Prólogo.

91 4 0
                                    

Veinte minutos después, vio que los dos chicos que se burlaron de él el primer día de clase se estaban acercando. El corazón se le aceleró y aguantó las ganas de torcer la mandíbula.

—Eh, Hugo, ¿por qué estás aquí solo? —le preguntó uno de ellos.

Antes de que pudiera responder, el otro chico empezó a mover la mandíbula de un lado a otro, intentando imitarlo. Hugo agachó la mirada para dejar de verlo.

—Te he hecho una pregunta —insistió.

—¿También eres mudo?

—No.

Un chico más se acercó. Hugo no recordaba haberlo visto antes, así que supuso que no era de su clase.

—¿Qué hacéis? —preguntó mirándolo.

—Conociendo al nuevo, ¿has visto lo que hace con la boca? —El rubio negó con la cabeza—. Venga, Hugo, hazlo para que lo vea.

Ignoró su petición.

—Te he dicho que lo hagas.

Y lo hizo dos veces seguidas, pero no porque aquel chico se lo pidiera, sino porque no pudo aguantarlo por más tiempo. Los tres chicos empezaron a reírse a carcajadas y Hugo aguantó las ganas de ponerse a llorar por la rabia y la vergüenza que sentía. En su lugar, se levantó e intentó irse de allí.

—¿Dónde vas? —cuestionó uno de ellos agarrándolo por el brazo.

—He olvidado algo en clase —contestó, nervioso.

—No nos huyas, solo queremos ser tus amigos —dijo el otro y palmeó su espalda más fuerte de lo normal.

Aguantó las ganas de volver a torcer la mandíbula.

—Es que tengo que ir a por una cosa...

—¿Un bozal para dejar de mover la boca? —preguntó el que lo había agarrado del brazo y los otros dos se rieron.

Levantó el cuello alto de su camisa a tiempo para torcer la mandíbula sin que lo vieran, tuvo que hacerlo para acabar con la angustia que le producía retenerlo. Sin embargo, los chicos no necesitaron verlo para saber que lo había hecho.

—No te escondas. —Agarró el cuello alto de la camisa de Hugo y lo bajó con brusquedad.

—¡Dejadme en paz! —exigió a punto de ponerse a llorar.

—Tranquilo, Hugo, te he dicho que queremos ser tus amigos. —Rodeó su cuello con uno de sus brazos.

Se removió intentando soltarse, pero no lo consiguió. Pocos segundos después, el timbre comenzó a sonar, consiguiendo que el chico lo soltara y se largara, no sin antes darle un pequeño empujón. Hugo no se movió del sitio y su labio inferior comenzó a temblar.

Cuando reaccionó, limpió las lágrimas que bañaban su rostro con la manga de su camisa y respiró profundamente. Se sentía humillado, ridículo, débil. Escuchó una vez más el crujido de su mandíbula y maldijo en voz baja.

No puedo parar. [COMPLETA EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora