El arte de no encajar en el mundo y no temblar en la soledad-Elena Poe
Nunca sabré si temblaba de angustia o por la vertiginosa iridiscencia de la aguja contra mi piel. El dolor, o más bien, la incomodidad, me hacían rememorar las escenas más imperturbables de mi pasado, de mi infancia, como un reflejo en el espejo de mi vida, como una sombra acechante.
Escorpio era mi elección. Estandarte del cielo que desafió al mismísimo Orión. Una de las constelaciones con más fuerza, más pasión. Desde pequeño siempre supe que aunque no supiese la fecha exacta de mi cumpleaños el escorpión era mi sino. Acendrado, inmarcesible, un luchador multiforme.
De todas las constelaciones del cielo, esta era la marca sempiterna en mi piel, el dibujo que era inherente en mi condición humana.
Frank, era un amigo de mi antiguo instituto. La verdad, no recuerdo mucho de la primaria ni los primeros años de la E.S.O. Después del accidente de mi tío me sentí en el borde de la cuerda floja, precipitándome hacia un vacío cruel. Nunca me importó estar solo, pero la oscuridad, la oscuridad me aterraba. Sacaba a relucir todos mis miedos en tan solo un instate y la congoja me dejaba desprotegido como un caballero medieval sin espada pero, sobre todo, sin escudo.
Frank estaba conmigo en el programa de acogida y como éramos demasiado mayores, las señoras en busca de niños etéreos y no defectuosos, ni nos remarcaban. Simplemente constituíamos la vergüenza de los servicios sociales, una cara de la moneda que no estaban dispuestas a tornar en su búsqueda de eudaimonía. Al final, tomamos caminos diferentes: él se decantó por el arte de la tatuación y dejó los estudios (abandonando cualquier esperanza de adopción) mientras que yo vagaba entre bibliotecas y pensamientos yendo de clase en clase como un espíritu incorpóreo. Era solamente a él al que le encomendaba esta tarea.
Al terminar el tatuaje, la pálida luz de una luna menguante de estío se vislumbraba a través de las ventanas. El cielo estaba iluminado por las estrellas más brillantes que he visto en mi vida y la novela de mi existencia se traducía en el patrón que ahora vería todas las mañanas al despertarme, la constelación que me guía, mi Escorpión.
