. Como la vez que explotó un laboratorio en la carrera y estuvieron a punto de expulsarlo. Tuvo que ir a clases suplementarias los fines de semana un trimestre entero. Se peleó dos veces a golpes con él. La primera en la preparatoria. La segunda al entrar a la carrera, después del incidente del laboratorio. Desde entonces son algo extraño entre amigos, conocidos y confidentes.

Katsuki busca su atención al mismo tiempo que le reclama nunca haberse podido deshacer de él. Propio de un niño de kínder.

Como para no, se lo encuentra ahí. Sacando copias.

—¿Qué haces, Kacchan? —pregunta.

—Sacando copias.

—Tu trabajo no consiste en sacar... todas esas copias... —Señala la bandeja de salida de la máquina. Tiene bastantes hojas. Y usualmente Katsuki sólo la necesita para copiar alguna orden de un lote y meterla en el expediente.

—Iida insiste en que necesito otra copia del manual de comportamiento de la empresa —declara Katsuki.

—¿... y tú estás fotocopiándolo...?

—Planeo lanzárselo a la cabeza.

—Eso es una violación del manual, estoy seguro.

—También lo es el tono de voz con el que habla Iida. —No, no lo es; Izuku está seguro—. Y nadie le dice nada. —«Porque no lo es», agrega Izuku—. Un puto crimen para mis oídos.

En realidad, Katsuki no detesta a Iida, pero es fácil de molestar. Lo mismo con Shouto. Todo el día gritándole que no son amigos, pero bien que acepta cuando Shouto invita a media oficina a cenar a su casa. («Es sólo porque su hermana es la cocinera decente de esa familia, y la cara de Enji Todoroki al ver a media oficina de la competencia metida en su casa es un poema»).

Izuku sacude la cabeza, dejando el tema. Total, tiene que esperar a que Katsuki termine lo suyo para sacar sus copias.

—Ehm..., Kacchan —llama. Katsuki voltea a verlo—. Estaba pensando... —La mirada de Katsuki es demasiado penetrante, lo desconcentra y lo hace titubear como un adolescente ridículo. Carraspea—. Pensaba que... hace mucho que... no hacemos nada. Y bueno... —Se pasa la mano por la cabeza, en un tic nervioso—. Hay un nuevo restaurante de ramen que quizá te gustaría probar... Sin nadie más de la oficina —agrega, para que quede claro que se refiere sólo a ellos dos—. Por si querías ir a cenar. El jueves.

Ante tal parrafada, Katsuki sólo atina a parpadear. Una vez, sólo para demostrar que no quedó catatónico.

Luego alza una ceja. Sólo una, perfectamente enarcada.

Pasa un segundo.

—¿Qué?

—Que si quieres...

—Te oí bien. ¿El jueves?

—Ajá.

—Iré a Esuha el jueves —dice Katsuki—. Kirishima quiere que vaya a cenar con él y con Mina, porque tienen «noticias». No sé con qué pendejada van a salir, pero...

—Oh.

Izuku se desilusiona inmediatamente.

—¿El viernes? —propone Katsuki.

—Ahm... —Izuku duda. Podría decirle que sí. Arruinar sus otros planes. Pero los viernes están reservados, usualmente, para leer. Es una rutina. Es la única oportunidad que tiene en las semanas de leer frente a una audiencia—. Tengo... algo. Un evento. De... ehm... Poesía. Le dije a Ochako que podía ir si quería, pero es noche de chicas. Ya sabes, Hakagure, Utshimi, Tsuyu... Y la noche de chicas es importante, así que dijo que no podía y... ahm... ¿por qué te estoy contando todo esto? No importa. Sólo. Ehm. Tengo eso. Aunque no creo que nadie vaya, pero... ¿podemos ir la próxima semana? El día que quieras.

Katsuki asiente. Se le queda viendo. Es una mirada curiosa. La ceja enarcada, pero ahora Izuku nota que no es de sorpresa; no, es una expresión más interrogativa que no sabe cómo leer.

Por primera vez, no sabe qué hacer con una expresión de Katsuki.

—¿Eh, Kacchan? —pregunta, sólo para asegurarse—. ¿Está bien la próxima semana? ¿Tú y yo?

—Ah, sí, claro, Deku. La próxima semana.

El tono lejano con que lo dice Katsuki lo hace pensar que hay una probabilidad de que sean palabras vacías. Quizá la piscina no tiene agua. Quizá debió haberle dicho que sí el viernes. Quizá sólo debió haber elegido un día que Katsuki no tuviera que ir hasta Esuha a ver a Mina y a Kirishima. Quizá. Quizá. Quizá. Quizá sólo le da demasiadas vueltas. Eso también.

