—Harley, ¿me estas escuchando? —pregunta dulcemente Dy.

El día de hoy, Ian me había traído a la ciudad para que saliese un poco y me encontrase con mi nueva amiga mientras él hacía los recados. Al principio tuve el impulso de querer preguntarle por todas las ideas que cursaban por mi cabeza, pero al final desistí de ello. Me es más que evidente que Diana quiere a Cooper y no deseo lastimarla o resultar grosera al mencionar el antiguo enamoramiento de este por la ex esposa de Ian.

—Lo siento Dy, estaba un poco distraída.

—No te preocupes, te preguntaba si leíste el reporte.

—Sí, por unos instantes me asusté pensando que el vikingo lo había descubierto. —Sonrío al recordar lo sucedido.

Ya nadie se sorprende por mi apodo a mi falso esposo, ni siquiera él, todos se han acostumbrado a escucharme decírselo.

—¿Averiguaste algo? —pregunta la morena, curiosa.

—Lo mismo que sabíamos. —Es cierto, mis descubrimientos no han sido por el reporte, sino por la confesión de Roger.

Dy parece un poco decepcionada con mi respuesta. Estamos en un café charlando, nuestra mesa está pegada a una de las ventanas, y en este justo momento una fresca brisa entra por ella provocado que cubra mis brazos con las manos. La temperatura en estos días comenzaba a descender y, aunque tengo algún que otro abrigo, mi ropa es demasiado fina para los fríos vientos. Llevo puesto un pantalón con un suéter blanco con las mangas hasta los codos, pero continúa sin ser suficiente para protegerme de las descendentes temperaturas.

—Tienes que abrigarte más. —Me regaña Diana al contemplar mi expresión.

—Cuando me mudé de Luisiana hasta aquí aún era época de calor y no imaginé que las temperaturas descenderían tan deprisa, casi todos mis abrigos se quedaron allá. —Le explico.

—Pues entonces debemos comprarte algo de ropa.

—No es necesario, no tengo mucho dinero tampoco.

—Para algo tienes un marido que se puede dar el lujo de comprarte algunos abrigos, no seas cabezona mujer.

Dy parecía haberse animado con la idea de ir de compras.

—No quiero molestarle.

—Harley—dice mi amiga con un tono de voz de quien intenta que un terco entre en razón—, Aquí en Houston las temperaturas suelen descender mucho en esta época del año, apenas empezamos el mes de diciembre y por ello no te lo sientes del todo, pero si continúas así terminaras con una hipotermia, y más tú que vives en esa hacienda en el medio de la nada.

—Talvez otro día. —Intento esquivarla, la verdad es que nunca he sido muy fan de salir por las tiendas de compras.

—No te voy a convencer diga lo que diga ¿cierto? —Ante mi sonrisa de disculpa, ella muestra una de maldad—. Pues entonces, tendrá que convencerte alguien más.

Saca de su cartera un teléfono celular y marca un número, no deja de mirarme con una sonrisa de oreja a oreja mientras lo hace, luego de unos segundos comienza a hablar con la persona al otro lado de la línea.

—Vaquero, ¿Cómo va todo?—Se mantiene en silencio durante unos segundos mientras escucha la respuesta, por otro lado yo voy rezándole a todos los dioses para que no sea Ian el del teléfono—Mira, te llamo porque tu esposa se está muriendo de frío y se niega a ir a comprarse unos abrigos, si la temperatura continua bajando morirá congelada en la choza esa que tu llamas hacienda y toda su ropa de invierno se quedó en Luisiana. —Vuelve a escuchar la respuesta de la fuerte voz masculina a través del teléfono—. De acuerdo, te la paso.

OJALÁ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora