Capítulo 72. Hola otra vez

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Con su pan guardado en el interior de una bolsa de papel y sosteniéndolo debajo de su brazo, caminó tranquilamente calle abajo hacia el antiguo Convento de Santa María de los Ángeles. En el camino, fue saludado por algunos transeúntes que lo reconocieron y quisieron de inmediato saludarlo. Y aunque él no los despreció ni se portó precisamente grosero, sí les indicó que tenía prisa y siguió casi de inmediato su camino.

El convento era una antigua casona, con su fachada restaurada hace algunos años atrás. A simple vista podía pasar desapercibida entre todas las casas similares que había por esos rumbos, y si no sabías que estaba ahí posiblemente no identificarías que se trata de un convento de religiosas. El padre Jaime se paró firme ante la alta y gruesa puerta de madera, y jaló sutilmente de una cuerda que colgaba a su lado para hacer sonar la campana. Aguardó unos minutos a que le abrieran, pero sabía muy bien que a veces debía ser insistente para que alguna de las hermanas atendiera, así que lo intentó una segunda vez, y luego una tercera. Sólo hasta entonces una monja mayor de rostro pálido, de hábito café y blanco, abrió la puerta más pequeña y se asomó hacia afuera, mirando con ojos nada contentos al inesperado visitante. Jaime sólo sonrió debajo de su grueso bigote, negro y con algunas canas como su cabello, como si no se percatara del mal humor de la religiosa.

—Buenos días, hermana —le saludó el sacerdote, dando una pequeña reverencia respetuosa con su cabeza—. Vengo ver a la hermana Loren, si está disponible.

La monja entrecerró un poco sus ojos, un tanto insegura. Sacó entonces del bolsillo interno de su atuendo un viejo reloj de bolsillo y revisó en éste la hora.

—En estos momentos Loren debe estar en la capilla principal, orando —le indicó tajante, al parecer queriendo dar a entender que aquello era una negativa no discutible.

—Solo será un minuto —señaló Jaime, permitiéndose colocar su mano sobre la puerta para prevenir que a la hermana se le ocurriera cerrársela en la cara—. Tengo que tomar un avión dentro de unas horas para encargarme de un nuevo trabajo, y en verdad me serviría hablar con ella un momento antes de irme.

Se inclinó entonces un poco hacia ella para poder susurrarle más despacio, como si de algún peligroso secreto se tratase.

—Se trata de un asunto de Scisco Dei —le indicó con seriedad, quizás más de la necesaria—, con respecto a la Orden Papal 13118. ¿Me entiende?

La monja lo observó en silencio, inexpresiva. Pero por supuesto que sabía de qué estaba hablando. No a muchos le dirían algo esas palabras, incluso dentro de la Santa Sede. Pero en lo respectaba a las Hermanas de Santa María de los Ángeles, todas estaban enteradas el papel que debían despeñar en eso. Y aunque al inicio pareció que aun así no lo dejaría pasar, al final suspiró resignada, y se hizo a un lado, abriendo aún más la puerta para dejarle el camino libre.

—Pase, supongo —le indicó con voz apagada.

—Se lo agradezco —asintió Jaime, y entonces aceptó gustoso la invitación.

Conocía el camino, pero igualmente su recibidora al parecer se sintió con la obligación de guiarlo hacia la capilla; un gesto de hospitalidad, o tal vez un deseo de tenerlo vigilado. Jaime no la culpaba. Se les había dado la tarea de proteger un tesoro demasiado valioso, no sólo para ellos sino para el mundo entero, y ese recelo y obstinación era necesaria si deseaban cumplir dicho encargo. Esperaban, sin embargo, que no fuera por demasiado tiempo.

Al llegar a las puertas abiertas de la capilla principal, Jaime se asomó curioso hacia el interior. Al final del camino entre bancas de madera, se encontraba el hermoso altar, con un relieve justo en medio de la virgen cargando al niño Jesús, rodeados de ángeles; y arriba de ellos, la imagen de Jesús en la cruz. Y de rodillas delante de éste, se encontraba justo la persona que buscaba, con su cabeza agachada y dándole la espalda a la puerta. En el techo había un tragaluz que iluminaba de una forma armoniosa todo el altar, y hacía que sus ropajes blancos de novicia destellaran de una forma casi irreal.

Resplandor entre TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora