Sophia Lillis comienza una vida sola en su nuevo apartamento en Nueva York mientras atraviesa una mala racha en su carrera como actriz.
Un encuentro furtivo y ardiente con Wyatt y más personas de su pasado la harán darse cuenta lo importante que es...
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P.O.V. Wyatt
Era mi Sophia, de pie, a tan solo unos metros de mi, tan radiante como el sol y mucho más hermosa de lo que la recordaba.
Su ligero vestido se ceñía a la perfección en sus costados, cuyas caderas ahora parecían más apretadas que antes. Tenía un aspecto distinto, ligado a una drástica pérdida de peso, pero eso no parecía ser lo único. Su antes escaso pecho, ahora resaltaba más bajo su ropa y, tal vez por imaginación mía, lucia más alta. ¿Una chica de más de veinte años era capaz de seguir creciendo?
Sus piernas ahora parecían más largas y en general su figura ahora se veía más curvilínea y con un toque de espectacularidad, algo que la hacía resaltar de entre la bochornosa multitud. La piel de Sophia también era diferente. Tenía un dulce y tenue bronceado color dorado, que hacía juego con las miles de pecas y lunares que adornaban su rostro y sus hombros desnudos. Toda ella parecía un destello cálido entre el frío viento de otoño en Los Ángeles. Simplemente, se veía jodidamente bien...
El reflejo de cristal en sus ojos fue como un balde de agua fría para mis sentidos. Sentí como algo bajo mi ropa dio un choque eléctrico, paralizándome, erectando cada poro, cada vello...
Su sonrisa al verme no fue menos espléndida, como si el tiempo no hubiera pasado y como si aquella discusión solo hubiera sido una pesadilla lejana, que tenía lugar una y otra vez, pero solo en lo profundo de mi mente. Estaba asustado por verla, mis manos sudaban de tal manera que me volví a sentir un joven adolescente lleno de inseguridades.
Al tenerla tan cerca, pude notar otra peculiaridad, esta vez no tan positiva como las anteriores. Bajo sus ojos podía ver las marcadas líneas de expresión que se acentuaban más al sonreírme y que, además, estaban teñidas de un ligero tono purpúreo cubierto por varias capas maquillaje. A pesar de que parecía cansada y ligeramente marchita, seguía teniendo ese gesto adorable cuando curveaba sus labios para sonreírme.
¿Acaso estaría tan feliz como yo por nuestro reencuentro? Quizá su expresión solo era un gesto de cortesía. ¿Se vería igual de radiante cuando se hallaba al lado de Bill..?
No podía olvidar quien era Sophia y el dolor que me había hecho sentir. Sentir algo por ella una vez más era un pecado que no me podía dar el lujo de cometer de nuevo y una punzada de dolor se cruzó por mi nuca. Sin embargo, todo se hallaba ahora en el pasado.
– Wyatt – dijo mi nombre, aún sonriendo. De un movimiento grácil, se echó a mis hombros y me abrazo con timidez, un gesto tan natural y al mismo tiempo tan incómodo, que se apartó en seguida, pero no sin antes depositar un a penas beso en mi mejilla y dejar la huella de su perfume en mi cuello, que olía parecido a un frutal de granadas y pomelos, cuyo aroma se disolvió tan rápido como el humo de un cigarrillo, al igual que la sensación de su cintura entre mis dedos.
