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El día estaba soleado y pudo ver a Kiri su consentida gata asomarse a la ventana pero luego dar la media vuelta, volviendo a recostarse sobre la mullida cama cómo si hubiera perdido todo su interés en salir a deambular.
¿Un gato? Pensó cuando sólo escuchó un maullido y una bola de pelos saltó por su ventana abierta. ---¡Kiri, no es necesario pelear!---intervino al verla enojada.
---¿De dónde eres?---acercó sus manos al pelaje del felino para dejarle caricias, haciéndolo ronronear y esperando encontrar una chapita con su nombre junto al de sus dueños. Su pelaje era jaspeado de manchas cafés y un rubio oro que era muy llamativo.
Kiri la única dueña minina de la casa sólo se acercó lentamente y con cuidado, dándole una revisión -que era olfatear toda la anatomía del gato- y luego se echó a dormir casi sobre el intruso.
¿En serio, ella? Suspiró, su casa estaba sola y nadie ocupaba lugar, podrían acogerlo sin problemas pero... Era obvio que ese peludo nuevo amigo tenía dueños o dueño.
---Primero, debo hacer las compras y luego, intentaré buscar tu hogar. ¿Sí?---habló en dirección a ambos animales que dormían tranquilamente.
