Red - [La Orden Sangrienta]

Oleh LDasilva27

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[LIBRO 1] No respires cerca de él. No lo mires a los ojos. No le preguntes por su collar. No busques las razo... Lebih Banyak

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36 - Primera parte
36 - Segunda parte
36 - Tercera parte
Epílogo
Agradecimientos
Extra #1
Extra #2
Extra #3
¡Anuncio de celebración! 09/12

12

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Oleh LDasilva27

Mini maratón 2/2

- 12 -








—Cómo varios de los presentes saben, este último mes del año es especial—inició Snyder, detrás de él vi a Fiore y al coach, estaban de pie con semblantes serios, también noté la presencia de la señorita Yurif en los primeros asientos—. No es grato finalizar el año sabiendo que hemos perdido tanto, personalmente nunca me ha gustado terminar las cosas en mal plan por el sabor amargo que produce en la boca. Pensé que, como todos los años, debíamos celebrar el día de los perdidos. Solo para dejar atrás el vacío que sembraron... las personas—se aclaró la garganta—. Siendo así la noche buena un día de doble celebración para hacer de lado al caos y todo aquel mínimo conflicto que nos atormenta. Así que deben cumplir.

Todos se mantuvieron en un largo silencio pendientes de las palabras de Snyder. Los chicos estaban serios en sus puestos, algo absortos a todo lo que comunicaba el supuesto presidente de la Orden y el internado, yo fruncí el ceño y volví mi mirada al frente.

—Ya pueden regresar a sus labores, recuerden no dejar nada para última hora y seguir instrucciones al pie de la letra. Buenos días.

Se retiró del podio y salió sin decir más. El resto comenzó a levantarse y abandonar el gran auditorio, yo seguí a los chicos y bajamos de allí.

Estando fuera nos dirigimos a la cafetería. La tripa me sonó en múltiples ocasiones y Lenintog no se cansó de decir que estaba escuálida. Akiro siguió serio hasta cuando se sentó. Y los Gibson hablaban entre ellos, como de costumbre.

Dejé la bandeja repleta de deliciosa comida; espaguetis, pan, una manzana y un zumo de limón. Los chicos optaron por unas hamburguesas grasientas con pepinillos. Era extraño comer con ellos allí, casi siempre comía con Wilre o en mi soledad, pero claro, ella no tardó en aparecer. Se cambió el desastre de la noche anterior dejándose puesto un blazer parecido al mío, pero con orillas rojas que tocaba cada cinco segundos.

— ¡Llegó el amor de sus vidas!—anunció emocionada, sin cansancio ni resaca.

—¡Wilre!—Akiro soltó su hamburguesa y la miró. Ella no tardó en acercarse a él para abrazarlo llamándolo su siamesa.

—Ya. Me dan náuseas luego y no me termino mi hamburguesa—protestó Lenintog.

—Déjalos ser—choqué su hombro con el mío para que no siguiera blanqueado los ojos.

—Umh... ¿qué tal si te abrazo a ti? Digo, para estabilizar la situación—movió sus cejas de forma divertida.

—No gracias, tu propuesta no llama mi atención—me engullí el tenedor con comida y los demás sonrieron.

—Venga, no me rechaces—revolvió mi cabello con su mano.

Gruñí como cerdo y los Gibson se rieron escandalosos diciendo que parecíamos crios de preescolar.

Ver a los gemelos juntos me daba grima, pero saber quién era cada uno aliviaba mis problemas de la vista.

—Con que el día de los perdidos ¿eh?—comentó Wilre dando sorbos a la botella de agua que le robó al asiático.

—Sí, lo ha dicho tu...—intentó decir Akiro, pero en el camino se ahogó con un pedazo de hamburguesa—... tu querido presidente.

—Patrañas.

— ¿Por qué se celebra exactamente?—pregunté cambiando el tema.

—Es un ridículo festín para dejar ir en paz a todos los que nos abandonaron... pues... los que murieron este año—respondió Wilre aclarando mi duda—. Tu padre va a ser uno de ellos.

Asentí en silencio y dejé el tenedor en la bandeja. Me dediqué a beber del zumo para digerir mejor la comida.

—Que domingo de mierda—bufó Lenintog —. ¿Y si salimos...?

—No—zanjó Akiro.

—Para...

—He dicho que no.

—Nadie se dará cuen...

— ¡Que no, hombre!—se alteró el asiático. Lenintog frunció los labios y se mantuvo en silencio por la reacción del chico.

—Calma, Ju, podemos pasar la tarde practicando puntería, ustedes sin Fiore y yo... haciendo compañía—propuso Wilre—. A ver si comienzan a adiestrar a Danforth.

Todos asintieron sin ningún problema. Me di cuenta que, para ellos, la opinión de Wilre y ella por si sola valía mucho.

Cuando salimos de la cafetería volví a ver a la pareja que se montó el show la noche anterior, sonrientes como si tuviesen el mundo a sus pies.

El día como una paleta de invierno se encontraba divido por las nubes grises y el brillante sol de la mañana.

— ¿Una clásica o M16?—fue lo primero que me preguntó Lenintog cuando entramos al salón de armería. Armas de todo tipo colgando hasta por el techo.

Una de ellas te puede servir, Vellty.

¿No crees?

Tómala. Guárdala. Úsala.

—Me da igual—crucé los brazos a la altura de mi pecho.

—No te puede dar igual, una buena arma te dará mejor presión.

Justo iba a responder cuando la puerta del salón se volvió a abrir. Y, Madness entró con una sonrisa fanfarrona en los labios.

—Oh, hola—saludó con expresión sorprendida. Mi vista reparó en su elegante abrigo negro, y su cabello bien peinado—. ¿Van a practicar o...?

—Es lo que ves—le cortó Lenintog secamente.

Era evidente que los amigos de Wilre y los que frecuentaban a Ailey se trataban como perros y gatos. Las miradas asesinas. Las respuestas frías. El ambiente tenso.

¿Por qué tanto odio?

Porque están locos.

Porque Ailey es una mentirosa.

Porque todos son unos mentirosos.

—Hola—saludé al chico que esbozó una sonrisa cuando me vio.

—Hola, cielito—se acercó.

Wilre y los chicos se alejaron para hablar en un círculo cerca de los estantes, dejándome sola mientras veía a Madness hacer del intelectual con fusiles y cargadores.

— ¿Cómo va la resaca?—preguntó al cabo de unos minutos.

—Ni señales de ella—chisté.

—Chica fuerte, así...—se quedó callado—Imagino que ya das en el blanco.

—Pues te equivocas. Soy un asno con las armas.

—Umh, que mal. Debes practicar bastante, algún día vas a dar en el blanco—me aseguró—. Con sudor y lagrimas podrías llegar a ser la mejor... sino cometes estupideces en el camino.

Fruncí las cejas por el tono que usó.

— ¿Y qué es una estupidez para ti, Hennings?

Bajó la mirada para observar con detalle un arma, pasó su dedo por el gatillo y cada rincón que está pudiese tener.

—No lo sé—me miró fijamente a los ojos, sonrió y unos hoyuelos se marcaron en sus mejillas.

—Vale...

—Las estupideces pueden variar—se acercó más a mí, con el arma en la mano.

—Si tu lo dices.

—Cielito, no cometas estupideces—a centímetros de mi rostro ladeó la cabeza como un gato. Viéndose tierno pese a la situación.

—Eh... ¿vale?—asentí.

— ¡Danforth, encontramos lo mejor para ti!—gritó Wilre desde el otro lado del salón.

Estaba apunto de trazar mi camino para ir con los chicos, pero Madness sujetó mi muñeca deteniendo mis movimientos, di un respingo en mi lugar y lo miré con la ceja alzada.

—Las estupideces pueden venir en paquetes grises—pronunció dejándome ir.

Lo miré extrañada por unos segundos y retomé el camino hacia los chicos.

—¿Ves? Y no pesa casi nada—acotó Lenintog luego de la palabrería que expulsó Wilre minutos antes sobre porqué esa arma era mejor para mí.

—Bastante ligera, sí—inspeccioné la escopeta de cacería con curiosidad.

—Así se comienza—dijo Akiro—, después serás la mejor pieza del ajedrez.

Sonrió, pero lo dejó de hacer cuando Wilre lo miró  con los ojos entrecerrados.

—Bueno... aparte de ti, siamesa.

—Eso quería escuchar—asintió la chica y jaló por el brazo al asiático cuando salimos del salón.

Cruzamos el jardín para llegar al área que usaba Fiore para practicar. Los chicos iban relajados hablando de una descontrolada fiesta que hubo fuera de Bretwood. Wilre los miró recelosa en todo momento. Y yo... solo veía el césped que mis zapatos tocaban.

No había nadie en el área cuando llegamos. Los gemelos arreglaron unos blancos y me dieron unos tips para poder tener mejor puntería. Lenintog también recomendó algunas cosas antes de ir a hablar con número dos.

Me generó cierta confianza estar allí con ellos. Eran chicos agradables. Carismáticos. Guapos. Pero sobre todo... unidos. Eran los licaones.

— ¡Casi!—me ánimo Wilre tirada desde el césped, le hacia barra a todos con gritos de loca.

—Casi... nada—enfurruñada volví a mi posición.

—Si te comportas como un infante nada te va a salir bien.

—¡No me comporto así!—bajé el arma para verla reír.

—Eres una cría, Danforth—siguió riendo.

—Ya. Hagan silencio las dos. Y tú, Danforth, vuelve a tomar tu posición—dictaminó Gibson número uno

—Bien—expulsé el aire en mis pulmones—. Tengo que hacerlo.

Abrí un poco las piernas y enfoqué el blanco.

Prácticas para ello ¿eh?

Lo imaginas cada noche.

Sangre. Huesos rotos. Su cabeza.

—Lo has hecho mejor que las últimas cuatro veces—opinó el asiático cuando disparé dando casi en el punto indicado.

—Sí... aunque te temblaron las manos, pero no estuvo tan mal—sonrió con burla el gemelo número dos que se acercó sonriente con Lenintog.

—Vale, entendí. Lo he hecho perfecto.

Me reí cuando se unieron a la barra que me hacia Wilre, pero se quedaron callados cuando vieron a alguien acercarse. No supe nada hasta que Kislev se situó a mi lado, haciéndome sentir diminuta.

—Necesito hablar contigo.

— ¿Qué?—inquirí confundida.

—Lo que has oído, niña—se tocó el puente de la nariz y me miró con los ojos entornados.

Nadie decía nada, como si la sola presencia de Kislev fuera demasiado para ser compartida. Miré a Wilre, ella se veía envalentonada en el césped, dispuesta a levantarse para llevarme a su lado.

— ¿Y bien?—volvió a preguntar el chico.

—¿Hablar sobre qué?—cuestioné con el ceño más fruncido.

—Ven conmigo y lo sabrás—sujetó mi brazo y me arrastró con él. Lo único que pude hacer fue tirar la escopeta y seguirle a regañadientes.

—No entiendo una mierda—murmure en voz baja.

Él no se inmutó y me siguió arrastrando.

— ¡Kislev!—me detuve a mitad del bosque con molestia e intenté soltar su agarre.

—¿Qué pasa, Vellty?—escupió en tono agrio.

—Te he dicho que no entiendo.

—Y yo te he dicho que ya sabrás—quiso sujetar mi brazo de nuevo, pero di un paso hacia atrás.

—¿Eres bipolar?—pregunté.

No respondió.

—¿Usas drogas?

Blanqueó los ojos y se pasó la mano por el cabello desordenado.

—A ver, niña, las cosas que haga con mi vida no son de importancia para nadie—sonó irritado—. ¿Ya podemos seguir?

—Ayer... qué intentaste decir con eso de que estaba equivocada—recordé sus palabras y la manera con la que decía cada cosa.

Kislev bufó.

—Es tu problema si no entendiste—negó para sí mismo—. ¿Ya?

Ni siquiera esperó mi respuesta cuando me volvió a llevar con él por el bosque. Por todo el camino hasta llegar a la pequeña cabaña.

La puerta se encontraba entreabierta, solo empujó con su pie y los dos entramos. Mis ojos curiosos fueron de la chimenea encendida hasta el sofá, los pilares de madera y otros rincones de la cabaña

—Eres tan raro...—mascullé.

—Un poco, al igual que tú—sonrió antes de soltar mi brazo y acercarse a unos cajones.

El chico de cabello grisáceo solo inspiraba una cosa: curiosidad.

— ¿Por qué todos me advierten sobre ti?

Kislev se volteó para verme con una sonrisa marcada en los labios.

—Porque son unos imbéciles sin oficio—abrió otro cajón y continuó con su búsqueda—. ¿Tú no me temes?

— ¿Por qué lo haría?—reí de brazos cruzados.

—No sé, quizás porque soy un...—pareció pensarlo—¿cómo lo llamarías tú? ¿Psicópata?

—Neurótico.

—Bueno, eso mismo.

— ¿Y lo eres?

—¿Tú qué crees?—detuvo su búsqueda.

—Yo...

—¿Te gustan los neuróticos, Danforth?

Mi cuerpo se tensó por la conocida pregunta. Me puse pálida y un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Es él, Vellty.

Tiene que ser él.

¿Quién más podría ser?

— ¿Para qué me has traído, eh? La verdad.

Kislev caminó hasta llegar a mí, tenía una mano detrás de la espalda y la otra metida en los bolsillos de la sudadera. Esa sonrisa maliciosa que tenía en los labios me hizo entrar en pánico, pensado lo peor de su mano en la espalda.

—Es que me gusta ver tu cara cuando piensas que ya descubriste lo obvio.

— ¿Q-qué?

—Lo que escuchaste—con lentitud sacó lo que ocultaba en la espalda. El miedo se disipó al ver el papel que me extendió—. Te lo has dejado tirado anoche. En el bosque.

—¿Y desde cuándo los neuróticos tienen empatía?—fruncí el ceño agitando el papel. Eran las instrucciones del internado.

—Desde nunca—blanqueó los ojos—. Solo me pareció algo importante.

—Ah, ¿sí?

—Sí—afirmó, mirándome fijamente a los ojos.

—Umh... sí.

—Ya te puedes largar, Vellty.

—Ya me puedo largar—asentí—. ¿Y si no quiero...?

Los dedos de Kislev llegaron a mi mentón, subió un poco mi cabeza y acercó su rostro. Se encontraba muy cerca de mí. Sentí la boca seca exigiendo algo... con necesidad.

—Lárgate, Vellty—repitió en tono suave, sus dedos bajaron por mi cuello. Me estremecí por el simple tacto cuando acarició mi cuello.

—Bien—mordí mi labio inferior y me di la vuelta para salir de ese lugar con el corazón latiendo abruptamente.

¿Qué me pasaba? ¿Por qué estaba tan nerviosa? Sacudí la cabeza y regresé al internado.














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