LUPUS I - A los Lobos les gus...

By carumbooks

3K 258 37

De las tantas cosas que pueden causar que el mundo se desmorone, a Ángela le tocó la peor. Los Lobos están al... More

HORA CERO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4: Primer Juicio
Capítulo 5: Segunda Noche
Capítulo 6: Segundo Juicio
Capítulo 7: Tercera Noche
Capítulo 8: Tercer Juicio
Capítulo 9: Cuarta Noche
Capítulo 10: Cuarto Juicio
Capítulo 11: Quinta Noche
Capítulo 12: Quinto Juicio
Capítulo 13: Sexta Noche
Capítulo 14: Sexto Juicio
Capítulo 15: Noctis Finalem - Descensus Inferos
Capítulo 16: Noctis Finalem - Amara Ruinam
Capítulo 17: Noctis Finalem - Sanguis Fluat
Epílogo

Capítulo 3: Primera Noche

215 17 5
By carumbooks

152 HORAS ANTES

Un segundo fue más que suficiente para caer del éxtasis a un desesperado caos. Todo el mundo corría despavorido a tomar sus cosas para huir del pueblo, a refugiarse en los bosques linderos, o a encontrar alguna aldea lejana si es que soportaban seguir el camino que hacían los mercaderes por la montaña. El presentimiento de Ángela era acertado, el aullido había reclamado su protagonismo antes de la salida del sol, durante la segunda luna.

Y entonces el juego comenzó, mientras la vida como Ángela la conocía llegaba a su fin. Pasaría un tiempo antes de que ella pudiera descubrirlo, pero esa era su última noche como una muchacha curiosa, algo impulsada por la intriga y, aunque no quisiera reconocerlo, felizmente ignorante. A partir de ese momento, la curiosidad y la intriga seguirían presentes, pero su ignorancia murió joven y se convirtió en una cicatriz más del pasado que habría que soportar para seguir adelante.

Ángela tuvo que utilizar todas sus fuerzas para evitar ser arrastrada por la multitud. Los ojos que se cruzaban con su mirada la dejaban profundamente afectada: las pupilas dilatadas, moviéndose frenéticas dentro de las cuencas, buscando un refugio muy lejano. El aire parecía haberse enfriado de golpe, y cada suspiro desesperado se transformaba en una nube de vapor.

A los lejos alguien gritaba su nombre, probablemente su madre. Sopesó sus opciones. ¿Debería ir con su madre y hermana? ¿Dónde había ido a parar Alek? Y quería despedirse de Black también. ¿Y si ellos ya estaban evacuando con los demás? ¿Y si al final decidían quedarse? Tenía que encontrarlos, pero no los veía por ningún lado, y la marea de gente que corría hacia la salida por el bosque la arrastraba cada vez un poco más. Al final, cedió ante los gritos de su madre, y comenzó a llamarla también.

—¡Mamá! —aulló, pero enseguida notó que había unas cuantas personas gritando la misma palabra, y que sería difícil reconocerla así. Tratando de mantener la calma, la llamó por su nombre—. ¡Constantine! ¡Constantine Fraser!

Luego de empujar a un par de ebrios que huían horrorizados, una mano serpenteó entre la multitud y la tomó con fuerza del brazo. Ángela intentó retroceder, sorprendida, hasta que reconoció el rostro de su madre.

—Vamos —dijo la mujer, aún aferrando a Ángela por la muñeca y con Mavra colgada del otro brazo—. No tenemos mucho tiempo.

Avanzaron en hilera tomadas de las manos, con la pequeña Mavra casi volando tras los pasos firmes y largos de Constantine. Ángela cerraba la marcha, mirando por sobre su hombro cada vez que podía, pero no logró hallar a Black o a Alek. Ni siquiera a los gemelos, o a alguien conocido. Le pareció ver la cabellera rojiza de Oksana, pero no estaba segura. Debía admitir que ella también estaba mareada por la cerveza y el licor.

—Madre, para —intentó llamar, pero la mujer iba demasiado concentrada. Casi llegaban a su cabaña—. Mamá.

Constantine se volteó bruscamente y volvió a tomar a Mavra en sus brazos. El miedo le bailaba en los ojos, pero de alguna forma que Ángela hallaba indescifrable, ese miedo parecía convivir con una firme determinación.

—Tienes que hacerlo, ¿verdad?

El tono con el que habló fue triste, y luego de esas palabras fue como si las tres se encontraran en su propia burbuja, inalcanzables para el barullo externo. Ángela asintió con una mueca, incapaz de hablar, y Mavra comenzó a llorar a los gritos.

—¿Cómo lo supiste? —le preguntó Ángela a su madre, mientras alzaba ella misma a su hermana y la apretaba contra su pecho.

—Últimamente tienes la misma actitud que él tenía. Como si no supieras bien lo que estás haciendo, pero dentro de ti sientes que este es tu deber —suspiró, aunque Ángela ya había entendido todo—. Tu padre.

—Es solo que... —Ángela dudó al sentir que Mavra le rodeaba el cuello con sus pequeños brazos, con más fuerza de la que su aspecto frágil permitía esperar—. Hay preguntas que me zumban en la cabeza. Cosas sobre papá y cómo todo terminó para él. Tengo que responderlas por mi cuenta, no puedo vivir con el misterio. Tengo que ver.

Constantine no dijo nada más. Simplemente se acercó y abrazó a sus dos hijas, con fuerza, con un ímpetu que sabía a final.

—Las quiero. Para siempre.

Ángela pasó a Mavra a los brazos de su madre. La pequeña sollozó e intentó resistirse, pero no le duró mucho. Lo último que Ángela le oyó decir fue "tú puedes, tú eres fuerte igual que papá", y luego se dedicó a esconderse contra el pecho de su madre.

—Corre, mamá. Todos están evacuando, no pierdan tiempo.

Su madre asintió y le dedicó una última mirada de esos ojos que tantas veces le habían servido de refugio.

—Nos volveremos a ver —declaró, escueta. Luego esbozó una débil sonrisa ladina y echó a correr con su hija más joven en brazos. Ángela se quedó allí quieta hasta que las perdió de vista, haciendo una promesa interna de que iban a abrazarse de nuevo, pero su madre no volvió a mirar atrás.

*****

Le era imposible concentrarse. Un pitido molesto le invadía los oídos como una advertencia de peligro, y de repente estaba cuestionando todas sus decisiones. Parpadeó dos veces. Muchas personas pasaban corriendo a su lado sin siquiera notarla.

—¡Ángela!

Reaccionó. Entre la marea de gente, uno de los gemelos corría hacia ella.

—¿Qué haces aquí parada? —era Tosya—. Ángela, ¿has visto a Lev?

—No —susurró ella, saliendo de su trance. No llevaba mucho tiempo allí parada, aunque se sintiera como una eternidad, en realidad acababa de ver a su madre y a su hermana desaparecer entre el gentío—. No sé dónde está tu hermano, Tosya, lo siento —respondió, ya más alerta—, pero hay alguien a quien tengo que encontrar.

Ángela empezó a moverse, tratando de agudizar la vista. Una presión comenzaba a formársele en el pecho; los nervios le trepaban por la garganta y le hacían temblar la mandíbula. Echó a correr, perdiendo la poca calma que le quedaba. La presión crecía y crecía, pero lejos de paralizarla, la hacía moverse más rápido. Sentía que algo estaba a punto de romperse. Un equilibrio que una vez desbalanceado no volvería a su forma original. Una imagen de su padre cruzó su mente, pero Ángela la evitó. No era el momento de pensar en esas cosas.

—¡Tiana! —gritó, cuando vio a una chica tan o más desesperada que ella misma, hundiendo los pies en la nieve mientras gritaba algo que Ángela no llegaba a oír—. ¡Tiana! —volvió a gritar, esta vez más fuerte, mientras le hacía señas agitando los brazos en el aire.

Se trataba de la novia de Black. Una muchachita de su misma edad, pero tan pequeña y frágil que a veces parecía una niña. En ese momento lucía como un conejito mojado, abrazándose a sí misma para abrigarse un poco mejor. Ángela no le veía bien el rostro porque una maraña de pelo oscuro le tapaba la cara, indomable a causa del viento.

—Tiana, ¿qué haces aquí? ¿Estás con Black?

La chica se corrió el pelo de la boca con una mano muy pálida. Le temblaban los labios.

—¡No sé dónde está Markov! —intentó hacerse oír—. ¡Se suponía que nos encontraríamos aquí si sonaba el aullido!

A Ángela no se le ocurría, ni por asomo, dónde podría haberse metido Black. Las probabilidades de que haya huido sin su novia, o sin ella, eran pocas. Tal vez estaba con Colum, pero esa idea tampoco le gustaba. Sacudió la cabeza.

—Tiana —tomó a la otra chica por los hombros para que la mirase directamente y habló lo más fuerte y claro que pudo—. Tienes que irte ahora mismo. Vete. Si no te vas ahora, perderás tu oportunidad.

—¿Qué hay de Markov?

—Black no es ningún tonto. Sabrá escapar. Pero si tú te quedas aquí preocupándote por él, ya sabes cómo terminará la historia.

A ella también se le acababa el tiempo. Se aseguró una vez más que Tiana estuviera bien, le hizo prometer que se iría, y echó a correr nuevamente. Cada vez quedaba menos gente en el pueblo, las calles de Captionem se vaciaban. Miró hacia arriba y vio que las nubes colgaban bajas; algo muy oscuro se revolvía en el cielo.

Deambuló por la plaza, por detrás de las casas, y por distintas callecitas. Le ardía la garganta de tanto gritar su nombre, pero seguiría gritando tanto como hiciera falta. "Alek, ¿dónde estás? No te has ido sin mí. Tú no te irías sin mí", pensaba, con menos firmeza a cada segundo que pasaba. Ángela sabía que estaba perdiendo demasiado tiempo, que debía ser la siguiente en la línea. Que probablemente los límites del pueblo ya estaban sellados. El tiempo para arrepentirse había quedado atrás.

Casi rendida ante de la idea de que Alek se había ido sin decir adiós, desanduvo su camino por la Calle Central hasta la plaza. Con la cabeza gacha, tocó la aldaba de bronce de la residencia McLeod, cosa que ya había intentado varias veces, y como en todas las anteriores, tampoco hubo respuesta.

Ahora rendida del todo, se acercó despacio hacia la salida principal del pueblo, por el frente, directo hacia el camino de los mercaderes. Los adoquines de la plaza terminaron y los pocos metros que quedaban eran de una tierra mojada muy oscura, casi negra, cada vez más cubierta por la nieve. Un sonido no tan lejano llamó su atención, como si alguien estuviera llorando. Levantó la vista; el viento parecía haberse calmado de golpe y ya no había más que una brisa y la nieve cayendo de forma insistente pero silenciosa.

Buscó la fuente del sonido, pero no vio nada. Comenzó a caminar hacia la derecha, por detrás de la Iglesia, en el mismísimo borde del pueblo. Un borde que una vez que Lupus comienza se vuelve muy difícil de cruzar. Escuchó aquel ruido de nuevo, y frenó en seco. Entonces lo vio, delante de sus ojos incrédulos. Movió los labios un par de veces, pero no le fue fácil hablar.

—¿Alek?

Él giró enseguida, con los ojos tan abiertos que parecían demasiado grandes para su cara. El labio inferior le temblaba, errático. Se pasó una mano por el pelo y se corrió los rizos que le caían sobre la frente, como si no pudiera creer que Ángela estuviera ahí parada, con él, ambos del mismo lado del límite. No dijo nada, pero Ángela pudo ver toda la secuencia: los ojos, que en aquel momento estaban más castaños que verdes, se le aguaron inconteniblemente y una mueca le adornó la cara. Por un momento su rostro pareció volver a ser el de un niño de diez años, con las mejillas rojas y los ojos hinchados de llorar por algún berrinche.

Alek movía los labios una y otra vez, pero estaba como ahogado. Y aunque parecía querer gritar, a Ángela solo le llegaba silencio. Una especie de barrera se había levantado entre ellos, impidiendo ese entendimiento absoluto que tenían para con el otro. Ambos se veían desencajados, como si no lograran enfocar la vista. Ángela comprendió enseguida que a partir de entonces todo se daría de esa manera, que habría que avanzar a ciegas y a los tumbos. Las palabras de Alek resonaron en su cabeza, y supo, muy a su pesar, que "dejarse llevar" era la única opción.

—Pensé que te habías ido sin buscarme —soltó ella en un tono muy neutro para la situación—, pero jamás imaginé que te quedarías —"y ahora somos parte de los quince estúpidos", pensó.

Él tomó aire con la boca muy abierta, como si todavía no pudiera sacudirse el shock que lo apresaba.

—Te estaba buscando —balbuceó—. Los busqué uno por uno. Mi madre estaba con esas arpías con las que toma el té. También encontré a tu madre y a tu hermana. Los saqué a todos.

La mirada de Ángela cayó hacia el piso bruscamente, como si alguien le hubiese golpeado la cabeza desde arriba. No dijo nada.

—Decidiste quedarte —siguió Alek, y de pronto, con la rabia, se le aclaró la voz—. ¡Lo elegiste! Y a mí... A mí me lo dijo tu madre.

—Alek, no sabía cómo decírtelo. Sabía que no lo aprobarías...

—Por supuesto que no —gruñó, y miró hacia el bosque—. Y te busqué, y vi a Black, que también estaba buscándote a ti. Y a Tiana. Cuando me rendí, quise salir.

Esas últimas dos palabras se clavaron en la cabeza de Ángela y perduraron allí, taladrándole el cerebro con un sentimiento de culpabilidad. Empezó a temblar, mientras Alek parecía recuperar de a poco la compostura.

—La mirada rota de mi madre —continuó él— cuando vio que yo no podía cruzar el límite para ir con ella... Esa mirada sigue ahí, grabada detrás de mis párpados. Se alejó hacia atrás, sin querer voltearse, hasta que echó a correr. Esa es la última imagen que tengo de ella —volteó la cabeza para mirarla, soltando un largo y cansado suspiro—. Tu madre y tu hermana se fueron. Están a salvo.

Cuando hubo dicho todo lo que tenía para decir, se acercó a Ángela, eliminando los pocos metros que los separaban y la abrazó, largamente y con incertidumbre. Algo indefinido entre miedo y sabor a final los tenía presos a los dos.

*****

—¿Y tu padre? —Preguntó Ángela con la voz de quien acaba de despertarse. Llevaban un rato abrazados sin decir nada, allí, en el borde del pueblo, mirando hacia afuera.

—Está en casa.

—¿Qué? Alek, no hablas en serio.

Él parpadeó varias veces, retrocedió un paso y se acomodó el pelo, como si con eso estuviera listo para reanudar su vida.

—Vamos.

Empezó a caminar, sin preocuparse por saber si Ángela podía seguirle el paso a sus piernas largas. Rodearon la Iglesia y se encontraron en la plaza vacía, que parecía mucho más grande que antes. Alek fue directo hacia su casa, la residencia McLeod, y abrió la puerta sin tocar la aldaba. Para Ángela, que siempre veía el estilo de vida de los McLeod como algo inalcanzable, entrar a aquella casona tan grande sin siquiera esperar era casi increíble.

Adentro, la casa estaba oscura y helada. Casi todo era de madera maciza, seguramente importada, y Ángela se sujetó las manos detrás de la espalda, con miedo a dañar algo.

—Padre —llamó Alek.

Czar McLeod apareció desde la cocina, retumbando a cada paso con sus botas de cuero. El hombre tenía un aspecto mucho más afable, ahora que estaba en su casa, que cuando se lo veía en la calle. Sin embargo, Ángela pudo reconocer en su ceño la severidad de la que Alek tanto le había hablado, y se sintió pequeña ante él.

—Ah, conque Ángela Fraser —rió Czar, apoyándose en la mesa—. Sabía que andabas por ahí con alguna chica últimamente, hijo.

Más que pensar en si su suegro la aceptaba o no, Ángela estaba sorprendida por la reacción del padre de Alek. Hablaba con total naturalidad, como si saber que su hijo se había quedado a jugar Lupus no le afectara en absoluto. Luego recordó una conversación que había tenido con Alek meses atrás: su padre jamás demostraría debilidad en frente de otros, jamás caminaría encorvado o con la frente gacha. Y eso mismo había querido enseñarle a él.

—No me mires así —protestó Czar—, como si me tuvieras lástima —sacó del bolsillo del pantalón una pluma, larga y rayada—. Esto es. Por esto sigo aquí.

Después de evaluarla un momento, Ángela reconoció la pluma. La había visto en un libro, dibujada con todo detalle. Esa pluma representaba al letrado, al culto, representaba la ley. La había visto en su tomo de Lupus: era el símbolo del Juez. Abrió la boca, sorprendida, sin saber muy bien qué decir.

—Lo siento mucho, señor.

—No hace falta, niña. Yo estoy a salvo. Lo siento por ti, en cambio, que tienes que jugar.

—No sabía que el Juez se quedaba a jugar por obligación —contestó ella, sacudiendo la cabeza—. Quiero decir, recibiste tu símbolo incluso antes de que el pueblo termine de evacuar, ¿No es así?

—El Juez es casi como un espectador —interrumpió Alek—, pero tiene que ser alguien capaz de controlar a un rebaño de personas en el que todos son o asesinos o gente desahuciada. Supongo que la magia elige cuidadosamente al Juez. Como a los Lobos.

Ángela se quedó pensando. El Juez es la decimosexta persona, alguien que se queda a mediar el juego. La persona que llama a todos los jugadores a reunirse para los Juicios, la que tiene que observarlo todo sin poder hacer nada. Era cruel, por supuesto, que el Juez sea una persona que no haya decidido quedarse. Pero no le parecía lo mismo que con los Lobos. Ellos estaban obligados a matar. Acordándose de su padre, Ángela pensó que esa injusticia era insuperable.

*****

Mientras caminaban de vuelta hacia su cabaña, Ángela trataba de entender por qué habían ido a ver a Czar en un principio. ¿Acaso Alek creía que, como Juez, su padre podía darles alguna protección? No había dicho nada delante de ella, pero se le notaba en los ojos una desesperación creciente, loca, que no sabía por dónde escapar. Ahora él caminaba adelante, pero iba como perdido, deambulando.

—Alek —él frenó y la miró. Tenía la boca medio abierta y las mejillas coloradas. Los ojos, más verdes que de costumbre, sin determinación. Ángela se adelantó y lo tomó del brazo—. Vamos a casa. Hay que comer algo.

Al llegar, Alek fue directamente a buscar carbón detrás de la cabaña. Prendió el fuego en la chimenea y Ángela colgó una olla con agua y vegetales.

—Tal vez en la casa de Black haya quedado algo de carne. Puedo ir a revisar, no creo que hayan cerrado la puerta antes de huir. Si hay algo, se pondrá rancio de todos modos —Ángela ya estaba poniéndose la capa para volver a salir cuando Alek la tomó del brazo. Tenía los ojos clavados en el fuego, y ella supo leer en su expresión que tenía miedo. Estaba aterrado, aunque no supiera como decirlo—. No te preocupes. Faltan varias horas para que anochezca. Volveré enseguida.

Salió a la helada y la luminosidad del día la dejó ciega por unos segundos. Se dirigió automáticamente a la derecha, a la casa de Black, y se apoyó en la ventana del panadero con todo el peso de su cuerpo. En ese momento, al ver la calle vacía y al saber que no la recibiría nadie allí, al recordar los ojos asustados de Alek, comprendía el peso de su decisión. Se acercó hasta la puerta e intentó abrir, confiando en que estaría abierta. No lo estaba. Volvió a intentar, confundida, pero el pomo no cedía. Estaba cerrado con llave. Antes de que pudiera entender qué significaba aquello, la puerta se abrió de golpe y ella se tambaleó hacia atrás. Un hombre de espalda ancha le apuntaba con un cuchillo.

La escena no duró más que unos segundos. Black, dándose cuenta de quién estaba frente a él, bajó el cuchillo y abrazó a su amiga. Ángela seguía atontada, no esperaba encontrarse a Markov allí, y mucho menos con esa mirada tan penetrante. Sin soltarla y sin dejar de mirar a todos lados, Black se metió en la casa y cerró la puerta tras ellos.

—¿Qué carajo, Ángela? Tenías que irte. ¿Alek permitió esto?

—Alek también está aquí. Y él no decide lo que yo hago.

Ángela enfrentó a su amigo con la mirada. Empezaba a molestarle que sus amigos pensaran que todo aquello era un gran accidente. Ella había tomado una decisión, por muy difícil que esta fuera. Y si bien nadie parecía apoyarla, sentía que su padre estaba con ella.

—Ya es un poco tarde para quejarse y arrepentirse. El pueblo está cerrado —continuó—. Los que estamos aquí, tenemos que jugar. Así que puedes regañarme y hacer un berrinche por mi insensatez, o podemos pasar la noche juntos y protegernos. Apuesto a que tienes a tu padre escondido ahí atrás.

Black bajó la cabeza. Ángela estaba en lo cierto, él se había quedado para intentar salvar a su padre, que ya estaba cansado de la vida y no parecía tener ganas de que lo salven.

—Mi padre se quedó para que no tenga que quedarse otro joven, dice él —bufó Black, evidenciando que eso le parecía una estupidez—. Pensé que, con un poco de estrategia, podría lograr que ambos salgamos vivos de esta. ¡Y ahora me entero que tú y Alek se quedaron también! —se agarró la cabeza—. No sé si podré salvarnos a todos.

Alguien tocó la puerta. Ambos reaccionaron con miedo. Ángela dudaba mucho que fuera Alek.

—¿Hay alguien en casa? —una voz se hizo oír desde afuera—. Black, si estás ahí, tengo algo que es tuyo.

—Son los gemelos —dijo Ángela, dándose cuenta—. Conozco esa voz, es Levka, el amigo de Alek.

—Sé quién es.

Black se metió la mano en el bolsillo, buscando el mismo cuchillo con el que había apuntado a Ángela, y se acercó a la puerta. En cuanto la hubo abierto un poco, se escuchó el ruido del cuchillo al golpear el piso de madera, y Black se lanzó hacia el exterior. Ángela lo siguió, intrigada, y la imagen que encontró era funesta. Los gemelos, Levka y Tosya, se habían hecho a un costado, con las caras apenadas. Black estaba arrodillado en la nieve, tomando por los hombros a una chica casi tan pálida como su entorno, que no parecía capaz de reaccionar. Era Tiana.

—La encontramos en el borde del pueblo —explicó Tosya—. Está desorientada. Al parecer, intentó escapar un par de veces cuando ya era demasiado tarde. Eso no debe ser fácil de procesar.

—Gracias —masculló Black, escueto, y alzó a Tiana en brazos para llevarla dentro de la casa.

Los gemelos se quedaron mirando a Ángela como si estuvieran a punto de conversar sobre el clima.

—Parece que todos vinimos a la fiesta —dijo Lev, irradiando el mismo buen humor de siempre—. ¿Te nos unes para almorzar?

—Iba a robar un pedazo de carne de la casa de Black. No sabía que estaba allí, y mucho menos que tiene otras dos bocas que alimentar.

—Nosotros tenemos carne —dijo Tosya, mirando hacia su casa, que no estaba muy lejos—. Nos queda algo de ciervo. Si ya tienes el fuego puesto, lo traemos.

*****

La reunión era un poco extraña, pero Ángela se sentía más distendida con la presencia de los gemelos. Incluso Alek parecía haber salido de su shock.

—Es una lástima que tanta gente conocida se haya quedado —protestó, llevándose un bocado de carne a la boca—. Preferiría que fueran todos extraños. Así no dolería tanto.

—Bueno, depende de cómo lo mires. Si somos varios, podríamos formar una especie de alianza —dijo Lev, moviendo la cuchara mientras hablaba, como si fuera una batuta—. Tendríamos más chances de encontrar a los Lobos.

Tosya se atragantó con el caldo y una ligera incomodidad se levantó en el ambiente.

—Mi hermano tiene razón —tosió un poco antes de continuar—, pero de todos modos, los personajes no terminarán de definirse hasta mañana. Probablemente la mitad de los jugadores aún no conoce su rol.

—¿A cuántas personas hemos identificado hasta ahora? —Ángela comenzó a pensar en voz alta—. Al lado están Black, Colum y Tiana. Con nosotros, vamos siete personas. Todavía desconocemos a la mitad de los jugadores.

—Nosotros vimos a tu amiga metiéndose a su casa —añadió Lev.

—¿Qué amiga? ¿A Maeve?

—Mh —asintió con la boca llena de comida—. Sí, esa.

—Bueno, entonces ya somos ocho. Es más de la mitad. Si nos aliamos, nuestro voto unánime sería invencible en los Juicios —concluyó Alek, contento.

—Hasta que solo quedemos nosotros ocho y tengamos que condenarnos los unos a los otros.

El comentario de Ángela volvió a generar esa sensación extraña de antes. Sabía que había tocado un tema sensible, pero estaba convencida de que tenía razón. Sería utópico pensar que ninguno de los ocho tendría la mala suerte de ser un Lobo. Incluso temía que el legado de su padre le cayera encima como una maldición. Todavía no era de noche y la posibilidad de ser un Lobo seguía abierta. Ángela levantó la vista de su plato y se encontró con los ojos de Tosya clavados en ella, pero no supo leer si estos expresaban miedo, o una silenciosa acusación.

—Todavía no llegamos a eso —resolvió Lev tras beber un vaso entero de agua—. Por ahora, lo más urgente es pasar la Primera Noche. Y sobre todo, ser discretos. Aunque la mitad de los jugadores sean amigos nuestros, o al menos vecinos, no podemos armar una alianza con todos. Cualquiera puede ser un Lobo, y puede que esa persona ya lo sepa, o no. De cualquier modo, recomiendo que seamos extremadamente cuidadosos con lo que decimos y a quién se lo decimos. Incluso entre nosotros.

No era común que Levka hablara tan en serio. Él era siempre bromas, sonrisas y buen humor. Pero en aquel momento todas las facciones de su rostro parecían haberse ensombrecido. Miró a su gemelo como solo los gemelos pueden mirarse, y cerró los ojos. Una espesa nostalgia adelantada empezaba a sentirse en el comedor, una que ya no podría levantarse.

—Creo que es mejor que nos vayamos, hermano —continuó Levka—. Aún es temprano, pero quiero que nos quedemos en casa. La calle ya me da mala espina.

Tampoco era usual que Lev fuera tan protector con su hermano. Por lo general, el más sensato era Tosya, y la situación se daba al revés.

—Supongo que nos veremos cuando mi padre llame a los jugadores a reunirse —murmuró Alek, medio en tono de pregunta.

—Sí, al bajar el sol.

*****

Alek estaba perdiendo la cabeza. Faltaba poco para el atardecer, pero los minutos se le hacían insoportables. Ángela parecía calmada, sentada en la mesa con el tomo de Lupus abierto. Llevaba horas frente así. Él no podía acceder a sus pensamientos, tal vez estaba volviéndose loca también, pero para Alek representaba un punto de luz en la oscuridad.

—Ya deja de dar vueltas —le dijo Ángela de repente, sin levantar la vista del libro.

—Es que no puedo conmigo mismo.

Estaba siendo sincero. Alek siempre intentaba ser leal a la verdad, como su padre le había enseñado con tanta insistencia. Y en ese momento, la verdad era que no podía estarse quieto porque el miedo se le escapaba por los poros.

—Ven —suspiró Ángela, cerrando finalmente el libro y levantándose. Extendió los brazos hacia él y lo miró con esos ojos azules, profundos como el océano, que para él siempre eran una guía.

Alek se acercó a ella y se inclinó un poco para esconder el rostro contra su cuello. Se sentía bien, de vez en cuando, no tener que ocultar la debilidad. Eso era lo que más le gustaba de su relación. Con Ángela, podía permitirse ser débil, y ella no solo no iba a juzgarlo, sino que sería fuerte por él.

—Estaremos juntos siempre —ella le habló despacio, como se le habla a un niño pequeño—, y si tenemos una estrategia y no hacemos las cosas sin pensar, saldremos juntos de aquí. ¿Está bien?

Él quería permanecer en su cuello un poco más, así que solo masculló una respuesta afirmativa. Se quedó allí, respirando ese aroma a jabón tan característico de Ángela. Se quedó en su espacio de seguridad por lo que le pareció demasiado poco.

—Levanta —Ángela le palmeó la espalda, alarmada—. Escucho algo.

Alek se dirigió hacia la ventana y observó, escondiéndose detrás de la cortina. En cuanto entendió lo que era el ruido, cerró los ojos y dejó ir un largo suspiro.

—Es mi padre. Es hora de reunirse con los jugadores.

Ángela se puso la capa y se dirigió impulsivamente hacia la puerta. Hizo ademán de agarrar el pomo, pero Alek le tomó la mano a medio camino. La atrajo hacia él y la miró de frente. Los ojos se le habían puesto más verdes que castaños.

—Dame la mano —le subió la capucha con delicadeza, cubriéndole bien las orejas—, y no me sueltes en ningún momento. Quiero que todos vean que estás conmigo. Que para hacerte daño a ti tendrán que pasar sobre mí primero.

Ángela sonrió ampliamente, dándose cuenta de que Alek había logrado recomponerse. Tenía la esperanza de que volviera pronto a ser aquel chico que se mostraba seguro, con un humor agudo y un indudable don de gentes. De lo contrario, si se ensimismaba en su miedo, Ángela tendría que velar por él, y no sabía si tenía fuerzas para eso.

—Claro —respondió, feliz porque al parecer no haría falta.

Ambos salieron a la noche helada tomados de la mano. Mientras caminaban hacia la plaza, Ángela no pudo evitar notar que las nubes seguían bajas, formando una especie de domo que cubría el pueblo. La luna se escondía tras ellas, como si ya hubiera terminado sus maldades y se estuviese yendo a dormir. Una noche joven y sin luna. Un escalofrío le recorrió la espalda y se pegó más a Alek, ansiando ver el sol.

En la plaza se reunieron dieciséis caras pálidas. Mientras llegaban todos, formaban un círculo alrededor de Czar, que estaba tocando un cuerno para convocar a los jugadores.

—Bonum venandi —Buena caza. En el libro de Lupus estaba indicado el uso tradicional de ese saludo, pero a Ángela le sorprendió que Czar lo utilizara realmente.

El padre de Alek era un hombre alto e imponente. Por lo general era un buen orador, pero en ese momento Ángela no era capaz de prestarle atención. Estaba demasiado concentrada en identificar a los jugadores. Después de todo, Czar los había convocado allí para eso. La mitad de los presentes no la sorprendieron: Colum, Tiana y Black, Maeve, los gemelos. Por supuesto, Alek, que no le soltaba la mano. Pero había otras personas que realmente no esperaba ver. La primera en llamar su atención, y no para bien, fue la cabellera roja de Oksana. Luego enfocó su atención en una chica rubia que, aunque era alta, de alguna forma parecía pequeña. Tal vez era su postura, o sus ojos asustados. Ángela pensó que era el tipo de persona que no sobreviviría muchas noches. No sabía su nombre.

También había dos chicos que estaban juntos, hablando entre susurros. Uno de ellos era fornido y con el pelo tan negro que era difícil de distinguir, y el otro era particularmente delgado. Se abrazaba a sí mismo para protegerse del frío. Ángela los reconoció como Jov y Maks. Los había visto por última vez en la fiesta, bailando. No eran amigos suyos, pero tampoco eran caras extrañas. Por último, la vista de Ángela se detuvo sobre tres chicas, paradas unas junto a otras, que no hablaban ni parecían saber hacia dónde mirar. Las tres parecían nerviosas. La única que Ángela pudo reconocer era Logary, su vecina. La chica vivía justo en frente de su cabaña. Era rubia y siempre tenía los mofletes colorados. Nunca había cruzado con ella más que saludos cordiales, pero había escuchado que se trataba de una muchacha muy amable. Consideró hablarle y unirla a la alianza. Apretó la mano de Alek, y en cuanto este la miró, le señaló con los ojos a Logary. Por toda respuesta, él le mostró discretamente la palma de su mano, extendida, por detrás de la espalda. Una señal de que tendría que esperar.

—Los he llamado aquí para revelar a todos los jugadores. Una vez que se hayan visto y reconocido, son libres de irse —Czar rió por la ironía de lo que acababa de decir, y un poco también por la vergüenza. Les echó una mirada seria a todos, uno por uno, como instándolos a portarse bien—. Buena suerte.

*****

Alek no estaba comiendo nada. Revolvía la sopa, una y otra vez, creando distintos patrones, como si eso le ayudara a pensar. Ángela lo observaba desde el otro lado de la mesa, pero él estaba tan ensimismado que no se daba cuenta.

—¿En qué piensas?

Alek dejó la cuchara.

—En ti. En nosotros —se levantó y giró su silla. Se sentó al revés, con los brazos y la barbilla apoyados en el respaldo, más cerca de Ángela—. ¿Deberíamos salir a la calle de noche? ¿Deberíamos atrincherarnos aquí? ¿Si nos quedamos dentro, seremos Aldeanos? Tal vez eso sea lo mejor.

—¿Tú te quedaste aquí para ser un Aldeano? —si se lo miraba muy de cerca, justo debajo de los ojos, Alek tenía unas pequeñas pecas marrones que le resaltaban el verde de sus iris. Pero en ese momento, ante el comentario de Ángela, los ojos se le oscurecieron. Volvió la vista hacia su sopa. Ángela ya no podía acceder a su mirada—. Lo siento mucho, Alek. Perdóname.

—¡Yo no quería quedarme! ¡En absoluto!

La mano de Alek temblaba, el puño cerrado alrededor de la cuchara.

—Lo sé, lo siento.

—¿Terminaste de comer?

Ángela asintió y Alek comenzó a levantar la mesa sin decir otra palabra. Cuando ella enfiló hacia las escaleras, hacia el dormitorio, él la detuvo por el brazo. Tenía un hábito de hacer eso.

—Toma esto.

Le estaba tendiendo un cuchillo. Se lo ofrecía por el lado del mango, como si fuera un objeto cualquiera. Las manos ya no le temblaban y la determinación en sus ojos era feroz.

—Alek, ¿para qué quieres que tenga esto? Tú estarás justo a mi lado.

—No importa, Ángel. Si a mí me pasa algo, igual quiero que estés protegida. Y atenta —agregó—. Debemos dormir con un ojo abierto.

Ángela tomó el cuchillo sin saber muy bien qué hacer con él. Subió a la habitación, con el confort de los pasos de Alek tras ella, y trató de vaciar su mente de toda distracción que fuera a impedirle dormir.

—La chica rubia que estaba parada junto a Oksana —comenzó Ángela, acordándose de la muchacha de aspecto enfermizo—, antes, cuando tu padre nos convocó. ¿La conoces?

Alek estaba acomodando otra frazada en la cama; la noche era especialmente fría. Se quedó quieto un momento, concentrándose en recordar el rostro que Ángela le refería.

—Era más alta que yo —continuó ella—, pero parecía tan delgada, tan frágil.

Alek se metió a la cama.

—Solo sé que se llama Laika. Creo que es una amiga de Oksana.

—También estaba Logary, mi vecina de aquí enfrente.

—Ángel —la interrumpió Alek, girándose para verla a la cara—, ¿crees que podamos intentar dormir un poco? He trancado la puerta con la mesa del comedor, y trabé todas las ventanas. Si alguien quisiera entrar, tendría que romper un vidrio. Estaremos bien. O, si te da miedo, podemos montar turnos de guardia.

—No hace falta. Me vendría bien descansar la mente un poco.

*****

Dormir le fue imposible. Imágenes de distintos escenarios posibles aparecían en su cabeza, su mente iba a toda máquina. Cuanto más esfuerzo hacía por dormirse, más activa se sentía. Miró a su lado: Alek se había hecho un bollo con la frazada y roncaba tanto que seguro en la cabaña de al lado se oía. Ángela se levantó, tratando de evitar aquellas tablas del piso que sabía que rechinaban, se calzó, y bajó la escalera a oscuras.

En el comedor, encendió un farol y lo puso sobre la mesa, que estaba trabando la puerta. Tomó el libro de Lupus y avanzó unas cuantas páginas, hasta que encontró una cita que había leído tanto, que prácticamente la sabía de memoria.

"Durante la Primera Noche, todos los jugadores que aún no la hayan recibido, obtendrán su carta de personaje. Este símbolo les indicará qué rol deben jugar. Aquellos que obtengan personajes especiales deben comenzar a jugarlos inmediatamente. Quienes no salgan de sus cuevas en ningún momento, o no reciban ningún símbolo particular, tomarán el personaje de Aldeano. Este personaje posee un voto para el Juicio de cada día. No tiene ninguna otra función. Su símbolo es la herradura..."

Ángela temía que, si se atrincheraban en su casa, terminarían siendo Aldeanos. Sabía que el Aldeano era el jugador básico, sin ninguna función especial. Tal vez esto tenía un lado positivo, pues era la carta menos peligrosa. Pero, aunque Alek no estuviera de acuerdo, Ángela se había quedado para jugar, no para esconderse. Ella quería descubrir a los Lobos y, sobre todo, entender qué le había pasado a su padre. Saber si realmente los Lobos actuaban por mero poder de la maldad.

La imagen de su padre en su cabeza fue decisiva, le dio valor. Sabiendo que era ahora o nunca, y que tenía que actuar antes de arrepentirse, se puso la capa y se subió la capucha. Correr la mesa haría demasiado ruido, así que se dirigió a una de las ventanas y corrió la traba con mucho cuidado. Tenía que salir y regresar antes de que Alek se despertara.

Apenas levantó el vidrio, un viento helado le golpeó la cara como un puño de realidad. Le entraron dudas. ¿Estaba segura de lo que estaba haciendo? ¿Estaba preparada para enfrentarse a lo que hubiera en el exterior? Sacudió la cabeza y sacó una pierna por la ventana. Pasó el torso, luego la otra pierna, y ya estaba fuera. Así de rápido, y no había vuelta atrás.

Entonces la realidad la golpeó en serio, más fuerte. ¿Qué estaba haciendo? Tenía que esconderse, no podía quedarse ahí parada. ¡Idiota! Apresúrate. El corazón se le subió a la boca. Escondite, necesito un escondite. No lo había meditado antes de salir. Gran error. Medio agachada, corrió a guarecerse detrás de los arbustos que rodeaban la casa de Black. ¿Habría salido él? ¿Estaría a salvo? ¿Sería un Lobo? ¿Un Aldeano? Una rama le crujió bajo los pies. Silencio, ¡Silencio! No sabía qué hacer, cómo avanzar. Dios mío, ¿qué he hecho? Tenía el cuello duro, no se atrevía a mirar a los lados, a las casas de sus vecinos. ¿A quién encontraría? ¿Un Lobo? ¿El Cazador? ¿La persona que aparecería muerta, o la que intentaría matarla? ¿Alguien a quien ella tendría que matar?

Respiró varias veces, tratando de calmarse. Tenía que moverse, buscar algo, una señal. Si volvía a entrar ahora, salir no habría valido la pena. Se enderezó y se acercó, muy despacio, a la calle. Los pies se le hundieron en la nieve y una oscuridad imponente cayó sobre ella. El espacio era infinito, y el silencio sepulcral solo era interrumpido por un ulular muy suave.

De repente, tres golpes se oyeron tocando una puerta. Ángela se pegó a la pared de su casa, asustada. El ruido venía de la casa de enfrente, donde vivía su vecina Logary, pero no había nadie allí. El corazón le latía como si fuera a explotar. ¿Quién había tocado la puerta? ¿Y con qué objetivo? Escudriñó el espacio, pero solo encontró oscuridad. ¿Había realmente alguien allí? Justo cuando empezaba a pensar que había sido una imaginación suya, una luz se encendió en la casa de Logary. Ángela se agachó, rogando que la oscuridad la escondiera lo suficiente.

Logary abrió una cortina y husmeó por la ventana. Evidentemente estaba tan confundida como Ángela, ya que luego, abrió un poco la puerta. ¡Qué haces! ¡Cierra ya, Logary! Ángela respiraba por la boca, creando pequeñas nubes de vapor. Estaba agitada. Le picaban las puntas de los dedos, el cuerpo le urgía correr. Pero estaba clavada mirando algo, el mismo objeto que Logary acababa de encontrar. Tirada en el umbral de su puerta había una rosa roja, que destacaba a pesar de la falta de luz. Logary levantó la rosa; tenía algunos pétalos ennegrecidos, como quemados.

Ambas chicas, una a cada lado de la calle, pusieron caras de sorpresa y horror. Logary se metió en su casa, veloz como alma que lleva el diablo. Ángela se quedó allí, paralizada, mirando la puerta. Quería irse, pero era presa de una imagen aterradora y bella a la vez. En cuanto Logary tomó la rosa, una letra "B" de fuego se dibujó en su puerta, flameando, brillante. Logary no pareció verla. Después de unos segundos, la letra se apagó, pero Ángela aún podía verla detrás de sus párpados. Estaba encandilada.

Conocía ese símbolo, sabía lo que la rosa significaba. Con el pánico trepándole por la columna vertebral, tomó una enorme bocanada de aire y corrió hacia su ventana. Saltó, raspándose las piernas en el proceso, y cerró el vidrio tras ella. El pecho le subía y le bajaba como si acabara de correr una maratón. Mientras tanto, la "B" de fuego seguía allí, fulgurosa, eterna en los ojos de Ángela.

La cabaña estaba en silencio, pero en su cabeza había mucho ruido. Se dirigió con pasos sigilosos hacia la mesa, donde había dejado abierto el maldito libro. Allí, en la misma página que estaba leyendo antes, estaba el listado de todos los personajes de Lupus, con los símbolos y funciones de cada uno. Buscó con el dedo hasta que lo encontró:

"La Bruja

Este personaje especial juega para el equipo de los Aldeanos. Representando a la Bruja Legendaria, su símbolo es una rosa roja, con los pétalos quemados, pero el corazón intacto. Quien reciba este personaje, tendrá el poder de salvar la vida de una persona al borde de la muerte, una única vez. Tendrá también el poder de matar a una persona, durante la noche, una única vez..."

Entonces Logary era la Bruja, y Ángela lo sabía. No podía dejar de pensar en aquella "B" cobriza y rodeada de chispas. No sabía si sentir miedo, o tal vez alivio porque Logary estaba descartada como posible Lobo. Realmente no sabía qué hacer con esa información. Pero, ¿qué había de ella? ¿qué había logrado al salir? Las pistas se mostraban demasiado rápido, todo sucedía a una velocidad que Ángela no alcanzaba a procesar. Tenía la mente embotada, como si una idea estuviera empezando a formársele en la cabeza pero ella no fuera capaz de retenerla.

Sus ojos iban medio perdidos a través de aquella página de Lupus, hasta que se detuvieron de golpe sobre una palabra particular. Justo cuando sentía que empezaba a entender lo que los hechos de esa noche significaban, un dolor punzante en el antebrazo derecho la obligó a doblarse sobre sí misma, tratando de ahogar un grito. Tuvo que morderse el labio para no hacer ruido. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando el dolor regresó, multiplicado y subiéndole hasta el pecho. Temblando, se levantó la manga del vestido. Una mancha oscura empezaba a impregnar la tela. En cuanto descubrió su piel, se quedó horrorizada. Una especie de tatuaje se estaba grabando en su brazo, como si alguien estuviera escribiendo sobre su carne con un cuchillo. Las letras se delineaban solas, profundas, ardientes, ilegibles entre la sangre.

Se tambaleó hasta la cocina, gimiendo, y tanteó todos los jarros que había cerca, hasta que encontró uno con un resto de agua. Volcó el líquido sobre su brazo herido, maldiciendo entre dientes y con la respiración entrecortada. Tomó la falda de su vestido y pasó la tela áspera sobre los cortes, limpiando lo que quedaba de sangre para poder ver. Y entonces, vio. Cinco letras, una caligrafía perfecta, un fino trazo rojo. Centrado entre su muñeca y su codo, el doloroso mensaje rezaba Oculi. Los labios de Ángela temblaban mientras leía la palabra una y otra vez. Acababa de verla en el libro. Oculi, en latín, "ojos". El símbolo del Visionario.

Continue Reading

You'll Also Like

55.4K 2.3K 31
Las pequeñas decisiones que tomes hoy pueden cambiar el mañana Guadalupe, una ¿típica nerd? Tal vez, ha estado enamorada de un chico por muchos año...
189K 22.1K 28
El deseo de Phoebe se cumplió y actualmente forma parte de su programa favorito de televisión. Aunque claro está que su llegada ha cambiado muchas co...
11.9K 3.7K 91
🏅 Historia destacada por @WattpadFantasiaES 🏆 Finalista de los Premios Watty 2021 🗡 Acción y aventura ✨ Magia 📚 Una bibliotecaria en apuros 🔫 Un...
490K 19.7K 31
¿Y si solo tuvieras cinco meses para poder decirle adiós a la persona que quieres?