La Obsesión Del Duque

By Paola_Grimm

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Un duque...¡¿Enamorando?! More

Sipnosis
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
El Duque De Hastings
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Final
Epílogo

Capitulo 14

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By Paola_Grimm

Nos han dicho que la boda del duque de Hastings con la señorita Everdeen aunque fue íntima, fue muy festiva. La señorita Prim Everdeen le confesó a la señorita Felicity Undersee que el novio y la novia no dejaron de reír en toda la ceremonia. Esta autora confiará en la palabra de la señorita Prim, ya que no recibió una invitación para acudir al feliz acontecimiento.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
26 de mayo de 1813

No habría viaje de novios. Después de todo, no habían tenido demasiado tiempo para preparar la boda. En lugar de eso, Peeta lo había arreglado todo para que pasaran algunas semanas en Clyvedon Castle, el feudo ancestral de los Mellark.
A Katniss le pareció bien porque se moría de ganas de escaparse de Londres y de los escrutinios de la sociedad inglesa. Además, tenía mucha curiosidad por conocer el lugar donde se había criado Peeta.
Peeta ayudó a Katniss a subir al carruaje. A pesar de que era verano, el aire era fresco y Peeta le cubrió las piernas con una manta. Katniss se rió.
-¿No te parece excesivo? No creo que coja frío. Hasta tu casa hay muy poco trayecto.
Él la miró, extrañado.
-Nos vamos a Clyvedon.
-¿Cómo? ¿Esta noche?
Katniss no pudo ocultar su sorpresa. Creía que partirían al día siguiente. Clyvedon estaba en la costa sureste de Inglaterra. Además, ya era bien entrada la tarde y eso quería decir que llegarían al castillo de madrugada. No era la noche de bodas que Katniss había imaginado.
-¿No sería mejor pasar esta noche en Londres y viajar mañana a Clyvedon?
-Ya está todo arreglado -dijo él.
-Ah... está bien -dijo Katniss, haciendo esfuerzos para esconder su decepción.
Estuvo callada durante un buen rato, mientras el carruaje se ponía en movimiento. Después de un rato preguntó:
-¿Para remos en alguna posada?
-Claro -respondió Peeta -. Pasaremos la noche una posada que nos queda a medio camino. Tienen comida caliente y las camas están limpias.-Le tocó la barbilla-.No abusaré de ti obligándote a hacer todo el viaje hasta Clyvedon en un día.
-No es que no pueda aguantarlo -dijo, sonrojándose.- Es que nos acabamos de casar y, si no nos paramos en una posada, tendremos que pasar la noche en el carruaje, y...
-No digas más -dijo él, colocándole un dedo sobre los labios.
Katniss asintió, agradecida. No le apetecía hablar de su noche de bodas así. Además, parecía que lo propio era que fuera el hombre el que sacara el tema.

Peeta miró a Katniss, su mujer, se recordó, aunque todavía le costaba creérselo. Nunca había planeado tener una mujer. En realidad, había planeado no tener ninguna. Pero allí estaba, con Katniss Everdeen... no, Katniss Mellark. Era la duquesa de Hastings, eso es lo que era.
Peeta suspiró y se deleitó observando el perfil de Katniss. Entonces, frunció el ceño.
—¿Tienes frío? —preguntó.
Estaba temblando.
—Sólo un poco. No tienes que...
Peeta la arropó con la manta un poco mas..
—Ha sido un día muy largo —dijo, y no porque lo sintiera, sino porque le pareció lo más adecuado en ese momento. Había estado pensando mucho en lo más apropiado en cada momento. Intentaría ser un buen marido. Era lo mínimo que ella se merecía.
Lo había elegido a él, se recordó. Incluso después de saber que no podría darle hijos, lo había elegido. Lo menos que podía hacer por ella era ser un buen marido.
-Lo he disfrutado -dijo ella, suavemente.
Peeta parpadeó y la miró, sorprendido.
-¿Cómo dices?
Ella esbozó una sonrisa. Una sonrisa que Peeta quisiera contemplar eternamente, cálida y divertida pero con cierta picardía. Hizo que la entrepierna de Peeta ardiera de deseo.
-Has dicho que había sido un día muy largo. Y yo he dicho que lo he disfrutado.
Él la miró sin decir nada.
La cara de Katniss se torció con una frustración tan encanta dora que Peeta notó una sonrisa a punto de aparecer en sus labios.
-Tú has dicho que había sido un día muy largo -repitió  ella-.Y yo he dicho que lo he disfrutado.
-Entiendo -dijo él, con toda la seriedad que pudo.
-Me temo que entiendes muchas cosas, pero que ignoras la mitad, como mínimo.
Él arqueó una ceja, lo que hizo que ella mostrara su descontento, lo que hizo que él quisiera besarla.
Cualquier cosa hacía que quisiera besarla. En realidad, empezaba a ser bastante doloroso.
-Deberíamos estar en la posada cuando anochezca -dijo él, muy resuelto, como si aquello pudiera relajar la tensión.
Obviamente, no fue así. Lo único que consiguió fue recordarle que había retrasado la noche de bodas un día. Un día de deseo, de necesidad, de tener que soportar que su cuerpo la pidiera a gritos. Pero estaría loco si la hiciera suya en una pensión de carretera, por muy limpia que estuviera.
Katniss se merecía algo mejor. Sería su primera y única noche de bodas, y él quería que fuera perfecta.
Ella lo miró, sorprendida por el repentino cambio de tema.
—Me alegro.
—Las carreteras no son muy seguras de noche —añadió él.
—No —dijo ella.
—Y tendremos hambre.
—Sí —dijo ella, algo desconcertada por la obsesión de Peeta con la parada en la posada.
Peeta no podía culparla, pero discutía hasta la saciedad sobre la parada o la cogía y la tomaba allí mismo. Y aquello no era una opción. Así que dijo:
—La comida es muy buena.
—Ya lo has dicho.
—Cierto —dijo él, y tosió—. Creo que voy a dormir un rato.
Ella abrió los ojos.
—¿Ahora?
—Parece que me repito pero ya te he dicho, que ha sido un día muy largo.
—Es verdad. Pero… ¿Estás seguro de que vas a poder dormir con el carruaje en marcha? ¿No te molesta el traqueteo?
—Soy capaz de dormirme donde sea. Es algo que aprendí en mis viajes.
—Pues es una suerte —murmuró ella.
—Y que lo digas —asintió él.
Entonces, cerró los ojos y, durante casi tres horas, hizo ver que dormía.
*****
Katniss lo miraba. Fijamente. No estaba durmiendo. Con siete hermanos, se sabía todos los trucos y Peeta no estaba dormido.
Respiraba muy tranquilo y emitía los sonidos exactos de cuando uno duerme. Pero Katniss sabía que estaba mintiendo.
Sin embargo, era de admirar porque había conseguido mantener la farsa más de dos horas.
Ella se giró hacia la ventana y descorrió la cortina para poder ver el paisaje. Deberían estar bastante cerca de, la posada. Cerca de su noche de bodas.
-¿Peeta?
Él no se movió. Eso la irritó.
-¿Peeta? -repitió un poco más alto.
Vio cómo torcía la comisura de los labios, pero no se movió. Daphne estaba segura de que estaba decidiendo si lo había dicho lo suficientemente fuerte como para terminar con la farsa.
—¡Peeta! —le dio un golpe bastante fuerte. Seguro que estaría de acuerdo con ella en que nadie seguiría durmiendo después de eso.
Abrió los ojos e hizo un sonido bastante curioso, una respiración profunda como si se acabara de despertar y bostezó.
—¿Kat?
Katniss no se andó con rodeos.
—¿Hemos llegado?
Él intentó desperezarse de la inexistente pereza.
—¿Qué?
—¿Si hemos llegado?
—Ahhh... —Miró el carruaje, aunque ella no sabía qué buscaba—. ¿No estamos
en marcha todavía?
—Sí, pero podríamos estar cerca.
Peeta suspiró y miró por la ventana.
—Oh —dijo, sorprendido—. En realidad, está allí arriba.

El carruaje se detuvo y Peeta salió. Intercambió algunas palabras con el cochero y después, volvió hasta la puerta de Katniss y le ofreció la mano para ayudarla a bajar.
—¿Tiene tu aprobación? —le preguntó, señalando la posada.
Katniss no sabía cómo iba a aprobarla si no la veía por dentro pero, en cualquier caso, dijo que sí. Peeta la llevó hasta dentro y la dejó junto a la puerta mientras él fue a hablar con el dueño.
Katniss se quedó mirando los que iban venían. Primero pasó un matrimonio joven, que parecía de la pequeña nobleza. También había una madre  con sus cuatro hijos; Peeta estaba discutiendo con el dueño de la posada y... ¿Peeta estaba discutiendo con el dueño de la posada? Estiró el cuello. Los dos hablaban en voz baja pero estaba claro que Peeta estaba enfadado.
Katniss frunció el ceño. Aquello no pintaba bien. ¿Debería intervenir?
Con pasos determinados, se acercó a su marido.
—¿Hay algún problema? —preguntó.
Peeta la miró brevemente, hizo una mueca y se volvió a girar hacia el dueño.
Katniss frunció el ceño. No le gustaba que la ignoraran.
—¿Peeta? —dijo, dándole unos golpecitos en la espalda—. ¿Peeta?
Él se giró, lentamente, y la miró con cara de pocos amigos.
Katniss volvió a sonreír, todo inocencia.
—¿Cuál es el problema?
El dueño levantó las manos pidiendo perdón y habló antes de que Peeta pudiera dar ninguna explicación.
—Solo me queda una habitación libre —dijo, en tono suplicante—. No sabía que el duque iba a honrarnos con su presencia. Si lo hubiera sabido, no le habría dado la habitación a la señora Weatherby y sus hijos. Le aseguro que los habría mandado a otra pensión.
La última frase fue acompañada de un despectivo gesto con las manos que a
Daphne no le gustó nada.
—¿La señora Weatherby es la que acaba de entrar con cuatro niños?
El dueño asintió.
—Si no fuera por los niños...
Daphne lo interrumpió porque no quería oír el resto de una frase que, indudablemente, implicaba echar a la calle a una mujer sola en plena noche.
—No veo ninguna razón por la que no podamos arreglarnos con una habitación. Tampoco somos tan importantes.
A su lado, Peeta apretó la mandíbula hasta que Daphne le oyó rechinar los dientes.
¿Quería habitaciones separadas? La sola idea valía para que una recién casada se sintiera suficientemente despreciada.
El dueño miró a Peeta y esperó su aprobación. Peeta asintió y el dueño juntó las manos encantado. Cogió la llave y salió de detrás del mostrador.
—Si hacen el favor de seguirme...
Llegaron a una habitación amplia, muy bien amueblada y con vistas al pueblo.
—Bueno —dijo Katniss, cuando el dueño se fue—. A mí me parece perfecta.
La respuesta de Peeta fue un gruñido.
—¡Qué elocuente! —murmuró Katniss, y después desapareció detrás del biombo.
—¿Katniss? —dijo Peeta, con voz ahogada—. ¿Te estás cambiando de ropa?
Ella asomó la cabeza.
—No. Sólo estaba echando un vistazo.
Peeta sintió los latidos del corazón fuerte como tambores.
—Mejor —dijo—. Tendremos que bajar a cenar temprano.
—Claro —dijo ella, sonriendo—. ¿Tienes hambre?
—Si.
La sonrisa de Katniss vaciló un poco ante esa cortante respuesta. Peeta se recriminó su actitud en silencio. Que estuviera enfadado consigo mismo no quería decir que tuviera que pagarlo con ella.
—¿Y tú? —preguntó, más suave.
—Un poco —dijo. Tragó saliva, muy nerviosa—. Aunque no sé si podré comer algo.
—La última vez que vine la comida era excelente. Te asegu...
—No me preocupa la comida —lo interrumpió—, sino mis nervios.
Peeta la miró sin entender nada.
—Peeta —dijo ella, intentando esconder su impaciencia—, nos hemos casado hoy.
Por fin todo tuvo sentido.
—Katniss —dijo él, amablemente—. No tienes que preocuparte.
Katniss parpadeó.
—¿No?
Peeta respiró hondo. Ser un marido amable y cuidadoso no era tan fácil como parecía.
—No consumaremos nuestro matrimonio hasta que lleguemos a Clyvedon.
—¿No?
Peeta abrió los ojos, sorprendido. ¿Eran imaginaciones suyas o Katniss parecía decepcionada?
—No voy a acostarme contigo en una posada de carretera —dijo—. Te respeto más que eso.
—¿No?
Peeta contuvo la respiración. Estaba decepcionada.
—Mmm, no.
Ella se inclinó.
—¿Y por qué no?
Peeta la miró unos instantes, se sentó en la cama y la miró. Ella lo miraba con los ojos grises como platos, unos ojos llenos de ternura, curiosidad y algo de duda. Se pasó la lengua por los labios, seguramente por los nervios, pero el frustrado cuerpo de Peeta reaccionó al seductor movimiento con una rigidez inmediata.
Ella sonrió, vergonzosa, y sin mirarlo a los ojos, dijo:
—No me importaría.
Peeta se quedó helado y su cuerpo le gritó: «¡Cógela! ¡Llévatela a la cama! ¡Haz algo, pero ponla debajo de ti!».
Y entonces, justo cuando la urgencia empezaba a ganarle terreno al honor, ella pegó un grito, se puso de pie, se tapó la boca con la mano.
Peeta, que justo había alargado un brazo y se había inclinado para abrazarla, cayó de cara encima de la cama.
—¿Katniss? —Con la boca pegada al colchón.
—Debería haberlo sabido —dijo ella, lloriqueando—. Lo siento mucho.
¿Lo sentía? Peeta se sentó derecho. ¿Estaba lloriqueando? ¿Qué estaba pasando?
Ella se giró y lo miró con ojos temblorosos. Peeta no tenía ni idea de qué le pasaba a Katniss.
—Katniss —dijo, con dulzura—, ¿qué te pasa?
Ella se sentó a su lado y le acarició la mejilla.
—Soy tan insensible —susurró—. Debería haberlo sabido. No tendría que haber dicho nada.
—¿Qué deberías haber sabido? —dijo él.
Katniss apartó la mano.
—Que no puedes... Que no podrías...
—¿Qué no puedo qué?
Ella bajó la mirada y la fijó en las manos que tenía encima de las rodillas.
—Que no puedes consumar el matrimonio —susurró ella.
Fue un milagro que la erección de Peeta no se derrumbara en ese mismo momento. Honestamente, no sabía ni cómo se las había arreglado para decir:
—¿P-perdón?
—Igualmente seré una buena esposa. No se lo diré a nadie, te lo juro.
¿Katniss creía que era impotente?
—¿Por-por-por qué? —¿Otro tartamudeo?
—Ya sé que los hombres sois muy sensibles con ese tema —dijo ella, despacio.
—¡Sobre todo cuando no es verdad! —exclamó él.
Katniss levantó la cabeza.
—¿No lo es?
Peeta entrecerró los ojos.
—¿Te lo dijo tu hermano?
-¡No!-Ella apartó la mirada de su cara-.Mi madre.
-¿Tu madre? -Peeta se quedó boquiabierto. Seguro que ningún hombre había tenido que soportar aquello en su noche de bodas-. ¿Tu madre te dijo que era impotente?
-No, no ...Bueno no con esas mismas palabras.
-¿Y qué fue lo que dijo, exactamente?
-Bueno, no demasiado. En realidad, fue muy raro, pero me dijo que el acto matrimonial... de alguna manera estaba relacionado con la procreación y...
-¿De alguna manera ? -interrumpió Peeta.
-Bueno, sí. -Katniss frunció el ceño-. La verdad es que no me dio demasiados detalles.
-Ya lo veo.
-Hizo lo que pudo -elijo Katniss en defensa de su madre.- Para ella fue muy difícil.
-Cualquiera diría que, después de ocho hijos, ya lo tendría más que superado.
-No creo. Además, cuando le pregunté si había participado en ese... acto, le pregunté si eso quería decir que ella había participado ocho veces y se puso muy colorada y...
-¿Le preguntase eso? -estalló a carcajadas Peeta, sin poder reprimirse.
-Sí. -Katniss entrecerró los ojos -. ¿Te estás riendo?
-No -elijo él, entrecortadamente. Katniss hizo una mueca.
-Pues parece que te estés riendo.
Peeta agitó la cabeza.
-Está bien -continuó Katniss, claramente contrariada-. A mí me pareció que la pregunta tenía sentido, porque tiene ocho hijos.
Él se inclinó y la tomó de las manos.
-Katniss -dijo, suavemente, masajeándole los dedos-, ¿tienes alguna idea de lo que pasa entre un hombre y una mujer?"
-No -dijo sinceramente.- Creía que iba a saberlo anoche cuando mi madre me dijo que...
-No digas nada más -dijo él, con una voz muy extraña-. Ni una palabra más. No lo soportaría.
-Pero...
Peeta hundió la cara entre las manos y, por un momento, Katniss creyó que estaba llorando. Sin embargo, mientras ella estaba allí sentada castigándose a sí misma por haber hecho llorar a su marido, se dio cuenta de que se estaba riendo. El muy desconsiderado.
-¿Te estás riendo de mí?
Peeta agitó la cabeza, sin levantarla.
-Entonces, ¿de qué te ríes?
-Oh, Katniss. Tienes tanto que aprender.
-Nunca dije lo contrario –gruñó ella.- Si la gente no se preocupara tanto por mantener a las jóvenes tan ignorantes, se evitarían escenas como ésta.
Él se inclinó y la miró profunda mente.
-Puedo enseñarte -susurró.
A Katniss le dio un vuelco el estómago.
Sin apartar la mirada de sus ojos, Peeta le cogió una mano y se la acercó a los labios.
-Te aseguro -dijo, recorriéndole un dedo con la lengua-, que soy perfectamente capaz de satisfacerte en la cama.
De repente, a Katniss le costaba respirar. ¿Y desde cuándo hacía tanto calor en esa habitación?
—No-no sé muy bien lo que quieres decir.
Él la atrajo contra su cuerpo.
—Ya lo sabrás.

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