Capítulo uno

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Emma

Recuerdo que durante mi adolescencia siempre se me dificultó escoger alguna carrera que me llamara la atención. De hecho, cuando terminé el colegio hace un año, todavía seguía sin decidirme por lo que haría por el resto de mi futuro. Era muy frustrante, pero es algo que comúnmente les pasa a los adolescentes, e incluso a los adultos que quieren tener un título universitario colgado en la pared de su casa. Mi tiempo para decidirme se había pasado volando, se había esfumado entre mis dedos y, cuando me di cuenta, ya estaba graduándome del instituto.

Debo aclarar que tampoco me sentía con los ánimos suficientes como para querer centrarme en más estudios después de los tiempos difíciles que tuve que atravesar. Hubo una ruptura en mi vida, una que terminó por dejarme tirada en el suelo y necesité ayuda psicológica. Sí, él me causó mucho daño. Que se fuera sin más, que se fuera sin despedirse, que quisiera dejarme como si yo hubiera sido cualquier persona en su vida me dolió tanto que mamá y papá decidieron buscar a alguien que lograra brindarme la ayuda necesaria para poder avanzar y dejar el pasado en el pasado.

Costó bastante, al principio ni siquiera deseaba contarle al psicólogo lo que me pasaba, quería mantener mi dolor dentro de mí, pero el doctor Hastings me ayudó a comprender que debía empezar a decir todo lo que me afectaba, o que sino me hundiría en una depresión más grande de la que me costaría más salir. Entonces, empecé a decir todo lo que guardaba para mi almohada en las noches, le conté la importancia de la persona que me dejó, y lloré con las luces prendidas, y no con las apagadas como solía hacer cuando mamá y papá se iban a descansar.

Tres veces por semana se redujeron a dos, y de dos, pasaron a ser una sola, hasta que me mudé a Los Ángeles a estudiar. El doctor Hastings me recomendó a un colega suyo muy bueno, porque a pesar de estar mejor, era recomendable que siguiera asistiendo a mis sesiones una vez por semana.

Las mejorías empezaron a notarse en mí cuando me fui de viaje con Kendall, Chad y James durante las vacaciones. Fue un viaje de pura distracción, de puras risas, de nada de llantos, de sol, de recorridos, y de gente querida. Ahí me di cuenta que era eso lo que me hacía bien, estar con la gente que amaba y salir más a divertirme. Las películas y series en casa era un buen plan, pero salir a bailar con mis amigos se me hacía mucho más divertido.

Después de sentirme lista y de pasar tanto tiempo en la empresa junto a mi madre, mis abuelos y tíos, tomé la decisión de seguir con ese legado familiar. También hice un curso de teatro para ver si sentía el gusto por la actuación como mi padre, pero no me convenció en lo absoluto. Además yo era muy buena con los números, por lo que me entretendría durante la carrera de administración. Iba a estudiar en la misma universidad en la que mi madre se formó.

Papá no quería que viviera en el campus de la universidad, por lo que planeó conseguirme un departamento cerca. James se tomó un tiempo sabático, así que empezaba sus estudios conmigo, claramente en una carrera distinta, pero al mismo tiempo, así que planeamos vivir juntos. A mi padre no le gustó nada la idea, pero mi madre defendió mi idea y terminó convenciéndolo. Además, yo ya tenía diecinueve años, podía tomar decisiones como estas. No tenía nada malo, y no me iba a acostar con James como seguramente papá pensaba.

Terminé de cambiarme y subí al auto de James. Decidimos ir a cenar a alguna parte.

Los Ángeles era hermoso. Mis padres se pusieron de novios y me engendraron en esta ciudad, según mi tía Stef me contó. Papá y mamá se reencontraron después de nueve años en un boliche y allí todo comenzó entre ellos, pero pasó un tiempo largo antes de que se pusieran de novios porque mi madre salía con otro chico. Creo que se llamaba Luke o Liam.

—¿No dijiste que ibas a cambiarte de ropa?

—Me arrepentí —me encogí de hombros.

—Emma, esa campera está sucia —sonrió.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora