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La expresión del Dr. Carvajal lo decía todo.

Me enderecé en la silla de su oficina, jugando nerviosamente con un mechón de mi grueso cabello oscuro. Lo estiré debajo de mi nariz e inhalé el aroma de coco de mi champú favorito. Ya extrañaba lo dulce que era.

—Los resultados del laboratorio llegaron, Juliana. —Los ojos del Dr. Carvajal se fijaron en mí y luego se movieron a mis padres. Hizo una pausa—. El recuento de glóbulos blancos es de veintidós mil.

No tenía que mirarlos para saber qué estaban haciendo mis padres. Los ojos de mi madre cerrados fuertemente y la mano de mi padre frotando su espalda. Las respiraciones suaves de mi madre me llenaron los oídos.

Me quedé mirando mis pies. Parecía que pasaron horas antes de que alguien hablara.

—¿Qué opciones tenemos está vez? —preguntó papá, su voz quebrándose.

Levanté la vista hacia el Dr. Carvajal. Su mirada cayó a su escritorio. Se quitó las gafas y las dejó encima de mi archivo.

—Otro ronda de quimioterapia. —Volviendo su atención a mí, continuó—: Y vamos a tener que ponerte de nuevo en la lista de espera de trasplante de médula.

Asentí, sin saber qué decir. El nudo en mi garganta me hacía difícil respirar. Había oído este discurso dos veces antes, pero no lo hacía más fácil. Sentándome más derecha, tomé una actitud valiente.

—¿Cuándo empiezo el tratamiento? —pregunté, metiendo mi cabello detrás de mis orejas. Me centré en el Dr. Carvajal. A pesar de lo mucho que quería mirar a mis padres, me rompería. Y no podía hacer eso.

—El lunes.

****

La leucemia había regresado a mi vida, y al igual que las otras veces, necesitaba mi mecanismo de defensa de la tienda, que era mi mejor amiga desde que no tenía una. Tan pronto como dejé el hospital, me dirigí al estacionamiento de la tienda de artículos de oficina.

Caminé por el pasillo de libretas y lo vi inmediatamente. No tenía mi nombre impreso como el primero ni la cubierta intrincada como el segundo. Este era perfecto: negro con una rosa roja en el frente. Negro para el cáncer y rojo para mí derrotándolo.

Al llegar a casa, me tiré en la cama y lo abrí.

29 de Octubre

Querido diario:

Un año. Eso es todo. Un miserable año de remisión y ahora está de vuelta. No sé si mi cuerpo puede soportar otra ronda de quimio. No solo eso, sino ¿puedo soportar mentalmente la confusión emocional... otra vez?

Sin embargo, no se trata solo de mí. Siete años de tratamiento han hecho daño en mis padres, también. Han sacrificado mucho por mí; ¿cómo puedo pedir más? Sé que es estúpido pero me pregunto cómo serían sus vidas si hubieran tenido una hija entera en vez de una rota. Ellos me quieren. Odio decepcionarlos después de todo lo que han hecho.

Con amor, JulianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora