Ahí te voy, Diosito, mi señor.

—¡Connan!

Nada.

¿Y si llegaron al grupo por otro lado?

—¡Anne! —gritó tan fuerte como puedo.

—Anne, Anne, Anne —me devolvía las paredes cada vez más bajito, como consecuencia del eco.

No sé cómo se me ocurrió que iba a ser una idea grandiosa buscar a mis amigos.

Ahora la pérdida soy yo. Y sola, lo que lo vuelve espeluznante.

Vienen a mí unas ganas de tirarme al suelo y llorar desconsoladamente y el único consuelo que estoy segura que voy recibir es del bebé llorón.

Di un pasito más, disgustada. ¿A dónde debería ir?

—¡¿De que no lo imagine?! —¡Anne, esa era Anne!—. ¡Claro que no, yo sé lo que vi!

—¡Anne! —le llame de nuevo y camine más rápido.

Es todo lo que oí. Después de eso, nada.

Asomo la cabeza en la habitación; vuelve a estar vacía.

—¿A dónde fueron?

Me limpio la frente con el dorso de la mano. Las gotas de sudor corrían a cántaros por mi rostro. Lo que me faltaba.

Me adentro en otra habitación y casi grito del susto ante un sonido y vibración. Inclusive estuve a nada de aventar lejos el celular. Sin embargo solo era una notificación, solo me quedaba un por ciento de batería.

Lo tomé como el inicio de mi olvidó y el fin de mi vida.

—Solo dura un poquito más, prometo ya no dejarte caer cada cinco minutos cuando salgamos de aquí —suplico al celular.

Dicen que los celulares nos espían, ¿No? Pues ahora resulta el mejor momento para que me escuche y se apiade un poco de mi trágica situación.

Con cero en esperanza y cien en miedo, vuelvo andar.

La sangre en mis zapatillas me causa cosquillas. Es incómodo. Optó por no prestarle atención.

—¡Oigan!

Silencio.

Nada.

Nadie.

Sola.

Estaba muy sola y quizá, muy apartada del resto.

—¡La vaca loca, la vaca loca, tiene cabeza y tiene cola! —canturree.

¿Una manera de distraerme? Efectivamente. Solo que no resulta efectiva en su totalidad.

Tararee el tono de la canción y desee saberme la letra. Que mal no haberla aprendido cuando pude. Ahora mismo no recuerdo ninguna otra que sea así de animadora.

Repito el mismo fragmento.

Asomo la cabeza en una nueva habitación. Y luego en la siguiente. Ambas vacías.

—De tin marín... —señala un cuarto y luego el otro—. De dos pingüé...

Unos trotes que entran a la habitación me hacen callar.

Mi corazón se aceleró de alegría. Me giro sin pensarlo dos veces y protesto:

—¡¿Dónde estaban?! He estado sola más de media hora!

Alumbre la habitación solo con la pantalla del celular.

Mi corazón se detiene de golpe.

Prendo la linterna y la paseo por la habitación asustada.

Seguía sola.

Los trotes continúan.

Cada vez estaban más cercas. Se escuchaban a mi lado. En las esquinas del cuarto. Pero no había nadie aquí, nadie que pudiese ver.

¡¿Qué?!

¿¿¿Qué???

La linterna se apaga.

—¡Púdrete pedazo de mierda! —me enojo.

Estoy a punto de estrellar el celular y que diera dónde fuera. Sin embargo, respiro a tiempo para pensarlo mejor y opto por correr.

Doy media vuelta y cruce la primera puerta que encontré. Choque contra la orilla del umbral pero no me importo. Sigo corriendo a pesar de que el hombro me duele mucho.

ANNE

—¿A dónde vamos, Conna? —sigo adormilada—. Hemos pasado por aquí varias veces.

—Lo sé, Anne.

Que ser tan detestable, ¿Cómo me gusta tanto?

—¿Te conté como fue mi primer beso?

—No.

—Ahora lo haré.

—No quiero escucharte.

—¡Yo no quiero seguir en silencio! —cruce los brazos y me detuve.

Connan también. Le veo su ancha espalda.

—Muévete, Anne —su tono es frío. Pero no me inmute.

—No.

—Pareces una niña chiquita.

—Me siento como una. ¡Estoy asustada, tengo sueño y mucho miedo!

Suelta un suspiro.

No dice nada. Ni siquiera intenta decir una palabra y entonces, me deja atrás.

Suficiente, parezco idiota yendo de detrás de él.

Enfurruñada, voy por una dirección distinta.

—¡Ven acá! —le oigo decir y satisfactoriamente lo ignoro. 

Silencio | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora