Thorn Valley

By Licz00

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La naturaleza sobrenatural de los pálidos hermanos recién llegados será el menor de los misterios que se le p... More

Nota
Prólogo
Capítulo 1 - Zanahoria
Capítulo 2 - Umbral
Capítulo 3 - Dar la bienvenida
Capítulo 4 - Conclusiones precipitadas
Capítulo 5 - Este muerto está muy vivo
Capitulo 6 - Cara a cara
Capítulo 7 - Vida
Capítulo 8 - Mucho frío
Capítulo 9 - Fantasmas del pasado
Capítulo 10 - ¡Que le corten la cabeza!
Capítulo 11 - Violeta imperial
Capítulo 12 - La noche de los muertos vivientes
Capítulo 13 - Cazar o ser cazado
Capítulo 14 - Conocidos
Capítulo 15 - Antes de la tormenta...
Capítulo 16 - Brujería
Capítulo 17 - Salvajes de todo tipo I
Capítulo 18 - Salvajes de todo tipo II
Capítulo 19 - No somos amigos
Capítulo 21 - Descanso de los no-muertos
Epílogo
Personajes (opcional)

Capítulo 20 - Bailando con lobos

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By Licz00

—¡ALEEEEEEX! ¡ARRIBA!

Alex se asustó tanto que se cayó de la cama llevándose la manta con ella y dándose un buen golpe contra el suelo.

—¡LAYLA! ¡¿CÓMO DEMONIOS HAS ENTRADO?!

—¡Por la ventana! —explicó la adolescente, como si fuese lo más normal del mundo.

—¿Cómo que por la ventana? ¡Estás loca!

—Alex no hay tiempo para esto, ¿sabes qué pasa hoy? ¿Lo sabes?

—Sé que son las siete de la mañana —dijo mientras trepaba para volver a subir a la cama—. Y que mi madre va a matarte cuando sepa que has subido por la ventana.

—Hoy es el baile, ¡llevamos esperando este día años!

—Llevas —la corrigió—. Yo espero que pase rápido. Muy rápido.

Layla salió del ensueño en el que se había metido y sonrió compasivamente.

—Con la emoción había olvidado que eres la súper-vidente... —se sentó al lado de su amiga—. ¿A quién le has pedido que vaya contigo?

Alex abrió mucho los ojos y Layla la imitó mientras la señalaba con un dedo acusador.

—Alex, dime qué no se te ha olvidado.

—¿A quién se lo has pedido tú? —intentó defenderse.

—A Scott.

—Bien, pues se lo diré a Puck.

—Puck dijo que no iría, ¿no te acuerdas? Todavía no puede rodearse de tanta gente.

Carlos había regresado a casa después de que Ansgar acabase con la mitad de su manada. Para proteger a la vidente, todos lo habían acompañado y le habían jurado lealtad a Alex. Aún así, se veían pocas veces. Puck se había convertido en un experto excusador, y se inventaba todo tipo de historias para evitarlas. Ellas comprendían perfectamente el motivo, aunque no se podía decir lo mismo de sus otros amigos humanos.

—Pues voy sola.

—Vas con Dag. —Dijo Karen entrando en la habitación como si nada.

—¡Pero bueno! ¿Podéis dejar de entrar todos a mi habitación sin avisar? —miró a Karen, que también se había sentado a su lado—. Y no pienso ir con Dag. Estoy enfadada —Se levantó de la cama de un salto y empezó a sacar ropa para vestirse. Bueno, más bien metió la mano en el armario y esperó atrapar algo aleatoriamente. Terminó con un jersey verde cactus que le venía un poco grande y unos vaqueros.

—Yo no puedo ir con él.

—¿Y eso por qué?

—Porque, err... Me lo pidió ese chico tan mono de clase. El rubito. Y no quería decirle que no... Perdón. Sé que no es nada profesional. Pensé que te daría igual —se levantó de la cama y le dio una palmadita en el brazo—. Se portará bien. Te lo prometo.

