𝕄𝕒𝕞𝕖𝕣𝕒𝕤 𝕕𝕖 𝔸𝕞𝕒𝕣...

By GenesisYona

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Todos sabemos que «tipos de amor» no es lo mismo que decir «maneras de amar». ¿Existen diferentes maneras de... More

𝕊𝕚𝕟𝕠𝕡𝕤𝕚𝕤
Antes de leer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 4

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By GenesisYona

Solo pasaron cinco minutos que pidió ayuda y ya estaba acompañada por sus dos nuevos amigos. Aunque no sabía muy bien por qué había recurrido a ellos, sabiendo que el problema era un amigo de ellos, pero... no lo pensó en ese momento. Ni siquiera se había recordado que tenía más amiga, aunque ninguna de ellas vivía cerca de allí, a excepción de Alana y Sol, que ninguna podía acercarse, y Chelsey no tenía medio de transporte que la hiciera llegar lo suficientemente rápido como para consolarla antes de que se le pasara su momento de crisis.

—Ya llevamos media hora aquí y no nos has dicho qué te pasó —habló Christopher dándole un sorbo a su chocolate caliente y la miraba fijamente.

—Bueno, no pasó media hora —lo miró Joel—, pero sí pasaron bastantes minutos —corrió su mirada hacia Madison—. ¿Qué pasó?

Carajo. Maddie ni siquiera se había dado cuenta que sus nuevos amigos no tenían idea sobre lo que pasaba con Erick. No pasaba mucho, en realidad; solo el simple deseo de no querer verlo nunca porque la hacía sentir pequeña y vulnerable ante él por razones que desconocía hasta el momento. ¿Pero cómo les explicaría eso a ellos? No hacía falta decirles, cualquier otra persona no le hubiese confiado demasiado a dos chicos que apenas acababa de conocer.

No debería decirles.

—Me pasa algo muy raro... —habló por fin, y se quedó callada a media oración.

No debería decirles.

—¿Con quién o qué? —preguntó Joel, mientras dio varios tragos a su taza de café negro.

—Con Erick —soltó de repente, hundiéndose en su asiento.

Oh, ella lo dijo.

Por alguna razón se sentía lo suficientemente en confianza como para decirle a ellos sobre lo que le pasaba. Además, si empezaban a ser amigos, Maddie pensaba que debería aclarar que nunca tendrían que intentar acercárle a Erick a ella. Sea cual sea la circunstancia.

Joel y Christopher se miraron apenas escucharon esas palabras salir de su boca. Fueron diez largos segundo en los que tuvieron una discusión sin sonidos y los ojos de ambos cayeron en Madison. La estudiaron por lo que parecieron ser horas y horas y todo lo que ella pudo hacer era mirar a ambos intercaladamente. No sabía qué era lo que estaban haciendo, pero algo dentro suyo decía que no quería enterarse tampoco.

—Algo con Erick... ¿como qué? —rompió el silencio Christopher.

—Cuando lo vi por primera vez en la playa... —comenzó a explicar Madison y jugueteaba con la pulcera llena de dijes que combinaba con la que le había regalado a Alana hace años—, me sentí demasiado pequeña, ¿saben?... Él me hizo sentir vulnerable y deseé nunca volverlo a ver y a todo lo que tenga que ver con él.

Levantó la mirada y se encontró con dos pares de ojos, avellanas y cafés, que la evaluaron de tal manera que sintió que podían ver más allá de sus ojos. Joel la incitó a seguir hablando.

—Y luego ustedes estudian en la misma universidad que yo estudio ahora —susurró bajando su mirada de nueva cuenta—. Hasta hoy me había olvidado de él, pero... —pasó sus manos por su rostro, como si ese acto fuera a sacarle todas las extrañas sensaciones que sentía en aquel momento.

—¿Pero...?

—Hoy lo vi —Joel y Christopher intercambiaron miradas, sus rostros serios—. Y actuó como si yo fuese un pedazo de carne y él un animal carnívoro.

—¿Te gusta Erick? —preguntó Joel, su garganta seca, sorprendido por lo que acababa de oír.

—No —soltó de inmediato—. Él es muy hermoso, pero no. Apenas sé su nombre y... no.

—Qué bueno —susurró Christopher, tan bajo que siquiera él pudo oír su propia voz.

—¿Y tú cómo te sientes? —preguntó Joel otra vez, acariciando el hombro de la morena en señal de apoyo.

—Ahora me siento mejor, a decir verdad —les dedicó una media sonrisa.

Christopher fue rápido en cambiar de tema. No es que a él le molestase que a Madison le gustara un chico. Le molestaba que estuviera la posibilidad de que le gustara Erick. Y el hecho de que al castaño le disgustara eso era entendible, sabiendo la actitud y vida del ojiverde. No era alguien en quién confiar cuando se trataba de relaciones amorosas y a ninguno de los dos –Joel y/o Chris– les pareció importante decirle eso a Madison ahora.

Estuvieron dos horas más en la ochentosa cafetería, hasta que decidieron que era hora de irse. Joel se ofreció a llevar en su auto a sus amigos y accedieron, ya que aún seguía lloviendo, con menos intensidad que hace unas horas, sin embargo. Salieron del local hacia el auto del rizado casi corriendo y Chris dejó que Madison se sentara en el asiento del pasajero, mientras que él fue directo a los de atrás.

Madison se sentía ciertamente extraña. Era una extrañes demasiado linda, a decir verdad. Con Christopher y Joel sentía como si estuviese con sus amigas. Sentía que los conocía de años, en cuanto realmente los conocía hace apenas dos semanas. Nunca las personas le transmitieron semejante confianza tan rápido como para decirles siquiera lo que le pasaba; no obstante, Madison les acababa de confesar que se sentía rara recordando a Erick.

Y ella estaba feliz con eso: feliz con el hecho de que sus nuevos amigos no la llenasen de preguntas para insistirle en que les dijera todo lo que sentía. Era como si ellos no la estuviesen presionando y dejaran que ella dijera todo cuando se sintiera lista. Eso, inconscientemente, la hizo sonreír mientras miraba las casas que pasaban con algo de ligereza por la ventanilla cerrada del auto. Estaba feliz de poder tener amigos nuevos. Sin embargo, en cierto punto la hizo sentir un poquito mal, no era como si estuviese menospreciando la amistad que compartía con las chicas, que la acompañaron desde hace años y años.

Ya lo había confirmado; la amistad que te ofrecía un varón no era la misma amistad que te ofrecía una mujer. No sabía exactamente por qué, pero así era desde su nuevo punto de vista.

—Muy bien. Adiós —canturreó Chris en medio de un sonoro bostezo, mientras tomaba la manilla de la puerta del auto.

—¿Estás seguro que no quieres estudiar hoy? —preguntó Maddie, dándose la vuelta para poder verlo.

—Tú descansa —sonrió y un segundo bostezo llegó a él—. Yo también voy a descansar —dijo estirando sus brazos lo mejor que pudo, el auto no era tan grande.

—Salte. No quiero que duermas en mi auto —rió Joel, mirándolo por el espejo retrovisor.

—Nos vemos luego —soltó y salió del carro. Cuando cerró la puerta, se dirigió a la ventanilla de Joel, sin importarle demasiado que se estuviese mojando—. ¡No me extrañen demasiado!

Joel y Maddie rieron a carcajadas, negando con la cabeza y haciéndole señas para que entrara a su casa. Cuando se aseguraron de que por fin Chris estaba dentro, Joel volvió a poner en marcha su auto, dirigiéndose a la casa de la morena.

—¿Segura estás bien? —preguntó al dar vuelta en la esquina. Madison lo volvió a ver—. Cuando llegamos a la cafetería hoy, te veías... un poco...

—Asustada —soltaron al unísono—. Síp —asintió Maddie—. Realmente Erick me veía como si yo fuera un pedazo de carne. Y me sentí vulnerable... casi sumisa.

Joel no dijo nada, solo se limitó a seguir conduciendo. Cada tanto lanzaba miradas fugaces a la morena, que miraba por la ventanilla sin prestarle demasiada atención al paisaje. Era –quizás– un sentimiento estúpido; cuando veía a Madison lo único que se le venía a su mente era su familia. Él tenía un gran familia, una enorme mejor dicho, con decenas de primos y primas, pero contaba con tres hermanos varones.

Ese nunca fue un problema para él, pero sus hermanos nunca le contaban cuando tenían problemas o inseguridad o rarezas con su vida; aunque no le molestaba en absoluto, no es como si él lo hiciera con ellos, pero siempre se preguntó cómo sería si sí lo hicieran. Desde pequeño, cuando veía películas animadas, y luego en su pre-adolescencia viendo otro tipo de películas, podía notar que siempre los hermanos protegían a sus hermanas menores y, en un lugarcito de su corazón, él aún deseaba eso. Y en los días que llevaba conociendo a Maddie, se dio cuenta que solo ella podría confiar en dos personas que acababa de conocer hace ni siquiera dos semanas.

Él no lo hubiese hecho.

Entonces sintió la necesidad de protegerla. De volverla su hermana, su pequeña hermana que necesitaba ser protegida y escuchada por él. Sí, quizás era estúpido considerando que apenas se conocían. Pero el hecho de que le demostrara confianza hizo a Joel querer hacerlo. Y lo iba a hacer.

(•••)

—No sabes lo mucho que extrañé ir junto a ti a la universidad —decía Maddie mientras abrazaba a Alana.

—Quizás tanto como yo extrañé recogerte —rió la pelinegra.

Cuando se separaron del abrazo, ambas se colocan los cinturones de seguridad y decidieron poner la radio. Mientras Alana le comunicaba lo rápido de su mejoría y lo irritante que fue tener los ensayos de su hermana hasta el día domingo en su sala de estar, Maddie miraba por la ventana y reía por las ocurrencia de su amiga al querer describir lo horroroso que había sido eso.

—Entonces... —habló la pelinegra, luego de cantar dos canciones seguidas—. Ya hablamos de mí, de mi insoportable hermana y de sus raros compañeros... ¿qué hay de ti? —preguntó, luego de darle al claxon cuando un auto se atravesó en su camino.

—¿De mí? —su amiga asintió, dándole una muy fugaz mirada—. No hay nada interesante, ¿por qué debería de haber algo? —se encogió de hombros.

No sabía por qué estaba haciendo eso. No tiene sentido llamarla mejor amiga si no le tenía la confianza para contarle lo poco y nada que le pasó el sábado luego de retirarse de su casa. No era nada relevante, en lo absoluto, pero si no le contaba algo tan mínimo como eso, ¿qué haría con algo más importante? ¿Se lo contaría igual o esquivaría contarlo?

—No lo sé —comenzó diciendo irónicamente—. Quizás lo estoy diciendo porque desde el sábado que no contestas los videochats que siempre hacemos, porque no te comunicas conmigo desde entonces, y porque tampoco estuviste conectada en redes sociales —enumeró con sus dedos, sin quitar sus manos totalmente del volante—. Porque sí, te he stalkeado para ver tus últimas horas de conexión.

Bueno, debería haberse esperado algo como eso. Maddie se quiso hacer pequeña en su asiento al mismo tiempo que Count On Me sonaba en la radio. Wow, se dijo en su mente. Esa canción tiene años a cuando la lanzó Bruno Mars la primera vez, ¿justo en ese momento era necesario que la reprodujeran?

—Vi a Erick el sábado cuando estaba saliendo de tu casa —soltó.

Alana pisó el freno tan de golpe que tuvieron suerte de que el semáforo había estaba de su lado y de alguna u otra forma debían parar. Se miraron casi al mismo segundo, sin decir palabra alguna, por más de lo deseado, justo cuando el verde a sus frente les decía que podían proseguir.

—¿Cuando saliste de casa? —habló por fin, rememorando lo que había dicho hace más de tres minutos.

—No literalmente —se encogió de hombros—. Caminé un par de cuadras hasta la cafetería que nos gusta a nosotras —le contaba en susurros, tímida— y cuando estaba por cruzar de calle me lo topé...

—¿Y luego? —giró de calle. Ya estaban a dos manzanas de llegar a la universidad.

—Y luego estuvo a cinco centímetros de mi cara —dijo de golpe, mirando el perfil blanquecino de su amiga. Alana abrió sus ojos, no creyendo lo que decía, y dejó su boca en una O.

—¿Cómo así?

—Es que nos chocamos, mi celular cayó al suelo, me lo tendió, lo guardé y luego lo miré y me paralicé... —relató, reía nerviosa. No podía –no quería– creer que le haya pasado eso—. Y cuando me pude mover, él me detuvo y quedó así de mí —terminó y puso una de las palmas de sus manos enfrente de su cara, a cinco centímetros, demostrando lo tan cerca que estuvieron.

Sus dedos fueron desapareciendo de su visión y ojos color verde esmeralda la observaron fijamente.

—Debería estar enojada contigo —dijo Alana, aparcando el auto en el estacionamiento del edificio. Madison volvió a la realidad—, pero no puedo estarlo. Sé que es algo nuevo para ti toda esta rareza con el Mr. Ojitos.

—Bueno, gracias por entenderme —se dedicaron unas sonrisas y salieron del auto.

Ambas fueron por caminos diferentes, Madison ya se estaba preparando para escuchar los parloteos de sus amigos cuando llegase a los pasillos cerca de la clase que compartía con Joel.

(•••)

—No puedo creer que acepté tu propuesta —dijo Madison, ocultando su sonrisa y apretando el puente de su nariz.

—Y yo no puedo creer que haya aceptado tu propuesta sobre su propuesta —soltó Alana desde el asiento trasero.

En la mañana, ni bien se había acercado a sus amigos, Maddie recibió cientos de pedidos implorando que por favor fuese con ellos a jugar un partido de fútbol. Los hermanos de Joel y el hermano de Christopher irían, y al parecer, también un par de amigos suyos. Eso hizo que Madison quisiera decir que no: cabía la posibilidad de que entre esos amigos estuviese el ojiverde, a lo que ellos le juraron que no estaría ahí.

Aún así, a Maddie no le apetecía aceptar la invitación; siempre odió hacer deportes juntos con los muchachos en general. Ella los consideraba demasiado brutos y competitivos –aunque, a decir verdad, su amiga Sol era igual de competitiva, o incluso más que bastantes hombres–. Maddie no era débil, por supuesto que no, ella estaba consiente de eso, pero de todos modos no quería aceptar. Amaba el fútbol, sobre todo hacer el deporte, pero hombres y fútbol era una combinación que nunca le había gustado; ellos no sabían perder.

Cuando luego de miles de súplicas había aceptado, le suplicaron, otra vez, que le pidiera a una de sus amigas que fuese con ellos. Era algo raro y, considerando que su amigo Christopher le dedicaba una mirada cómplice a Joel con una sonrisa de lado, se había vuelto sospechoso.

Ella le propuso a Alana que los acompañara, pero ahora viendo la expresión seria de Christopher, se daba cuenta de que quizás él se había referido a otra amiga suya... Más específicamente a Sol, quizás y solo quizás.

—Oigan —habló Joel, mirando la carretera—, nos vamos a divertir mucho. Chris solo se peleó con la profesora de matemáticas hoy en la universidad y por eso está de mal humor —explicó, dándole una mirada severa a su amigo a través del espejo retrovisor—. En cuento esté pisando la cancha en un rato ya se le habrá pasado.

—A mí ya me divierte ver a Christopher con mala cara —habló Alana.

El nombrado le dio una mala mirada. Definitivamente, cuando le dijo a Madison que invitara a una amiga, no se había referido a Alana. Aunque hubiese sido mejor que le haya dicho más directamente "Oye, invita a tu amiga morena de cabello rizado". Pero sorprendentemente, no le desagradó demasiado la idea cuando vio a Maddie junto a Alana y Joel esperando por él en la puerta de su casa en el auto de su amigo.

