Murmullos de Skrain

By Angie_Eli_Carmona

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La guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se u... More

Introducción
Capítulo 1. «Palacio de los horrores»
Capítulo 2. «Reunión no anticipada»
Capítulo 3. «Llegada al infierno»
Capítulo 4. «Las fiestas del despilfarro»
Capítulo 5. «Amor en llamas»
Capítulo 6. «Presentaciones, reencuentros, y pláticas»
Capítulo 7. «Prueba de poder y resistencia»
Capítulo 8. «Recuerdos de la infancia»
Capítulo 9. «Deseos profundos»
Capítulo 10. «Comunicación fallida»
Capítulo 11. «La lectura del llamado»
Capítulo 12. «Las bestias desconocidas»
Capítulo 13. «Ojos hambrientos»
Capítulo 14. «Los gigantes y su historia»
Capítulo 15. «Los espejos del alma»
Capítulo 16. «Roces inconvenientes»
Capítulo 17. «Siempre fue él»
Capítulo 18. «Poder, codicia, deseo»
Capítulo 19. «Astras, gigante de la guerra»
Capítulo 21. «Nacimiento desastroso»
Capítulo 22. «La influencia del tiempo»
Capítulo 23. «Ejerce la influencia divina»
Capítulo 24. «Camuflaje histórico»
Capítulo 25. «Cinco grandes consejos»
Capítulo 26. «La madre de todo»
Capítulo 27. «Las pistas en lo más mundano»
Capítulo 28. «Influencias divinas»

Capítulo 20. «Resurrección maldita»

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By Angie_Eli_Carmona

Astras era un dios dañado. Los gigantes habían sido creados, en un principio, para vencer a los dioses, para servir de potenciador al intercambio de poderes, o terminarlo, también, de una vez por todas.

La última vez las cosas no habían terminado muy bien para él. Raniya se había encargado de destruir sus defensas, reduciendo su alma a una pequeña porción de lo que una vez había sido. Revivirlo a él sería mucho más difícil que revivir a cualquiera de los demás gigantes, más él era el único dispuesto a dar su poder y trabajar en aquel intercambio que se estaba formando. Los dos lados eran fuertes, más el poder estaba balanceado como si al mismo dios padre de todo le gustara prolongar más las cosas.

Astras, entonces, cambiaría el balance de las cosas. Serviría de puente entre la transición, sí, pero también haría hasta lo imposible por poner las cosas a su favor y hacerlas más fáciles. Tenía un plan, un plan que había requerido de milenios para formularse. La prueba de que las cosas nunca suceden porque sí, un plan que lo haría diferente a sus demás hermanos, pero que también conseguiría su favor. Un plan que traería a los gigantes de vuelta.

—La clave para revivirme no es muy difícil —dijo. Señaló entonces al círculo de piedra, dónde distintos grabados corrían, todos distintos y poderosos. Estaba conectado a esa magia, por lo que no le fue difícil ordenarle al círculo que mostrara las runas que le servirían aquel día, las de resurrección—. Primero se hace un pacto de sangre. El pacto de sangre decide quien tendrá dominio de mis poderes, quien podrá utilizarme a su favor. A eso, entonces, le sigue el sacrificio, cuando ustedes ponen sus manos en uno de los atriles y dan de su poder en favor de nuestro propósito. Una vez que reviva, lucharé a su nombre en la guerra y conseguiré aquello que ustedes tanto quieren. Libertad —miró a Nathan—, control —a Piperina—, familia —esto último vino hacia Zedric. ¿Y bien? ¿Qué esperan?

Zedric hizo entonces el juramento de sangre. Astras permaneció imperturbable mientras miraba aquello suceder, sus ojos castaños no reflejaban ninguna emoción, más, cuando terminó, flamearon por un momento, uno casi imperceptible.

—Ahora seré fiel a ti cuando regrese a la vida —dijo. Miró a la bestia, y agregó—: Tenía mucho tiempo que no veía a uno como tú. Fue hace tanto...

—Estoy aquí como guía, no para intervenir —respondió. Astras sonrió. En tono calmado, murmuró:

—Vienes por mi poder. Cómo sea... —miró a Piperina—. Tú aquí, tú —a Nathan—, aquí —y tú —a Zedric—. Aquí.

Los había acomodado, entonces, alrededor del gran círculo que ya había sido regado con sangre. Por lo tanto, cuando sintieron un tirón de poder, lo siguiente que dijo, sin mucha emoción, fue:

—No. Su poder no es suficiente. Tendrán que esperar a que ella venga, y usar tú poder de las sombras para camuflajearse.

Nathan negó.

—Es muy riesgoso, hay mucha luz, no es tan fácil.

—Bueno, pues hagámoslo oscuro —dijo la bestia. Cerró los ojos, y de la luz, un sol que no tenía nada de real, surgió una luna, un cielo estrellado, luminoso en cierto punto, pero que daba amplia viabilidad para que las sombras se extendieran y los cubrieran—. El pacto de sangre está hecho, y Raniya ya no puede borrarlo.

Raniya llegó pocos minutos después. Zedric estaba muy nervioso, a la espera de que algo, cualquier cosa, saliera mal. Aún así, ellos pasaron más o menos por lo mismo que había pasado él, excepto por el hecho de la presencia de los antiguos gigantes.

—Solo yo estoy dispuesto a dar mi poder —dijo Astras, una presentación rápida tomando en cuenta la que había presenciado.

—Viejo conocido Astras —respondió Raniya en un tono condescendiente y con la mandíbula apretada—. No creería en ti ni aunque me obligaran a hacerlo.

—Y no se supone que lo hagas —fue lo que respondió él—. Se supone que hagas el juramento de sangre y consigas mi lealtad. No me quieres a mí, quieres a mí poder. ¿No es cierto eso?

—Bueno —Raniya respondió—. Lo haremos.

Los dioses se reunieron, entonces, alrededor del círculo de poder. Raniya hizo el juramento, acto seguido, esperó a que todos dieran de su poder, más no pareció dar ningún efecto. Entonces, Astras dijo:

—Necesitamos más. Ese bebé tal vez pueda darte más poder, cariño.

Raniya estalló en una furia incontenible. En un momento estaba frente a él, tomándolo del cuello, sus uñas, largas y afiladas, rodeando su mandíbula.

—Vuelve a decirme cariño y me olvidaré del trato— fue como lo amenazó. Astras sonrió, luego le escupió a Raniya en la cara. Ella solo se limpió y usó el agua para eliminar cualquier rastro de su monstruosa saliva. Entonces, volvió a su lugar y dijo—: Perderé más energía potenciando este embarazo que dándotela a tí. ¿Estás seguro?

—No hay otra opción.

Raniya bajó la mirada y estiró las manos hacia su vientre. En un solo momento su estómago creció, hasta el punto más maduro de la gestación, no podía dar a luz ahí mismo, solo por eso no lo hizo.

—Ya siento el poder de este niño —dijo—. Es grotesco.

—Pues bueno, úsalo entonces —insistió Astras. La mirada de todos era incómoda en aquella invitación. Desde el tímido Yian hasta la valiente Suzzet parecían horrorizados con aquella imagen. Aún así, ayudaron, no tenían otra opción. El portal estaba apunto de abrirse, todos sentían el cuerpo de Astras volviendo, más no era suficiente. No había suficiente poder.

—Necesitaremos un recipiente —fue lo siguiente que dijo él—. Alguien que me regale su cuerpo mortal.

—Ninguno de los que están aquí lo harán, Astras —respondió Raniya—, consigue a uno o me iré de aquí. Las cosas no deberían de ser tan complicadas.

—No es como que yo tenga muchas ganas de revivir, en todo caso —se quejó él. Su ceño estaba fruncido, y mientras contestaba miraba a todos a su alrededor—. Eres tú la que me necesita —ella estaba apunto de agregar algo, cuando él insistió— Parece que ella tiene una solución.

Señaló a Elina. Había estado tan callada y tan concentrada en la misión que no muchos le habían prestado atención. Su mirada parecía decir mucho, y sí, pudiera ser que ella tuviera la respuesta a sus necesidades.

—Mi primo, Vedris, está gravemente herido, poco a poco se fue recomponiendo, más no despertó después de la última batalla en la que participó. Él es el recipiente perfecto.

Un murmullo llenó la habitación. Todos parecían estar decidiendo algo sobre su destino, más Zedric, entre las sombras, no podía decir nada. Él si podía ver a Piperina, que fruncía el ceño sin saber exactamente cual era la mejor opción. Parecía nerviosa.

—Traélo —le mandó Raniya a Yian.

—¿Podré volver a entrar? —preguntó él, con ojos entrecerrados. Raniya asintió. Entonces, volvió a preguntar—. No sé dónde está.

—Yo te guiaré —dijo Astras—. Tal vez ya no sea tan poderoso, pero puedo ver en su mundo, encontrar su mente.

—Házlo, ya —mandó Raniya. Algo brilló en los ojos de Astras, una furia reprimida. Pronto se acercó a Yian, y con un pequeño toque le comunicó la ubicación del primo de Elina. Elina parecía sensible, sumisa, tranquila ante lo que estaba sucediendo. Había hecho un buen papel hasta el momento, es cierto, se mantenía al tanto de todo y daba buenos resultados en los entrenamientos. Aún así, nadie sabía exactamente qué era lo que ella buscaba. ¿Qué deseaba tanto para estar ahí?

Yian usó su poder y los teletransportó con tan solo pensarlo. Regresó con tres hombres, dos cargaban al primo de Elina, que, inconsciente, estaba pálido, casi moribundo, es más, se veía, incluso, muerto.

—Ahora se hará —dijo Astras—. Es el momento. 

Pusieron al joven en el centro del círculo mientras que Astras, en su forma espiritual, se puso a la cabeza de este. Todos dieron parte de su poder, de su esencia, y fue así como, entonces, Astras desapareció. El primo de Elina abrió los ojos, más todos sabían que ya no era él. Su misma complexión parecía haber cambiado, brillaba, también.

—No —murmuró Raniya. Parecía contrariada. Zedric también lo estaba, porque esa conexión, la que Astras había prometido, no estaba.

El lugar se iluminó. Nathan no pudo controlar más a las sombras, habían quedado expuestos. Entonces, Astras dijo:

—Ninguno de ustedes dominará mis acciones —acto seguido, estiró su mano y caminó hacia Elina. Mientras lo hacía cambiaba de forma, así hasta verse como él mismo, el original Astras. Tan grande era su poder, entonces, como para volver a su imagen original. Zedric estaba entrando en pánico, y no pudo hacer nada, nada más que observar la forma en que besaba a Elina, y decía:

—Mi juramento de sangre está con ella. Lo hizo incluso antes de que ustedes supieran de mi existencia. Ella también dió su mayor don, la clarividencia, y todo lo hizo por mí. Por nuestra nueva orden.

Entonces, desapareció.

Un silencio abrasador llegó después de eso. Había miradas cruzándose por todos lados, la mayoría estaba a la expectativa, tratando de leer lo que Raniya estaba por hacer. Sus ojos destellaban, llenos de furia. Estaban sobre Zedric, que quería gritar, conseguir que Amaris, de alguna manera, volviera. No podía entrar en esa mente, estaba bloqueada, bloqueada de forma fuerte e impenetrable.

—No, no te irás —dijo entonces. El agua comenzó a caer de todas partes de la cueva, parecía reunirse con la intención de ir hacia él. Zedric era poderoso, mucha del agua terminó convirtiéndose en vapor, así que Raniya comenzó a recurrir al hielo, que comenzó a expandirse, rápido, mortal.

—No —fue Piperina la que contestó. Sus ojos brillaron, y el poder surgió, fuerte, haciendo una especie de barrera que impedía que cualquier tipo de magia los invadiera. Era una magia nueva, una magia que servía de escudo. El poder de una diosa, es cierto.

—Somos más en número, somos dioses, también. ¿Creen que podrán vencernos, de verdad?

Al ritmo de las palabras de Raniya los gemelos del miedo fueron caminando, avanzando hacia Piperina, Zedric, y Nathan. Soltaron un grito, un chillido, tan fuerte, doloroso, peor que cualquier cosa conocida. El chillido de la muerte, del miedo, de la debilidad. Piperina aún no estaba completamente bien, aún no lograba olvidar aquellos traumas que tanto la habían seguido. Afligida, se dobló en su lugar, lastimada, llorando como nunca antes.

—¡Alto! —gritó Nathan, furioso. A diferencia de los demás, él parecía tener control perfecto de sus emociones. Zedric estaba conteniendo el dolor de sentirlos infiltrarse en su mente, en su corazón, mientras que Piperina, llorando, gritaba, gritaba por el sufrimiento. Las sombras se extendieron, y lucharon, lucharon contra todo el que encontró. Zedric entonces se levantó, medianamente recompuesto, y dijo:

—No. Esta pelea no es suya, es nuestra. Raniya si quieres mi poder, ven por él, luchemos.

Raniya sonrió. Aún seguía intentando traspasar las barreras de Piperina, que salían cada dos por tres y estaban apunto de derrumbar aquella cueva tan milenaria. El lugar temblaba, ella sonreía, Zedric fruncía el ceño, furioso, Piperina lloraba.

—Así que ustedes eran —dijo—. Los que se metían en mi mente cada noche, los que rogaban por venganza, ¡Una venganza que no les concernía! Este poder, este poder que tienen, ¡No me ganará!

Los ojos de Piperina, luminosos, estallaron de furia. Ya no era el mismo verde de siempre, sino mucho más claro, con bordes oscuros que los hacían destacar más. Un suspiro, un suspiro y ella avanzó con tanta rapidez como para llegar a los gemelos. Otro suspiro, un hacha salió del suelo, un suspiro más, sus cuerpos estaban partidos a la mitad, todo incluso antes de que ellos pudieran hacer algo.

Un silencio sepulcral lo llenó todo. Piperina, entonces, dijo:

—Lucha, Zedric, lucha por nosotros. Clama por nuestra venganza, la que merecemos.

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