Era conocido por ser peleador, y vaya que le gustaba golpear ineptos. No abusaba de los más débiles, o de los nerds (a menos que se lo merecieran), golpeaba a los que se atrevían a pasar por encima de él. Sin embargo era "querido" en el curso y se le consideraba de los populares, con los mejores carretes y salidas, aun así sus compañeros le tenían cierto temor.

Y es que el Frank era de mecha corta, pasto seco, prendía con agua y siempre acudía a los golpes como solución.

Aunque con los profes se aguantaba y prefería darles una cucharada de su propia medicina.

Ya saben, explotando algún químico en ciencias, saturando los parlantes en música, ridiculizando a los profes con zancadillas, haciéndoles bromas en sus sillas, etc.

Por eso, varias veces terminaba en la inspectoría, donde Cáceres lo sermoneaba por media hora, ya que el tatuado no tenía forma de responderle con pillerías como el pelinegro.

Se encontraban varias veces en la banca afuera de la inspectoría. Se sentaban a cada extremo de la banquita y no cruzaban miradas.

Por lo general, Gerard leía un libro de ciencia ficción, y Frank escuchaba su música con los audífonos a todo volumen.

La rutina era siempre la misma, los llamaban a ambos, porque por alguna razón mágica se mandaban sus cagás al mismo tiempo, así que se encontraban varias veces.

Luego de estar sentados largos minutos en la banca, llamaban a Frank, lo sermoneaban media hora, salía de nuevo a la banca, a ambos les entregaban una notita para el apoderado y se iba cada uno pa su sala.

A veces al más bajo le daban ganas de hablarle a Gerard y preguntarle su nombre (formalmente porque todos lo conocían), y que qué weá había hecho pa que lo mandaran a inspectoría, después de todo, desde segundo medio que compartían la banquita de los castigados y nunca habían hablado.

Pero Gerard sabía muy bien cómo ponerse una máscara de indiferencia y ocultar su curiosidad sobre Frank, por lo que, al verse ignorado, el de piercings no preguntaba nada y nadie se decía palabra alguna.

Fue en abril de su último año cuando la cosa cambió, aunque a la fuerza, claro.

Al liceo llegó una inspectora, para dar esa intuición femenina y materna que le hacía falta a la oficina de Cáceres.

Cuando pasó un mes entero la inspectora recibiendo en la oficina a los dos mismos chicos, todos los días, decidió que cambiarían las cosas.

– El inspector Cáceres no estaba de acuerdo, pero de hoy en adelante se verán conmigo todas las tardes, para mejorar su comportamiento – Les avisó severa, poniendo las manos en la mesa de su oficina con firmeza.

– Me temo que no puede hacer eso inspectora, no tiene la autorización ni el título de psicóloga – Le contradijo el más pálido con un vocabulario rebuscado.

– Ni cagando gasto más tiempo de mi vida quedándome en la tarde acá – Se quejó el castaño.

– Que pena, porque tengo la autorización del director y de sus apoderados, faltar significará la expulsión y nadie quiere eso, en especial faltando tan poco para terminar el colegio ¿O sí? – Les preguntó amenazante. Frank quería terminar con esa pesadilla pronto y Gerard no podía concebir una idea como esa a esas alturas de su vida.

– ¡Es una injusticia, no se puede abusar así de poder, no crean que me quedaré de brazos cruzados a aceptar sus arbitrarias decisiones sin consentimiento del alumno! – Empezó a alegar furioso el pelinegro, instalando de inmediato en el ambiente su posición como conocedor, marcando territorio en la conversación con palabras extrañas para el de piercings, tratando de parecer superior, pero eso no funcionaría con la inspectora.

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