Acordes del silencio

By lucemp

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Mateo es un violinista soñador, Rocío una violinista que vive de la idea del amor, Sharon una promesa de la m... More

Prefacio
2. Amanecer de ayer
3. Las begonias opacas y el silencio
4. Gotas de alivio
5. Las rosas algún día fueron escarlata
6. Dice "Te amo" solo escucha
7. Su corazón bellamente podrido en sus últimos latidos
8. Susurra lindas despedidas
9. Despedidas inminentes
10. Melodías contando quereres

1. Melodías y suplicios del alma

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By lucemp

Otra vez en el piano, ¿Cuánto duraba diariamente tocando? Por mucho que intentara preguntárselo, nunca se lo diría. Él  se sentó en una esquina de su casa, en medio de las flores que cubrían la entrada, mientras  oía la voz de su alma. Era la única forma de sentir lo que ella sentía, bueno, quizás era demasiado pretencioso decir algo así.

Su melodía era demasiado triste, tanto que quería llorar, después de todo… ¿hasta cuándo iba a vivir en el silencio? Ella hablaba perfectamente, pero nunca se sabía realmente lo que pensaba. Él siempre estuvo tratando de descubrir aquello que la hacía soñar, después de todo, sentimientos que nunca se podrían controlar surgían al escuchar melodías cargadas de emociones fuertes y siniestras, que lo quebrantaba como lluvia incesante en el olvido de un hermoso querer.

Había muchas cosas que aquellos sonidos le hacía sentir, como lo solitaria que era su vida, lo inalcanzable que era ella y el amor que nunca podría sentir. Era hermosa en todas las maneras imaginables, como una flor en primavera por la mañana, fresca y suave como el roció en verano, pero su corazón ya no pertenecía a nadie, el piano era lo único que le había quedado…

Las lágrimas recorrían sus mejillas sin descanso, ya nada tenía sentido y el sonido era lo único que le recordaba que aún vivía, con su cabellera castaña rosando sus hombros y aquel vestido largo que marcaba su figura, se entregó una vez más al amor y al terror. Sentía como cada vez que sonaba una nota, rosaba su alma y la quebraba sin compasión, todo pertenecía a él… y ella ya no tenía nada.

Tan pronto acabó su melodía, Mateo salió a correr, tan rápido como sus piernas le permitían. Entró a la sala de ensayos sudando con el violín en su espalda y la rubia quien lo estaba esperando por casi media hora, lo miró con cierta impaciencia.

 —Oye Mateo ¿Por qué has tardado tanto? Que molesto —le reprendió Rocío, una violinista que siempre hacia duetos con Mateo y se había convertido en su amiga inseparable. Tenía cabellos dorados que se fundían en una piel blanca llena de pecas acentuadas por la primavera, era pequeña y caderona, un hermosa mujer en el brote de la vida.

—Vale, vale —se defendió riendo con su hermosa amiga. Comenzaron a tocar Polonaise Brillante No. 1, Op. 4. Cuando ella llegó con su cara sonriente, interrumpiendo a los violinistas que habían emprendido su ensayo.

—¡Disculpen la tardanza! —dijo Sharon sentándose rápidamente ante el piano. Ella era una hermosa mujer de diecinueve años, alegre y optimista, y también una promesa para la música clásica. Era el sueño para cualquier chico que la acompañaba en la orquesta Nacional de música clásica, porque nadie conocía los charcos profundos de su corazón y pensamientos tan nebulosos como el aire de las montañas en invierno.

 Sharon comenzó a hacerles el acompañamiento y en conjunto con los violinistas, llenaron la sala de una música alegre y llena de sentimientos intensos que resultaban de interpretar tal pieza. Los violines parecían estar en una disputa y el piano, que  no se quedaba atrás, sonaba inundándolo todo. Los acordes danzaban contando aquellos sentimientos que estaban en el vacío del silencio, mientras los corazones se confundían entre la felicidad incesante de una musa, aunque impredecible, llena de vida.

Mateo observaba a la intérprete de pelo castaño con añoranzas más allá de la admiración que todos le tenían, pues él era alguien que la escuchaba a hurtadillas, disfrutando de lo que ninguno de los presentes había sentido nunca, pues Sharon solo desnudaba su alma en la soledad absoluta, donde con el piano se unían en una danza perteneciente al espacio del alma.

Una vez concluyeron el ensayo, Rocío golpeó a Sharon en la espalda en un saludo poco o nada femenino.

—Me pregunto si alguna vez me sacaras los pulmones —se defendió ella con una tos propiciada por Rocío.

—Ya están peleando —se quejó Edgar, el director, en medio de un drama fingido—. Atención todos, en la academia hay un concurso de música individual donde el ganador tendrá la oportunidad de presentarse en el concurso internacional de música clásica de América este año, junto a Sharon. Así que los que estén interesados en participar, dejo el formulario de inscripción aquí.

—Eso es genial —gritó Rocío mientras corría hacia el formulario.

Mateo miró de reojo a Sharon y vio como sus manos acariciaron el piano en un movimiento casi indescriptible, y una sonrisa que no llegó a sus ojos, se curvo en su cara. Toda la sala estaba en una gran revuelta por la propuesta del director, pero para aquel joven de cabellos negros, ojos avellana tras sus gafas, ligeramente delgado y de estatura promedio; sólo veía el mundo en ella.  Después de todo, desde que la conoció, todo su mundo cambio de color. Por eso que llamaban amor.