***

—¿Izuku? —llama alguien, al frente.

Él respira hondo. Repasa la libreta de nuevo.

Allí sólo está lo mejor, lo que él considera digno de ser leído. Allí pasa en limpio lo que escribe en hojas membretadas de Plus Ultra Vitaminas. Lo hace en las noches, tras la cena, al volver de la oficina. Gasta sus pocas horas libres en repasar los poemas, tachar, leer, volver a leer, corregir, cambiar un kanji por otro hasta que queda exactamente lo que quiere decir y lo que quiere no decir. Las palabras que pronunciará y todas aquellas que se quedan en los silencios.

Elige algo y pasa al frente. No es difícil. No puede ver el rostro de nadie, porque la luz lo apunta a él. Si les parece bueno o malo...; Izuku no lo sabrá hasta que termine.

—Bueno. Esto... Aún no tiene título. Pero... es algo, creo.

Silencio.

La audiencia siempre respeta a los que se acercan a leer. Para eso son las noches de micrófono abierto. Un montón de aspirantes a poetas se acercan a leer. Izuku suele ir cada mes o cada dos meses. No se pierde ni una cita. Es importante. No basta con escribir. A veces tiene que oír lo que escribe en el silencio sepulcral de una audiencia, lejos de Plus Ultra Vitaminas. Lejos de Iida quejándose de la falta de profesionalidad de Katsuki, lejos de Todoroki diciendo «Bakugo, deja de hacer eso», lejos de Ochako peleando con todo el mundo por dinero, lejos de Kaminari pisando los escritorios mientras dice «¡parkour!», lejos de Aizawa y su sleeping bag amarillo, que lo hace parecer oruga. En un lugar donde nadie lo conozca, más que como Izuku y nada más. Un nombre sin ningún significado. Un nombre que lee y se desnuda frente a un público que no lo conoce, porque en los ideogramas y en las palabras está su alma. Un lugar donde, al día siguiente, sólo recordará como «el chico ese que leyó un poema que me hizo llorar». A veces necesita alejarse.

—Es de amor —sigue, hablando al micrófono—. ¿Pero cuando la poesía no ha sido de amor?

Amor a otro, amor a la vida, amor a la muerte, desesperanza por amor o por falta de él, amor a sí mismo, amor a lo inerte, amor carnal, amor sexual. Amor a la idea de morir, amor a la fatalidad, amor a la familia, a la naturaleza, amor a las historias. El puro acto de escribir poesía ya es amor por las palabras.

Así, entonces, empieza a leer.

«Podría escribir todos los lugares comunes,

          todos los clichés,

          todas las palabras.

Caminar hacia atrás, entre las palabras de otros.

Amor. Pasión. Obsesión.

Remitirme a los poetas muertos

y culparlos de cómo me duele el pecho al buscar

palabras que llenen el vacío entre tú y yo.

(Ese también es un cliché).

Sería un engaño, entonces, amor».

Se detiene. El silencio también habla. Su respiración contra el micrófono habla de los nervios, de lo vulnerable que se siente. Pero allí nadie lo conoce. Nadie sabrá mañana que se siente a morir de amor, tan absurdo como es morirse por una reacción química en el cerebro.

Respira hondo. Sus labios se acercan otra vez al micrófono y sigue hablando.

«Las palabras no pueden explicarnos

         o contenernos.

Amor.

Te llamo amor sólo dentro de mí,

donde las olas del mar de mi interior rompen,

y sólo se escucha el golpe del agua

         [mi sangre]

contra la arena

           [mis venas].

Eres amor sólo allí, en el camino entre mis ojos,

mi corazón, mis pulmones (suspiran), mis dedos.»

Verbalizarlo lo hace real y temible. Izuku se obliga a hacer otra pausa. El silencio es atronador, grita. No puede ver a nadie, pero el sólo saber que otras personas están viéndolo lo hace dudar. Cierra los ojos. Se sabe la siguiente parte del poema completamente de memoria.

«Diría que tus ojos son como rubíes,

aunque todos los poetas lo hayan dicho antes,

aunque ya no sea original, aunque no sea nada.

Rubíes».

Abre los ojos. Busca los kanjis en el papel. Su voz suena, pero le parece ajena. Rubíes. Sabe que si lo estuvieran mirando en ese momento, se desmayaría y se perdería entero. Ya resolvió hablar con Katsuki de sus sentimientos, pero aún no cómo.

«Me pregunto acaso, si me miras.

Mirar. Fijar la atención. Dirigir la vista.

El diccionario es limitado, incompleto.

Mirar. Clavar los ojos, sentirse morir,

un remolino adentro,

re –

        mo –

                 li –

                         no.

Mirar. Fijarse en el detalle, ver tus manos,

observar más allá del genio,

ver quién eres.

¿Sabes quién soy, amor?».

Algún día tendrá que preguntarlo de verdad. Encarar a Katsuki y averiguar si para él es algo más que «Deku». Tendrá que hacerlo pronto. Aquella lectura es sólo un respiro para dejar de darle vueltas a todo. Para convencerse de que Katsuki sí quiere ir a cenar con él la semana que viene y que todo saldrá lo mejor posible.

El poema es vómito. Está menos pulido de lo que le gustaría, pero necesita sacárselo de encima. Escupir las palabras y dejarlas volar. Que ya no sean totalmente suyas.

Suspira.

Ahí va, de nuevo, y su voz inunda la habitación.

«Las palabras no pueden definirnos,

somos entes imposibles,

nos escapamos del diccionario.

Sustantivos demasiado grandes;

no cabemos en una o mil páginas.

Adjetivos incontenibles.

Puedo decir "te quiero"

y tendría que crecer el infinito,

porque no cabrían, en él, mis palabras.

/

Las palabras son una catástrofe,

jaulas, prisiones, todo lo que somos.

Carne y sangre no importa,

si no hay palabras.

Nos contienen, evitan la locura,

También la fomentan.

Me volveré loco intentando encontrar

cómo,

por qué,

cuándo.

Pero el caso, amor, "te quiero"

y el universo no puede contenerlo».

Aishiteru, piensa Izuku. Demasiado grande, demasiado inmenso, demasiado problemático. Uno no dice eso más que un par de veces en la vida, cuando no se puede explicar de otra manera el torbellino entero. Aishiteru no es te quiero, pero tampoco es te amo. Aishiteru es todo y nada. Es lo más profundo. Es el adiós del ser amado, el morir y revivir. Es lo que dice su silencio, porque no se atreve a decirlo en voz alta. Esa es la magia de todo aquello. Aishiteru se entiende e Izuku nunca lo pronuncia.

Daisuki desu. Te quiero, me gustas. El universo no puede contenerlo. No es suficiente.

Sus ojos se levantan. Ya no hay nada más escrito en la hoja, pero su voz sigue.

«Pensándolo bien, "amor" tampoco puede contenerte,

explicarte, definirte.

Sólo hay una palabra...

/

Kacchan».

La voz le tiembla.

Allí nadie lo conoce, es una suerte, piensa. Nadie sabe quién es «Kacchan» ni por qué Izuku lleva diciéndole así desde el kínder. A los cuatro años no podía pronunciar Katsuki, y así se convirtió en «Kacchan».

Las luces se prenden. Izuku voltea de nuevo a la hoja, tan sólo un momento.

Alza los ojos.

Desde el fondo, la mirada de Katsuki Bakugo lo perfora.

***

Los ojos rojos que tiene Katsuki son de esos que se asoman al alma de uno. E Izuku es consciente de que acaban de ver a través de él, a través de todo lo que nunca quiso que vieran.

Presiente que se pone tan pálido como un muerto entonces y no atina a bajar del pequeño escenario, ni siquiera cuando llaman al siguiente participante. Acaba bajando como un autómata antes de que apaguen la luz de nueva cuenta.

Katsuki le corta el camino.

—Deku —dice.

Izuku no sabe si es una amenaza o un saludo. Parece las dos cosas.

«Kacchan, qué cosas, no esperaba verte aquí, no te invité porque planeaba enseñarle mis entrañas a los desconocidos, entrañas que sólo Ochako conoce y...». Nada sale de su boca. La abre y la cierra.

—¿Por eso me invitaste a cenar? —pregunta Kasuki.

El otro chico ha empezado a leer.

—No aquí —dice Izuku, en tono de súplica, con un hilo de voz—. Vamos afuera.

No hay manera de que salga vivo de esta conversación. Duda de que Katsuki corresponda sus sentimientos en la misma magnitud; le parecería mucho más lógico si lo hubiera asustado con tanta intensidad. Ese poema no era para los oídos de Katsuki, no todavía.

Katsuki toma su brazo, lo conduce afuera. Izuku se deja llevar, como un niño perdido. De repente, después de tanto, se queda sin palabras.

Afuera de la cafetería donde organizan los eventos de micrófono abierto no hay demasiada gente. Aun así, Izuku y Katsuki se alejan todavía un poco.

Cuando se detienen, Katsuki lo suelta y mete las manos en los bolsillos del pantalón.

Abre la boca. La cierra. Izuku no atina a pronunciar algo. Ya lo dijo todo y se quedó sin palabras. El grifo de las ideas se le cerró.

—¿Uraraka sabía de esto, carajo? —pregunta Katsuki.

—¿De...?

—No de... de... —Se pausa—. De lo que ibas a leer, específicamente. De «ese» poema.

Entonces Izuku niega con la cabeza. La sacude, porque nadie sabía de eso. No le hubiera molestado leerlo frente a Ochako, por supuesto, porque ella sabe hasta dónde llegan sus sentimientos por Katsuki.

—No. Nunca lo había oído. Sólo sabía que yo la había invitado y...

—Ella me dijo —corta Katsuki—. Fui a preguntarle qué demonios tenías que hacer este viernes, porque dijiste que seguramente nadie se interesaría y... Carajo. —Parece enojado con algo o consigo mismo—. Le pregunté qué harías y ella dijo que a veces leías cosas. —Pausa—. No especificó qué cosas. Y que nadie sabía y le insistí demasiado y... ¡Carajo!

—Lo siento —dice Izuku. Baja la vista al sueño.

—¡¿Por qué chingados te estás disculpando?!

Oh, no, todo fue un error.

—No tenías que haber escuchado eso, era demasiado y...

—¡¿He dicho algo yo de...?! ¿Izuku? No llores, carajo.

Las lágrimas ganan, siempre. Usualmente no le importa, pero algunas veces son patéticas. A veces le gustaría no llorar. Que no le ganara tan fácil el llanto. Apenas si registra que Katsuki dijo «Izuku» —algo inusual en él— y no «Deku».

—No llores —insiste Katsuki—. El que debería disculparse soy... yo. —Las palabras se le atragantan—. No debí de haber venido. Lo que leíste... Carajo, Izuku, eso fue personal. Y si no contabas con que yo lo oyera...

—Lo siento.

—¡Que no te disculpes, carajo!

Izuku se abraza a sí mismo.

—¿Por eso me invitaste? ¿A cenar? ¿Por el ramen? —pregunta Katsuki. Izuku desvía la mirada—. ¿Deku?

—Sí. No planeaba decirlo así. Eso fue demasiado, Kacchan, entiendo si...

—¡Déjame hablar! Ya dijiste todo lo que quisiste en ese escenario, así que déjame hablar. —Izuku levanta la mirada. «Sigue, pues», le dice con los ojos—. Evidentemente fue demasiado. Cualquiera que escriba poesía para ti es demasiado. ¿Eso era lo que escribías en el material de la empresa...? No, no me respondas. Espera. Lo que yo nunca he dicho es que no esté dispuesto a afrontar lo que sea «demasiado» para ti. No acepté tu invitación sólo por nada. Demasiado está bien, Izuku. Si todo lo que dijiste allí fue cierto... Fue bastante obvio cuando dijiste lo de los ojos.

Izuku enrojece. Teme haber escuchado mal.

—¿Kacchan...?

—¡Te estoy diciendo que si quieres ir a cenar ramen la próxima semana entonces será una cita y ya está!

—¿No es un sueño...?

—¡Idiota! ¡¿Después de leer ese poema y preguntas si fue un sueño?!

—¡Nunca creí que... Kacchan pudiera... corresponderme!

Katsuki Bakugo bufa.

—Estabas demasiado envuelto en tus fantasías, al parecer. Demasiado ocupado decidiendo cómo decir que mis ojos eran como rubíes..., puto cliché, en serio. Pero no voy a tu escritorio por nada, ni me ofrezco a ayudarte a terminar tu estúpido trabajo sólo por... ¡Carajo! ¡Lo que estoy intentando decir es que iremos a una cita y punto!

Izuku llora más fuerte.

—Carajo, otra vez. No llores, Izuku, se supone que esto es feliz.

—¡Estoy llorando de felicidad, Katsuki!

—¡¿Y si te beso dejas de llorar?!

Izuku, de nuevo, llora más fuerte.

Siente la mano de Katsuki en su barbilla. Sus dedos, que lo obligan a alzar su rostro. Katsuki, varios centímetros más alto, se inclina hacia él. Es mucho más gentil de lo que Izuku hubiera esperado y en realidad parece un sueño.

—Dime que puedo besarte —le pide—, por favor.

—Kacchan...

—Tienes que decir que sí.

—Sí —dice Izuku y su voz sale como un suspiro.

Katsuki lo besa. Su estómago decide revolucionarse, siente todas las mariposas del mundo revoloteando en él. Los labios de Katsuki no le dan tregua. Una de sus manos se queda en su barbilla, la otra busca su cintura hasta acercarlo a él. Tantas horas fantaseando y nunca se le ocurrió que lo que más deseaba escribiendo sus poemas fuera verdad.

Katsuki lo está besando.

Lo quiere.

Y es cierto que el universo no puede contener aquello.

***

Es lunes. No ha visto a Katsuki desde que lo acompañó a su casa el viernes. Volvieron a besarse —mucho más de lo socialmente aceptable— en el portón. Al despedirse, Katsuki le dijo: «Te veo el lunes. No te perdonaré el ramen pendiente». Izuku lo vio bajar las escaleras del portón y corrió a alcanzarlo. Puso su mano en su muñeca. Katsuki se dio la vuelta. «¿Entonces ahora eres mi novio?». Y Katsuki se rio y lo levantó en el aire y le dijo que sí. «Voy a ser el mejor novio del mundo, idiota». Y entonces sí, no le quedó más remedio que despedirse de él.

Así que piensa.

«Ahora tengo novio».

Algo brilla dentro de él y todavía no se lo ha dicho a nadie. Quiere guardárselo un poco más.

Hay trece pasos entre su escritorio y el cuartito diminuto de la fotocopiadora; Izuku los hace flotando. Lleva varios papeles en el pecho. Encuentra a Katsuki allí, fotocopiando algo.

—Oh, lo siento, creí que estaba vacío —dice, al poner sus copias sobre la mesita al lado de la máquina.

Katsuki lo abraza por detrás.

—¡Kacchan! —se queja Izuku—. ¡Si nos descubren, dirán que esto es poco profesional!

Siente los labios de Katsuki en su cuello.

—¿Y qué si quiero abrazarte? No te vi en todo el fin de semana después de tu confesión, Izuku. Y no es una clase de confesión fácil de olvidar. No la olvidaré nunca de hecho.

Izuku no puede ver el rostro de Katsuki, pero siente su voz en su oído.

—Kacchan... —Hay una súplica escondida allí.

«No podemos fajar en el cuartito de las fotocopias».

Pero Katsuki lo hace darse la vuelta e Izuku no se queja. Cómo podría, si no está viviendo en un sueño y todo aquello es real. El otro lo hace alzar el rostro y tan sólo los dedos de Katsuki en su barbilla lo hacen temblar.

Se acerca. Sus labios quedan a milímetros y sus narices se rozan, pero Katsuki no lo besa. A Izuku le cuesta respirar.

—Bésame —pide.

—¿No que era poco profesional?

—Bésame —repite; hay un dejo de desesperación en su voz.

Katsuki lo hace. Sus labios amenazan con comérselo entero. No le dan tregua y a cambio Izuku les entrega todo lo que todavía no atina a poner en palabras. Eso será más tarde. Cuando tenga una hoja en blanco enfrente y no pueda hacerlo más que con un poema.

Cuando Katsuki deja de besarlo, Izuku siente cómo sus brazos lo envuelven.

—Vamos esta tarde. Por el ramen. Izuku.

Sólo se le ocurre asentir. Se promete no llorar de nuevo, pero quiere hacerlo tan solo de pensar que el futuro es brillante, y que no necesita —todavía— una casa alejada del mundo, en el bosque, donde mirar a los hermosos árboles, mientras Kacchan siga emboscándolo cuando va a sacar copias y siga besándolo como si pretendiera quitarle el aliento.

—Es una cita, Kacchan.

fin

***

Ilustración de Yukariet (la encuentran como YukarietD en tuiter). Es una comisión PAGADA por lo cual está prohibido su reposteo o uso fuera de este fic. Alguien pagó por ella, respeten eso y respeten a los artistas también. Como veo un solo reposteo la bajo. En vez de hacer eso, pueden darle amor a la artista.

Todos los poemas son de mi autoría. Gracias por leer.

Continue Reading

You'll Also Like

66.6K 3.5K 7
Los malos entendidos son frecuente en nuestra vida, pero algunos marcan a las personas, solo que no lo saben, esto le pasó a Sasuke...averigüemos con...
620K 67.4K 127
1era y 2da temporada ♥️ Sinopsis: En donde Jimin es un Omega mimado y Jungkook un Alfa amargado, los dos se casan por sus propias conveniencias. ⚠️...
1.9K 236 8
TodoDeku week 2019 Serie de one-shots sobre la pareja de Todoroki y Midoriya. Información sobre el tema que tocará cada día, en el primer capítulo. ...
50.8K 8.4K 10
-Si hay alguien que se oponga a esta unión, que hable ahora o calle para siempre. Son las palabras que Katsuki en su vida podrá olvidar. Él solo es e...