—Oye, ¿pero tú no tenías novio? —le recordó Alex.

—Todo esto se está complicando demasiado como para tener nada estable. Además, tarde o temprano se acabaría la magia. Lo hemos dejado.

—¿Y estás bien? —preguntó Layla preocupada.

—Perfectamente. Por lo menos esta vez ha acabado todo sin heridos.

Alex sonrió compadeciéndose.

—Bueno. Está bien... —suspiró—. Por cierto, ¿se puede saber qué hacéis aquí las dos?

—¿Se puede saber qué hacías tú todavía en la cama? Hemos quedado con Elizabeth y con el padre de Layla en la biblioteca. Están a punto de llegar los cazadores.

—¡Mierda!

—¡Esa boca! —gritó Peter Whitmore desde abajo.

Después del viaje de hacía un mes, cuando Alex había llegado a casa, se encontró con su padre y su madre esperándola en la puerta. Como un impulso incontrolable, se lanzó a los brazos de Peter y de pronto todos los problemas entre ambos desaparecieron. Luego la curó y, desde entonces vivía con ellas, como antes. Es decir, que Alex llevaba un mes comiendo tortitas de verdad, de las de su padre.

Su amigo y compañero, Philip, había decidido rondar los alrededores buscando peligros y ambos se ocupaban de proteger a Victoria.

Las tres bajaron las escaleras, ella se despidió de sus padres, ambos leyendo el periódico muy juntitos en el sofá. Montaron en el coche de Karen y de un momento para otro estuvieron en la biblioteca. Parecía cerrada por fuera, pero en realidad dentro había más gente que nunca. De momento, los únicos presentes eran Elizabeth, Dag, Puck, Gwen y George.

Todos estaban muy serios, menos Puck, que parecía realmente perdido. Cuando las vio corrió para saludarles y el resto —George, Gwen y Dag— simplemente inclinaron la cabeza. Layla sonrió a Dag, que la estaba mirando de brazos cruzados junto a la mesa en la que estaban.

Puck, si hubiese sido un lobo en ese momento, supuso Alex, estaría meneando la cola felizmente por el alivio de no estar solo.

—¡Alex! ¡Layla! —dijo mientras les daba un fuerte abrazo que casi las deja sin aire. Ellas le saludaron apretujadas entre los ahora musculosos brazos del chico. Siempre había sido muy enclenque, por eso, el cambio había hecho pensar a mucha gente que tomaba esteroides.

—¿Sabéis cuando van a llegar? —preguntó Layla nerviosa. Estaba a escasos minutos de conocer a los suyos.

—Le dirán algo a Liz en el último segundo, para que nadie más sepa dónde encontrarnos —explicó Dag desde la lejanía.

—Cotilla...

—Te he oído, pelirroja.

Liz apareció saliendo del pequeño despacho en el que ella y Layla habían hablado semanas atrás. Llevaba un abrigo con pelo en la capucha que parecía muy caliente. Se fijó en ellas.

—Buenos días, chicas.

—¡Buenos díaaas! —repitieron al unísono.

—Me sigue sorprendiendo que esté en la misma sala que dos de vosotros y no esté con un arma —comentó Layla.

—Oh, tu espera.

Karen tenía razón. Sin saber de dónde había salido, la cazadora había sacado una gran escopeta de doble cañón y la agarraba con fuerza, aunque sin apuntarles. Se acercaron a la mesa con el resto, y Gwen también las saludó. Se había colocado al lado del vampiro y parecía realmente molesta con lo que quisiera que le estuviese susurrando. Se giró a él alguna que otra vez para devolverle una mirada asesina. Puck parecía muy atento a los movimientos de la alfa, como si tomase apuntes en clase.

—Bueno, ¿y cómo se supone que van a avi-

Antes de que terminase la pregunta, Alex vio un remolino de fuego surgir encima de la mesa y entonces aparecieron de la nada cenizas, que se juntaron formando un trozo de papel. Liz lo recogió y lo leyó para sus adentros.

—¿Los cazadores podemos hacer eso? —preguntó entusiasmada Layla.

—No cielo, tienen una bruja —aclaró George.

—Vamos.

Cuando Elizabeth dio la orden, todos se movieron. En su coche fueron ella, Gwen, Puck y George. En el otro el resto del equipo. Los dos vampiros subieron a los asientos de delante. Alex fruncía el ceño y evitaba la mirada de Dag en el retrovisor.

—Lo sé, Alex. Yo también quería ver a Gwen y a Puck sacar la cabeza por la ventanilla —al ver que le ignoraba, puso los ojos en blanco—. Vamos, Alex, no puedes estar enfadada para siempre.

—Dag, déjala —le regañó Karen mientras conducía.

—Puede que a Layla la hayas convencido con algún truco tuyo, pero conmigo no vas a hacer nada de eso.

—Alex, yo no...

—Layla —Dag se giró para mirar a la muchacha y le negó con la cabeza.

—¿Ves?

Pararon el coche cerca del puente donde Alex había conocido a Dag. Caminaron un rato por el bosque hacia el lugar indicado. Cuando Layla se despistó hablando con Karen y ella se quedó sola, el chico aprovechó para acercársele. Alex dio un respingo al encontrárselo.

—¿Qué quieres?

—Nada. No siempre quiero algo ¡qué manía tenéis todos! —respondió exasperado. Luego cambió de actitud de nuevo y sonrió—. Así que vamos a ir juntos al baile, ¿eh?

—¿Acaso te sorprende? Seguro que tú has manipulado todo para que fuese así...

—Alexandra Whitmore, deberías dejar de creerte el centro del universo. No todo el mundo se muere por salir contigo.

Ella suspiró. Vio a lo lejos el claro del bosque al que tantas veces había ido el verano pasado.

—Bueno, yo me quedaré por aquí —dijo Dag aminorando la velocidad. Alex lo miró confundida.

—¿Por qué?

Él le sonrió tranquilamente.

—No les caigo muy bien, ¿no te acuerdas?

—Te lo has buscado tú solito, Dag —le puso un dedo en el pecho señalándole y le miró dibujando una leve sonrisa apenada.

Se apartó al cabo de unos segundos y cuando Karen pasó a su lado hablando con Layla, él la agarró del brazo para detenerla y le dio un toquecito en la nariz con el índice.

—Lleva cuidado. Mucho cuidado.

—Sé cuidarme solita Dag, no te preocupes. Además, yo no les hice nada.

—Ya sabes cómo va esto. Si me odian a mí te odian a ti y viceversa. Mantén los ojos bien abiertos. Yo estaré cerca.

Ella asintió y se despidió dándole un beso en la mejilla. Conforme se alejaban Dag metió las manos en los bolsillos y los observó. Alex se giró a mirarle por un momento antes de seguir su camino.

El claro estuvo vacío por muy poco tiempo. Enseguida, de entre los árboles surgieron las múltiples figuras de los cazadores. Entre ellos, los Halloway, cuya familia conformaban un hombre y una mujer de unos cincuenta años, algunos ancianos y dos adolescentes. Un chico y una chica. Todos muy serios y alerta. Por otro lado los padres y abuelos de Gwen, además de sus dos hermanos, uno menor y otro más mayor, todos rubios. Incluso en los más mayores se distinguían mechones amarillentos entre con las canas. En cuanto la madre de Gwen la vio, apartó la mirada.

Una vez unos frente a otros, un cazador Halloway con el cabello negro y algo canoso, habló ronco.

—Elizabeth.

—John.

—Dinos, ¿a qué se debe que nos hayas convocado? ¿Cuál es el gran asunto que requiere que nos unamos con estas bestias? —dijo la madre de Gwen, casi escupiendo cuando miró a su hija, Puck y  Karen con repulsión—. Además ella es la mujer que confraterniza con uno de nuestros peores enemigos. Tú lo sabes bien.

—¿Qué se podía esperar de la peor cazadora de nuestras filas, Jessica? —promulgó el adolescente de los Halloway.

—Nada, por supuesto que nada Johnny, como siempre... —respondió con impertinencia su hermana.

Su padre, John, al frente, los detuvo. Pero sus risitas no cesaron.

—Sé que parece ridículo. Pero es un buen motivo. Todos queremos destruir el vial de Van. Para eso hay que proteger a la vidente hasta que los nómadas nos digan cómo revivirle. Hay muchos vampiros muy peligrosos que la quieren y...

—Estupideces. Los cazadores siempre hemos lidiado solos con los problemas de vampiros —deliberó uno de los ancianos.

—Si no les importa me uniré a su reunión. —Golda, súbitamente, se había personado allí, embutida en su ya clásica gabardina negra. Como nunca antes, porque la luz del sol esta vez brillaba y sus múltiples rizos castaños relucían dando saltos al ritmo de sus veloces pasos. Todos los cazadores le apuntaron con sus armas. Pero ella ni se inmutó y de hecho les regaló una sonrisa despreocupada como saludo—. Por favor, escuchen las palabras de la joven cazadora. Tiene razón. Mi hermano persigue a la vidente. Y tratándose de un Anciano, es mejor que se den por aludidos.

—¿Cómo podemos fiarnos de su palabra? —exigió saber un cazador.

—No pueden. Pero es cierto. Necesitamos toda la ayuda y las alianzas posibles para no correr riesgos. Asaf trama algo con ese transformado, Ansgar. Y si no queremos ver lo que sucede si seguimos dejándole así de libre, les pido que colaboren.

Alex observó la escena con intriga. Estaba nerviosa y se imaginó jugueteando con la punta de la coleta alta que llevaba ese día.

—¿Comprenden ya? ¿Nos encontraremos esta noche?

Los cazadores se miraron, como si mantuviesen conversaciones entre ellos telepáticamente. Alex podía saber si realmente era así, pero después de probarlo una vez en la hoguera de los nómadas, no había vuelto a conseguir concentrarse lo suficiente en una sola persona. Y las voces acababan sobrecargándola incontrolablemente. Por eso, decidió esperar una respuesta, como las personas normales.

Para su sorpresa, cuando salió de sus propios pensamientos, todos la miraban y temió haber estado tan distraída como para no haber escuchado que la llamaban. Por suerte, esa vez no se puso en ridículo.

—Alexandra, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Bien Alexandra, no nos queda otra que ayudarla. Pero nos limitaremos a protegerla. Nada de misiones extra, de las que los vampiros adoran. No queremos letras pequeñas.

Ella asintió y extendió la mano, sintiéndose una mujer de negocios, aunque realmente ella no había hecho nada. Al acercarse para darle un apretón, John vio a Layla.

—¿Es esta la pequeña Layla, George?

Él asintió, en parte apesadumbrado. La muchacha se sonrojó ligeramente y dio un paso adelante.

—¿Recuerdas todo? —Ella afirmó y John apartó la mano muy crispado—. Eso significa que Dag está con vosotros.

—Ya no es como antes, ahora está controlado, de verdad —prometió Karen.

—¿Cómo fiarse de ti?, asquerosa sanguijuela chupasangre —insultó—. Queremos la palabra de Dag. Un seguro. ¡Que se deje ver! ¿Dónde está?

—Quedará bajo mi jurisdicción, cazadores. Eso no es problema —aseguró Golda.

Dag apareció de pronto a la derecha de Alex caminando hacia ellos. Ella lo siguió con la mirada. Su gesto era serio y pareció que nada lo pudiese turbar. Incluso los dos insoportables hijos de los Halloway, hasta ahora de actitud chulesca, mostraron cierto temor en sus gestos. También lo tenía el pequeño de los Harper, a quién su padre había decidido retirar el arma cuando vio que temblaba. Y en general, el ambiente era de nerviosismo y angustia por parte de las familias. Él extendió la mano, frente a John.

—Nuestra guerra acabó. Soy un hombre nuevo.

John le apuntó con su arma, y pareció muy decidido a matarle. Pero finalmente, se relajó, al ver que el vampiro no cambiaba su talante.

—Lo revivimos y nos encargamos de pararlo si es necesario —continuó Dag.

John le apretó la mano.

Justo antes de despedirse por completo, el hermano pequeño de Gwen se separó de sus padres y corrió a los brazos de su hermana que lo abrazó y lo levantó por los aires.

—¡Gwen, te he echado de menos! —sollozó sobre su hombro.

—Lo sé, Peque.

Sus padres se giraron y le apuntaron con sus armas.

—¡Dean! ¡Vuelve aquí! —gritó desesperado su padre.

Alex abrió los ojos y se puso delante con los brazos abiertos. El resto la miró con una ceja enarcada.

—¡Por Dios! Es vuestra hija. Está claro que no va a hacer nada malo.

—Niña, esas bestias no saben controlarse.

—No saben nada de nada sobre las mismas bestias que cazan. Es increíble.

—Alex —la llamó Gwen—. Está bien. —Le dió un beso en la frente a su hermano y dejó que corriese de vuelta con su familia. Luego se dio la vuelta y se marchó.

—Gwen...

Alex notó la fría mano de Dag en el hombro a través de su abrigo.

—Déjales, es asunto suyo.

—No es justo. Y tú no deberías detenerme —se quitó la mano bruscamente y se fue caminando hacia el coche, con el resto detrás.

Esa misma tarde, Alex se preparó en su habitación. Con los nervios la mano le temblaba y le fue difícil maquillarse, aún cuando no solía tardar más de quince minutos. Después se dejó caer el pelo sobre los hombros, rizado con la plancha y se había colocado una flor blanca para sujetar parte de él. Luego, se vistió con su vestido blanco.

Al bajar, sus padres la esperaban para hacerle fotos y Dag esperaba trajeado apoyado en el marco de la puerta. Parecía bastante incómodo con la corbata, que intentaba aflojarse constantemente, pero el atuendo le iba como un guante. De repente se le quedó mirando con la boca entreabierta.

Su madre se llevó las manos a las mejillas y su padre sonrió.

—Peter, ¡trae la cámara!

Alex se puso roja como un tomate y apretó los labios.

—Mamá, por favor...

Después de un par de fotos que quedarían enmarcadas para la posteridad sobre la mesita de noche de su madre durante años, bajó las escaleras del todo. Su padre se acercó y le sonrió poniéndole una mano en la mejilla.

—Estás preciosa —Puso su mano al lado de la boca, como para ocultarle al otro vampiro el movimiento de sus labios—. Pero a ver si la próxima vez te buscas una pareja de verdad.

Él se acercó y le hizo un movimiento de cabeza para que le siguiese. Su madre miró a la muchacha con preocupación.

—Cuidado, ¿eh? Y llama cuando hayáis acabado.

—Está en buenas manos Victoria —aseguró Dag muy convencido.

—Más quisiera —murmuró la adolescente mientras se ponía una chaqueta de cuero.

—Te he oído.

—No lo dudo.

Luego caminaron hacia la puerta y Dag cerró tras ellos. Alex se detuvo al pie de las escaleras, pensativa. Dag se fijó en sus manos, seguían temblorosas.

—Va a salir bien, Alex. Y tu madre está protegida con Peter y Philip por aquí. No te preocupes. ¿Vale?

Ella le sonrió no muy convencida.

—Ya verás como se te olvida cuando te ciegue toda la purpurina del maquillaje de Layla.

Le dió un manotazo.

En el coche esperaban sus amigas. Karen, como siempre, al volante y Dag subió de copiloto. Al verla Layla le gritó muy fuerte al oído que iba guapísima. Ella le devolvió el cumplido, en un tono mucho más bajo.

Cuando llegaron, al salir Alex, él le tendió el brazo para que se apoyara. Ella se rio.

—No tengo ochenta años, Dag.

—¿Me estás llamando viejo? —ella asintió, y él le puso la mano en la espalda mientras caminaban por el parking del instituto hacia el gimnasio, lo que la sobresaltó.

Habían colocado flores por la entrada y una alfombra en las escaleras. Todos iban luciendo sus mejores galas, incluso el señor Bourges, llevaba esmoquin. Algunas personas les saludaron y halagaron. Cerca del gimnasio empezaba a escucharse la música del interior. Y Alex se ponía muy nerviosa hasta quedarse quieta en la entrada. Por suerte Layla lo vio y corrió en su auxilio, tomándole la mano y llevándola dentro.

De pronto Scott apareció saludando a Layla y dándole un beso amistoso en la mejilla. La pareja de Karen, un chico que como ya les había dicho era rubio, la rodeó con uno de sus fuertes brazos y le dijo lo guapa que iba. Ella le susurró dulcemente al oído, bajo la atenta mirada de Alex.

—Lo está encantando —explicó Dag a su lado—. Para que no la eche en falta cuando desaparezcamos.

—Ojalá yo fuese una simple humana como él —anheló apenada.

Él la miró. Se sorprendió a sí mismo sintiendo cierta compasión. Sonrió.

—Si fueses humana no nos lo pasaríamos ni la mitad de bien.

Alex suspiró sonoramente.

—Ni siquiera me voy a molestar en explicarte por qué no me lo paso bien. Sigo enfadada contigo.

—Dame esta noche. Tregua —extendió la mano—. ¿Hay trato?

Después de pensarlo un poco accedió al apretón de manos. No sin antes advertirle.

—Nada de asesinatos, ni de cualquier otro tipo de sorpresas.

—Hecho.

Utilizando el agarre, la acercó y le puso una mano en la espalda. Luego movió la suya al hombro para bailar. Y esperó una confirmación de la joven. Primero puso los ojos en blanco, pero después aceptó.

—Oye, me lo llevo preguntando desde que hemos salido —comenzó—. ¿Por qué vas en deportivas? —rio señalándole los pies, ella siguió la dirección de su dedo con la mirada.

—Bueno, imagínate que tengo que correr. Con tacones sería más difícil —respondió encogiéndose de hombros.

Él río muy divertido antes de asentir dándole la razón.

—No vas a tener que huir. Para eso estamos.

Ella no respondió y siguieron bailando tranquilamente.

—¿Qué tal estás? Quiero decir... ¿Te sigo poniendo incómodo?

Él asintió un poco e hizo un ruidito confirmatorio. Su corazón palpitó nervioso.

—Pero no bailaría contigo si no pudiese —la calmó—. Y tú, ¿has probado a leerle la mente a alguien después de aquello?

—Sí... Pero no fue bien... Cada vez que lo intento vuelvo a sobrecargarme. A veces escucho las voces de la gente sin poder controlarlo —contó tristemente.

—¿Por qué no pruebas ahora?

—¿Es que no escuchas?

—Conmigo te tranquilizaste la otra vez. Puedo ser tu seguro —ella alzó una de sus comisuras y puso la mano en la nuca del joven—. ¿Qué piensa ese?

Dag se refería a un chico que no había dejado de mirarles en todo el rato y parecía embobado. Estaba apartado y sin pareja, aunque Alexandra sabía que era encantador. Cuando intentó entrar en su cabeza, todas las voces de los pensamientos de la sala se concentraron y apretó la mano del muchacho tan fuerte que de haber sido humano quizá le hubiese roto algún dedo.

