Capítulo IX: Aceite, paz e interrupción

Comenzar desde el principio
                                    

— Entonces, hazme el masaje a mí. — Volvió a sonreír como, esta vez inflando un poco los cachetes, como una ardilla.

Kanroji se recostó sobre el futón y se quitó las sabanas, dejando una fina tela sobre sus nalgas y estando completamente desnuda boca abajo.

Obanai tomó el frasco con el aceite y lo vertió sobre la joven, empezó a acariciar la espalda de la muchacha palpando todos los huesos de la espalda. Medía su fuerza, lo suficiente como para soltar los músculos y generar el efecto contrario.

Kanroji tenía una sonrisa de satisfacción en su rostro, cada tanto suspiraba y soltaba un leve jadeo mientras sentía como las firmes manos de Iguro la tocaban con fuerza, amasando sus músculos y sintiendo como se relajaban con cada contacto, pero, además sentía un ligero nerviosismo ocasionado por una sensación agradable ocasionada por el hecho de que ella estaba desnuda de arriba y lo único que la tapaba debajo era una pequeña toalla, la cual a duras penas la cubría.

El pilar de la serpiente llevaba un buen rato masajeando la espalda de la joven, la cual de por si se sentía a gusta con la compañía del muchacho de cabellos negros, pero en ella se manifestaba una pregunta "¿Por qué no va a más?", en la noche anterior Iguro no tuvo reparos en tener relaciones con ella, pero ahora parecía algo cohibido. Mitsuri esperaba que esto fuera un juego previo para acontecerle al acto sexual, después de todo el muchacho de la había quitado su virginidad y ahora él debería de quedarse con ella, o así lo pensaba.

La muchacha palpo la toalla y la retiro de un tirón, exhibiendo sus blancas nalgas. Iguro abrió los ojos y durante varios segundos no parpadeo, se quedó estático con las manos fijas en las escapulas de la joven y la mirada desviada hacia las redondas nalgas de Mitsuri, pareciera como si el tiempo se hubiera detenido y al cabo de un minuto todo volvía a moverse.

Iguro sabía que significaba esto, pero el joven no se sentía listo, si bien él sabía que anoche habían consumado el acto del amor, era algo que él había hecho bajo los efectos de alguna sustancia extraña.

— Kanroji...— Dijo casi tartamudeando.

Mitsuri se levantó del futón conservando su pelvis pegada a este, giró su cabeza.

No hubo palabras, solo una mirada y una su pícara sonrisa, ella lo deseaba. Iguro se sentía de ella y ella lo era de él, por lo que el muchacho más calmado siguió al haber recibido el consentimiento de la joven para continuar.

Iguro pasó sus dedos por entre las nalgas de Mitsuri, la muchacha no pudo contenerse y soló un gemido, el pilar aparto la mano e inclino la cabeza hacia el lado en el que estaba su rostro.

— ¿Te lastime? — Pregunto inocentemente.

— No... Continua.

Kanroji sentía como sus ásperas manos recorrían zonas que nunca había sido recorrida, más solo por ella y por Shinobu en aquella ocasión, las manos de Iguro estaban frías y al tener unas manos ásperas hacía que se asemejara a una serpiente, un reptil lujurioso que pasaba por entre sus nalgas y recorría hasta llegar a su zona erógena.

Mitsuri cerró los ojos haciendo que se estremeciera y sintiera escalofríos, los gemidos se intensificaron y el jadeo se prolongó, sentía como su piel se humedecía por el sudor y sus latidos se aceleraban descontroladamente, la joven apretaba con fuerza las sabanas del futón y enterraba la cara en la almohada ahogando sus gemidos por aquella perversa fantasía de mujer.

Por su parte, Iguro había sentido los pequeños vellos que rodeaban la vulva la muchacha, el tierno bosque estaba húmedo, y el joven recorrió con su dedo medio aquella zona que hizo que la joven se arqueara y dejara salir un agudo gemido, un poco alterado por tan repentina acción, Iguro continuo con lo suyo, esta vez quiso introducir su dedo dentro de la joven, pero se le ocurrió una idea mejor.

— Mitsuri...— Dijo ruborizado y con los dedos húmedos.

— ¿Sí? — Respondió ella con el rostro empapado de sudor y algunos cabellos pegados a su frente por este.

— No aguanto más, ¿Puedo continuar?

— Sí. — Dijo entregada a él.

Iguro asintió levemente, palpó la zona intima humedecida de su acompañante, se inclinó lentamente, mientras que la joven sentía como Obanai de apoyaba sobre ella, sentía sus manos sobre sus nalgas y su miembro a rozándole el sexo. Pero en ese momento, se escuchó un estruendo que alerto a los jóvenes, escucharon los veloces pasos de una persona que se acercaba por los pasillos, abriendo todas las puertas de la finca, hasta llegar a la de esta habitación.

— ¡Kanroji! — Shinobu Kocho deslizó por completo la puerta de la habitación, quedándose en el umbral viendo a los jóvenes enamorados desnudos.

Kanroji pegó un agudo grito mientras se cubría con las sabanas, Iguro había ido por su espada, pensando que se trataba de algún enemigo, pero al ver a la joven de cabellos negros dejó caer su espada para taparse la entrepierna con las manos.

— ¡Kocho! — Gruñó Obanai, enrojecido por la ira y la vergüenza.

— ¿Shinobu que haces aquí? — Agregó Kanroji con sorpresa y teniendo la cara oculta en las sabanas—. Que sorpresa.

El pilar del insecto tenía dos pañuelos en la mano y la calabaza en el cinturón, estaba inmóvil en el umbral de la puerta, batiéndose a un duelo de miradas con Iguro.

— Tenemos que hablar. — Dijo la joven saliendo de la habitación, pero antes de cerrar la puerta agregó—. Vístanse, tengo que hablar de algo importante con ustedes.

Kanroji e Iguro seguían abochornados, se vieron al rostro y dejando salir una mueca torcida se vistieron.

Obanai se estaba abrochando el pantalón, se encontraba refunfuñando y maldiciendo entre dientes cuando en eso sintió la suave mano de su amada sobre su hombro, giró su rostro hacia ella topándose con una dulce mirada llena de ternura y serenidad.

— No te molestes. — Dijo sonriendo.

Iguro, quien estaba furioso al punto de temblar de la colera y que se le notaran las venas a la altura de la frente, se calmó, respiró hondo y dejo fluir su colera, volviendo a tomar el mismo color pálido de piel que solía tener.

Obanai no dijo nada, simplemente se acercó a su amada y le susurró algo al oído, algo que la hizo reír y sonrojarse de vergüenza. 

Un ligero empujónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora