Los hilos del silencio.

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El verano se estaba terminando y se percibía en el ambiente. Las parejas preparaban sus últimos pícnics al aire libre, los ancianos jugaban a las cartas y al ajedrez en la sombra de los parques, las mamás vigilaban a los niños que jugaban allí y todo parecía ir perfectamente. Lancaster era una ciudad tranquila, nada atormentaba la paz que se inspiraba en sus calles, ni siquiera los secuestros y asesinatos que asolaban el estado de Pensilvania. Eran felices en su ignorancia… 

Hace más de quince años que no sucedía nada fuera de lugar en aquella maravillosa ciudad…

Excepto en el hogar de los Wilson.

Después de lo ocurrido con su hijo Mathew la familia quedó devastada, tras años de incansable búsqueda no encontraron nada y decidieron hacer una lápida en la zona infantil del cementerio. De esa manera podían empezar con las fases del duelo y avanzar en sus vidas.

Pero jamás pudieron olvidar al pequeño Mathew… y eso acabó marcando la vida de su mamá.

Elisa Wilson se sumió en una oscura depresión que perduró años y de la que pudo salir gracias a una nueva vida, su bebé. Esa criatura le recordaba lo que había perdido. Michael era la viva imagen de su hermano mayor, con su cabello pelirrojo oscuro y sus pecas sobre su nariz y mejillas enmarcando sus hermosos ojos verdes. Su sonrisa los hacía felices a la vez que estrujaba sus almas con intenso dolor.

A veces su mamá perdía la percepción de la realidad y lo llamaba como su difunto hermano.

Pasaron los años y el niño creció feliz junto a su sobreprotectora familia, Elisa tenía miedo de perderlo y eso siempre le costaba discusiones con su esposo. Él quería que Michael fuera igual de libre que los demás niños y a ella le espantaba perderlo de vista dos minutos. Su obsesión aumentaba al ver que el niño tenía casi la misma edad que su hermano cuando desapareció en el parque Hartman Green.

Su matrimonio y su estabilidad emocional pendían de un hilo...

En la televisión mostraban los rostros desconocidos de los niños y mujeres que eran raptados en Pensilvania, la paranoia incrementaba en Elisa provocando que entrase en un estado de alarma constante.

Para aquella mujer atormentada le fue imposible no retroceder al pasado, a ese día en el que su mundo se vino abajo.

Sujetaba con más fuerza de la normal a un asustado Michael y observaba todo su entorno pronunciando una repetida frase;

—¡No me van a quitar otra vez a mi hijo!—gritaba sin escuchar los quejidos de su hijo—. Esta vez no lo voy a perder...no me lo van a quitar.

Para Elisa era imposible volver a la realidad, no prestaba atención a los gritos de su pequeño hijo al cual lastimaba.

—Mami, me estás haciendo daño−sollozaba el niño -, me duele el brazo.

Michael forcejeaba con su mama para que lo soltara y ella estrechaba sus brazos con más fuerza.

—¡No me van a quitar otra vez a mi hijo!—sus gritos no cesaban y algunos vecinos se asomaron por la ventana de sus casas—. Mataré a quien se acerque a él.

En ese momento entró por la puerta del garaje Jack, alarmado por los gritos de su esposa.

Elisa corrió hacia la cocina sin soltar a su hijo, agarró uno de los afilados cuchillos y apuntó a su marido.

—¡Aléjate de nosotros!—exclamaba moviendo el arma frenéticamente.

—¡Elisa, soy yo, tu marido!—gritaba Jack asustado—. Estás asustando a tu hijo.

—Me lo van a robar—lloraba asustada—. No puedo soportarlo otra vez…no puedo...ellos vienen por él.

—Nadie viene por él—intentaba tranquilizar a su mujer—. Eso no fue tu culpa.

LOS HILOS DEL SILENCIO Where stories live. Discover now