—Alex, mírame —ordenó, y ella obedeció, callando así a todos—. Céntrate. Poco a poco.

—No puedo hacerlo.

—Si que puedes, con Puck lo hiciste.

Ella asintió, dando otra oportunidad. Miró al chico, como cuando miraba a Dag al concentrarse. Omitió todo a su alrededor y consiguió protegerse del resto de nodos que la unían con otros invitados. Captó uno, el del adolescente.

De un momento para otro se sonrojó y dejó escapar una risita.

—¿Qué pasa? ¿Lo has hecho? —preguntó algo impaciente.

—Le gustas.

—¿Ves? No sabes lo que te estás perdiendo conmigo —dijo divertido.

—Quizá deberías darle una alegría e ir a bailar con él.

—No puedo —apretó los labios—. Contigo estoy más tranquilo. Ya me entiendes.

Alex abrió la boca para decir algo, pero no pudo. De pronto todas las voces regresaron y la hicieron tambalearse. La salvó que una se alzara sobre las demás. La de Calum.

—Nos vemos en el aula de economía.

Alex miró a Dag instintivamente, como esperando que también lo hubiese escuchado.

—¿Qué pasa? —preguntó con gesto preocupado.

—Están aquí. Hay que avisarles.

—Vale. Tú llama a Puck y a Elizabeth. Voy a avisar a Karen y a Layla.

—Dag —le agarró el brazo para detenerlo antes de que se fuese. Cruzaron miradas—. A Layla no. Esto es peligroso.

—Ahora sabe pelear.

Después de haberle plantado cara inútilmente, Dag había decidido darle a Layla algunas nociones de cómo defenderse. Cada día desde entonces, quedaban. Era una manera de devolverle las habilidades de cazadora que le correspondían. Un pequeño detalle que ambos le habían ocultado a Alex hasta el momento, para no preocuparla.

Se despegaron para cumplir sus diferentes tareas. En un momento, todos esperaban en el aula de economía. Los sobrenaturales mantenían sus sentidos alerta, intentando captar algún sonido u olor. Mientras, los cazadores rodeaban el edificio.

Pluto, tú quédate al lado de Alex. Yo voy a mirar en el pasillo con Karen —ordenó mientras, desanudaba la corbata, se quitaba la chaqueta del traje y la lanzaba.

Puck, a quien Dag se había dirigido ya a esas alturas con multitud de apodos, estaba frustrado por no tener la experiencia y habilidad del resto.

—¿Puedes decirle al tonto este que deje de ponerme motes? —pidió a Alex.

—Ojalá pudiese hacerlo mudo.

—Podríamos buscar una bruja —propuso Layla, sentada encima de un pupitre.

—Ni os molestéis, ya lo he intentado —previno Gwen.

Karen asomó la cabeza por la puerta.

—Ya vienen.

Alex y Layla bajaron del pupitre donde se habían sentado. La primera, por costumbre, se puso el pelo tras la oreja, estaba nerviosa. Golda entró en la sala seguida por Dag y Karen.

—Buenas noches, Alexandra —saludó cordialmente.

Poco después dos figuras encapuchadas cruzaron la puerta junto con Liz.

—Son los nómadas —identificó Puck olfateando el aire.

—Buenas noches a todos —al quitarse las capuchas aparecieron dos adolescentes. La chica tenía el pelo muy oscuro y él era moreno.

Ambos vestían con largas túnicas que les servían para protegerse contra el frío. Alex se concentró y pudo ver las auras moradas.

—¿Calum? —preguntó al chico.

Él asintió.

—Ha pasado mucho tiempo, Alexandra. Vamos, terminemos cuanto antes.

—¿Dónde vamos?

—Hay que buscar el cuerpo de Van para que salte a él de nuevo.

