Juan Cruz está enamorado de la luna; triste, solitario, atormentado por la muerte de su padre intenta sobrevivir como puede, hasta que a su vida llega Abigail, la chica del departamento de enfrente.
Hola, querida Luna, estoy aquí otra vez; realmente no pude resistirme.
Hoy corre un viento fresco; de no ser por el suéter que llevo puesto y por ser esta la tercera copa de vino que bebo, creo que no hubiera salido.
Sos tan inmensa, sos tan... simplemente mágica.
Si alguien me preguntara, creo que estuve enamorado de vos desde que tengo memoria.
Siempre te vi como algo tan lejano, tan inalcanzable; como me gustaría bajarte aunque sea un ratito y poder admirar tu belleza más de cerca...
Ay, lunita mía, no sé qué haría sin vos, pero estoy seguro de que tuviste y tienes muchos amantes más, que yo no hago la diferencia.
Si te quedaras conmigo, si te pudieras quedar un ratito más aquí... simplemente me harías tan feliz.
No voy a dormir, aunque desde la cama también te puedo ver; retiro las cortinas cada noche para apreciarte mejor, para que tu inmensa luz llene cada espacio de la gris habitación. Mientras estas, no puedo no contemplarte.
Quiero escribir sobre lo mucho que te quiero, sobre lo mucho que anhelo que estés aquí; vos sos mi musa, y aunque sé que puedes oírme no me corformo con ello. Necesito de tus palabras, de tus besos.
Luna, no sé qué haría sin vos en mi vida, creo que ya no lo seria, pero no quiero pensar en eso, quiero fumar y verte brillar solamente para mí.
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