—Es eso, ¿verdad? —dijo Harry emocionado—. La segunda prueba consiste en ir a buscar a las sirenas del lago y... y...

Por la cara de Harry supe que algo iba mal

—¿Sabes nadar cierto?—pregunté preocupada.

—Apenas había practicado—él negó— Mis tíos habían enviado a Dudley a clases de natación, pero a mi no me habían apuntado, sin duda con la esperanza de que me ahogara algún día. 

Hice una mueca, las sirenas podían estar en el fondo, todo dependía de la prueba que iba a ser.

—Myrtle —dijo Harry pensativamente—, ¿cómo se supone que me las arreglaré para respirar?

Al oír esto, los ojos de Myrtle se llenaron de lágrimas.

—¡Qué poco delicado! —murmuró ella, tentándose en la túnica en busca de un pañuelo.

—¿Por qué? —preguntó Harry, desconcertado.

—¡Hablar de respirar delante de mi! —contestó con una voz chillona que resonó con fuerza en el cuarto de baño—. ¡Cuando sabes que yo no respiro...que no he respirado desde hace tantos años...! —Se tapó la cara con el pañuelo y sollozó en él de forma estentórea. 

—Y aquí viene el grifo...—murmuré recordando lo susceptible que Myrtle había sido siempre en lo relativo a su muerte. Ningún otro fantasma que conociera se tomaba su muerte tan a la tremenda. Aunque bueno, había sido asesinada,

—Lo siento. Yo no quería... Se me olvidó...

—¡Ah, claro, es muy fácil olvidarse de que Myrtle está muerta! —dijo ella tragando saliva y mirándolo con los ojos hinchados.

—Créeme que no—murmuré por lo bajo.

—Nadie me echa demenos, ni me echaban de menos cuando estaba viva. Les llevó horas descubrir mi cadáver—eso esfumo mi pequeña sonrisa y la vi con mas delicadeza—. Lo sé, me quedé sentada esperándolos. Olive Hornby entró en el baño: «¿Otra vez estás aquí enfurruñada, Myrtle?», me dijo. «Porque el profesor Dippet me ha pedido que te busque...» Y entonces vio mi cadáver...¡Ooooooh, no lo olvidó hasta el día de su muerte! Ya me encargué yo de que no lo olvidara... La seguía por todas partes para recordárselo. Me acuerdo del día en que se casó su hermano...

—.... y entonces, claro, fue al Ministerio de Magia para que yo dejara de seguirla, así que tuve que volver aquí y vivir en mi váter.

—Lo que mas valoras—le dije a Harry, pensando en la canción de las sirenas—. ¿Que te robaran? ¿La Saeta? ¿La capa? ¿Las fotos de tus padres?

—No lo se—dijo Harry vagamente—. Bien, ahora estoy más cerca que antes...Vuelve a cerrar los ojos, por favor, que quiero salir—vio a Myrtle quien se hizo la que no oyo—. Ambas

Me di la vuelta como la otra vez, de todas formas cerrando los ojos y poniéndome las manos sobre los ojos.  Una vez Harry me aviso que todo bien me di la vuelta para ver que ya estaba vestido con el pijama y la bata, con el huevo dorado a su lado.

—¿Volverás a visitarme en mis lavabos alguna vez? —preguntó en tono lúgubre Myrtle la Llorona, cuando Harry tomaba la capa invisible.

—Eh... lo intentaré —repuso Harry, —. Hasta luego, Myrtle... Y gracias por tu ayuda.

—Adiós —dijo ella con tristeza. Harry nos puso la capa y vi a Myrtle meterse a toda velocidad por el grifo. Fuera, en el oscuro corredor, vi el mapa del merodeador para comprobar que no había moros en la costa. No, las motas que correspondían a Filch y a la Señora Norris estaban quietas en la conserjería. Aparte de Peeves,que botaba en el piso de arriba por la sala de trofeos, parecía que no se movía nada más. Le di a Harry un asentimiento para comenzar a caminar  hacia la torre de Gryffindor cuando vi otra cosa en el mapa... algo evidentemente extraño . No, Peeves no era lo único que se movía. Había una motita que iba de un lado a otro en una habitación situada en la esquina inferior izquierda: el despacho de Snape. Pero la mota no llevaba la inscripción «Severus Snape»,sino «Bartemius Crouch».Harry tomo el mapa en su mano y miro la mota fijamente. Se suponía que el señor Crouch estaba demasiado enfermo para ir al trabajo o para asistir al baile de Navidad: ¿qué hacía entonces colándose en Hogwarts a la una de la madrugada? Los  movimientos de la mota por el despacho, que se detenía aquí y allá. Harry me vió y negué con la cabeza, sabiendo muy bien lo que significaba esa mirada.

Laila Scamander y El Torneo De Los Tres MagosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora