Se dejó caer sentado sobre la cama, deshaciéndose rápidamente de sus zapatos, dejándolos tirados en la alfombra grisácea. El colchón se hundió a su derecha con su preocupado amigo.

—Mierda, ¿qué pasa? —Alzó una mano, haciendo el amago de tocarle la zona donde aún tenía las propias, pero la apartó al ver que se tumbaba con dificultad. —¿Por qué te duele? ¿Necesitas algo?

El agitado tono de voz se acompasaba con la intranquila respiración del otro. Fushiguro cerró los ojos, suspirando, notando que, con la postura, la intensidad de los estallidos de dolor disminuían y le abandonaban progresivamente.

—Sí, eres un idiota, Yuuji. —Dijo, frunciendo el ceño. Sentía su mirada clavándose con atención en él. —No vuelvas a hacerme reír o, el que te fracturará alguna costilla la próxima vez, seré yo.

Se metió una bofetada mental por haber dudado de lo que era. Así que, también lo había jodido por dentro. Itadori observó, aún perturbado, sus largas pestañas; la bonita forma que tenía su nariz y, en definitiva, su perfil.

Pues había algo que recordaba con difusa claridad. Sukuna no le provocaba miedo en comparación con aquello: Sus palabras cuando había recogido a Fushiguro del suelo, suplicándole que aguantara hasta que la ayuda llegara, pidiéndole perdón con la voz desgarrada en lágrimas.

En medio de la desesperación del momento, con la sangre que manchaba las manos de ambos, no había dudado en decírselo.

—¿Me haces un favor? —Lo oyó quejarse una vez más antes de que se incorporara, con una mueca en el rostro. —En el primer cajón del escritorio hay ibuprofeno. Tráeme uno, por favor.

Asintió, fijándose una vez más en el azul de su mirada. Se agachó para quitarse las botas y no ensuciar su habitación, así no tendría que escuchar sus quejas después, y se aproximó al escritorio. Frente a la pared, una mesa de madera de roble hacía acto de presencia, con la cristalera a la derecha y la cama detrás.

Se apoyó en él para abrir el cajón, pero algo llamó su atención. En el centro de la mesa, perfectamente alineado con la pared, había un par de papeles. Frunció el ceño, sin poder evitar leer algunas palabras.

Era una carta. Una confesión.

Se le paró el corazón con la mano agarrando el tirador del cajón. Bastaron las palabras querer, secreto y enamorada —¿Enamorada? —para entenderlo. Dejó salir con lentitud el aire de sus pulmones, temiendo romper el sonido de la caja de pastillas siendo abierta.

Sacó una, con las manos temblorosas, con nada más en mente que aquel estúpido papel sin sentido. La apretó entre el dedo índice y el pulgar al sentarse de vuelta en la cama, junto a él.

Se fijó en cómo se la tragaba sin necesidad alguna de agua y supo que la costumbre de ser apalizado le había enseñado a hacerlo. Jugueteó con sus manos, ansioso. Quería saber qué era aquella carta y, sobre todo, quería comprobar si recordaba lo que le había dicho.

Su amigo se volvió a tumbar, maldiciendo por lo bajo.

—Deberías de haberte quedado durmiendo. —Intentó sonreír, incómodo por todo lo que pasaba por su mente en apenas segundos.

—Si el vecino de al lado supiera estar a solas cinco minutos, tal vez lo hubiera hecho. —Contestó, mirando al techo blanquecino.

Rio ligeramente. Lo cierto era que le había sugerido desayunar juntos para compensar el no poder ir a comprar libros.

—¿Estás mejor? —Preguntó, queriendo tumbarse con él. El otro no se lo impidió en ningún momento, con que ahí estaba, tumbado a su lado, ambos observando el interesante techo.

Fushiguro asintió, tocándose la zona de las costillas con cuidado, dando un pequeño respingo al encontrar una zona sensible.

—¿Qué es eso que hay en la mesa? —Soltó repentinamente. Morder las palabras no le había servido de nada y ser tan directo probablemente lo incomodó. Megumi lo miró, alzando una ceja. —Es una carta, ¿verdad?

Si Itadori tuviera un solo defecto, sería aquel. El de decir lo que pensaba sin reflexionar sobre las consecuencias. Más de una vez se había metido en peleas infantiles por ello.

—¿Por qué lo preguntas? —Una sonrisa socarrona cruzó su rostro. —¿Te interesa? —Tal vez fue la expresión de susto de Yuuji, o la ausencia de respuesta, pero sintió la necesidad de no ser una mala persona con él. —Kugisaki me pidió que la escribiera por ella. Le gusta un chico y no sabe cómo declararse.

Un peso se retiró del corazón de Itadori. Suspiró de alivio, esperando que no se hubiera dado cuenta de la tensión que se había formado segundos antes.

—¿Escribes cartas de amor? —Realmente curioso por ello, se puso de lado para verle mejor.

—Escribo, sin más. —El chico apartó un mechón de pelo rebelde que caía por su frente.

Se fijó en sus labios, algo finos en comparación a los suyos, y se preguntó si él también podría crear belleza con las palabras.

Las que le había dicho durante el accidente habían sido exasperadas, fruto de la desesperación y el pensamiento de que le había matado; de que se estaba muriendo en sus brazos.

—¿Podrías enseñarme?

Sabía que jamás serían equiparables a la belleza natural que Fushiguro poseía, a sus largas pestañas —que ya no estaban manchadas de sangre—, a sus ojos marinos.

Cursed || ItaFushiWhere stories live. Discover now