Murmullos de Skrain

By Angie_Eli_Carmona

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La guerra entre dioses y humanos está en su punto más alto. Las tropas se preparan, los reinos enemigos se u... More

Introducción
Capítulo 1. «Palacio de los horrores»
Capítulo 2. «Reunión no anticipada»
Capítulo 3. «Llegada al infierno»
Capítulo 4. «Las fiestas del despilfarro»
Capítulo 5. «Amor en llamas»
Capítulo 6. «Presentaciones, reencuentros, y pláticas»
Capítulo 7. «Prueba de poder y resistencia»
Capítulo 8. «Recuerdos de la infancia»
Capítulo 9. «Deseos profundos»
Capítulo 10. «Comunicación fallida»
Capítulo 11. «La lectura del llamado»
Capítulo 12. «Las bestias desconocidas»
Capítulo 13. «Ojos hambrientos»
Capítulo 14. «Los gigantes y su historia»
Capítulo 15. «Los espejos del alma»
Capítulo 16. «Roces inconvenientes»
Capítulo 17. «Siempre fue él»
Capítulo 18. «Poder, codicia, deseo»
Capítulo 20. «Resurrección maldita»
Capítulo 21. «Nacimiento desastroso»
Capítulo 22. «La influencia del tiempo»
Capítulo 23. «Ejerce la influencia divina»
Capítulo 24. «Camuflaje histórico»
Capítulo 25. «Cinco grandes consejos»
Capítulo 26. «La madre de todo»
Capítulo 27. «Las pistas en lo más mundano»
Capítulo 28. «Influencias divinas»
Capítulo 29. «El poder del conocimiento»
Capítulo 30. «Disputa familiar»

Capítulo 19. «Astras, gigante de la guerra»

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By Angie_Eli_Carmona

Renunciar a aquello que siempre ha estado contigo, desde el nacimiento, es difícil. Aún así, uno no es consciente del peso que estos dones, tan poderosos, pueden llegar a tener en nuestro cuerpo, en nuestra misma alma, también.

Para Connor ser un cambiaformas había sido útil, cotidiano, algo que le daba fortalezas, demasiadas, en todos los sentidos. Entonces, cuando lo perdió, se sintió débil, sus músculos dolieron, su alma se sintió un poco más vacía. Nadie podía haberlo evitado, aún así, de cierta manera, él sabía que tenía que haberlo hecho desde un principio. No sabía cómo, ni cuando, pero aquella sensación se había instalado en él, y no se había ido, una especie de sentimiento de que aquello estaba en su destino y tenía que hacerlo. Tal vez su poder ya no estuviera físicamente con él, aún así, Connor lo seguía sintiendo como una parte de él, aún cuando estuviera en su pasado.

Entonces entraron en el Inframundo, aquel lugar oscuro y tenebroso donde las almas descansaban por el resto la de eternidad. No habían llegado de una forma convencional, por lo que la ubicación, antes que todo, era difícil. Habían llegado a la cueva de Osfos, un lugar oscuro y tenebroso dónde la oscuridad era el plato del día. Raniya parecía saber dónde estaba, los guió, entonces, a través de toda aquella enorme tumba, porque sí, aquel era un lugar donde vivían varios espíritus, más no de cualquier tipo, sino que venían de oscuros y poderosos monstruos. Y sí, una parte de su alma seguía ahí, más también estaban inconscientes de lo que hacían, sumidos en un sueño, una alucinación, algo que no cualquiera podría notar.

Adaliah parecía nerviosa. De vez en cuando miraba a Skrain, pero también giraba hacia los lados, buscando algo, como si viera algo más, algo que nadie más veía. Buscaba en la oscuridad, como si supiera que en las sombras, en aquellas figuras cambiantes y deformes, había algo. Connor cayó en cuenta entonces de que si había algo que ya sombras escondían, pero nadie lo sabía, y tenía que permanecer así.

—¿Estás bien? —preguntó Suzzet. Sus ojos, de cervatillo, lo miraban fijamente, preocupados. Es cierto, Connor tenía varios amigos en aquel grupo, Ranik, Adaliah, todos ellos lo conocían desde muchísimo tiempo atrás. Aún así, ella parecía especialmente preocupada sus ojos reflejaban un dolor y un interés auténticos e incluso más grandes que los de sus amigos. Lo llevaba agarrado del brazo, incluso lo había abrazado después de que donara su poder por el bien de la misión. Connor nunca había albergado esperanzas de que ella sintiera algo más por él aparte de amistad, pero verla así, tan preocupada, agitó su corazón—. Ya has hecho suficiente por hoy, me gustaría poder llevarte a descansar. ¿De verdad quieres seguir así?

—No te preocupes —contestó. Sonó mucho más aliviado de lo que se sentía, tal vez porque estaba hablando con ella—. No podía dejarlos ir sin estar ahí con ustedes.

—Bueno —fue lo que ella dijo. No parecía aliviada, pero Connor, siempre observante, aún después de perder sus poderes, notó que otra mirada estaba sobre él. Alannah. Nunca la había visto tan triste, tan anhelante, parecía sufrir con cada paso que daba. Y ella, entre todos, lo miraba a él con cierto anhelo que le helaba el corazón, porque sabía, también, que un amor como ese no traería nada bueno.

🌼🌼🌼

Observar sin decir mucho siempre había sido uno de los atributos de Zedric. Cómo lector de mentes, tenía el poder de ver más allá de lo que alguien simplemente decía, de leer secretos, intrigas, dolores y aflicciones. Aún así, inconscientemente había participado en ello de alguna manera, con su presencia, (a la cual nunca había tomado como algo importante), podía cambiar muchas cosas, interferir, aunque fuera poco, en los resultados.

Zedric, Nathan, Piperina y la bestia estaban en las sombras, siendo parte de lo más olvidado, temido, moviéndose entre la inmensidad del Inframundo, y observando todo con amplio ojo crítico a la espera de no ser descubiertos. Tenían que rebasar a aquel grupo, más la idea de pasar entre ellos parecía peligrosamente imposible. Los monstruos estaban en todas partes, y algunos, los más sensitivos, los reconocían. Nathan entonces los cegaba por completo, más su tiempo de reacción a veces cambiaba, y con que solo una persona lo notara las cosas podían ir mal.

A eso se le podía agregar que, aunque las sombras los hacían invisibles, seguían siendo seres tangibles, así que pasar entre aquel grupo necesitaba una precisión de movimientos increíble. El viaje fue cada vez más complicado. Adaliah parecía mirarlos de vez en cuando, como si supiera que se encontraban cerca, sin embargo, no pudo mantener por mucho tiempo su atención en ellos debido a los muchos monstruos que, de pronto, tomaron conciencia y fueron directamente hacia ellos.

Despertarlos fue bastante sencillo. Raniya, al parecer, sabía desde el principio que estaban en cierto peligro. Su forma de guiarlos no era ocasional, sino que se aseguraba de no avanzar sin antes buscar un camino despejado. Aún así, en una de los giros que dió, un pequeño animal, el rastro de un monstruo menor, salió de las sombras, y ella, al sobresaltarse, lanzó su poder directamente hacia él, esperando que se asustara y fuera lejos. Grave error porque la magia, pura e incontenible, pareció llamar la atención de todos alrededor.

Aquel era un grupo poderoso. Habían dioses entre ellos, fuertes héroes que ya tenían experiencia en la batalla. Aún así, aquellos no eran monstruos normales, sino que espíritus intangibles a los que lo único que les daba vulnerabilidad era su alma, el daño que podían hacerle a ella, que también tenía ansias y necesidad de adquirir energía, magia misma en su estado más puro.

Los entrenamientos estaban dando resultados. Todos usaron su propia magia para mantener a los monstruos a raya, porque, tanto como buscaban energía, esta misma energía en muchas cantidades también podía dañarlos. Aún así, los monstruos no dejaban de multiplicarse. Dos enormes rinocerontes con cuellos de serpiente fueron directamente hacia Adaliah, mientras que un montón de mantícoras rodeaban a Raniya y a Dafaé, que a duras penas seguían avanzando. Los demás parecían luchar con monstruos humanoides, incluso había un cambiaformas entre ellos, y Connor, aún sin su poder, estaba dándole batalla.

Entonces dejaron de moverse. Los monstruos se multiplicaron tanto que Zedric no tuvo más opción que rodearlos, intentar huir de aquel lugar de destrucción. Solo él podía mirar a Nathan y a Piperina, que con miradas vacías y vidriosas veían a sus amigos sufrir. Sabía que tenían que hacer algo, pero no entendía qué. La mejor manera de salvar a todos era que aquello terminara de una vez, ¿Pero valdría la pena? El bebé de Zedric seguía en el vientre de Amaris, la misma Amaris vivía en alguna parte de aquella mente corrompida. Y no solo era ella, sino también sus amigos, Ranik, que a duras penas usaba el hielo para mantenerlos a raya, Connor, que se movía con una gracia animal aún cuando estaban encima de él.

Oscuridad. Aquello fue lo siguiente que lo llenó todo. Nathan les estaba dando ayuda, poca, invisible, pero útil de todas maneras. A eso le siguió el silencio, Zedric no podía ver nada, más escuchaba los movimientos y forcejeos constantes. Acto seguido, música, el eco de una voz anhelante que, entre las sombras, calmaba a todo el que lo escuchaba. La luz volvió, poco a poco, iluminando a una Alannah que, con su vacilante voz, había calmado a cada monstruo en la habitación. Los gemelos estaban a su lado, mirándola con una fascinación algo enferma, mientras que, anonadados, los demás observaban la imagen.

Zedric supo entonces que aquel era el momento perfecto para huir.

🌼🌼🌼

La voz de Alannah era tan bella, tan perfecta, que no habría descripción que pudiera hacerle justicia. Para Connor, entonces, resultó algo turbio en su mente como resultado después de escucharla. No podía mantenerse tranquilo, porque aquella voz, cálida, le inspiraba una calma dolorosa. Era extraño escuchar aquella voz viniendo de ella, la que le había causado tantos problemas.

Los monstruos quedaron dormidos, como bebés al escuchar la voz de su madre, acurrucados en un orden fuera de lo natural, algunos con una especie de sonambulismo que los mantenía elevados y moviéndose de forma natural, como lo haría un fantasma de verdad. Por su parte, Raniya, que estaba obviamente sorprendida por todo aquello, preguntó:

—¿Y de dónde salió este extraño don? ¿No dijo el volcán que no lo usarías de nuevo?

—Hicimos que lo entrenara cuando supimos que lo tenía —dijeron los gemelos al unísono—. Tiene efectos bastante placenteros. Aún así, tal vez eso hizo que ella no lo tomara en serio, es más, aún no cree que es valioso.

Alannah no dijo nada. Solo avanzó, y Raniya, divertida, siguió sus pasos. Movimiento a movimiento iba durmiendo a los monstruos, y ninguno parecía tener idea de que, delante de ellos, Zedric, Piperina, y Nathan ya habían avanzado a las partes más profundas de la cueva. La tumba de los gigantes.

El monstruo que les había dado la idea los seguía, sí, entre sus propias y tenebrosas sombras. De vez en cuando les indicaba el camino con unas cuantas señales, más no era un guía, se mantenía como una compañía, en realidad.

La cueva donde los gigantes estaban enterrados podría, más que cueva, considerarse como una pequeña ciudad. No era una tumba como la que Zedric se hubiera imaginado, lúgubre, oscura, y sin vida, sino que habían varios palacios, todos hermosos, dónde descansaban los cuerpos de los que en un tiempo atrás habían sido grandes monstruos, criaturas impresionantes, amenazas, también.

—No estoy seguro de que esta sea una buena idea —dijo él, más para sí mismo que para los demás. Fue apenas un susurro, y, mientras avanzaba por el camino adoquinado de aquella pequeña ciudadela, lo observaba todo con parsimonia y admiración. Habían doce templos, más parecía que cada uno albergaba a dos gigantes, siendo así, sus imágenes estaban plantadas de alguna manera en ellos, ya fuera la decoración, el ambiente, los dioses parecían ser, hasta cierto punto, opuestos, así que cada palacio se partía en dos, un contraste hermoso y paralizante. El más grande de todos ellos, entonces, era el palacio de la Luna y el Sol. Era alto, con un tejado de dos aguas, en un lado cubierto de estrellas, en el otro de luz. Parecían moverse a contraluz, como si reflejaran un poco de la vida a la que querían simular. Un hombre salió de aquel palacio, era pura luz, la encarnación de la brillantez y el fuego ardiente de la vida. Caminó hacia ellos, y una vez que hubo llegado, dijo:

—Los gigantes han hallado un descanso eterno en estas catacumbas. Este palacio no es solo un palacio, es el símbolo unidad que reciben aquellos mundos que gobiernan. ¿Por qué nos uniríamos a su triste causa, cuando tenemos la inmortalidad asegurada?

—Oh, humanos, que se derriten en la angustia de su inmortalidad —dijo una mujer, de cabellos azules que reflejaban las estrellas, y una piel oscura y luminiscente—, viles seres llenos de codicia, en busca de un poder que está fuera de toda percepción, un poder que no se merecen, pero que siempre los elige. ¿No se dan cuenta qué son títeres de un propósito más grande?

—Muerte —le siguió un hombre, de cabello como lianas de la selva, ojos verdes y piel blanca que parecía estar llena de barro y lodo—. Eso es lo que traen a nuestras tierras. Guerra tras guerra hemos intentado ayudar, más no sirve de nada. Nosotros no somos las bestias, lo son ustedes.

—Queremos ayuda para avanzar con esto de la forma más pacífica posible —dijo Zedric, ansioso— Y nada más que eso.

—Y ella también lo quiere —dijo el hombre de tierra—. Raniya quiere terminar con este ciclo interminable, más lo único que hace es darle vida. Preparándolos para tomar un poder que de todas maneras hubieran tenido. Haciéndolos más dignos, llevándose las almas necesarias en el proceso. Leyendas, mitos, a él parece divertirle eso.

—¿Quién es él? —preguntó Piperina. El hombre tenía un gran parecido con ella, lo que era, hasta cierto punto, desconcertante. Eso no lo detuvo a él de contestar:

—El gran dios, el padre de todo. El principio y el fin, el creador de todo lo que conocemos, y que sigue creando más con un solo parpadear. ¿Magnífico, no? ¿Lo fuerte qué es y lo poco que todos lo conocen?

—No queremos ayudarlos —dijo la gigante mujer entonces, y su voz resonó por todo el lugar—. No estamos en necesidad de repetir el ciclo de nuevo. Siendo así, el único que se alimenta y disfruta de estas cosas será el que marcará la diferencia en la batalla. Astras.

Un hombre de cabello rojo salió del palacio más cercano, uno que estaba decorado con armas y transportes de guerra. Era el equivalente a la guerra, sí, pero a medida que caminaba su imagen, la de un hombre joven con cuerpo más o menos delgado, largo y esbelto, cambiaba y se llenaba de músculos, así hasta que era lo que Zedric en primer lugar hubiera imaginado de un gigante.

—Eres el gigante de la guerra, ¿Verdad? —preguntó Nathan en un tono pausado. El gigante había parado frente a él, que inconscientemente intentó saludarlo, más no pudo. Era un ser intangible, un fantasma, no tenía mucho control de su alma, como la mayoría de los monstruos en el Inframundo. Era por eso que se necesitaba energía para revivirlos.

—Sí, entonces, pongamos manos a la obra.

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