1. Melodías y suplicios del alma

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Otra vez en el piano, ¿Cuánto duraba diariamente tocando? Por mucho que intentara preguntárselo, nunca se lo diría. Él  se sentó en una esquina de su casa, en medio de las flores que cubrían la entrada, mientras  oía la voz de su alma. Era la única forma de sentir lo que ella sentía, bueno, quizás era demasiado pretencioso decir algo así.

Su melodía era demasiado triste, tanto que quería llorar, después de todo… ¿hasta cuándo iba a vivir en el silencio? Ella hablaba perfectamente, pero nunca se sabía realmente lo que pensaba. Él siempre estuvo tratando de descubrir aquello que la hacía soñar, después de todo, sentimientos que nunca se podrían controlar surgían al escuchar melodías cargadas de emociones fuertes y siniestras, que lo quebrantaba como lluvia incesante en el olvido de un hermoso querer.

Había muchas cosas que aquellos sonidos le hacía sentir, como lo solitaria que era su vida, lo inalcanzable que era ella y el amor que nunca podría sentir. Era hermosa en todas las maneras imaginables, como una flor en primavera por la mañana, fresca y suave como el roció en verano, pero su corazón ya no pertenecía a nadie, el piano era lo único que le había quedado…

Las lágrimas recorrían sus mejillas sin descanso, ya nada tenía sentido y el sonido era lo único que le recordaba que aún vivía, con su cabellera castaña rosando sus hombros y aquel vestido largo que marcaba su figura, se entregó una vez más al amor y al terror. Sentía como cada vez que sonaba una nota, rosaba su alma y la quebraba sin compasión, todo pertenecía a él… y ella ya no tenía nada.

Tan pronto acabó su melodía, Mateo salió a correr, tan rápido como sus piernas le permitían. Entró a la sala de ensayos sudando con el violín en su espalda y la rubia quien lo estaba esperando por casi media hora, lo miró con cierta impaciencia.

 —Oye Mateo ¿Por qué has tardado tanto? Que molesto —le reprendió Rocío, una violinista que siempre hacia duetos con Mateo y se había convertido en su amiga inseparable. Tenía cabellos dorados que se fundían en una piel blanca llena de pecas acentuadas por la primavera, era pequeña y caderona, un hermosa mujer en el brote de la vida.

—Vale, vale —se defendió riendo con su hermosa amiga. Comenzaron a tocar Polonaise Brillante No. 1, Op. 4. Cuando ella llegó con su cara sonriente, interrumpiendo a los violinistas que habían emprendido su ensayo.

—¡Disculpen la tardanza! —dijo Sharon sentándose rápidamente ante el piano. Ella era una hermosa mujer de diecinueve años, alegre y optimista, y también una promesa para la música clásica. Era el sueño para cualquier chico que la acompañaba en la orquesta Nacional de música clásica, porque nadie conocía los charcos profundos de su corazón y pensamientos tan nebulosos como el aire de las montañas en invierno.

 Sharon comenzó a hacerles el acompañamiento y en conjunto con los violinistas, llenaron la sala de una música alegre y llena de sentimientos intensos que resultaban de interpretar tal pieza. Los violines parecían estar en una disputa y el piano, que  no se quedaba atrás, sonaba inundándolo todo. Los acordes danzaban contando aquellos sentimientos que estaban en el vacío del silencio, mientras los corazones se confundían entre la felicidad incesante de una musa, aunque impredecible, llena de vida.

Mateo observaba a la intérprete de pelo castaño con añoranzas más allá de la admiración que todos le tenían, pues él era alguien que la escuchaba a hurtadillas, disfrutando de lo que ninguno de los presentes había sentido nunca, pues Sharon solo desnudaba su alma en la soledad absoluta, donde con el piano se unían en una danza perteneciente al espacio del alma.

Una vez concluyeron el ensayo, Rocío golpeó a Sharon en la espalda en un saludo poco o nada femenino.

—Me pregunto si alguna vez me sacaras los pulmones —se defendió ella con una tos propiciada por Rocío.

Acordes del silencioHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin