<<Entonces, es uno de los busca el silencio>>, concluyó en su mente antes de ir por unas mantas.

Cuando volvió, se las ofreció al joven quien seguía con la vista fija en nada, perdido en sus pensamientos. Fue entonces que el padre notó el morado en su mejilla y el labio roto, también los cortes en sus puños. ¿Una pelea? Quizás, los jóvenes del pueblo cercano se la pasaban en eso. Sin obtener respuesta a su ofrecimiento, el padre envolvió una de las mantas alrededor del chico.

—Vas a resfriarte —explicó—. ¿Puedo ofrecerte un te caliente? ¿Café?

Nada. El padre dejó salir una larga respiración y se sentó en la otra punta del banquillo, mantuvo su distancia, no quería incomodarlo. Después de unos minutos, el padre ya había empezado a disfrutar el silencio, el ruido de la tormenta afuera crecía y disminuía en un ritmo inconstante.

—Ella creía —fue un susurro, su voz carrasposa y débil—. Ella creía en Dios.

El padre fue cuidadoso con sus palabras.

—¿Ella?

—Su nombre era Fleur Dupont, nació en Francia y luego fue Mila Stein. No le gustaba el invierno y tampoco las orquídeas, su color favorito era el rojo —el chico soltó dato tras dato de la persona que hablaba, el padre escuchó—. Ella creía en tu Dios.

Tu Dios. Eso llamó la atención del padre.

<<Así que se está cuestionando su fe>>, pensó el padre y hablaba de esta persona en pasado así que el padre asumió que había muerto. Nuevamente, no era algo que no le pasara seguido, tenía décadas en el servicio.

—No es mi Dios, es el de todos —aclaró—. La muerte es algo que nos hace cuestionarnos muchas cosas, y por supuesto, eso incluye nuestra fe.

—Ella creía en mí —respondió el chico—. Soy un monstruo y eso nunca la detuvo, ella siempre creyó en mí. ¿Por qué? ¿Por qué creer en mi con la misma devoción que creía en tu Dios?

El chico levantó las manos y ojeó sus nudillos. El padre suspiró antes de hablar:

—¿Qué sería de nosotros si no creyéramos en nada o en nadie? —El padre Smith recordó la muerte de su amante Maggy, había sido su compañera por 40 años y había muerto de un ataque al corazón el año pasado—. Es un mundo muy solitario y vacío sino tenemos algo a que aferrarnos.

—Yo no creo en tu Dios ni en mí. No soy como ella, creo en los hechos —murmuró el joven—. Creo que no debería estar vivo, no después de todo lo que he hecho.

El padre sintió una necesidad en el chico, quizás quería desahogarse.

—¿Qué has hecho? —preguntó—. Puedo escucharte bajo confesión, si quieres desahogarte, lo que me cuentes no saldrá de aquí.

El chico se tensó visiblemente y apretó la mandíbula.

—¿Incluso si he matado a alguien?

El padre mantuvo la compostura.

—Incluso si has matado a alguien.

—Algo está mal en mi cabeza —comenzó el chico—, no saben que es. Todo está bien, en orden, organizado como debe ser, los hechos, los datos todo y luego... rabia. Y no puedo parar.

—¿Y esta persona de la que hablas te ayudaba con eso?

—Si, Fleur Dupont que nació en Francia y luego fue Mila Stein. No le—

—No le gustaba el invierno y tampoco las orquídeas —terminó el padre por él. Era un chico especial, de esos que también visitaban su iglesia—. Entiendo, si ella creía en ti era porque independientemente de lo que hayas hecho, tenía esperanzas en que pudieras superarlo y salir adelante.

—Ahora no tengo a nadie. Nadie que crea en mí.

El padre Smith no sentía que el chico quisiera un sermón para creer en Dios así que tomó otra ruta:

—Estoy seguro de que hay más personas en tu vida que creen que puedes lograrlo. Además, de nada sirve si hay docenas de personas creyendo en ti si tú no lo haces.

—No puedo creer en mí. No cuando los hechos están desordenados en mi cabeza cuando la rabia toma el control. No soy confiable.

El padre ojeó los nudillos del chico.

—¿Has herido a alguien esta noche?

—No.

—De acuerdo.

La expresión del chico se endureció.

—Lo he matado.

Escalofríos, la voz del chico se tornó fría y calculada cuando lo dijo, era un hecho, el padre lo sabía y por primera vez en su servicio, en esa noche de tormenta, el padre Smith se había quedado sin palabras.

—Pero lo merecía así que no tiene que preocuparse —agregó el chico.

—¿Lo merecía? —El padre arrugó sus cejas—. No puedes decidir quién merece morir o no.

—¿Por qué no? ¿No es lo que hace tu Dios? —preguntó el joven—. A diferencia de él, no dejo morir inocentes, no esta noche.

El padre percibió que él se estaba molestando y eso no era lo que buscaba así que volvió a cambiar el rumbo:

—Y esta persona... ¿por qué merecía morir?

—8... —murmuró como si recordara un archivo—. Hombre de 47 años, había violado y matado a 8 padres como usted en 4 estados diferentes. Motivo: Fue victima de abusos por un padre en su infancia así que esa era su venganza, después de matar a ese padre, no se detuvo y siguió matando.

Por segunda vez esa noche, el padre se quedó sin palabras. El chico siguió:

—Ese hombre estaba afuera de su iglesia hace una hora, vino a matarlo. Un padre solitario de un pueblo pequeño era su víctima ideal —pausó—. Usted: Padre Lee Smith, 74 años, recientemente viudo, buena persona e inocente y nada de eso detuvo al asesino. Si una persona así puede jugar a ser Dios, ¿por qué no puedo eliminar yo a los que si lo merecen?

Al padre se le pusieron los pelos de punta. No podía ser cierto, este joven tenía que estar bromeando, pero ¿cómo sabía todo eso sobre él? El chico se puso de pie, soltó la manta y se giró hacia el padre, pero no hizo contacto visual, solo fijó sus ojos azules en el pecho del padre.

—Incluso esta noche lo he confirmado, invitar a un extraño a su iglesia y ofrecerle consuelo sin saber de lo que soy capaz es un acto ciego de bondad —el joven le pasó por un lado—. Debo irme, padre Smith. Gracias por escuchar.

—¿Por qué? —el padre se levantó, su mirada en la espalda del chico—. Si lo que dices es cierto, ¿por qué molestarte en salvar a un viejo como yo?

—Por ella —dijo el chico—. Ella siempre me contaba historias y recuerdo cada detalle. Ella solía asistir a esta iglesia cuando era niña y el tiempo de su sermón y que pasaba hablando con usted fueron un respiro para ella.

—Lo siento, no la recuerdo —admitió el padre con vergüenza.

—No tiene que hacerlo —los hombros del chico se relajaron—, solo recuerde que Fleur Dupont, una antigua creyente de su iglesia, le ha salvado la vida esta noche.

—¿Cómo te llamas?

Silencio por unos segundos y luego la voz automática del chico:

—Frey.

Y con eso, se fue. El padre Smith nunca supo si lo que el chico decía era verdad o no. Aunque una parte de él sabía que era cierto y que quizás en alguna parte de los alrededores de su iglesia estaba enterrado ese hombre. No lo investigaría, ni intentaría averiguar nada más. Lo que el chico, Frey, le había confiado esa noche de tormenta se quedaría guardado en él hasta el fin de sus días. 



Frey (Darks #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora