Pasión y Poder

By Clau_Llerena

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Catarina es rescatada por Luciano de las manos de un traficante, a sus catorce años de edad. Desde ese moment... More

1.Nueva vida, nuevo comienzo
2.Decisiones difíciles
3.Bienvenida
4.Nunca digas nunca
5.Todo ha cambiado
6.Un mal presentimiento
7.Verdades ocultas
8.La situación no pinta nada bien
9.Duele demasiado
11.La venganza es un plato que se come frío
12.Hora de la función
13.Sentimientos encontrados
14.El juego no ha terminado
15.Calla Rizzo
16.¡Sorpresa!
17.¿Qué estamos haciendo, Luciano?
18.Tiempo de chicas

10.El último adiós

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By Clau_Llerena

6 de febrero de 2018

Con mi padre entierro nuevamente una parte de mi alma. El dolor que siento es más allá de lo soportable. Alessandro, Fabrizio y sus hijos portan sobre sus hombros el ataúd que encierra su cuerpo, seguido por las mujeres Varone junto al abuelo.

Unas ganas inmensas de golpear a Loretta me corroen de repente. Ni siquiera puede fingir un poco de tristeza. Su actitud altiva me recuerda la magnitud de esta función de circo.

Los traidores que se hacen llamar socios y amigos de la familia, caminan cabizbajos con caras de lamento.

<<Al menos saben fingir mejor que Loretta>>

Mi cuerpo hierve de rabia cada vez que les veo. Sobre todo a él. Millones de preguntas rondan mi cabeza, pero una reinaba sobre las demás: ¿Lo sabe?

Una perversa sonrisa se instaura en mis labios. Ya tendré tiempo de ajustar cuentas con todos ellos. Las ansias de venganza no hacen más que ir en crescendo.

Yo contemplo la escena entre la multitud, con un enorme abrigo negro y el rostro cubierto por un pañuelo de seda y gafas.

Luciano también está entre los hombres allí presentes, tomado de la mano de su esposa. Por unos segundos la observo a ella de reojo y nuevamente no puedo evitar compararnos. Sigo notando el parecido y eso me hace recordar las últimas palabras de mi padre. Porque de repente todo tuvo sentido para mí, aunque el precio por encontrar las respuestas resultó ser demasiado alto.

Siento una presencia a mi lado y rápidamente dejo de contemplar el escenario.

El sutil abrazo de Enzo mientras el primer puñado de tierra cae sobre el ataúd de mi padre solo aumenta mi dolor.

<<¿Cómo podré mirarle a la cara después de esto?>>

—Necesito salir de aquí... —susurro al oído de mi primo.

Él asiente en respuesta sin poder observarme.

<<Mejor así.>>

—Ve —accede—. Yo te cubro. Ten cuidado.

No necesita decirlo dos veces. Sin preámbulos salgo lo más desapercibida que puedo. Sin embargo, giro sobre mis pies para contemplar la figura de Enzo Varone de espaldas.

<<Si lo supiera... no le dolería menos. Estoy segura.>>

Todo esto resulta demasiado para mí. La noche ha sido terrible entre gritos agonizantes y juramentos sanguinarios.

En la salida el aire me golpea el rostro. La voz del sacerdote que oficia el sepelio queda detrás. Nunca me han gustado los cementerios. El silencio que reina en estos lugares me produce escalofríos.

Alzo la vista para contemplar el cielo. Se encuentra demasiado oscuro para ser de media mañana.

Su aroma tan característico —flores silvestres con una pisca de menta— se mezcla con el viento y me resulta muy agradable.

—Deberías estar dentro —comento sin desviar la vista del cielo.

—Y tú no deberías haber salido —replica.

—Lo sé —admito—, pero... necesitaba...

Las palabras se me cortan de pronto al tiempo que siento un horrible resquemor en la garganta.

—No estás sola. ¿Lo sabes? —Alude luego de unos minutos de silencio.

—Lo sé —respondo. Después me detengo a mirarle fijamente—. Nunca te agradeceré lo suficiente.

—¿Por qué? —Me devuelve la mirada con la misma intensidad.

—Por darme esta familia. Jamás hubiera encontrado otra mejor.

Él me sonríe y unas ganas inmensas de llorar me invaden.

—Los Varone saben cuidar muy bien de los suyos —su voz es demasiado ronca —. Me pareció lo más correcto en el momento.

Debo tragar saliva con demasiada fuerza para poder hablar:

—Y acertaste —un silencio cómodo se instaura entre nosotros—. Debo irme —agrego pasado un tiempo—, y tú debes volver.

—Siempre estaré ahí para ti. No lo dudes.

La intensidad de sus ojos, unida a sus palabras, me estremecen de la cabeza a los pies.

Sonrío y acaricio sus mejillas con mis dedos por primera vez.
Su piel es tan suave. El simple roce me produce descargas eléctricas en todo el cuerpo. Luciano causa ese sentimiento en mí sin importar el lugar o las circunstancias e, inesperadamente, él acepta mi caricia.

Beso su mejilla derecha. Nunca han existido gestos tan cariñosos entre nosotros, pero la situación me supera e incluso podría jurar que a él también.

—Nunca lo he dudado —digo finalmente—. Te quiero, Luciano —el cierra los ojos, apoyando su mejilla derecha sobre la palma de mi mano, como si estuviera asimilando mis palabras—. Ahora vuelve dentro. Ya deben notar tu ausencia.

Esas son mis últimas palabras antes de salir pitando de allí. El calor de su presencia me había hecho olvidar la situación por unos instantes. Pero a medida que me alejo el dolor regresa una vez más. Ahora por partida doble. No ea mío. Luciano no es mío y nunca lo será.

8 de febrero de 2018

No quiero estar aquí. El lugar me trae demasiados recuerdos.

Tomo un sillón para sentarme. No podría ocupar el sofá. Allí me senté con mi padre hace un mes cuando regresé a Roma.

<<Quizá nunca debí haberme ido.>>

Me pregunto si todo lo que he hecho durante estos años habrá valido la pena. Pude enfrentarme a los sujetos más peligrosos del continente americano. Sin embargo, la experiencia no me sirvió de nada para proteger a mi familia.

<<Al menos me servirá para cobrar venganza>>

Sí. Eso ese cierto.

—Una vez la familia Varone y el señor D'Cavalcante se encuentran presentes —el abogado interrumpe mis pensamientos—, procedemos a dar lectura al testamento del señor Carlo Varone. Yo, Carlo Varone Gotti —comienza entonando—, en pleno uso de mis facultades, declaro lo siguiente: A Luciano D'Cavalcante, quien siempre fue como un hijo para mí: le dejo mis diarios, esperando que mis experiencias le sean de utilidad en el futuro. Además de la casa en Florencia; ese fue un regalo de su padre, mi mejor amigo. Regresar la propiedad a la familia D'Cavalcante es lo mínimo que puedo hacer. La deuda que tengo con Luciano D'Cavalcante Padre, jamás pude saldarla en vida. Espero poder hacerlo en la muerte —el hombre hace una breve pausa antes de continuar—. Mi colección de gemelos —una afición de Carlo—, será distribuida por partes iguales a mis cuatro sobrinos. Me gustaría estar presente en la repartición para verles pelearse por ellos —sin poder evitarlo las carcajadas invaden la habitación—. A Bruno Varone, le dejo mi Rólex, el reloj que tanto le gusta y que siempre quiso robarme —algunos vuelven a reír—. Ahora le pertenece. A Lorenzo Varone, por ser el más joven de la familia aunque solo por dos meses de diferencia, le corresponde mi reloj de oro de bolsillo. Una antigua herencia destinada a nosotros, los más pequeños —el abogado se detiene para tragar saliva—. Finalmente, a Catarina Varone, mi hija, le dejo absolutamente el resto de mis posesiones, incluyendo las acciones del hospital y el departamento del Edificio Varone, convirtiéndose ella en mi heredera universal.

Un chillido resuena en la habitación, antecedido por un portazo. Loretta Varone se ha marchado del despacho de mi tío y está furiosa

>>Sé que mi hija no solo continuará mi legado, sino que lo hará mucho más grande y alcanzará el esplendor máximo. Una vez lo dije y en esta ocasión lo reafirmo: Rina es la más lista de todos los Varones —una lágrima traicionera escapa de mis ojos. El abuelo Donato se sienta en el brazo de mi sillón y me acoge en su regazo.

¿Por qué, papá?

¿Por qué tenías que ser tú?

>>Al resto de mi familia —continúa leyendo—, espero haberles dejado mi sabiduría y mi cariño durante todos estos años. A los que he decepcionado, os pido perdón —eso me recuerda sus últimas palabras—. He cometido errores como todo ser humano. Sin embargo, mis acciones siempre han sido guiadas por el amor. Eso fue lo que me inculcaron mis padres. No habría podido pedir unos mejores —a estas alturas la abuela Carlota llora a lágrima viva. Si para mí es difícil perder un padre, debe ser peor la pérdida de un hijo—, ni unos mejores hermanos. Nunca he sido bueno con las despedidas, así que aquí lo dejo, no sin antes recordarles que son el amor y la lealtad lo que nos mantiene unidos. Os quiere muchísimo: Carlo.

Tío Fabrizio es el primero en levantarse. Acompaña al abogado afuera del despacho, dejando el lugar en un absoluto silencio. Es ensordecedor.

Instintivamente me llevo las manos hacia el corazón que cuelga en mi cuello...: su regalo de cumpleaños.

<<Gracias, papá. Gracias por darme tanto. Te amo>>, con esas palabras... le doy el último adiós.

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