Pasión y Poder

By Clau_Llerena

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Catarina es rescatada por Luciano de las manos de un traficante, a sus catorce años de edad. Desde ese moment... More

1.Nueva vida, nuevo comienzo
2.Decisiones difíciles
4.Nunca digas nunca
5.Todo ha cambiado
6.Un mal presentimiento
7.Verdades ocultas
8.La situación no pinta nada bien
9.Duele demasiado
10.El último adiós
11.La venganza es un plato que se come frío
12.Hora de la función
13.Sentimientos encontrados
14.El juego no ha terminado
15.Calla Rizzo
16.¡Sorpresa!
17.¿Qué estamos haciendo, Luciano?
18.Tiempo de chicas

3.Bienvenida

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By Clau_Llerena

6 de enero de 2018

Observo el atardecer de Roma mientras el avión aterriza. Pisar suelo italiano nuevamente me hace regresar a seis años atrás, como si no hubiera pasado el tiempo. Porque ya no vengo de vacaciones escolares, ahora estoy aquí para quedarme.

Al recoger mi equipaje, puedo distinguir un rostro muy conocido para mí.

Sonrío y corro a sus brazos.

—Es bueno verte —expresa Camillo devolviéndome el abrazo— ¿Nuevo color? —pregunta, señalando mi cabello rojo.

—Creo que este es definitivo —contesto.

Él niega con la cabeza.

A lo largo del tiempo me lo he teñido de varios colores. Camillo ha visto varios de ellos al visitar a Bianca. Ellos siguen juntos. Aunque continúan amándose a escondidas, tal parece que lo hacen como el primer día.

—Venga, te esperan en casa —dice mientras nos subimos al auto—. ¿No preguntarás por él? —Inquiere ya en el coche. No emito sonido alguno—. Sé que mueres por saber.

Resoplo.

Me conoce demasiado bien.

—No ha venido —digo finalmente—. Pensé que vendría por mí.

—Ya sabes cómo es Luciano D'Cavalcante: siempre ocupado y...

—¿Frío, taciturno, de pocas palabras? —termino la frase algo frustrada. Sé perfectamente cómo es Luciano y además, desde que es un hombre casado su personalidad de lobo alfa solitario ha empeorado, pero... conmigo siempre ha sido diferente. Esperaba más de él.

—Él te aprecia mucho. Lo sabes, ¿verdad? —añade ante mi silencio. Yo simplemente resoplo y me mantengo en silencio al tiempo que el auto aparca frente al edificio Varone—. Luciano es complicado y siempre lo has sabido.

—Complicado, misterioso, indescifrable... —enumero apesadumbrada. La emoción de mi llegada se ha opacado un poco, como todo en mi vida cada vez que pienso en él—. Demasiadas complejidades para una sola persona.

—¡Vamos, deja de darle vueltas! —me anima antes de abrirme la puerta del vehículo—. Estás de regreso a casa, así que disfruta el día en familia. Ya habrá tiempo para la melancolía y las crisis existenciales.

—Tienes razón. Gracias por recogerme.

Le doy un beso en la mejilla antes de entrar al edificio y subirme al ascensor. Siempre me ha hecho gracia que mi familia tenga un edificio como casa. Es como vivir en un hotel.

—¡Niña! —Grita Antonella al verme.

—Yo también te extrañé, Nella —admito secando sus lágrimas.

—¡Mírate! Te has puesto más guapa todavía este último año.

—Tú sigues siendo más guapa —replico—. ¿Dónde están las personas de esta casa?

—En el despacho de Alessandro —contesta—. Están todos reunidos.

—Gracias, Nella.

El edificio continúa igual, cada mueble sigue en su sitio. De la decoración solo han cambiado algunos jarrones; cortesía del par de revoltosos y sus amigos supongo. Muero por verlos.

Toco la puerta antes de entrar a la pequeña oficina—. Permiso. ¿Puedo...?

—¡Bienvenida a casa! —la familia me recibe un cartel enorme de felicitaciones y una ronda de aplausos.

—¡Mi amor! —Mi padre corre a abrazarme.

—Hola, papá.

—Oh, cariño —me envuelve entre sus brazos. Es tan reconfortante recibir la calidez de mi familia—. Te hemos echado de menos.

—Solo han pasado unos meses desde la última vez que nos vimos —bromeo.

—Igual, ha sido mucho tiempo. Dime que no volverás a irte —su voz se escucha prácticamente como una súplica y a mí eso me conmueve demasiado.

—No, papá —respondo con la voz temblorosa pero segura—. He venido para quedarme.

Me aferro a su cuerpo con todas mis fuerzas. Se siente tan bien estar de vuelta.

***

—¿Y ahora, qué piensas hacer? —Pregunta mi tío entre risas en tanto disfrutamos de una buena copa de champán rosado.

—¡Alessandro! —Le reprende su esposa—. Apenas acaba de llegar.

—Quiero comenzar cuanto antes —respondo—. Espero que en el Hospital Varone haya alguna vacante para una cirujana general. Aunque me gustaría visitar los Laboratorios Gotti —agrego—, aprender algunos secretitos de mi querido padre.

Todos ríen a carcajadas.

Los Varone poseen un hospital privado de primera calidad en la ciudad. Además, cuentan con un ala destinada a la atención pública. El lugar era originalmente de los Gotti, la familia de Carlota. Al ésta casarse con el abuelo Donato los laboratorios pasaron a manos de la familia Varone. Sin embargo la institución les sirve de fachada para encubrir los Laboratorios. Carlo, como excelente científico experto en Bioquímica Médica que es, heredó el lugar. En este se crean una serie de fármacos muy útiles. Aunque los métodos no resultan muy ortodoxos y, por tanto, los fármacos son ilícitos, desconocidos para la mayoría de la sociedad. Mi padre es el creador de tales elixires.

—Estaría encantado de compartir mis secretos contigo —responde el aludido. No puedo evitar buscarle el doble sentido a su respuesta—. Tal vez en un futuro podrías continuar con el legado familiar.

—No lo creo. Soy más de consultas —admito—, pero conocer los laboratorios sería muy útil.

—Mi chica prodigio —comenta—. Siempre con ansias de aprender. Estoy muy orgulloso de ti.

—Todos lo estamos —agrega el abuelo.

—Sois la mejor familia que pude pedir —las palabras simplemente salen de mi boca—. Hablando de ello, ¿dónde está mi dúo favorito?

—Por ahí, liándola como siempre —contesta Beatrice: esposa de Fabrizio y madre de Enzo.

—No cambian —niego sin dejar de sonreír.

—No, ahora son peores —interviene Gabriella—. Ya no te tienen a ti para inculcarles un poco de juicio.

—Aunque ahora están más guapos y más altos —las madres de los chicos no pueden evitar defender a sus hijos.

—Puedo imaginarlo —la imagen se reproduce en mi cabeza—. Deben romper muchos corazones jóvenes.

—Y no tan jóvenes también.

—Esos son mis chicos —me siento orgullosa de mis primos.

De pronto la puerta se abre de par en par. Un Enzo muy magullado y acelerado irrumpe en el despacho.

—¿Qué habéis hecho ahora? —Exige saber Fabrizio a la vez que pone los ojos en blanco.

—Flavio Ferrara —es todo cuanto dice. Como si ese nombre explicara su estado.

—¿Y Bruno? —Alessandro busca a su hijo con la mirada.

Enzo baja la cabeza.

—Le han detenido —Alessandro voltea los ojos, como si ya se esperara algo así. Sin embargo, no dice una palabra, pues sabe que su sobrino no ha terminado de hablar—. Luciano ha ido a solucionarlo, pero está fuera de su jurisdicción —la sola mención de su nombre me estremece y la ansiedad por volver a verle crece en mí—. Se ha topado con Bianco. Sabes de su rivalidad. El gilipollas se niega a cooperar.

— Ese hombre me está sacando de mis cabales —la voz del jefe de la cúpula Varone suena furiosa—. Nadie se mete con los Varone.

—Debeis llamar al abogado —interrumpe mi hermano postizo—. Luciano me ha mandado a por él.

—Por lo visto —me pongo de pie para que note mi presencia—, continuáis dando dolores de cabeza.

El joven Varone palidece sorprendido.

—¡Rina!

—Hola, enano —le abrazo con fuerza. Él se queja de dolor ante mi gesto—. Menuda pelea. Mira nada más cómo has quedado.

—Deberías ver el otro sujeto —replica con una enorme sonrisa en sus labios.

—Idiota —bufo con mofa al tiempo que todos se agilizan para solucionar el problema en que se han metido los mocosos.

Mi tío Alex llama al abogado mientras que yo decido irme con Enzo a la estación. Quiero darle una lección a ese inconsciente.

Al entrar en la comisaría puedo ver como todas las miradas se detienen en mí. Soy consciente de mi atractivo, me ha sido de utilidad en muchas ocasiones. Procedo a quitarme el abrigo para entregarlo a Enzo, quién abre los ojos como si fueran a salir de sus órbitas. Sé perfectamente la razón: un exuberante vestido Dolce&Gabbana color crema salta a la vista, el cual, aunque es largo hasta las rodillas y luce profesional, resalta cada una de mis curvas, dando un aspecto muy seductor. Los hombres presentes en la sala tienen la misma mirada de mi primo, con la diferencia de que me observan como un platillo a devorar.

—El abogado no ha llegado todavía. Está a unos minutos.

Me giro hacia un Enzo todavía impactado.

—Espera aquí. Y cierra la boca —agrego en un susurro.

—Si alguno se te insinúa, tendrán que sacarme de la cárcel también.

No puedo evitar sonreír.

—Bien, advertiré a quien lo haga que tengo un primo muy protector.

Le guiño un ojo antes de dirigirme a la recepción.

—Hola, preciosa —me saluda un agente en recepción—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Hola. Necesito hablar con el comisario —finjo meditar—. No recuerdo su nombre, eh...

—Bianco —responde—. En estos momentos se encuentra ocupado, pero puedo ofrecerte mi ayuda.

—Oh, me harías un gran favor si le llamaras —mi tono es ronco, seductor— No te costaría nada, ¿cierto?

El oficial cumple mi petición y lo llama por teléfono.

—Lo siento, preciosa —se disculpa apenado—. De verdad está ocupado y no puede ser interrumpido, pero puedes sentarte a esperarlo o platicar conmigo mientras tanto.

Un adorable puchero se forma en mi rostro.

—¿Crees que pueda esperarlo en su oficina?

—No tengo permitido...

—Por favor —insisto—. Prometo no meterte en problemas. Solo me sentaré callada. Si termino temprano prometo invitarte a un café.

Mi sugerencia termina por convencerle.

—Está bien, emm...

—Catarina —le tiendo mi mano.

—Mucho gusto. Soy Mario —me devuelve el saludo.

Al llegar a la oficina puedo escuchar los gritos. Rápidamente identifico su voz. Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo.

<<Concéntrate, Rina. Ya no eres una colegiala. Él es solo parte de tu familia>>, me reprendo mentalmente.

Tomo una gran bocanada de aire antes de abrir la puerta de forma sigilosa.

—¡Por Dios! ¡Es solo un crío! —Los gritos inundan la habitación.

—Un crío que ha alterado el orden público —replica el comisario—. Ha burlado a mis hombres. Ha asaltado a un ciudadano y le ha robado el coche. No puedo...

— Perdón —interrumpo la discusión—, yo...

—¡Pero seréis incompetentes! —Exclama Bianco sin voltear a mirarme—. ¡He dicho que nadie me moleste! ¡Riotti!

Mario se acerca a la oficina, mientras su jefe y Luciano se enfrentan en silencio.

—Comisario —el oficial que hace unos minutos me coqueteaba, ahora se muestra avergonzado.

—He dicho absolutamente nadie —recalca— puede pasar. ¿No fui claro?

—Sí, señor, pero...

—Pero nada —le corta dirigiendo su vista hacia el oficial. Al girarse hacia él, se detiene en mí y cambia su expresión.

—Buenas noches, Comisario —decido intervenir—. El oficial Riotti no tiene la culpa. Pensaba esperaros fuera. Sin embargo, vi la puerta abierta y decidí entrar. Al parecer, hice mal —finjo vergüenza.

Siento su mirada en mí y me giro para devolverle el gesto. Me observa diferente... como los hombres allá afuera. No puedo evitar estremecerme ante el escrutinio de sus ojos.

—No se preocupe —Bianco le resta importancia al asunto—. Disculpa si he causado una impresión equivocada. Ahora me encuentro ocupado, pero si me da unos minutos la atenderé con gusto.

—Verá —continúo con el trato formal—, la cuestión es que necesito su atención con urgencia.

—Y la tendrás, hermosa —curva sus labios hacia arriba, dando un cambio radical a su actitud—. Lo prometo. Solo regálame un par de minutos y seré todo tuyo.

La expresión de Luciano se ensombrece.
Endurezco la mirada, adoptando un gesto frío y profesional.

Los hombres presentes se percatan de mi cambio y se muestran descolocados.

—Al parecer no me he explicado con claridad —digo en tono neutro—. Permitidme presentarme: Catarina Varone —le tiendo la mano. Bianco corresponde el saludo confundido—, prima de Bruno Varone. ¿Ahora soy digna de vuestra atención?

—Pido una disculpa, Catarina —alude el jefe de la comisaría, incluso se atreve a tutearme—. Supongo entonces, que conoces al comisario D'Cavalcante.

Desvío mis ojos hacia el mencionado y todo se paraliza a nuestro alrededor: la electricidad, la conexión... sigue ahí. Como si el tiempo no hubiera pasado.

Nos saludamos con la mirada y decido romper el contacto visual.

—Sí —afirmo—, nos conocemos.

—Bien —continúa el sujeto—. Explicaba a D'Cavalcante que no puedo liberar al joven. Hay una acusación formal en su contra.

—¿De qué se le acusa? —Indago.

—Alteración del orden público, agresión física y robo con fuerza.

Luciano resopla.

<<Estás en problemas, Bruno.>>

—¿Testigos? —Continúo con mi indagación.

—El acusador y una joven que venía con él en el coche. Aunque esta última no ha querido declarar.

—Una menor de edad —interrumpe el D'Cavalcante—. Alda es menor de edad. Además, no la podéis detener. No hay acusación en su contra.

—¿Alda? ¿Alda Costello? —Inquiero. Él asiente en respuesta. Sé quién es, la hermana menor de su esposa—. ¿Tenéis alguna evidencia, comisario?

—El coche robado.

—¿Me estáis diciendo, que tenéis a dos menores de edad bajo arresto, con la única evidencia de un auto, y como testigos al hombre que los acusa y la propia menor detenida? —El sarcasmo domina mi pregunta.

—Hay una acusación formal, preciosa...

—Señorita —le corto—. Para usted, señorita Varone. Le informo que vuestras evidencias no son suficientes para encerrarlos.

—Señorita Varone —replica—, el protocolo indica que deben permanecer veinticuatro horas, bajo custodia policial. Lo sabría si fuera abogada —su tono suena un poco burlón.

—Vamos, oficial —bufo—. También debería saber que no siempre se aplica el protocolo.

—Lo siento, señorita —debo admitir que es bueno, pero no inquebrantable—. La ley es la ley y se aplica para todos.

Luciano resopla por milésima vez. Puedo notar su exasperación, se está cabreando. Mejor terminar esto aquí.

—¡Por Dios! —Explota—. ¿Por qué eres tan terco, Marco? Solo son un par de adolescentes haciendo travesuras.

—La ley...

—Abuso de poder —lo interrumpo—, obstrucción a la justicia —me contempla confundido—, negligencia, corrupción de menores, ilegalidad... ¿Continúo? Se me ocurren otro par de cargos. ¡Y eso que no soy abogada! Si lo sumamos llegamos a unos... —finjo meditar—, treinta años.

—¿Pretende demandarme? —Pregunta incrédulo.

—Estoy sucumbiendo a la tentación.

—No dará a lugar —replica—. No tenéis pruebas.

—Las mismas evidencias y la misma cantidad de testigos que usted en este caso.

—No proseguirá —insiste.

—Puede ser —concedo—. En el menor de los casos, creará un escándalo público. Pierde su rango y puesto de trabajo. En el peor, serían cerca de cuarenta años y, de todas formas, solo demoraría un día en liberar a mis clientes. ¿Por qué no nos ahorramos tiempo y el mal rato? Así como una enemistad con la familia Varone —agrego—. Dígame, comisario —vuelvo a mi tono ronco—, ¿es consciente de lo que significa ser enemigo de un Varone?

La amenaza indirecta es evidente.

—Está bien —claudica finalmente—. Vosotros ganáis

Luciano suspira aliviado, mientras yo sonrío satisfecha.

<<Misión cumplida.>>

—Se equivoca, comisario —objeto—, ganamos todos —el desconcierto logra dominarle—. Dejaré que coordinéis la liberación de los muchachos con el comisario D'Cavalcante, mientras el oficial Riotti me lleva a hablar con Bruno Varone. Oficial.

Al llegar a la celda de mi primo le reprendo con una mirada furiosa. Él me la devuelve desconcertado.

—¿Rina? Pero qué....

—¿En serio, Bruno? —Bufo—. ¿No podías mantenerte alejado de problemas por un día? Menuda bienvenida me habéis dado Enzo y tú.

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