La historia de terror.

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_ Axel, ahora no. –Interrumpió, apartándose de él, camino unos cuantos pasos por el dormitorio y le habló sin mirarlo Ya ha pasado más de un año y sigues sin comprenderme. Entiende que no es fácil para mí.

Se fue hacia las ventanas y corrió levemente las dos cortinas para dejar pasar un poco de luz, quería evitar a toda costa tener otra discusión relacionada con su frigidez.

_ ¿No es fácil para ti? –le dijo en un grito bajo Eso fue lo más egoísta que has dicho en los últimos años, ¿qué se supone que haga yo, que me masturbe hasta la vejez esperando en vano que mi mujer recobre su libido sexual? De verdad que me impresionas.

_ ¡Yo no pedí esto! –exclamó y se escuchó desde afuera, pero Edith estaba muy ocupada hablándole en el oído a Maddie y poniendo su oreja en la boca de la muñeca

_ ¡Yo tampoco! Y espero que lo consideres. Piensa un segundo en mí y verás que tengo razón. exclamó él

Sin palabras, decidieron terminar con la discusión en ese instante. Ambos sabían que Edith había escuchado los gritos, tal y como lo había hecho los últimos meses, pero por lo menos se consolaban con su inocencia que no la dejaba comprender nada de lo que decían.

Como si nada, siguieron examinando la habitación de Amadine, una antigua residente del pueblo, según los agentes de bienes raíces, una solterona antisocial que no salía de su casa si no era necesario y fiel seguidora de una religión africana de la cual no se tenían datos. Con esa información, pudieron comprender por qué en los roperos se escondían grandes cajas de velones de colores blancos, negros y rojos, junto con frasquitos con colonias, esencias y otros tipos de sustancias caseras que al destaparlos, despedían un olor asqueroso. También, entre la colección de posesiones de la señora Tussaud, había inciensos, sahumerios y materiales extraños que posiblemente usaba para ofrendas o trabajos especiales.

A la tarde, todo eso fue tirado a la basura, incluido los muebles. Ninguno de los dos era supersticioso ni nada por el estilo, pero pensaban que era correcto apartar todas aquellas cosas relacionadas con la extraña Amadine y sus prácticas diabólicas, pero nunca pensaron la furia que desataría ello.

Cuando las acciones del hombre son manejados por el deseo de la carne, la mente muere. Era justo lo que le había sucedido a Axel, que aprovechando el turno nocturno de Edith en el hospital, llevó una amiga a su habitación.

Edith dormía tranquilamente abrazada a Maddie. Luego, durmió sola.

Axel pasó de la mano de su amiga, Deborah, una rubia voluptuosa que había visto en internet y prometía dar un intenso momento de placer si de por medio había un moderado monto de dinero. Atravesaron el living rápidamente por si por esas ruines casualidades Edith se despertaba y los veía, pero no, estaba sumergida en un sueño profundo, sola hasta hace unos segundos.

Subieron las escaleras, los pies golpeándose sigilosamente en los escalones parecían el galope de un caballo. Al atravesar el pasillo corto, ingresaron a la habitación.

Axel, la tomó de la cintura y le besó el cuello, luego sus manos enfurecidas apretaron sus senos y luego sus nalgas. La desvistió rápidamente mientras ella le bajaba el cierre de su jean y sacaba su pene erecto. Una acción llevó a la otra y cuando quiso acordar, Axel estaba sobre Deborah, penetrándola con fuerza, vigor e ira en el piso de la habitación. Los gemidos aminorados se retumbaban en las paredes pero no las atravesaban. Después, todo terminó. Y volvió a empezar, una vez más.

Creyeron que la puerta estaba cerrada, pero en realidad estaba entreabierta y a través de la fina pero agraciada rendija se proyectaba la visión fantasmal de un ojo de plástico tan curioso, como diabólico.

Misaki MeiWhere stories live. Discover now