—¡Maldita sea! No te han enseñado a tocar antes de entrar —grito Alexander furioso.

—No pensé que estuviese ocupado. Estamos esperándote —Joe era de las pocas personas que se cohibía ante los actos de Bestia.

—Me importa una mierda si están esperando. Ahora fuera de aquí —Joe me observo por última vez y después se esfumo.

No podía creer el cambio tan brusco en Alexander, quizás la mayoría que vivía en la casa ya estaban acostumbrados, pero a mi aun me resultaba difícil de creer que era aquel chico del que me había enamorado.

—Escúchame bien. Esto no ha terminado y te lo advierto, no te quiero cerca de Samuel —salió del lugar azotando la puerta.

¡Tú y tus estúpidas advertencias, se pueden ir al infierno!

Debí gritárselo en la cara, pero mis palabras se quedaron atoradas.

Me vi completamente sola, en aquel lugar que era su espacio de trabajo. No podía desaprovechar la ocasión, había algo que debía hacer y no desaprovecharía la oportunidad, mucho menos siendo el mismísimo Alexander quien me había dejado en su despacho.

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Había despertado muy temprano, por no decir de madrugada, estaba completamente lista para realizar mis labores, no me importaba que ocurriera, nada arruinaría mi día. Al día siguiente seria mi día libre y sin duda estaba emocionada ya que tendría la oportunidad de ver a Noah.

Extrañaba estar con él, abrazarlo, besarlo y decirle cuanto lo amaba.

—Buen día —salude a las personas que se encontraban en la cocina, junto con Mati.

—Ruego por que sea un buen día —la forma en que lo menciono no me pasó desapercibida, algo andaba mal, pero decidí omitir cualquier cuestionamiento.

Con respecto a Mati era mejor no preguntar ya que al hacerlo no obtenía respuestas, de alguna manera inconscientemente ella terminaba por darme respuestas sin necesidad de preguntarle. A partir de que lo descubrí, opté por esperar a que ella dijera todo lo que necesitaba.

—Esa chica es el demonio en persona —ahí estaba el llamado vomito verbal —No comprendo que le ve el joven Marcus. Todavía no se casan y la mujer quiere dar órdenes como si fuese la dueña —me recargue sobre la barra, escuchando con atención el pergamino de quejas que tenía Mati sobre la rubia.

Era un poco raro que ella se estuviese quejando, por lo que supuse que algo debió haber hecho la rubia.

—Debería calmarse, Señora Mati —dijo uno de los empleados, que salía de la cocina con todo lo necesario para la limpieza.

Al parecer aún faltaba para que ella terminara de desahogarse.

—Puedes creer que se despertó temprano solo para venir y darme ordenes de como quiere el desayuno. Se muy bien que ese es mi trabajo, pero la forma en que lo pidió. Gggg —reí no tan solo por su relato, si no por la forma tan cómica en que comenzó a imitar a la rubia —Quiero fruta, la quiero picada en pequeños trozos, le pones solo dos cucharadas de granola, un jugo de naranja con solo tres gotas de miel, que sea miel natural. Para mi Baby seria lo mismo, regresaremos en cuarenta minutos. Espero que tengas todo listo —solo cruce tres palabras con la rubia y eso me basto para darme cuenta que era de esas niñas ricas que se creían merecer el mundo, pero sin duda con lo que acababa de mencionar Mati ya comenzaba a odiarla más de la cuenta.

—¿De verdad dijo todo eso? —para nada dudaba de la palabra de Mati, pero vaya que me sorprendía un poco la actitud de la rubia.

—Si y no solo eso. También tuvo el descaro de criticar mi cocina, te prometo que, si menciona algo más en el comedor, no resistiré y la estrangulare con mis propias manos. En fin, ya casi son los cuarenta minutos y no han de tardar en regresar de hacer ejercicio —sin poder evitarlo comencé a reír.

En manos de la Bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora