CAPÍTULO 2

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Pía y Carina acababan de entrar al antro. Estaría más oscuro de no ser por los rayos azules y blancos que brillaban en las pantallas del escenario. La multitud que bailaba en el centro de la pista producía un bochorno asfixiante. Carina estaba incómoda. No llevaban ni dos minutos dentro y ya estaba sudando y su pelo había empezado a encresparse. Agarró del brazo a su amiga, que le gritó por encima de la música.

-¡Oye!, ¡¿estás segura de que quieres ir?!

Está asintió con la cabeza muy segura. Pía estaba preocupada porque Carina no era muy fan de los eventos nocturnos y sabía que había asistido con ella esa noche porque quería cuidar que ningún tío se le acercara más de lo necesario. Siempre pasaba que, cuando alguna de las dos se enamoraba, rápidamente les daban calabazas. Las dos ya habían aprendido que enamorarse era algo prohibido; sin embargo, Carina se hacía la indiferente, como si de verdad no le importara, y Pía seguía en el círculo vicioso de las relaciones tóxicas.

Subieron por unas escaleras de caracol pegadas a la pared derecha. Tenían el número de la sala siete en el piso siete por lo que tuvieron que pasar por el túnel iluminado de luces rojas que pasaba por los pisos altos: desde el quinto hasta el último, que era el que les había tocado.

El suelo era de un cristal oscuro y opaco que revelaba un montón de hormiguitas bajo sus pies. El metal de la barandilla estaba caliente y lleno de manos. Se respiraba un buen ambiente.

Llegaron a la puerta más ansiosas que cansadas. Pía se recolocó la falda, que se le había subido durante el trayecto; por otro lado, Carina se peinaba el pelo con las manos sin el resultado que esperaba. Sus rizos se habían descontrolado.
No conocía a nadie más que a Pía de todos los que iban a estar en la sala, que era al fin y al cabo la que le había metido la idea en la cabeza de que esa noche se lo pasarían genial. No lo quiso pensar dos veces y pasó tras ella cogida del brazo y con una de sus amables sonrisas en los labios.

-¡Hola!- saludaron casi al unísono con una voz muy aguda.

La sala estaba abierta, de tal forma que hacía de palco. Estaban iluminados por unas luces en la barandilla y otras más cálidas en el techo de un color azul blanquecino. Dentro, justo al lado del balcón, había una mesa larga de cristal y unos asientos de cuero negro.

Parecía que ya estaban todos. Eran las últimas en llegar, muy propio de Pía. Se sentaron al lado de Davide, que era quien la había invitado. Era moreno y tenía el cabello corto y rizado. No era feo pero a Carina le parecían más atractivos los chicos que tenía enfrente. Vestían con camisa con los pantalones rotos y ajustados. Seguramente serían a quienes más tendría que vigilar para que Pía no cayera en sus garras. Y es que, la verdad, ninguno de los dos estaba nada mal y eran del tipo de Pía. Bueno, y de ella también pero ningún chico tan guapo se fijaría en una chica tan rellena.

Al otro lado de los guaperas, se encontraban dos chicos: el de más a la derecha era altísimo y el de más a la izquierda, bueno, tampoco estaba tan mal pero su belleza parecía nula al lado de alguien tan perfecto. Y en su lado de la mesa se encontraban además de Davide y Pía, un trío bastante curioso. El primero, era, al parecer, otro amigo de la camada de Davide y los chicos malos, se llamaba Mateo. Y los dos que restan eran Marco y Alessia, del mismo curso. Eran unas 15 personas y demasiados decibelios para quedarse con todos los nombres.

-Me parece que me faltáis vosotros dos por presentar.- Davide interrumpió los pensamientos de Carina-. El más bajito es Guido, un colega de la facu, y el otro es su amigo Luka.

Luka hizo un gesto con la mano y Guido empezó a bajar y a subir la cabeza como si estuviera mareado. Sólo alcanzaba a decir: "Encantado". Estaba muerto de vergüenza y lleno de alegría, una mezcla de sentimientos que nunca había experimentado.

PROHIBIDO ENAMORARSE (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora