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Abrí los ojos con lentitud. Mi visión estaba un poco borrosa y sentía martillazos en la cabeza. Una y otra vez. Me froté los ojos con el dorso de la mano y solté un largo bostezo.
Por un momento me quedé apreciando mi alrededor. El recuerdo de la noche anterior llegó a mi cabeza y otro martillazo me aturdió, aunque ver a Kislev recostado en el umbral de la puerta con esa mirada significaba me alivió un poco.
—Buen día—me levanté del mullido sofá y volví a bostezar.
— ¿Volverás a tus clases?—preguntó el chico con los brazos cruzados.
—No lo sé—me encogí de hombros—. ¿Debería?Hoy es navidad ¿no? Se supone que es una festividad para todos, un día para descansar y esas cosas.
Navidad... la sola mención de la palabra me trajo recuerdos del año anterior a ese. Mi madre había preparado una deliciosa cena. Lazos rojos decoraban la casa, ni hablar del gigante árbol que ocupaba el salón. Ese día mi padre me regaló un estuche de pinceles y acuarelas. Fue uno de los mejores días de mi vida. Que lástima que nada de eso volvería a suceder, solo me quedó el recuerdo, una imagen distorsionada en mi mente.
Kislev me regresó a la realidad cuando contestó:
— ¿Y yo qué sé? ¿No se supone que es un día cualquiera?—se acercó al sofá y se tumbó.
Agarré mi cabeza y cerré los ojos, seguía de pie y con un dolor palpitante en la sien.
—Gracias por recibirme anoche, pero igual sigo creyendo que eres raro—comenté de la nada.
—Pues te informo que un raro no te fuera dejado dormir en su sofá—aseguró afincando las palabras—. Te fuese matado sin que te dieras cuenta. Con una almohada oprimida en tu rostro, en unos segundos estuvieras asfixiada, sin mucho dolor... ahora que lo pienso ¿por qué no lo hice? Siéntete agradecida, Vellty.
De forma instintiva lo miré, con los ojos bien abiertos. Las aguas del río se comenzaron a descontrolar cuando Kislev me devolvió el gesto con esos ojos grises oscurecidos.
— ¿Una simple almohada?—señalé la misma donde mi cabeza descansó durante toda la noche.
—¿Qué más podrías pedir, Vellty? ¿Qué le echara de mi perfume para que te murieras pensando en mí? Nah, de eso nada—negó.
Bufé y me senté a su lado. La cabeza me seguía doliendo, pero aparté ese pensamiento cuando Kislev comenzó a tocar sus nudillos.
—Eh... bueno... olvida lo de raro, solo quería agradecerte de verdad—murmuré.
El chico subió la mirada a la altura de mis ojos, algo desconcertado por mis palabras. Me di un tiempo para admirar sus detalles: la curva de sus finos labios. Su nariz perfilada con una pequeña cicatriz en el tabique. Su mandíbula marcada. Su cabello desordenado. Era... hermoso.
—Ya es hora de que te vayas—pronunció viendo mis labios.
—¿Por qué me alejas, Kislev?
Apartó la mirada hacia la chimenea apagada.
— ¿Por qué te acercas, Vellty?
Esa es la pregunta correcta.
¿Por qué te acercas a Kislev?
¿Te gusta? No lo creo.
—Y-yo... no lo sé ¿vale? Solo sé que entre tantos locos... aquí me siento ¿segura? ¡Anoche me sentí segura! ¡Contigo!—lo último me salió como un grito, ni siquiera sabia qué sucedía conmigo.
— ¿Conmigo?—repitió, negando lentamente con su cabeza—. Te pude haber asesinado ¿Es que no lo entiendes, niña? ¡Hubieras muerto!
—Pero no hiciste nada, Kislev. Aun puedo respirar ¡estoy viva!
Kislev bufó.
—Es evidente—se pasó la mano por el cabello—. Solo lárgate, luego... te busco ¿vale?
—Umh... vale —asentí apunto de irme, pero me vi de arriba abajo con el incómodo vestido rojo—. No puedo entrar al internado así... yo... estoy fatal.
— ¿Y?
—Todos me van a ver.
— ¿Y?
—¡Que me presten algo de ropa!—espeté con el ceño levemente fruncido.
—No.
— ¡Anda! ¡No puedo volver así! ¡Parezco una loca!
—Es lo que eres, no te sienta mal el estilo —se burló.
El chico raro burlándose de mí, ¿qué más podía pedir?
—Hazlo por caridad, Kislev.
—No va conmigo.
—Entonces hazlo por mí.
— ¿Por ti?—escupió con diversión—Mucho menos.
Mi mirada se endureció al instante, apreté los puños y enfurruñada me levanté del sofá.
Fui directo a la puerta y sujeté la fría manilla, cuando estaba por abrir, Kislev se aclaró la garganta. Con el mismo enfado me volteé para ver al chico que, para mi sorpresa, se había quitado la sudadera, exhibiendo su pálida piel, su torso marcado por unos abdominales y esa V que bajaba por su... ejem... tuve que apartar la mirada algo incómoda.
Kislev me extendió la sudadera, indiferente a mi rostro carmesí.
—Toma—volvió a agitar la sudadera, pero yo estaba paralizada.
Parpadeé varias veces y sacudí la cabeza apartando esa imagen de él en mi cerebro. Con la cara ardiendo agarré la gran sudadera que me ofreció.
—Puedes...—el chico seguía en su lugar, muy tranquilo e inexpresivo—. ¿Puedes dejarme sola? Para cambiarme.
Sin decir mucho se dio la vuelta para entrar a otra habitación y me dejó sola.
La pequeña cabaña era muy cálida, provocaba tirarse en el sofá y seguir durmiendo por largas horas hasta que te canses del sueño.
Te quieres quedar ¿eh?
Te quieres quedar para ver a Kislev.
Él no te conviene, Vellty.
Dejé de escuchar a la voz en mi cabeza y me quité el ridículo vestido. Todo lo consideré ridículo mientras bajaba la prende de mi cuerpo. El ridículo maquillaje corrido. La ridícula situación de anoche. Las ridículas mentiras. Las ridículas personas.
Me puse la sudadera de Kislev que me iba gigante e inhalé el olor que desprendió... olía a él.
Luego, me acerqué a la puerta dándole unos suaves golpes. Kislev no tardó en abrir revelando su rostro.
—Eh... te la daré cuanto antes—señalé la sudadera.
—Me da igual—se encogió de hombros.
Sonreí por primera vez y me di la vuelta para caminar hacia la puerta. Sin embargo, un extraño hormigueo se esparció por todo mi cuerpo, esa sensación que me indicó que debía decir algo.
—Feliz navidad, Kislev.
Las palabras salieron de mi boca de forma natural, no esperé nada a cambio y abrí la puerta dispuesta a salir.
—Feliz navidad, Vellty—musitó tan bajo que creí no haber escuchado bien.
La sonrisa en mi rostro se ensanchó y el hormigueo se fue desvaneciendo cuando salí por completo. Comencé a caminar y en cada paso la cabaña quedaba atrás.
A mitad de camino tiré el vestido, aunque no fuera su culpa la sola presencia del recuerdo de anoche me molestaba.
A penas pisé el jardín trasero me topé con unos chicos que comenzaron a murmurar viendo mi atuendo: sudadera gigante y pies descalzos. Ni siquiera me di cuanta que los zapatos los dejé tirados por ahí.
Subí las escaleras hasta llegar al segundo piso, algo pensativa por las que debía hacer de ahora en adelante ¿por qué todo era tan difícil? Cuando llegué al área de los dormitorios, unas chicas me vieron con el ceño fruncido y recelo en la mirada.
¿Todo mundo activo en navidad? Era insólito.
Ignoré a todos llegando al pasillo de los dormitorios, caminé hasta la número trece y respiré con alivio cuando la conocida puerta se mostró. Todo parecía normal hasta que bajé la mirada y vi a Madness tirada en el suelo. Con la cara entre las rodillas y los brazos estirados.
Algo confundida me aclaré la garganta.
—Eh... tú... ¿qué haces?—pregunté.
El chico de ojos oscuros se levantó de un respingo sujetando mis hombros con preocupación.
— ¿Estás bien?—ignoró mi pregunta.
—Y-yo... umh...
—¿Estás bien, Danforth?—repitió con la mirada cansada.
—Lo estoy, Hennings—contesté—. ¿Lo estás tú? ¿Desde cuándo te preocupas por mi santa alma?
Se separó un poco y la calma se esparció por su rostro.
—Dudo que tu alma sea santa—se rió sin mucha gracia—. Y bueno... es que anoche te vi mal y quise saber si te encontrabas bien.
—Y por eso esperaste en la puerta de la habitación—deduje.
— ¿Eh? ¡No! De hecho, iba pasando por casualidad hace un momento—se pasó la mano por la nuca y sonrió.
—Huh—asentí—, pues estoy bien—sonreí de regreso.
Pensé que con eso se apartaría para darme acceso a la puerta, pero no se movía, seguía estático y algo raro.
— ¿Tienes hambre?
—¿Ah?
—Que si tienes hambre ¿la tienes o no?
Iba a responder cuando una tripa en mi estómago sonó, respondiendo por mí. Hennings elevó las comisuras de sus labios, divertido por la situación.
—Vale, eso fue un sí muy seguro. Entra, te quitas la horrible sudadera, que yo regreso con provisiones en un momento—me dio una palmadita en el hombro y se alejó por el pasillo.
—¿Bien?—negué en una sonrisa sin creer las palabras del chico.
Cuando entré a la habitación, fui directo al baño, me deshice de la sudadera de Kislev y me metí en la regadera sientiendo el agua helada correr por mi cuerpo. Cuando salí me coloqué un pijama azul y me tumbe en la cama, un poco cansada y con el cabello húmedo.
Me quedé viendo el techo hasta que la puerta sonó. Al ponerme de pie y abrir la puerta volví a ver a Hennings con una sonrisa de oreja a oreja, una de sus manos las ocupaba una bolsa y la otra la mantenía en su bolsillo.
—No sabía qué te gustaba, así que traje de todo un poco.
—Pero–
—Puedo volver por más si quieres, o salir y comprar algo. ¿Te gusta el sushi?
—Hennings... ¿estás bien? ¿Seguro no tienes fiebre?
Él frunció levemente el ceño y se echó a reír.
—Estoy perfecto, cielito, ¿te preocupas por mí? ¡Ya sabía yo que te habías tardado en enamorar! ¡Es que soy un encanto!
Bien, ese era él.
—¿Piensas entrar o te quedas allí?—pregunté.
—Oh, la puritana invitando a un chico a su habitación ¿qué dirán los demás, eh? ¿Tan rápido quieres follar, Danforth?—abrí los ojos en sorpresa y golpeé su pecho.
Él siguió riendo y entró a la habitación. Cerré la puerta con cuidado y me tiré en la cama revisando la bolsa de comida. Hennings se quedó de pie viendo los cuadros de Van Gogh.
— ¿No te vas a sentar?
—Es de mala educación comer en las camas, cielito—comentó, divertido.
—No seas tonto, ven acá—toqué la orilla de la cama para que se sentara.
—Te tomas en serio eso de verte guapa hasta en pijama—me guiñó el ojos.
—Y tú te tomas en serio tu papel de psicópata encantador.
—Oh, ¿piensas que soy encantador?
Lo ignoré por completo y seguí revisando la bolsa: unas manzanas. Una taza de arroz con salmón. Panes de vainilla. Café. Refrescos de gas.
— ¿A dónde fuiste anoche?—interrogó Hennings cuando me metí un bocado de arroz.
—Por ahí, a caminar—mentí descaradamente con la boca llena.
—Que larga caminata—masculló.
—Ajá... extensa.
Entornó los ojos, dubitativa a mis palabras, pero asintió sin sacar más el tema.
Pasó un rato mientras Hennings me veía comer salmón sin vergüenza alguna. Destapó dos gaseosas y me extendió una para pasar la comida. Terminó por sacarse los zapatos y quedar con las piernas estiradas en la cama.
Y los minutos pasaron.
— ¡Estuvieron la mitad de la noche jugando ajedrez! Tú entiendes que es divertido, pero sabes que a cierto punto aburre—habló. Había cambiado de posición y estaba tumbado en la cama, con la cabeza en el edredón y los pies en la cabecera. Yo estaba acostada a su lado, descansando la comida.
— ¡Entiendo a la perfección!—asentí emitiendo un sonido raro parecido a la risa—. ¿Te imaginas decir algo así a un friki? Seguro y nos degolla.
—Moriría feliz—me miró—. Feliz y lejos de todo lo que pueda atormentar esta preciosa cabeza.
—Y con esas palabras mágicamente regresa el anciano de Madness—me burlé.
—¡Oye! Eres la primera chica en el internado que me cae bien, no lo arruines—hizo un puchero tierno.
— ¿Y Ai… Riddle? Ella es chica, y se la pasa contigo.
—No es lo mismo, ella es como un hombre más en el grupo. Tan ruda que creí que era lesbiana, sino se fuera enrollado con Harry pensaría lo mismo.
—¿Lesbiana?—reí. Ailey podía ser todo menos lesbiana.
—Era mi suposición, cielito, todos supones cosas.
—Claro—asentí.
Nos quedamos en silencio viéndonos el uno al otro. Fijamente como en un juego de miradas, y cada vez más cerca... cada vez sintiendo su calor... viendo sus profundos ojos.
—Eres hermosa—sonrió. La mirada de Hennings caló hasta llegar a mis huesos. Era la misma mirada que poseía siempre, pero un poco más... infinita.
Mi respiración se entrecortó debido a la cercanía. No hubieron palabras. No había nada que decir, solo miradas.
No supe en que momento pasó, en que segundo exacto del sistema que controla al universo sucedió. Solo sentí el cuerpo de Hennings cuando nuestros labios se juntaron, quedé encima de él mientras su mano acariciaba mi espalda. No era un beso amigable, todo lo contrario, era devastador, con movimientos salvajes que me hacían estremecer.
De pronto me sujetó por los muslos y caí en la cama. Con él encima de mí y su rodilla en mi entrepierna... mis manos acariciaron su cuerpo cubierta por una camiseta, sintiendo su pecho y espalda. Hennings bajó entre besos por mi mandíbula y mi cuello.
¡Vellty!
¿Qué está pasando?
¡¿Estás loca?!
—Hennings...—susurre sin querer que se detuviera—. Hennings...
—¿Huh?—levantó la cabeza y me vio, su respiración al igual que la mía era un caos.
— ¿P-podemos... solo hablar?—me encontraba sorprendida, emocionada, encantada, entusiasmada, pero no podía seguir.
Él sonrió, elevó la comisura izquierda de sus labios y un hoyuelo se le marcó en la mejilla.
—Pues claro, vamos a hablar—se volvió a tumbar a mi lado y respiró hondo, yo hice lo mismo—. Oh, lo había olvidado ¡Feliz navidad, cielito!
— ¡Feliz navidad, mata ardillas!—cuando escuchó el pésimo apodo, me empujó con las manos y casi me caigo de la cama.
Se burló de mí y las próximas horas nos quedamos hablando sobre cosas estúpidas. Fue una navidad... nueva.
—
N/A: HOLAAAAAAA, bueno... bueno... Solo quería mencionar que mi inspiración esta activadisima. Eso no se puede negar eh.
Y, también quería avisar que ya están cerca los capítulos donde las dudas a lo que sea que esté sucediendo en ese internado se van a aclarar. No son muchas dudas ¿o sí? *risa malvada* pero ejem. Besotes y ¡Feliz no navidad!
Sus regalos están escondidos en mis redes sociales.
Instagram: Ldasilva27_
Twitter: Ldasilva27
Bye