—Cuando Van explotó los cazadores recogimos sus restos y los quemamos. Sus cenizas están protegidas. Somos los únicos que conocemos su paradero —aclaró Elizabeth.

Alex asintió. Después miró a todos, que esperaban que ella diese el pistoletazo de salida.

—Vale, vamos.

Tras eso siguieron a la cazadora por los pasillos y los condujo hacia el patio exterior, pero justo antes de que las puertas se abriesen Dag les adelantó y cortó el paso, dirigiendo una mirada de preocupación hacía Golda. Su actitud era casi siempre imperturbable, pero en aquel momento Alex pudo ver un gesto de alerta.

—Creía que no se atreverían a hacer nada en público —dijo la Anciana.

La vidente sintió como la cabeza le pesaba y las piernas le flojeaban pero aun con esas se mantuvo firme, incluso cuando Asaf, Ansgar y varios de sus acólitos, los Suecos, irrumpieron en la estancia.

—Buenas noches, queridos —siseó Ansgar, dibujando una perversa sonrisa en sus labios.

Avanzó decidido hacia Alex, y Golda tuvo que evitar que Dag le atacase con un gesto de advertencia. Mientras tanto, el corpulento Asaf contemplaba la escena impasivo. Su largo abrigo negro se asemejaba a la túnica de la Parca. Parecía una premonición.

—Hermano, ¿qué es esto? ¿Es que no respetas el código? Si hacéis algo aquí nos expondreis a los humanos. ¡¿Es que no te queda nada de decencia?!

—Silencio, hermana —ordenó calmadamente.

Mientras tanto Ansgar jugueteaba con el pelo de Alex, pasando sus rizos naranjas entre los dedos.

—Nos han dicho que esta noche reviviriais a Giovanni. Hemos pensado que os vendría bien una mano amiga —habló el vampiro de cabello plateado. Sonrió de nuevo a una Alex de rostro impertérrito—. Qué seria. ¿Es que estás nerviosa? —Miró a Liz, que le apuntaba con su ballesta—. Deberías decirle a esa impresentable que bajase el arma. —Ella continuó en silencio mirando a Dag. Todos estaban tensos pero él no paraba de tragar saliva y apretar los puños, como si intentase contener un impulso primario de arrancarle el cuello de un mordisco a Ansgar—. Adelante, inténtalo si quieres. Averigua lo rápido que te degollará mi compañero.

—¿Qué coño queréis?

—Cállate, Dag —amonestó Karen.

—Asaf, esto va en contra de nuestros principios. Los humanos... —repitió Golda.

—Los humanos no tienen porqué ver nada. Además tú misma has roto las reglas —dijo señalando a Layla. Estaba preparada para asestarle un puñetazo a quien se le acercase—. Acabemos con esto cuánto antes. Nos llevaremos a la vidente, a los nómadas y a la cazadora a la tumba de Giovanni.

—No —se pronunció Alexandra, que hasta ahora había estado callada. Todos se giraron hacia ella—. No pienso ir a ningún sitio.

—¡Oh, qué valentía! Una pena que te vaya a durar tan poco... —Ansgar se volvió hacia Asaf y asintió.

El Anciano sacó un móvil de su bolsillo y pronto empezaron a escuchar los chillidos y sollozos de tres personas. Una mujer gritó un nombre desgarrándose la garganta.

—¡No! ¡PHILIP! ¡No!

Casi todos los presentes mostraron sorpresa. Eran las voces de Peter, Victoria y Philip. Alexandra no pudo soportar el peso de la culpa y cayó al suelo rendida, entre lloros y sin poder expresar su dolor en palabras.

—Eliminado, Asaf —dijo una voz al otro lado del teléfono—. ¿Con quién seguimos?

Asaf miró a la muchacha pelirroja esperando una confirmación.

—Iré con vosotros —respondió con un hilo de voz.

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