—Rocío ¿Ya has hecho la tarea de armonía para mañana? —preguntó Mateo solo con la intención de dañarle su felicidad.

—Rayos, ¡No! —reaccionó en algo que cualquiera podría calificar de un extremo dramatismo forzado, pero no lo era, ni un poco— Sharon, mi mejor amiga.

—No sé de qué hablas —dijo Sharon tratando de zafarse de su agarre pétreo, y cuando lo logró, Rocío emprendió una gran guerra de cosquillas hacia ella.

Sharon emprendió una huida del lugar en busca de mantener su integridad física, y la despistada de Rocío, sacudió un estante que nadie debería golpear, pues ahí estaba un trofeo delicadamente hecho de vidrio que se había ganado su director en sus épocas de oro.

Por más de que intento retener una caída inminente (y su desastroso daño), sus dedos no alcanzaron el trofeo. Se rompió en mil pedazos, convirtiendo su estado, en irreparable.

—Ah… ¿Ese no es el trofeo más amado por el director? —preguntó con una intención de burla el muy galán, Albert.

—¡Cállate, cállate!  —replicó Rocío, nerviosa y al ver la expresión del director, su estado de ánimo empeoró—. Seguro aquel trofeo estaba vivo y se lamentaba de su propia soledad, murió para ir a un lugar mejor. Hermoso —dijo al muy enfadado director, haciendo ademanes de teatro con las manos.

—¿Hermoso, Rocío? —preguntó mirando incrédulo su más preciado trofeo vuelto trizas— Sí que tienes agallas. Rocío, Sharon.

—¿Yo? —inquirió incrédula la pianista.

—oh, sí. Ustedes pagaran por esto.

Media hora después la pianista y violinista estaban haciendo el aseo de toda la academia, y además lo harían el resto de la semana. Incluso Edgar le había dado la semana libre a la señora encargada del aseo. Ellas no se salvarían de pagar con sudor y esfuerzo, el destrozo de su pequeño tesoro.

—¿Por qué estoy aquí? Sigo sin entenderlo —se quejó Sharon— además fue tu culpa, y estaré horas aquí en tan vana compañía.

—Ah, lo sabía, estoy muerta. Mi tarea de armonía — se quejó también acostándose en el suelo. Ellas no estaban haciendo más que perder el tiempo y dejando que la noche se acercara.

—¡Oigan! —las reprendió el director mientras les tiraba un trapo a cada una para limpiar el polvo— hagan algo. Además… no se atrevan a romper otro trofeo mientras limpian ¡Las haré trabajar un mes para mí!

—Sigo insistiendo ¿Por qué habla en plural? —preguntó Sharon, sabiendo que no tendría otra respuesta más que un gruñido mal humorado.

—Director, las cosas materiales no deben ser objetos de apego. Has que tu alma se libere del dolor, si, libera el alma… ¿Sabes cómo viven los animales?

—Cállate Rocío, lo empeoras todo —casi suplicó Sharon.

—Aparte de esto, vayan donde esta este chico —dijo mostrándoles una fotografía. Era un joven tal vez de unos veintidós años, con cabello negro, mirada despreocupada, piercing en los labios y la ceja del ojo derecho—. Díganle que mañana lo espero sin falta al ensayo.

—Debería ir Rocío para ver si por fin consigue novio y deja de meterme en tanos problemas —sugirió Sharon muy seriamente.

—¡Deja de decir esas cosas! —le reprendió la violinista.

—¿Rocío no tiene novio? Entonces… ¿Qué es Mateo? —preguntó confuso, Edgar.

—Está mal hecha la pregunta, se supone que debería de decir “quien” y no “que” —intervino Sharon.

—Mi amigo, mi amigo —repitió ansiosa.

—De igual manera, Rocío si quiere acompañar a Sharon donde Elías. Se los encargo.

—Siguió hablando en plural —reprochó una vez más Sharon.

 Terminaron de hacer el aseo cuando la noche ya había llegado y en medio de peleas absurdas de una amistad en ese momento inquebrantable, decidieron ir juntas a buscar aquel joven que debía estar en un bar a solo unas calles de la academia.

Sharon con el corazón lleno de un presentimiento absurdo y Rocío con su eterno afán de la irresponsabilidad, llegaron al bar y todos los ojos que estaban allí, observaron a las dos pequeñas mujeres que se acercaban al guitarrista que en ese momento estaba presentando su  canción.

Cuando la pianista mira quien está al frente suyo, después de tanto tiempo sin ver esos ojos suplicios del vacío  en los sentimientos de desolación, lo recuerda. No había prestado atención a la foto del director y no pensaba que hubiese cambiado tanto, no lo había imaginado, pues nunca hubiese querido desenterrar sabores tan amargos.

—Sharon… —murmuró él con una suavidad casi estremecedora.

—Rocío, tengo que irme —dijo Sharon  sin poder soportar un instante más sin llorar como una pequeña perdida.

—Tranquila, yo me encargo —le dijo ella sonriente, sin embargo, Sharon solo huyó una vez más.

—¡Sharon! —gritó él, pero se mantuvo en su puesto ya que estaba en medio de un trabajo.

Sin preguntar, Rocío le pidió a Elías asistir al ensayo que ordenó Edgar. Él sin pensarlo dos veces aceptó. 

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