Ambas hacemos silencio por unos cuantos segundos, si hubiese caído un alfiler en medio del dormitorio habría sido capaz de escucharlo con total claridad. Ninguna se atreve a decir palabras y; no obstante, sé que soy yo la que debe de hablar, le debo una explicación a Ana, pero cuando logro articular sonido lo único que sale de mi boca es:

—¿Lo has descubierto?

—¿Lo sabes y aun continúas ahí? ¿Cuándo lo descubriste? —Su voz parece aún más alterada y nerviosa, si es que eso era posible, presiento que mi respuesta la iba a incomodar más.

—Escucha Ana, tienes que prometerme que me dejaras explicarlo todo. —Hago una breve pausa para notar su reacción, pero a través de la línea telefónica solo se escucha silencio—Lo descubrí desde antes de aceptar su propuesta, y luego el me lo contó también.

—¡Estás loca! O sea, ¿sabías que ese hombre es un asesino y aun así te casaste con él? ¿Es eso lo que me estas intentando contar?

—No, no y no, Ian no es un asesino. —Siento la extraña necesidad de defenderle.

—Harley, fue acusado del asesinato de su esposa, ¿es qué no lo entiendes? —Me habla muy despacio, como si le estuviese explicando la situación a una niña pequeña.

—Tú lo has dicho, fue acusado, nunca se demostró nada.

—Eso no significa que no lo haya hecho.

—Nadie en la hacienda piensa que Ian fuese culpable. —Con la velocidad de un cometa, surca por mi mente el rostro de Roger, pero lo desecho tan rápido como llego—. Yo no creo que sea culpable.

—¡No le conoces de nada! —Su tono de voz no es de una total molestia, sino más bien de alguien que intenta hacer entrar en razón a un necio.

Me miro frente al espejo, la respuesta que me acababa de dar Ana ya la he pensado yo muchas veces y siempre llegaba a la misma conclusión: Cierto, lo conozco de no más de tres días, es un completo extraño, por su actitud no me cabe duda de lo narcisista y arrogante que llega a ser...aun así, ninguno de esos elementos lo convierten en asesino, a pesar de no saber nada de él, mi instinto grita por su inocencia.

—Solo lo sé. —Son mis únicas palabras.

—¡Por Dios! ¿Dime que no tienes el síndrome de Estocolmo?

La seguridad de mi postura debió de significar algo para mi amiga porque su reciente pregunta sonaba más como una broma que a recriminación.

—No seas tonta—rio—, Además, como puedo tener el síndrome de Estocolmo si eso es solo para los secuestrados y yo me encuentro aquí por elección propia.

«A pesar de que el día de hoy ha sido un completo infierno», pienso.

—Ve a saber tú como es eso posible, con lo loca que eres, seguro que ya caíste en las garras de la belleza de tu sexy marido.

—Mi sexy marido es un idiota.

—Pero un idiota sexy, vamos, ¿No me digas que no has babeado por él en alguna ocasión desde que le conoces?

Tiene razón, soy consciente de lo condenadamente caliente que es el vikingo, aun así, eso Ana no necesita saberlo.

—Dudo que puedas soportar un año sin tirártele arriba.

—No estoy tan desesperada Ana. —Ahora la enojada soy yo.

—Punto uno: Ya perdí la cuenta del tiempo que llevas sin pareja y sin sexo, y punto dos: Ustedes se devoraban con la mirada cuando estaban aquí en tu casa, creo que ambos se atraen.

OJALÁ...Where stories live. Discover now