Los cuervos también se enamor...

By KhylAnderson

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Ella cree que ha salvado a un chico de la muerte y ahora ese pelirrojo de sonrisa encantadora está decidido a... More

Antes de leer.
Sinopsis
1|¡No lo hagas!
2|Enfrentar las consecuencias.
3|Tu inspiración.
4|Lado oscuro.
5|Tú, yo, nosotros.
6|Chico zanahoria.
7|Pajarraco.
8|Límites.
9|Aquí va un drama.
10|Puedes comerme.
11|Siempre hay una primera vez.
12|Lento y contento.
13|No soy él.
15|Latiendo por ti.
16|Fríamente calculado.
17|Hora de ir a bailar.
18|El encanto Volker.
19|Hundida como el Titanic.
20|Confía en mí.
21|Bienvenida al club.
22|Sí a la diversión.
23|Inminente colisión
24|Pecador en ascenso.
25|Que valga la pena.
26|Quedate conmigo.
27|Vil provocador.
28|Tu lector beta.
29|Malvaviscos.
30|Un sueño desbloqueado.
31|Orgasmo de palabras.
32|¿Soy tu sabor favorito?
33|Tus deseos son órdenes.
34|Fetiches.
35|A la cama.
36|Entre tus caricias.
37|Sonreír como nunca.
38|Un cuervo común.
39|Juegos y sorpresas.
40|Se rompió la cama.
Epílogo|En todas las librerías del mundo.
Extra|Mapaches sonámbulos.
Agradecimientos.

14|Conozco esa mirada.

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By KhylAnderson


Ojalá actuar fuer pan comido.

Libero un suspiro desganado cuando compruebo por segunda vez la dirección que Aníbal me mandó por WhatsApp. Es justo el edificio departamental con el número 121 de la calle Ollenhauer. La fachada es de proporciones compactadas de seis pisos, albergando un estacionamiento por abajo de ellos. Sus paredes están pintadas de color blanco y gris oscuro para cada balcón que sobresale.

No ha sido divertido tomar el metro hasta el otro extremo de la ciudad donde murió Tarzán. Es viernes y lo único que me apetecía, era quedarme toda la hora en el club de lectura para luego regresar al dormitorio y descansar. Pero, no puedo dejar atrás otras responsabilidades de las que ya me he comprometido, como hacer un intento de actuar, por ejemplo.

Estoy aquí para estudiar con el pelirrojo. Repaso de arriba abajo la fachada y mis alrededores. Son pocos los autos que transitan por la calle, no hay otro ser humano afuera de sus hogares gozando del clima fresco y el cielo grisáceo que amenaza nuevamente con traer un diluvio en cualquier momento. Mis piernas titiritan al acercarse justo al porche donde subo el primer peldaño para presionar el número de su apartamento que aparece en el tablero junto a una bocina. Me acomodo el bolso sobre el hombro.

Retrocedo esperando que alguien me dé acceso al lugar.

—¿Hola? ¿Quién es?

Su voz sale de la bocina como si quisiera seducirme, blanqueo los ojos al instante y presiono el botón para contestar.

—Tu peor pesadilla —finjo sonar seria, aunque tengo ganas de reírme.

—Que miedo, mejor no te dejo pasar.

—¿En serio me quedaré aquí a fuera? Qué lindo de tu parte y yo que tengo ganas de...

La puerta me interrumpe con un sonido dándome a entender que ya está abierta. No espero más, la empujo para acceder al pasillo y la cierro tras mi espalda. Hay una escalera con barandales de acero y el piso es de loseta color gris que voy subiendo hasta llegar al último piso, me detengo flexionando las rodillas manteniendo las manos sobre ellas para recuperar el aliento. ¡Joder! En serio detesto las escaleras.

Son mis enemigas.

Prosigo mi camino hasta la puerta número doce de color gris oscuro como la fachada exterior. Golpeo la puerta avisándole que ya he llegado, unos pasos se escuchan del otro lado y antes de que pueda arrepentirme, esta se abre dejando ver una figura atlética que me sonríe con cierta emoción. Trato de no atragantarme con mi saliva al tenerlo frente a mis narices. Mis ojitos curiosos no pueden desperdiciar el momento de repasarlo.

Aníbal no lleva puesta camiseta, solo un pants que le marca la cintura en forma de v, por lo que sus tatuajes están a la intemperie, su cuerpo es de infarto que logra robarme el aliento sin que esa sea su intención. Diviso varias gotas que se deslizan desde su cabellera hasta recorrer su torso, abdominales hasta perderse por... ¡Este hombre parece salido de una película porno! Y me han dado ganas de probar cada centímetro de su piel que desprende aroma a jabón y champú de chocolate.

—Hola, bonita.

Salgo de mi nube para levantar la cabeza hasta que nuestras miradas se conectan. Aníbal se acerca inclinando el torso hacia adelante hasta que sus labios acarician los míos ejerciendo una leve presión. Cierro los ojos en automático para dejarme llevar cuando le correspondo moviendo los labios siguiendo el ritmo. Mis manos se deslizan tras su espalda húmeda como una excusa para sentir su piel sobre mis yemas. Su espalda es ancha, siento sus músculos tensarse ante mis caricias y él tampoco pierde oportunidad cuando me acerca a su cuerpo para arrastrarme hacia el interior de su apartamento. El beso es lento, sin prisa, sin embargo, mis pulmones comienzan a exigirme por oxígeno que obligo a mi cuerpo a separarse.

Abro los ojos sin borrar una pequeña sonrisa.

—Hola, tú —susurro en un intento de recuperar el aliento— ¿Sabes?, odio las escaleras. Obligan a uno a hacer ejercicio contra su propia voluntad.

Lanza una sonora carcajada apretándome más a su torso mientras lleva hacia atrás la cabeza. Es música para mis oídos y por una extraña razón, me gusta. Nunca antes me había sentido así de cómoda.

—Dios, bonita. Deberías dejar de quejarte —arrugo la nariz no tan de acuerdo con su palabrería— ¿Te sirvo un vaso con agua?

—Por favor.

Sus manos me liberan para cerrar la puerta, la pequeña sala cuenta con un par de sillones de cuero, una alfombra y televisión de pantalla plana. Todas las paredes son de color crema, sigo mirando lo que hay en mi panorama al ir tras del chico hacia la cocina, cuando una bola esponjosa sale de la nada dando de saltitos y ladrando hasta enredarse entre mis piernas, pego un rebote de la emoción en presencia del perrito que saca la lengua, flexiono las rodillas quedando a su altura para acariciarlo.

—No me dijiste que tienes otra mascota —da saltitos cuando acaricio su melena hasta bajar a su espalda, lleva un collar platead o donde está grabado el nombre de Odie—. ¿Quieres irte conmigo, Odie?

—Es de Phillip y si te escucha, le daría un infarto, ese perro es su adoración.

Estiro las piernas recuperando mi postura erguida para aceptar el vaso con agua que Aníbal me entrega tras darle las gracias.

—¿Y dónde ha quedado el pajarraco? —el pelirrojo tuerce el gesto.

—Donatello es un interesado, a veces se queda o desaparece.

Encoge los hombros sin borrar su expresión de decepción. Alzo las cejas de manera sorpresiva, dejo el vaso sobre la isla.

—Bueno, al menos sé que no corro peligro —bromeo y él sonríe— hay que ser honestos, ese pajarraco en serio quería sacarme los ojos.

—Dramática —pone los ojos en blanco.

—¿Dónde está Phillip?

Dios, estamos solos.

—En un lugar donde no pueda interrumpirnos por hoy, bonita.

Abro la boca con asombro. Voy a perder la cabeza.

El silencio nos envuelve. Sin embargo, Aníbal me coge de la mano hasta entrelazarlos por los huecos de mis dedos, me hace una señal con la cabeza y no replico. Caminamos hacia un pasillo que conecta hacia las habitaciones, él me da un tour cortito hasta llegar a la suya donde las paredes en su interior están tapizadas de pósters de sus cineastas que más le inspiran para seguir con su carrera, tiene varios estantes con figuras coleccionables de Star Wars, Los Simpson y funkos de personajes literarios. Los últimos nunca he podido conseguirlos, son muy caros.

Hay demasiados papeles esparcidos sobre su cama junto a su laptop, que supongo que deben ser los de su proyecto.

—Ponte cómoda, Reb, donde gustes.

—¿Dónde guste? —su expresión de sorpresa es todo para que yo quiera morir a carcajadas. Ha sido intencional el doble sentido de mis palabras— estoy jugando.

Dejo el bolso sobre el escritorio para sentarme en la silla giratoria, mientras que Aníbal me da la espalda hacia su armario donde saca una camisa sin mangas para ponérsela. Formo un puchero, pero la borro de inmediato cuando se voltea hasta dejarse caer sobre el colchón. Odie aparece de nuevo, acomodándose bajo el umbral de la puerta sin ladrar. El pelirrojo me pasa varias hojas para empezar a explicarme como se imagina que serán las tomas, seguido de nuestros papeles, aun así, me pide que me deje llevar al imaginarme a Mellory.

Aníbal es muy paciente a todas mis dudas que se desatan al momento, me siento tonta, pero él termina diciéndome lo contrario, que es normal sentirse fuera de órbita al ser la primera vez participando en algo, a lo que también lo es para él. Ninguno de los dos ha estado frente a las cámaras.

Después de todo el rato contestando mis dudas, me muestra algunos de sus trabajos que realizó los semestres anteriores. Me acerco a la cama con todo y silla hasta que mis rodillas chocan contra el colchón. Aníbal se acerca un poco más donde puedo echarles un vistazo a sus pestañas largas y ni siquiera se percata de mi osadía. Su cabello sigue húmedo por lo que las gotas han mojado el cuello de su camiseta por atrás.

Reproduce el vídeo y prefiero prestarle atención. Su celular suena de repente, se disculpa abandonando la cama. Le miro salir de la habitación al atender, pauso la filmación con tal de esperarlo.

Eso me da ventaja para mirar a mis alrededores, sobre su escritorio hay un portarretrato familiar. Hay una mujer muy hermosa, de cabello rubio platinado abrazando a Heidi que aparece más pequeña, le sigue Aníbal sosteniendo un trofeo en manos y a su costado hay un hombre sonriente que comparte las mismas características de sus hijos. Apoyo ambos codos sobre la madera para apreciarla más de cerca. Es una familia muy bonita.

—Tenía diecisiete y Heidi catorce —comentan a mis espaldas.

Pego un rebote del susto. Él se da cuenta y se ríe. Aunque, no es eso lo que me llama la atención, sino, sus ojos que se han cristalizado.

—¿Qué sucede? —musito poniéndome de pie.

—Nada de qué preocuparse, Reb, ¿seguimos con el vídeo? —me sonríe para luego sentarse en la orilla de la cama cogiendo la laptop asentándolo sobre su regazo.

Es obvio que la llamada lo ha puesto tenso, su mandíbula es otra prueba de lo rígido que ha quedado en cada movimiento. Desconozco si es prudente de mi parte preguntarle.

—Conozco esa mirada —comienzo a decir lentamente— es la misma que tengo cuando nada parece ir bien.

Aparta los ojos de la pantalla para verme. Sus labios se mueven en una mueca y al parecer, he dado en el clavo. Un silencio incómodo se propaga, ¿me voy o me quedo?

Yo creo que sería horrible dejar a alguien que está pasando por un asunto familiar. Libero todo el aire de mis pulmones, llevo mi mano sobre la suya transmitiéndole que estoy con él después de todo el embrollo en el que estamos metidos, porque no dejamos de ser amigos, aunque suene extraño esa palabra. Acaricio sus nudillos sin dejar de mirarle a los ojos que se oscurecen.

—Tienes razón, pero no tienes que preocuparte...

—¿Por qué no? —detengo mis movimientos frunciendo el ceño— vamos, Aníbal, puedes contar conmigo, quiero escucharte.

Mi comentario le robo una sonrisa torcida demasiado atractiva.

—Ven aquí —me susurra tirando de mi mano para que me acerque.

Abandono la silla para rodear sus hombros dándole un abrazo, aparta la laptop lejos de él para quedarme sobre su regazo, donde mis piernas aprisionan los costados de su cintura. Esconde su rostro en el hueco de mi cuello, siento su aliento chocar contra mi piel que se eriza al instante. Me envuelve la espalda con fuerza. Mis dedos se cuelan en cada hebra de su cabellera ya seca.

Es la primera vez que lo veo quebrarse, su pecho sufre espasmos mientras sus lágrimas me mojan la blusa, pero le resto importancia. Ver a las personas llorar no es agradable. Uno no sabe cómo actuar o decir, porque no a todos les gusta recibir un «lo siento», que a veces se sienten vacíos.

Sus lágrimas cesan después de un rato que no he dejado de acariciar su cabellera. Se queda en silencio tratando de regular su respiración poco a poco.

—Cielos, perdón, te he dejado la blusa llena de mocos y lágrimas —comenta con voz ronca al alejarse. Me separo bajando la vista hacia mi blusa, encojo los hombros restándole importancia al desastre.

—Bah, solo es una blusa.

Acuno sus mejillas con las palmas de mis manos. Aníbal niega y sin esperármelo, presiona mis caderas para girarnos cambiando de posición. Mi espalda toca el colchón mientras él se aleja para rodear la cama e ir a su armario donde saca una camiseta gris de algodón.

—Para que te cambies —me sonríe al dejarme la prenda en mi mano.

Hago un mohín con los labios. Prefiero no llevarle la contraria porque luego me pongo en plan irritante activado. Me quito la blusa en su presencia, no es la primera vez que me ve en sujetador, dejo la prenda en el suelo para luego colocarme la nueva que me queda más ancha. Su camisa desprende aroma a suavizante de lavanda. Sin embargo, tomo el valor de desabrocharme el botón de los pantalones, acción que llama su atención despegando la vista de su trabajo. Deslizo la tela de mis muslos hasta mis tobillos que aparto de un tirón para acomodarme en la cama.

Le escucho tragar en seco. Sé que quiere esto tanto como yo, ambos lo sabemos. En esta ocasión, no pretendo que se abalance sobre mí, quiero dormir con él, nada más.

—Me preguntaste si alguna vez he dormido con un chico —comento sin dejar de mirarlo— nunca lo he hecho y me gustaría que fuera así, solo si es contigo, ¿sí? No pretendo aprovecharme de esto, solo pensé que sería buena idea quedarme un ratito más para hacerte compañía, pero si no quieres...

—Sí quiero, Reb —Aníbal deja sus papales y su laptop sobre el escritorio.

Cierra la puerta. Gira sobre sus talones para llegar al pie de la cama donde comienza a desabrocharse los pantalones hasta deshacerse de ellos. Sube una rodilla al colchón y luego la otra, gatea hasta llegar a mi lado para acostarse. Me acerco a su cuerpo rodeándolo por debajo de su brazo, nuestras respiraciones chocan y Aníbal acaricia mi cintura hasta subir a mis costillas donde se detiene para abrazarme. Cierro los ojos, dispuesta a dormir, sin embargo, el pelirrojo deposita varios besos sobre mi rostro, mi mano que está tras su espalda toma un puñado de su camiseta como reflejo.

—Duérmete —susurro riendo— o sabemos cómo acabará esto.

—No me siento cansado, pero estaré a tu lado sin hacer algo que no quieras —siento como acomoda varios mechones tras mi oreja, luego sus labios ejercen presión sobre mi mejilla— descansa, bonita.

Me acurruco entre sus brazos escondiendo la cabeza sobre su pecho donde puedo escuchar sus latidos desenfrenados. Poco a poco voy sintiendo los párpados pesados hasta que todo a mi alrededor parece pasar a otro plano.

Al despertar, lo primero que tengo en mi campo de visión, es el lado derecho de la cama donde un chico duerme tranquilamente con los labios entreabiertos dejando escapar varios ronquidos en voz baja. Mi vista pasa de él hacia la ventana con las cortinas abiertas donde los últimos rayos del sol se filtran en la habitación. Libero un bostezo, bajo la mirada dándome cuenta de que estoy envuelta entre sábanas manteniendo mi cuerpo tibio.

¿Pero qué hora es?

Sin hacer algún ruido, me deshago de las sábanas hasta bajar mis pies al suelo frío. Me pongo de pie rodeando la cama en busca de mi bolso donde he dejado mi celular. Al encender la pantalla el reloj marca las 7:30 de la noche. Mis ojos se agradan porque sé que llegaré tarde al trabajo esta vez, sin embargo, miro sobre mi hombro a Aníbal que sigue descansando y batallo dentro de mi cabeza si vale la pena quedarse por lo que resta de la noche.

Regreso de puntillas hacia donde está él para despertarlo, me siento en el colchón sacudiendo su hombro, recibo un balbuceo de su parte y sigue durmiendo.

—Aníbal... hey, se me ha hecho tarde, me tengo que ir.

Deposito un beso sobre su frente. Paso mis manos a los costados de su cabeza al igual que mis rodillas que se posicionan a la altura de su cintura. Mis labios viajan por sus mejillas, su nariz respingada y su barbilla rasposa. Él comienza a moverse apretando los párpados, hasta que logro capturar sus labios, así es como sé que he podido despertarlo.

Me corresponde y sus manos no dudan en aprisionarme.

—Es una bonita manera de ser despertado —me hace saber cuándo me separo y le miro a los ojos—¿A qué se debe?

Pienso decirle que ya es tarde, pero prefiero negar. Inclino la cabeza volviéndolo a besar, siento sus manos acariciarme la espalda al colarse debajo de la camiseta, me recorre toda la columna por arriba del sujetador hasta llegar a mi cuello. Profundiza el beso haciendo que sus labios se vuelvan más apetecibles en cada roce. Va dejándome sin respiración.

Dejo caer mi cuerpo sobre el suyo, enredando mis dedos en su cabellera, tiro de ellos, liberando un gemido de su parte que activa mis sensores más sensibles y rodamos por el colchón hasta que quedo acostada una vez más. Aparta sus labios para besarme con urgencia sobre mi cuello, aferro mis manos en su camisa, encuentro el dobladillo para sacárselo de encima, no protesta al alzar sus brazos al cielo y deslizar la tela hasta aventarla lejos.

Sus manos aprisionan mi trasero acercándome a él, siento su dura erección contra mi entrepierna. Se me escapa un gemido cerca de sus labios, voy en busca de más contacto al mover las caderas en círculos.

—Levanta los brazos, bonita —tampoco protesto, de un tirón me saca la camiseta, quedando de nuevo en sostén— eres tan hermosa.

Susurra con una sonrisa, siento el rostro arderme por culpa de sus palabras de las cuales son difíciles de acostumbrarse. Acaricio su espalda mientras muerde mis clavículas tras dejar un camino de besos, de pronto, una de sus manos se desliza sobre mi vientre hasta detenerse en el borde de mis bragas.

—Sigue —jadeo sin dejar de mirarlo a los ojos— por favor, no te detengas, Aníbal.

Su mano hace caso hasta colarse por debajo, arqueo la espalda cuando me acuna ahí y sus dedos presionan con suavidad desatando un cúmulo de sensaciones muy sensibles a su tacto. Busco sus labios al sentir sus leves movimientos que me obligan abrir más las piernas, sus dedos se mueven con lentitud en círculos, siento que mi humedad va aumentando en cada ritmo hasta que cambia de arriba abajo.

Es imposible retener los sonidos que salen de lo más profundo de mi garganta, disfruto lo que me está haciendo. No me quedo atrás, mis manos se deslizan por sus brazos, hasta sus pectorales y acarician su vientre. Aníbal despega su boca para entreabrirlos.

—¿Estás segura? —jadea contra mí—. No tienes por qué hacerlo.

—Quiero que tú también sientas —susurro—. ¿Está bien?

Aníbal asiente. Por mi parte, estoy nerviosa, jamás he tocado a un chico, no soy experta, sin embargo, sé que él puede guiarme. Mi mano derecha se cuela en el borde de su bóxer, siento un rastro pequeño de vello, voy bajando hasta sentir su dura erección entre mi mano hasta llegar a la punta. Aníbal gime contra mi cuello con la respiración entrecortada, comienza a moverse de arriba abajo con lentitud, voy siguiendo sus contoneos hasta que puedo hacerlo por mi propia cuenta.

Cuando me mira, sus orbes esmeraldas se han dilatado, acompañado de una sonrisa que me derrite. Mi mano es torpe, lo admito, aun así, no hay ninguna protesta de su parte y eso me emociona por seguir brindándole placer como él sigue causándolo en mí con sus dedos.

Besos, caricias, gemidos, son tantas cosas que se desatan entre nosotros en busca de más.

Ya mis manos comienzan a sentirse viscosas al no dejar de estimularlo, a él le gusta lo que estoy haciendo.

Sin aviso, los dos sentimos al mismo tiempo esa oleada de calor provocando que nuestros cuerpos exploten en un orgasmo. Mis piernas se tensan cuando arqueo la espalda.

Un cúmulo de mariposas se desatan en mi estómago.

Aníbal abandona mi entrepierna. Hago lo mismo con las respiraciones agitadas, dejándose caer a mi lado acompañado de una sonrisa traviesa.

No le doy tiempo para recuperar el aliento al quedar sobre su regazo, esta vez tomo el valor de llevar mis manos hacia atrás desabrochando el sostén, deslizo los tirantes hacia abajo que rozan mis brazos. Mis senos quedan a la vista, no siento vergüenza mostrarme frente a él. Aníbal se reincorpora sobre sus codos hasta sentarse, me analiza de manera determinada antes de que su boca capture mi pezón izquierdo, echo hacia atrás la cabeza al recibir sus estímulos donde chupa con cuidado la cima, lame y succiona. Gimo tan fuerte que me estremezco por completa al sentir su mano subir por mi vientre y masajear mi pezón derecho hasta que quedan duros.

Mis uñas se clavan tras su espalda. Me encanta que Aníbal mezcle su locura y ternura conmigo, me enciende.

¡Oh, por todos los cielos!

Este chico sabe lo que hace.

—¿Por qué eres así Rebel? —murmura contra mis senos— estoy cayendo por ti, me vuelves loco de todas las formas posibles.

—No te detengas —tiro de su cabellera con delicadeza, no pretendo arrancarle el cuero cabelludo— Aníbal, por favor.

Ruego.

—¿Qué quieres Rebel? —me mira con una chispa de picardía.

—A ti.

De repente, todo pasa tan rápido que estamos completamente desnudos. Aníbal me besa el vientre lentamente hasta bajar y hacerme gritar su nombre tan alto cada vez que me retuerzo. No tiene piedad y se lo agradezco por tomar la iniciativa. Los pensamientos se me nublan en cada roce de su lengua entre mis pliegues húmedos, estimula con su pulgar mi clítoris, las piernas me tiemblan y mis caderas se mueven de atrás hacia adelante. Pronto siento sus labios succionar hasta repetir.

El juego entre nosotros lo disfruto muchísimo, no hay prisa y en ningún momento me ha obligado a hacer algo que no quiera.

Llega el turno de Aníbal, el chico se estremece y contorsiona suplicando por más en cada uno de mis toques sobre su miembro, sus mejillas no tardan en encenderse y su pecho sufre espasmos. Gime cuando llega al orgasmo por segunda ocasión ocasionando que su desastre termine sobre su abdomen y parte de mis manos.

Nuestros cuerpos terminan sudorosos por tanta estimulación en una noche, que ninguno pretende levantarse. Volteo a verlo, él hace lo mismo y sonríe mostrando la hilera de dientes al mismo tiempo que trata de recuperar el aliento.

—Esta vez no me iré —le hago saber, a lo que puedo ver una chispa de alivio en su mirada.

—Me encanta escuchar esa noticia, porque voy a sorprenderte con la cena —trato de no estamparle una almohada al hacerse el gracioso.

Plasma un mohín para luego repartirme besos en la parte del pecho.

—Espero que valga la pena —bromeo haciendo hacia atrás la cabeza para abrirle el paso— pero no vayas a incendiar la cocina.

Detiene su recorrido quedando en la línea entre mis senos soltando una risita.

—¿Tan poca fe tienes en mí?

Traza con su lengua el contorno de mi seno derecho, causando que presione los labios ahogando un jadeo hasta que los suyos me envuelven mi pezón lame y chupa con fuerza, arqueo mi espalda con esas sensaciones de placer recorriéndome el cuerpo. Pasa hacia el otro repitiendo la misma acción, prácticamente la palma de su mano puede envolverme mi seno.

Mis manos sujetan un puñado de las sábanas.

—Dios... claro que no —comento en un gemido—. Aaah, eso se siente tan bien.

Aníbal ahoga una carcajada alejando su boca. Achica sus ojos mirándome de manera divertida, lo escudriño de mala gana al estar provocándome. Se aparta indicando que sacará varias prendas limpias para poder darme un baño mientras él se encarga de la cena.

Me envuelvo entre las sábanas obteniendo una vista panorámica de su trasero desnudo, me rio en voz bajita.

No sé si Aníbal se ha dado cuenta en que cada momento que estoy con él se vuelve de manera inolvidable, ocasionando que a veces me pregunte si estoy preparada para darle esa oportunidad más formalizada.

Admitirlo en voz alta no sería sencillo.

La cena transcurre en calma, Aníbal trata de lucirse, pero termina confundiendo las especias que ya no sabe cuál agregar a las hamburguesas.

—¿Jamás las has preparado en tu vida? —lo acuso llegando a su lado viendo la sartén—. No tienen mala pinta, huele riquísimo.

—Y espero que sepan igual —me da un golpe con su cadera mientras voltea la carne— normalmente preparo algo más sencillo, como tostadas francesas, sándwiches o cereal con leche.

Lo último lo dice con seriedad para hacerlo más creíble, blanqueo los ojos negando con la cabeza. Le ayudo con los bollos de pan junto con el resto de ingredientes hasta tener servido en nuestros platos la cena.

—Creo que me voy a llevar a Odie aprovechando que no está su dueño.

—Mi mejor amigo no te lo perdonaría.

Ladeo la cabeza echándole un vistazo al perro que se ha quedado dormido en su pequeña cama en una esquina de la sala. Me llevo una mano a la barbilla como si estuviera pensando en un plan maestro para salir con la mía, aunque, pensándolo bien, en el dormitorio no aceptan que vivan mascotas y eso es bastante triste. Viví rodeada de animales desde pequeña.

Sacudo la cabeza saliendo de mi trance.

—Te perdiste por unos segundos —comenta con obviedad esbozando una sonrisa ladina— ¿En qué pensabas?

—En lo mucho que extraño vivir en el campo, me encanta la ciudad, porque tiene muchas cosas, pero en Brenia había tranquilidad —bajo la cabeza clavadora en mi apetitosa hamburguesa que aún no he probado— espero con ansias las vacaciones decembrinas para ir, claro, si es que todavía tengo casa.

Siento las yemas de sus dedos rozarme el mentón con suavidad, alzo con ligereza la cabeza para mirarlo. Su toque me derrite.

—Yo espero al menos que puedas seguir reunida con tu familia, es lo primordial, ¿no?

—Por supuesto, solo estaba tan acostumbrada que... bueno, creo que es difícil seguir adelante teniendo en cuenta de donde viene uno —encojo los hombros— no me adhiero a lo material, sino a lo mucho que significó para mí ese hogar.

Aníbal abandona mi mentón para entrelazar su mano con la mía que está sobre la mesa. Siento el corazón desbocado que por poco pierdo el oxígeno.

—De chiquito, recuerdo tener una casa del árbol en el patio, pasaba mucho en ese lugar con Heidi —su sonrisa se ensancha y sus orbes resplandecen— que hasta queríamos dormir ahí sin importar que los mosquitos y otros bichos nos picaran, el caso es, que una vez azotó una tormenta tan fuerte, que logró destrozarla y nada pudo salvarse. Nuestro padre quería hacer lo posible para recuperarla a como dé lugar, pero fue imposible y ya nunca más volvimos a tener una. Tuvo un significado muy grande, la mayor parte del día la pasaba en ese lugar, era un escondite o algo así.

—¿Escondite? —enarco la ceja dubitativa.

Aníbal apoya su espalda en el respaldo de la suya tras mirarme de vez en cuando.

—No todo es felicidad dentro del núcleo familiar, a veces mis padres discutían muy feo, no era todo el tiempo, pero cuando sucedía se ponían violentos de manera verbal y yo evitaba que mi hermanita presenciara la escena. —plasma una mueca de desagrado— esa casita era un aislante del ruido. Bueno, no me pondré de nuevo nostálgico, ya es cosa del pasado. ¿Cenamos y vemos una peli?

—Gracias por todo lo que compartes conmigo sin importar que no seamos pareja y...

—¿Y no te gustaría que lo fuéramos? —enarca una ceja y sus cejas pelirrojas bailan de manera graciosa— piénsalo, seré el mejor novio en todo. El paquete completo válido solo para ti.

Me guiña un ojo a la vez que me lanza un beso en el aire. Le pego sobre la mano y se queja.

—M-Me gusta lo que tenemos y hasta donde hemos llegado por ahora, sin embargo, no me visualizo como una novia —libero el aire de mis pulmones— creo que tengo puesto un escudo protector que rechaza los sentimientos, no por ti, sino porque yo misma me pueda hacer daño, ¿cómo? Quizás ilusionándome o echándole a perder. Suelo ser un desastre.

—¿Y si te digo que nada malo va a pasarte?, una relación no se basa en la perfección.

—Lo sé, tuve una charla una vez con mi hermano sobre el tema, lo que vale es la comunicación al cien. Hasta ahora estás haciendo un buen trabajo —le guiño el ojo como él hizo conmigo y sonríe inflando el pecho de manera orgullosa.

—Aprendo rápido, bonita.

—No te lleves todo el mérito —cojo la hamburguesa y lo apunto.

—Ya sé, eres estupenda, sensual y mmm... —no lo dejo terminar al meter un pedazo de tomate a su boca. Frunce el ceño sin dejar de masticar.

Cada vez que quiere resaltar algo en particular de mí, me invade los nervios.

Si pudiera verme de la misma manera como él dice, no sería tan cobarde. A veces confiar en uno mismo es una batalla que te carcome el interior de la cabeza.











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