Me reí por su comentario, ambos eramos pata de palo como vulgarmente se dice. Le comencé a hacer cariño en su cabeza y vi que se estaba comenzando a dormir, lo mejor es que la acostemos en la casa para que duerma.

—¿La podemos llevar a tu casa para que pase la noche? Está chiquita, hay que cuidarla. — Dije preguntándole con ilusión, siempre me habían gustado las cabriñas al igual que a mi primo..

Mi primo...

Rogels..

Me pregunto cómo estará ahora, lo extraño demasiado. Teníamos un vínculo que más haya que como primos, lo consideraba mi hermano pequeño. Habíamos pasado tantos momentos juntos que era inevitable que estuviéramos separados tanto tiempo, esto de mi secuestro, sentía que la estaba pasando mal, él es muy sensible, pero por su bien, debo estar escondido por un tiempo, no quiero que muera él ni nadie.

—Puede quedarse, pero debe portarse bien. —Gringo se cruzó de brazos al ver  como celebraba mi triunfo.

—Llévala primero a ella y después me ayudas a pararme, ¿Sí?

—Claro.

Narra Jack Conway.

—Jack, por fin hoy tienes el alta, podrás irte a tu casa —¿Casa? ¿Dónde vivo? —Me avisaron que vendrán a buscarte para llevarte a tu hogar.

El sonido de la puerta me sacó de mi pequeño trance mental, el médico abrió la puerta y era ese tipo con acento ruso que me besó.

—Conway, ¿Cómo se encuentra? —Lo miré de arriba hacía abajo intentado analizarlo.

—Bien. —Dije fríamente.

—Como le darán el alta, lo llevaré a su casa a descansar. —Asentí levemente mientras él y el doctor salían de la habitación.

Me sentía muy bien físicamente, aunque mentalmente no sabía como describir. Sentía como si ahora mi vida estaba en un libro totalmente en blanco, donde las personas que supuestamente me conocen, completan esas hojas vacías. Era como un recién nacido, un niño infante aprendiendo recién a sumar, así me sentía.

Me paré de la camilla con pereza y vi que me habían dejado ropa en la mesita de noche que tenía. Por lo que vi, había una camisa, corbata, pantalón oscuro y unas gafas de sol... ¿De sol? Supongo que está bien.

Me puse con cuidado los pantalones y la camisa, me acomodé la corbata como pude en mi cuello y me miré al espejo. Un sentimiento familiar me invadió, pero algo me faltaba, lo presentía. Miré las gafas que había dejado en el lavabo, las tomé y me las coloqué.

Un fuerte dolor de cabeza me inundó, cerré mis ojos por impulso y vinieron a mí muchos imágenes sin sentido, sentía que iba a explotar en cualquier momento y no era bueno.

"Yo soy tu puto Dios, el puto jefe de esta ciudad"

"Soy el mejor Superintendente"

"¿Tú crees que podrás superarme? Capullo"

Me agarré la cabeza con mis manos, esa voz, parecía mi voz, me estaba volviendo loco. Más imágenes sin sentido aparecieron, no entendía nada de esta situación y claramente quería que parara.

—¿Conway? ¿Está lis... —El tipo ese llegó a donde estaba y me miró asustado.

—Llama a un puto doctor.. —Dije entre quejidos, sentía que literal ahora sí mi cerebro me iba a explotar.

Narra Gustabo García.

—Hola Emilio. —Lo saludé con melancolía al ver que me estaba mirando por el umbral de la puerta.

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