4. La danza de la hechicera

41 1 0
                                    

No salió ninguna lágrima de los ojos de Ela, pero el dolor profundo que sintió su alma se reflejaba en su rostro.

Gura, la hechicera, organizó el rito funerario, se cabó una tumba y se dispuso con comida, y armas, algo que le serviría en la otra vida. Se colocó a Kak mirando hacia oriente, lugar por el que sale el sol, que hacía a la idea de la resurección o el renacer, así mismo se le pintó la cara de rojo que aumentaba su potencia y su fortuna en el más allá.

El lugar se eleigió cerca de la aldea, estábamos todos reunidos alrededor de la tumba, sentados en el suelo y cogidos de la mano. La hechicera estaba cantando una melodía triste, pero reconfortante. Le seguíamos en algunas partes haciendo de coro. Dando un grito todos al cielo al final del cántico se terminó la melodía.

Al lado de la tumba había un montón de arena, y cada miembro de la tribu cogía un puñado con las manos y lo depositaba en el interior. Los primeros en echarlo eran los miembros más cercanos al fallecido.

Había sido una ceremonia conmovedora. Kak fué un gran luchador, y siempre observaba las cuestiones con gran inteligencia.

Terminado el rito funerario fuimos a a la gran ceremonia que había organizado Gura. Al haberla ya proclamado no se podía dejar de celebrar, ni aún con este suceso tan trágico. Nos dispusimos todos alrededor de una gran hoguera, que crepitaba y lanzaba pequeñas chispas, era bien entrada la noche, junto con la luz del fuego, las estrellas iluminaban la escena dejando un ambiente místico, casi mágico se podía decir.

No sabíamos el motivo por el cual la hechicera nos había reunido, pero se debía tratar de algo importante. Llevaba como vestimenta la piel de un tigre, sobre sus holgadas vestimentas que siempre llevaba. Se movía alrededor de la hoguera, tenía un tarro en su mano, y nos observaba atentamente. Señaló al cielo estrellado y dijo: 

-Izuuh-

Que significa oscuridad. 

-Urkaa urkaa-

Palabra que se refiere a un peligro inminente.

Se puso los dedos señalando a los ojos al tiempo que exclamaba:

-¡Shuma!-

Que se podía traducir como que había que crear algo nuevo.

Metió la mano en el tarro y se llevó lo que contenía a la boca. Acto seguido se desplomó. Miré a Ela que estaba sentada en frente de mí, preguntándole con la mirada si tenía que ayudar, a lo que me contestó con una negación.
La hechicera se levantó al rato, en realidad no fue como si se levantase ella, más bien parecía que una fuerza la levantaba del suelo. Nos miró, pero no tenía pupilas, sus ojos estaban enteramente blancos. De la hoguera cogió un bastón de madera que se estaba quemando solo su punta, se lo llevó a la nariz y aspiró el humo que desprendía. Cogiendo el bastón empezó a dar vueltas en círculo alrededor de la hoguera señalando con su bastón hacia nosotros, de pronto se paró frente a mí. Acto seguido se aproximó a mí, su nariz se posó sobre mi cuello y aspiró fuerte, repitiéndolo cinco veces. Se separó manteniendo la respiración y expulso todo el aire sobre el bastón quemado. El fuego del bastón se transformó en verde, algo que me dejó sorprendido, ¿Qué truco de magia podía ser éste?.
La hechicera con sus ojos todavía absolutamente blancos me señaló y después se puso la mano en el vientre.

No había duda con lo que había querido decir. Me había elegido a mí como el padre de la siguiente hechicera, un padre que no iba a pasar de la noche de la concepción según los ritos que circulaban en la aldea.

Miré a Ela y aunque hubiese palabras no hubiesen servido en este momento.

Cabalgando en el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora