Capítulo primero: Vuelta al cole

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El primer día de clases me desperté temprano para tener tiempo y resignarme a que todo iba a salir mal aunque solo teníamos una charla de bienvenida y poco más. Año tras año el primer día había sido siempre un fracaso y ya me había hecho a la idea de que este no solo no iba a ser diferente sino que parecía que iba a ser incluso peor. Con Marta se habían ido todas mis posibilidades de no morirme de aburrimiento a diario. Me puse unos pitillos vaqueros de color claro, una camiseta blanca ancha y unas Vans negras que mi madre me había comprado para ver si me animaba y para estrenarlas específicamente ese mismo día. Ella decía que si llevabas algo nuevo puesto el primer día de cole no puede ir mal de ninguna de las maneras. El hecho de que llamara todavía "cole" al instituto me hacía sentir como un niño chico al que no le dejan crecer.

La bici la tenía a punto en la casapuerta aunque mi casa no quedaba muy lejos del instituto. Si me daba prisa no tardaba más de diez minutos pero me gustaba ir lento escuchando música y observando todo a mi alrededor. Había preparado una lista de canciones para escuchar durante el primer mes de clase. Me apetecía algo melancólico y agridulce para martirizarme un poco a mí mismo y para recordar el maravilloso verano que había pasado.

Tenía preparadas varias rutas que podía ir cambiando de vez en cuando para no cansarme del mismo camino siempre. Mi preferida era una avenida larga que pasaba por un hotel de lujo abandonado, un palacio impresionante del siglo XIX y un parque al que solía bajarme con mi exnovio. Siempre que pasaba por el hotel pensaba en lo chulas que podrían haber quedado algunas fotos si no hubiera sido porque antes de que me atreviera a entrar bloquearon todas las entradas. Habían expoliado los restos del hotel y entre ellos las rejas de las ventanas. Después de que se las llevaran cualquiera podía entrar pero al cabo de unos meses las tapiaron. Me arrepentí durante mucho tiempo de no haber ido nunca pero en parte el misterio seguía ahí y era quizás eso lo que más me atraía de ese hotel. Cuando era pequeño pasaba caminando por ahí con mi madre de camino al colegio y veía a través de los ventanales a los trabajadores en la recepción. Se les veía siempre tan aburridos que a pesar de lo lujoso que parecía el hotel no me daban la más mínima envidia.

Había palmeras de principio a fin de la avenida. Me encantaba mirarlas los días que hacía un poco de viento porque se movían torpemente y me hacían gracia. El palacio del siglo XIX estaba rodeado por una verja de color negro a través de la cual se podía ver un jardín divino. Para entrar al recinto había que cruzar un portón enorme lleno de enredaderas. Había árboles tan frondosos que impedían ver el palacio en sí pero el jardín era tan bonito que no me importaba. Lo que más me gustaba de los jardines era la enorme fuente redonda que había justo al cruzar la entrada. Había también dos bancos junto al portón en los que a veces me sentaba para descansar y despejarme si me agobiaba. Debería haber hablado alguna vez con Marta para ir a visitar el museo del palacio pero era algo que pensaba que siempre podría hacer y ahora quizás no era tan fácil.

Casi a mitad de la avenida había un parque al que solía ir con mi ex novio cuando venía a visitarme. Gonzalo era unos cuantos años mayor que yo y a veces los fines de semana se acercaba a la ciudad para verme. Como no había salido del armario no pude hacer todas las cosas que me hubiera gustado pero intento no guardarle rencor porque no fue culpa suya.

Después del parque callejeaba por un barrio de pisos bajos y blancos y algunas casas adosadas de ladrillos rojos. Siempre soñaba con vivir en una de esas casas. Tenían un patio pequeñito tanto en la parte delantera como en la trasera y me encantaban. Me perdía a propósito por esas calles para poder escuchar siempre una última canción.

El primer día de clase teníamos una charla de bienvenida de curso tras la cual nos daban una hoja de papel con nuestro número de aula, el horario de clases y la lista de actividades extra-escolares del primer trimestre. Las asignaturas iban a ser exactamente las mismas que el curso anterior aunque la mayoría de profesores cambiaba porque todos los años se iba y venía casi la mitad. El instituto era bastante grande y había unos mil doscientos alumnos. Muchas veces me preguntaba cómo era posible que no conociera a nadie que me cayera bien o al menos alguien que no se hubiera metido conmigo o reído de mí. Con el tiempo habían dejado las bromas de lado pero nadie había intentado hacerse mi amigo o por lo menos haberse disculpado.

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