—¿Estás seguro de que tu amigo no irá? —susurró bajo Maddie, en dirección al rizado.

—Ya te lo dije; a él no lo invitamos —respondió de igual manera—. Quisimos invitarte a ti antes que a él para integrarte en nuestro grupo. Y si él estaba presente, no hubiésemos podido hacerlo.

Madison sonrió incómoda. Wow, no podía creer que Joel haya hecho eso por ella. Y el hecho de que sí lo hiciera, dejando de invitar a un amigo que él conocía hace más tiempo que a ella, era algo loco. De todos modos, no se sentía del todo bien.

—¿Falta mucho? —preguntó Chris en un tono aburrido—. Está muy lejos desde mi punto de vista.

—Cállate. Tú escogiste venir hasta aquí —le soltó Joel, dedicándole otra mirada severa.

Luego de otros quince minutos, llegaron al lugar. Era bastante lindo, a decir verdad. Había una cafetería justo en la esquina de la calle, junto a ella una cancha miniatura de fútbol al aire libre cerrada con redes y con césped visiblemente sintético. Era muy lindo.

Cuando los cuatro bajaron del auto casi al mismo tiempo, cinco chicos salen del auto más cercano a ellos. Todos saludan a Madison y Alana como si se conocieran de toda la vida y de una manera demasiado amigable. Cuatro de ellos se presentaron como los hermanos de Joel –todos ellos con un ligero parecido al rizado– y el pálido muchacho de frente igual de grande que la de Chris, se presentó como su hermano mayor.

—Pareces más agradable que Christopher —soltó Alana haciendo que todos allí rieran, excepto el nombrado y Maddie, que de alguna manera se sintió incómoda.

Madison se quedó junto a él, quedando atrás de todo el montón mientras caminaban hacia la cafetería. Mientras Christopher le explicaba que para entrar a la cancha había que entrar por allí, pudo escuchar los parloteos de los demás adelante suyo, y no evitó mirar hacia donde ellos saludaban enérgicamente.

Se quedó completamente quieta al ver a unos conocidos ojos verdes junto a un chico moreno de espalda ancha y otro con sonrisa tierna y pelo castaño rapado. ¿Qué estaba haciendo él ahí? Joel le había dicho que no lo habían invitado, se veía demasiado serio cuando lo dijo. Christopher miró a Maddie con los ojos como platos, dándose cuenta de todo, y dirigió su mirada a Joel justo en el momento que él lo miraba también. El rizado negó con el ceño fruncido, claramente sabía a qué se refería. Cuando volvió su mirada a Madison, lo primero que vio fue la desesperación.

—Juro que no sé qué hace él aquí, pero por favor no te vayas —le susurró Chris—. Sé que será raro, pero si te quedas conmigo o con Joel, o con Alana, todo pasará más rápido.

—Chris...

—Por favor —la interrumpió—, no volverá a pasar, en serio.

Cuando Madison asintió resignada, Christopher la abrazó y la elevó del suelo por unos segundos. Se dirigieron lentamente a donde ahora los demás estaban conversando con Erick y los dos muchachos de nombres desconocidos. Fue algo completamente impactante cuando el ojiverde la saludó, como si nunca la hubiese mirado con ojos de un animal carnívoro acechando a su presa.

Christopher no se separó de Maddie ni un solo momento, sin dejar de mirar a Erick con expresión neutral. Y ella nunca en la vida se sintió tan mal e incómoda; era como si por su culpa se estuviese rompiendo una amistad.

Erick no hizo nada, carajo, ¿por qué Christopher actuaba así?

Y mientras caminaban a la cancha, a la intemperie, quería esconderse dentro de la gran sudadera que llevaba puesta. Se dio cuenta de que fue una mala decisión haberse puesto una sudadera; hacía bastante calor –aunque lo toleraba, estaba acostumbrada a usar sudaderas todo el tiempo–, pero jugar al fútbol con eso puesto no era una agradable combinación para esos días. Se arrepintió de haberse puesto solo una camiseta de tirantes bajo su ropa, pero haberse puesto un gran Jogging deportivo lo compensaba por completo.

—Muy bien —habló Joel cuando ya estaban pisando el césped sintético—, tenemos que elegir quién será el juez.

—Yo puedo serlo —habló la morena, levantando levemente su delgada mano.

Joel negó.

—No, tú vendrás con nosotros —le informó con media sonrisa—, jugarás en el medio.

Maddie asintió con timidez. En realidad le encantaba jugar en el medio, pero algo que también le gustaba era decirle a los jugadores cuando cometieron un error.

—Yo lo seré —habló Jonathan, el hermano de Christopher—. Pero solo por hoy, ¿está bien? —todos rieron.

—Hora de elegir los equipos —sonrió con satisfacción Erick, frotando sus manos—. Voy con ustedes —se dirigió a Joel, que tenía a Madison abrazada por los hombros.

—Ya están hechos los equipos, en realidad —respondió Alana, dándose cuenta de la repentina palidez de su amiga.

—Joel, Alana, Madison, Gabo y yo estamos juntos —habló Christopher con una tensa sonrisa en sus labios. Alana sonrió aún más cuando Chris le siguió la corriente.

—Oh, claro —respondió Erick, para nada avergonzado.

Cinco minutos después ya comenzaron a jugar y, mientras Madison daba el pase a Alana, podía sentir las ligeras y gordas gotas de sudor bajar desde su nuca y a lo largo de espalda. Ató su cabello castaño en un moño desprolijo con una banda elástica que tenía en su muñeca y trató de hacer caso omiso a los pedidos que su cuerpo le enviaba para que de alguna manera le dé un poco de aire.

Su padre siempre se lo decía: mucha ropa y un lugar con mucho sol y altas temperaturas no son una muy buena combinación, más aún cuando estás haciendo alguna actividad física. Está de más decir que ella siempre lo supo, desde muy pequeña fue una persona que le gustaba hacer todo tipo de deporte con sus amigas, claro. Aunque luego por razones de introvertividad dejó de hacerlo, pero no significaba que dejó de gustarle o que haya olvidado lo que se siente el calor sofocante.

Y mierda que era desesperante.

—¡Chris, ven aquí ahora! —gritó Joel desde su puesto de portero—. ¡Se supone que eres defensa! ¡Nadie me defiende! —movió sus brazos por el aire.

—Alana ve a defensa —dijo el nombrado, pasando por su lado y dándole una mirada mandona se quedó en donde ella estaba, quedando como delantero.

Alana, susurrando cosas de todo tipo, caminó apresurada hasta posicionarse cerca de la portería. Vio a Joel negar con su cabeza mostrando lo enojado que estaba con su amigo y no desaprovechó la oportunidad para poder molestar al castaño.

—Menos mal que Christopher ya no es defensor —soltó sin gritar, pero se escuchó por todos lados—, no es que fuéramos perdiendo por dos puntos solo porque sí —dijo con una risa burlona.

No, Alana no era mala persona. Tampoco solía ser tan... tan... tan así con las personas normalmente, pero hace una hora –cuando esperaba sentada en el auto de Joel– vio la cara que había puesto Christopher al verla, había decido no hacerse pequeña ante su mirada. I'm so sorry not sorry, Christopher pensó ella, yo no tengo la culpa de que hayas esperado a mi hermana y no a mí.

Chris volteó con el ceño sumamente fruncido y le hizo burlas cual niño de cinco años a lo que ella acababa de decir. Alana negó repetidas veces con su cabeza como si estuviese indignada y en un rápido movimiento se deshizo de su propia remera un poco holgada, quedando en un top-deportivo Nike color gris oscuro –casi negro–, arrojó la prenda a un lado y se posicionó en su lugar otra vez.

El castaño le quedó mirando fijamente con sus cejas aún juntas. Y no reaccionó hasta que Maddison soltó un estruendoso grito llamándolo.

—¡Christopher! —soltó mientras la pelota iba a su dirección. Él se sobresaltó y dirigió su mirada a ella. Sin embargo, en lugar de ver la cara de Maddie, vio la pelota de fútbol dirigiéndose hacia su rostro.

Dando un corto brinco hizo que la pelota chocara con el lado izquierdo de su pecho, la esfera cayó a su pies y antes de que alguien más lo hiciera, le dio una patada, mandando la pelota tan rápido directo a la portería que nadie la pudo rechazar. Sin esperar un momento más, corrió hasta Maddie y la alzó en un fuerte abrazo, sacudiéndola en los aires y entre sus brazos, demostrando lo emocionado que estaba.

—¡Fue con tu pase! —le gritaba una y otra vez en la oreja sin siquiera soltarla—. ¡Nunca vi a una chica jugar tan bien como tú!

—Sí, es como Messi —alguien dijo detrás de ellos, con un tono de voz no tan alegre.

Madison se soltó del abrazo y dio media vuelta. El comentario –innecesario– del ojiverde había sonado demasiado sarcástico. Si el comentario hubiese sido irónico no le hubiese afectado tanto como este. Sí, se estaba burlando de ella. La morena lo miró de arriba a abajo, como si estuviese tratando de buscar algo para poder burlarse de él también, ya que no le prestó tanta atención mientras estaban jugando.

No. Nada. Nada para burlarse de él.

Sus shorts deportivos junto con esa camiseta sin mangas le quedaban espectaculares. Y –aunque si ella se las hubiese puesto, se sentiría horrible– sus zapatillas enormes y blancas junto con medias verdes no le quedaban como a alguien que mereciera la pena ser burlado. Aunque nunca se burló de nadie, lo hubiese hecho con él de no ser porque no había encontrado algo como para hacerlo. Ni siquiera su rostro o su cuerpo –donde no vio rastros de sudor por ningún lado– daba señales de tener algo para poder burlarse.

Maddie se preguntó internamente si ese chico era verdaderamente un ser humano. Eran casi las cinco de la tarde, el sol a todo su esplendor y pareciendo no querer bajar de ahí hasta próximo aviso, jugando al fútbol desde hace media hora y Erick permanecía sin ninguna gota de sudor. Ni siquiera una delgada, una muy fina, del tan pegajoso –y odiado por muchos– sudor. Wow.

—Ya quisieras jugar como ella —soltó Christopher con una sonrisa.

Erick parecía querer decir algo, pero el hermano de Chris llegó a tiempo para salvarla. Se estaba muriendo de sed de pronto .

—¿Qué les parece un descanso? —habló Jonathan.

Sin esperar más, Maddie trotó hasta fuera de la cancha, hasta las botellas de agua heladas. Tomó de una de ellas mientras se sentaba en unas gradas que allí había y sintió que sus dientes se congelaban mientras el agua fría entraba en su boca y bajaba por su garganta. Sintió todo su cuerpo extremadamente caliente mientras su sistema digestivo se helaba gracias al agua.

Se le ocurrió la idea y la puso en práctica. Tapó con su debida tapa la pequeña botella y la llevó más abajo, la adentró en su gran sudadera, por debajo de la gruesa tela y por encima de su camiseta de tirantes. Con los ojos cerrados, llevó el pequeño helado envase desde su ombligo hasta entre medio de sus pechos, donde sentía todo húmedo debido al sudor. Gimió por lo bajo por la diferencia de temperatura –su caliente cuerpo y el helado envase– y se quedó así por un momento, hasta que sintió carraspear a alguien.

Madison abrió sus ojos y se encontró con una mirada verde esmeralda que la miraba con curiosidad, o quizás con diversión, y observaba cómo uno de sus brazos aún estaba dentro de la sudadera.

—Yo... —casi tartamudeó Maddie—. Tenía calor —se excusó mientras sacaba la botella de ahí. Bajó su mirada.

—No dije nada —dijo Erick sentándose junto a ella—. Te quería pedir disculpas —dijo mirándola. No le habló como si le estuviera pidiendo disculpas, sino como si le estuviese hablando de cualquier otra cosa—. No quería hacerte sentir mal. Lo siento.

—No importa —se encogió de hombros.

Cuando iba a la primaria Maddie solía recibir comentarios mucho peores que ese. Siempre se burlaban de ella por la ropa que llevaba; si llevaba ropa linda era porque se quería hacer la diva, y si llevaba ropa que siempre solía usar era porque ella era pobre. Al menos eso decían sus compañeros en su momento. Y, en ese entonces, cualquier comentario no lindo, por más mínimo que sea, a ella le afectaba a tal punto de hacerla llorar. La molestaban tanto que una vez hasta se le ocurrió decirle a su madre que la cambiase de escuela.

Al llegar a la secundaria, su actitud introvertida no cambió demasiado. Pero se propuso que un nuevo comienzo era digno de tener un nuevo cambio en ella misma. No cambió su actitud para con los demás, pero nunca más dejó que las demás personas la intimidaran, o le dijeran cómo debía vestirse para poder ser alguien bonita. Tampoco dejó de vestirse como a ella le gustaba. Se sentía cómoda y eso bastaba para ella.

El comentario que Erick le había hecho le hubiese importado si ella aún estuviese en la primaria; pero como no lo estaba no tenía por qué importarle. Pero... pero.

—Entonces... —dijo Erick, como si no acabara de pedirle disculpas—... ¿Vives aquí o qué? —preguntó, un tono de curiosidad resonando en su voz.

Maddie elevó su mirada y dejó sus ojos en los suyos.

—Sí. Vivo aquí —dijo asintiendo.

—Genial. ¿Y en dónde estudias? —se veía como si estuviese forzado a seguir conversando con ella, pero no parecía incómodo. Aunque ella sí lo estaba.

—Estudio con Joel y Christopher, solo que este es mi primer año de universidad —explicó Maddie.

—Oh, claro. Yo también voy a primer año, pero a la universidad de Artes —dijo él. Maddie asintió, comprendiendo.

—¿Por qué aquí están estas gradas? —preguntó Madison curiosa.

—Oh, es porque los fines de semana suelen venir niños con sus clubes de fútbol infantiles y hacen los partidos aquí. Y siempre vienen familias a ver a sus pulguitas jugar —rió él, contagiando a la morena y ella quedó contemplando la linda risa y hermosa dentadura del ojiverde.

—Claro, tiene sentido —dijo, sin quitar su vista de Erick.

Él sonrió amplio en dirección a ella.

Madison quedó embobada con esa gran, blanca, perfecta y hermosa sonrisa suya. Era como si estuvieses viendo a un pavo Real macho mientras abre su plumaje; imposible quitar la vista de él. Se preguntó si en él habitaba algún tipo de fuerza de atracción que hiciera que las personas que estén a dos metros a la redonda tengan su mirada sobre todo él.

Erick se dio cuenta que Maddie no estaba apartando su mirada de él, entonces se quedó observándola. Y quizás no lo haya querido, pero sus ojos quedaron quietos en sus labios; sus rosados, abultados y, aparentemente, suaves labios de Madison.

—¡Ya acabó el descanso! —gritó Jonathan volviendo a la cancha y dejando de lado una botella de agua—. ¡Damas y caballeros... y Christopher!

—Eres muy gracioso, eh —soltó Christopher pasando por su lado y posicionándose donde debía.

—A mí me gustó el chiste —dijo Alana.

Maddie se puso de pie, y ya estaba dentro de la cancha cuando Erick pasó por su lado, caminando de espaldas a los demás y de frente a ella.

—En verdad sí creo que juegas bien —admitió el ojiverde en su dirección. Dio media vuelta y caminó sin prisa a su puesto.

Maddie bajó la mirada disminuyendo la velocidad de su caminata. Se quedó con sus ojos fijos en el césped sintético bajo sus zapatillas deportivas, sintiendo cómo sus mejillas se enrojecían –por algo mucho más que el calor– y cómo su corazón se hacía pequeño.

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