Soy un mal padre

By ARIVLE_SH

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Jack Conway es una persona mandona, triste y solitaria. Pero esto solo dura hasta que dos niños hacen que su... More

Capítulo 1 - Vivimos en la calle
Capítulo 2 - Volkof
Capítulo 3 - Julia
Capítulo 4 - La casa del viejo
Capítulo 5 - Tengo miedo
Capítulo 6 - Día de descanso
Capítulo 7 - Afecto
Capítulo 8 - Papá
Capítulo 9 - Merecen una familia
Capítulo 10 - El chico que saltó del columpio
Capítulo 11- Me gustas, ¿te gusto?
Capítulo 12 - Somos tíos 1/2
Capítulo 13 - Somos tíos 2/2
Capítulo 14 - Cuídalo bien
Capítulo 15 - La furgoneta 2/2
Capítulo 16 - Tú eres mi familia
Capítulo 17 - Ivadog
Capítulo 18 - Casitas y cocinitas
Capítulo 19 - Me duelen los pies
Capítulo 20 - Crucero
Capítulo 21 - Mentiroso
Capítulo 22 - Silencio
Capítulo 23 - Mis hijos

Capítulo 15 - ¿Sigues vivo? 1/2

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By ARIVLE_SH

— Gus, me encuentro mal...

— Aguanta un poco más.

El chico con cresta giró la cabeza para ver a su hermano, que seguía con la mirada fija en un punto.

Ambos se encontraban boca abajo de la cama, con sus caras completamente rojas. Se despertaron hace rato y por alguna razón pensaron que sería muy divertido jugar a que eran murciélagos salvajes.

— Creo que no ha sido muy buena idea. — concluyó Horacio, sintiendo que su cabeza iba a explotar por la cantidad de sangre acumulada. Entonces los brazos de Gustabo se dejaron caer hasta el suelo, esperando que la sangre llegase hasta ahí también, pensando que así la cabeza le dolería menos. — Pobres murciégalos, se tienen que marear mucho. — lloriqueó el menor.

Gustabo cerró los ojos por un momento, concentrándose en su proceso de convertirse en un murciélago. Estaba completamente desinteresado en escuchar las quejas de su hermano, solo quería un momento de paz y tranquilidad en el que no tenía que escuchar esa estúpida voz grave del superdetergente. Solo quería sentirse libre por unos minutos, como lo era antes de todo este jaleo en el que se metieron y que debía soportar solo por Horacio, porque sabía que él quería esto, una estúpida y ridícula familia feliz.

— Sólo déjate llevar, Horacio.

— ¡Es que me duele mucho la cabeza!

— ¿¡Por qué eres siempre tan quejica!? — Gustabo se incorporó, disimulando que no se mareó para nada con aquel movimiento tan brusco.

— ¡Deja de llamarme así, tonto! —  Horacio también se incorporó, pero él se cayó de la cama directamente al notar que toda la habitación daba vueltas.

La cabeza del rubio se asomó por el borde de la cama, observando el cuerpo de su hermano tirado en el suelo.

— Quejica y torpe...

— ¡Cállate Gustabo!

— ¡A ver, dejad de cacarear de una vez! — la voz del superintendente resonó por la habitación. — Prestad atención, anormales.

Horacio levantó un poco su cabeza del suelo para mirar a Conway, achicando sus ojos para aesgurarse que el bigote pintarrajeado en su cara no lo había provocado su golpe contra el suelo. Solo cuando el superintendente rascó la zona y la tinta se corrió, supo que era de verdad y tuvo que tapar su boca para aguantar la risa. Miró a su hermano, sabiendo que este había sido el causante de la broma. El rubio sonrió, tapando su boca con el dedo índice para indicarle que no se chivase.

— Tengo que hacer mucho trabajo pendiente y necesito a Volkov, así que no podrá vigilar vuestros culos. — hizo una pausa para rascar su nuca. — Por eso le he pedido a Greco que cuide de vosotros mientras no estamos. Seguramente os lleve al parque.

Horacio infló los mofletes de una manera infantil al sentirse celoso de que su padre fuese a estar todo el día junto a su cabeza chiquita. Mientras que Gustabo solo se enfadó. Ya habían mencionado más de una vez el hecho de que eran dos diablillos, ¿es que nadie confiaba en sus desarrollados buenos modales? No eran unos reclusos que debían ser vigilados todo el día.

— Si me entero que la habéis liado os la cargáis. — trató de sonar amenazante, pero poco consiguió con aquel ridículo bigotillo.

El timbre sonó, haciendo que Horacio se levantase del suelo feliz. La verdad es que el tío Greco le había caído bastante bien, quitando claro que era un poco raro.

— Ten cuidado al bajar las escaleras. — le advirtió el mayor, obteniendo solo un ruido de aceptación por el menor.

Conway desvío su vista al niño rubio, que no paraba de revolver su pelo, intentando estar un poco más aliñado por recibir visita.

Solo ignoró el hecho de que le pareció extraña su actitud y bajó para recibir al policía.

— Buenos días, super. — Greco saludó con una sonrisa, dirigiendo sus ojos poco después hasta el bigote pintado en la cara de su superior. — ¿Se está dejando un nuevo look?

Se aguantó la risa al ver la cara de confusión de Conway. Suponía que había sido cosa de los niños y el idiota ni si quiera se dio cuenta.

— ¡Tío Greco! — Horacio lo recibió con un abrazo, esperando que poco después el de barba le cogiese en brazos.

— Como pesas. Estás creciendo demasiado rápido.

— ¡¿En serio?! — la ilusión en su voz no se podía disimular, se notaba que las ansias de ser mayor podían con él.

— No les quites el ojo de encima, no quiero pagar ningún destrozo que puedan causar. — interrumpió el mayor.

Greco sonrió al recordar que Conway tenía pintado un bigote ridículo en su cara y no sonaba tan amenazante como solía hacerlo.

— No te preocupes, lo tengo todo controlado.

En ese momento Gustabo apareció. Ni siquiera se molestó en saludar al adulto, solo lo miró de reojo y salió de la casa, avanzando directamente hasta llegar al ascensor.
La verdad es que Greco no se escondía al admitir que ese niño le causaba escalofríos.

En cambio Horacio sonrió al ver el comportamiento de su hermano. Sabía que si no le había pegado una patada en la pierna al de barba para que le soltase es que confiaba en él. Conocía perfectamente a su hermano y podía afirmar con seguridad el hecho de que Greco le agradaba mucho.

Miró ilusionado a su nuevo tío, con sus ojos brillando como perlas. Como Gus era bastante tímido, le ayudaría tal y como él lo hizo con Volkov.

— A mi hermano le gustas, ¿te gusta?

Los dos adultos miraron extraño a Horacio, que brillaba como nunca.

— Aléjate de mi hijo. — Conway cerró la puerta después de la amenazante advertencia, dejando a Greco menos tranquilo.

.   .    .

Los hermanos observaban con atención los aleteos de las mariposas, en especial Horacio. Al pequeño le maravillaba este lugar y sobre todo admirar a esos insectos chiquititos con miles de hermosos colores impregnados en sus alas. Esas mariposas volando de un lado a otro le hacían sentir muy feliz.

— ¡Es ese niño! — La voz de un chaval obligó que las cabezas de ambos hermanos se girasen. A unos pocos pasos de ellos se encontraba un niño, algo gordito, con heridas en sus rodillas, señalando acusatoriamente a Gustabo. — ¡Ese es el niño que me hizo saltar del columpio!

Por un momento Gustabo achicó sus ojos, dándole órdenes a su cerebro para que identificase la cara de ese niño cebolleta. Unos segundos después, la imagen borrosa del niño muerto del columpio pasó por su cabeza, haciendo que abriese la boca con sorpresa.

— Anda, eres ese chico tan raro del columpio. — este era el turno de Gustabo para señalar al niño, casi feliz por saber qué seguía con vida y que él no peligraba a ir a la cárcel.

— ¡Por tu culpa tengo estas heridas!

Gustabo ladeó su cabeza, sin importarle realmente mucho lo que provocó su travesura. Solo se encogió de hombros, quitando importancia.

— ¡No sabes con quien te has metido!

— Cálmate Manolo. — un chico con un acento extraño y con un cantoso gorro de pescador color rojo, colocó sus manos en los hombros del otro chico.

— Gus, ¿quién es ese? — la curiosidad de Horacio asomó.

— Un chico que conocí aquí cuando estabas enfermo. — Gustabo dejó de prestarle atención para volver a mirar las mariposas — El muy friki se tiró del columpio solo.

— ¿¡QUÉ!? — Manolo dio el primer paso para intentar enfrentar a ese rubio, pero su amigo lo agarró de los brazos. — ¡Fuiste tú el que me dijo que lo hiciese!

— Segis, aquí tienes los petardos. — otro chico vino corriendo, enseñando con cuidado unos petardos. Su piel era morena y tenía su pelo liso recogido en una coleta baja. - Mi hermano Pablo no se dará cuenta, está bien pendejo, pero mejor si lo hacemos rápido.

— Bien. — Segismundo soltó a Manolo, agarrando los petardos. — Manolo, déjale en paz y vámonos ya. Hay que librarse rápido de esto.

La cabeza de Gustabo por poco no se rompe de lo rápido que giró a mirar a aquel grupo de niños. Si no había escuchado mal tenían pensado algo de explotar unos petardos y la verdad es que no había nada más tentador que provocar un lío bien grande. Hacía bastante que no se metía en un uno y su vida era tan aburrida y cotidiana que no le vendría nada mal juntarse un rato con el grupo de frikis.

Puso su sonrisa más falsa para poder agradarles y se dirigió hacia ellos. Horacio solo miró a lo lejos cómo su hermano mayor empezaba a tramar sus cosas. Había escuchado lo mismo que él y no era tonto, sabía que a Gustabo le encantaba liarla, pero él nunca se sintió cómodo haciendo esas cosas. Aún así siguió a su hermano, no pasaría nada si hacían por una vez lo que él quería.

— Hola — Gustabo saludó amistosamente, mostrando sus dientes para verse lo más amable posible. — ¿Que... tenéis planeado hacer con esos petardos?

Ese tal Manolo lo fulminó con la mirada, esperando que sus amigos no contestasen la pregunta.

— Solo vamos a explotarlos y asustar a algunas personas. — el niño del sombrero con acento extraño se lo explicó.

Los labios de Gustabo se juntaron. Ya podía escuchar los gritos de las personas, asustadas y maldiciendo a los malditos gamberros que dejaron unos petardos.

— ¿Puedo ir con vosotros? — no vaciló al preguntar.

— No. — Manolo no lo pensó ni por un segundo al darle una negativa.

— Cállate Manolo. Este tipo me da buena vibra. — sonrió el niño con coleta.

Segismundo miró extrañado el entusiasmo de Emilio. Solía siempre "mandar a la chingada" a todo el mundo, realmente tendría que haber visto algo en el rubio.

— Cuántos más mejor. — terminó la conversación Segis, marchándose para coger los petardos y empezar a prepararlos.

Sus dos amigos lo siguieron.

Gustabo dio un paso, pero una mano sujetó con fuerza su brazo. Era Horacio, con esa expresión de preocupación en su cara.

— No creo que sea buena idea, Gus.

Los ojos azules de su hermano rodaron con cansancio.

— No pasa nada, Greco no se va a enterar, ni si quiera está por aquí. Seguro que volvemos antes de que se de cuenta que hemos desaparecido. — intentó calmarlo, sabía que el de barba estaba demasiado distraído hablando con las madres del parque ya que le gustaban los chismes, por lo que se irían y volverían sin levantar sospechas.

— No sé Gus... ¿y si papá se entera?

— Horacio, tranquilo. — agarró las manos de su hermanito pequeño, poniendo su cara de cachorrito. Sabía que Horacio pensaba que sólo él era capaz de hacerla, pero años en la calle te dan estos trucos. Además sus ojazos azules hipnotizaban a cualquiera. — Papu no se va a enterar de nada, te lo prometo. — el último detalle fue una sonrisa de niño bueno, que ni él mismo se creía que lo fuera.

Wow, realmente Gustabo tenía una boca mágica. Siempre lograba convercencerle para arrastrarlo en sus líos.

Sonaron los ruidos de los petardos, obligando a que el cuerpo de Gustabo se estremeciese de la emoción.

Horacio notó la alegría en el cuerpo de su hermano, logrando asustarle lo tanto que le gustaba a Gustabo la destrucción.

. . .

Greco escuchaba con atención cada cotilleo de aquellas madres que acababa de conocer. No sabía hasta qué punto había rebajado su dignidad al haberse conseguido como amigas a unas madres cuyo único hobbie en la vida era contar cosas privadas de las personas.

Tal vez se sentía tan cómodo con esta compañía porque él era exactamente eso. Admitía libremente ser una maruja atrapada en el cuerpo de un oficial de policía que está a punto de cumplir los treinta.

Cuando terminaron la apasionante charla sobre la vecina del hermano del tío de Carla, las madres intercambiaron números con Greco, que se despidió de ellas cuando se marcharon con sus hijos.

Procesó un momento el hecho de por qué se encontraba en el parque, observando con toda tranquilidad a algunos pájaros picotear migajas de comida que a alguien se le habían caído al suelo.

Notó todo tan en silencio que le resultó hasta raro. Miró a los lados, recordando que dos enanos deberían estar sentados a su lado.

— Mierda.

Greco ya podía pensar qué escribiría en su testamento porque ni Dios le salvaba de lo que Conway le haría cuando se enterase que perdió a los niños.

. . .

Nota:

He vuelto a la vida ಠ_ಠ

PD: perdón si Emilio sonó raro, soy españolo 🇪🇦🇪🇦💃💃

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